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A 10 años del #YoSoy132

Una mirada retrospectiva a 10 años del masivo movimiento #YoSoy132 de México.

La primavera del despertar estudiantil

La campaña presidencial del longevo partido autoritario —el Revolucionario Institucional— iba viento en popa. Arriba en las encuestas, su joven, apuesto y fotogénico candidato, a pesar de su déficit de brillantez y de carisma, parecía darle nueva vida a un partido manchado de crímenes, corrupción y neoliberalismo. Con su sonrisa de comercial, el 11 de mayo de 2012, Enrique Peña Nieto —cobijado por el duopolio televisivo de Televisa y Tv Azteca— se presentó a la Universidad Iberoamericana (UIA) a un encuentro con estudiantes.

No sabía lo que desataría. Una parte de ellos lo esperaba con carteles que lo acusaban de ser el artífice de uno de los episodios represivos más graves y descarados de la historia reciente: el operativo policiaco-militar en San Salvador Atenco que dejó un saldo de más de 200 detenidos, 30 casos de abusos sexuales contra mujeres y condenas de más de 100 años de cárcel a líderes campesinos. Esto era lo que recordaban muchos universitarios de quien había sido gobernador del Estado de México.

Si bien estos muchachos no habían crecido en el antiguo régimen priísta y repudiaban los gobiernos panistas que le siguieron, Peña Nieto encarnaba la posibilidad de un retroceso, de la consagración de una alternancia regresiva. Ese peligro —ahora sabemos— no solo alarmaba a los universitarios de las clases acomodadas de la «Ibero», sino a toda una generación. Y ese repudio juvenil se convertiría repentinamente en movimiento.

En el foro universitario el candidato reivindicó sin empacho la represión en Atenco como una decisión personal, suscitando la indignación de decenas de estudiantes que lo obligaron a retirarse de forma atropellada. La noticia de que el candidato había salido de la universidad entre gritos, bullas y hasta un zapatazo se regó como pólvora en las redes sociales, especialmente a través de Twitter. Los estudiantes Ibero no sabían que con esa acción se habían ganado la simpatía de miles: sin planificarlo, habían puesto al desnudo, detrás del traje a la medida confeccionado por Televisa, el rostro autoritario del representante del anquilosado partido de Estado. 

Ante el malogrado acto de campaña y el escándalo público que suscitó, tanto Peña Nieto como el presidente del PRI insinuaron ante los medios que la protesta no era espontánea y que sus protagonistas no eran estudiantes sino infiltrados. Los estudiantes respondieron inmediatamente a través de un video casero colocado en la plataforma YouTube, en el que 131 estudiantes de los que participaron en las protestas mostraban sus credenciales universitarias y criticaban a los medios de comunicación por su «dudosa neutralidad» y por no informar sobre su protesta en la Universidad. 

Este video, que tuvo un éxito descomunal, fue la chispa que prendió la mecha del movimiento. A través de las redes sociales se desató una oleada de simpatía que se volvió tendencia mundial (trending topic). El video, pensado como respuesta ante el agravio de la difamación, se convirtió en un acto de autoafirmación, dignidad y disidencia. Miles se sintieron identificados con esa orgullosa y valiente reivindicación y se sumaron a esa identidad fortuita con las etiquetas (hashtags): #yotambiénsoy131, #somosmásde131 y finalmente #YoSoy132. Se creó así, espontáneamente, una identificación que agrupó a quien repudiaba a la imposición de Peña Nieto que se anunciaba detrás del simulacro electoral. Una convergencia abierta, difusa, individual pero que logrará sumar a miles: cualquiera puede ser el 132, todos somos el 132.

Los siguientes pasos de los 131 fueron decisivos para la rápida y efervescente activación de la protesta juvenil en las calles. La sorpresa de que los hijos de las clases acomodadas estuvieran protestando hacía más novedoso y atractivo lo que había sucedido. Los estudiantes, sin saberlo, habían lanzado fuego a la hierba seca. Una ola expansiva no solo virtual sino de acción colectiva se había iniciado. No podían saber que el repudio a Peña, provocado por la situación de emergencia que vivía el país así como el rechazo al posible regreso del partido autoritario, era tan extendido.

El movimiento fue montando como espuma después de la protesta del 11 de mayo. A la convocatoria el 18 de ese mismo mes, afuera de Televisa —la emisora televisiva cuasi oficial del viejo régimen— asistieron, además de los «chavos Ibero», estudiantes de otras universidades privadas (Anáhuac, La Salle, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y en especial del  Instituto Tecnológico Autónomo de México). Al mismo tiempo, una anónima convocatoria se viralizó en redes sociales llamando a realizar protestas «anti-Peña» el 19, lo cual se tradujo en actos de repudio en más de 20 estados del país. En la Ciudad de México asistieron cerca de 50 mil manifestantes. Ese fenómeno popular marcará el curso del movimiento #YoSoy132. 

En la movilización del 23 de mayo que partió de la Estela de Luz, el monumento sobre Avenida Reforma, los jóvenes de los centros educativos privados de la Iberoamericana y del ITAM, sin experiencia activista previa, quedaron atónitos ante la respuesta a su llamado por parte de unos 20 mil jóvenes. Acudieron a la convocatoria estudiantes de las universidades públicas: en particular de la UNAM,  UAM y el IPN, los centros educativos de donde habían salido los movimientos universitarios más importantes y radicales de los últimos 50 años.

En la marcha todo fue algarabía, sonrisas y energía de protesta juvenil. Desde el año 2000, cuando miles se manifestaron por la libertad de los presos de la huelga universitaria en la UNAM, los jóvenes no habían formado una protesta tan masiva como ese 23 de mayo. Los estudiantes, aglutinados en una embrionaria coordinadora, centraron el primer manifiesto del #YoSoy132 en la demanda de democratización de los medios y cerraron su breve discurso exigiendo «una democracia auténtica». Marchas de protesta fueron replicadas en 14 estados del país, mostrando el carácter nacional del naciente movimiento.

Esa emblemática movilización fue el bautizo de una generación que alzó la voz y tomó las calles para denunciar un régimen autoritario y tratar de democratizar el país. La Estela de Luz fue el destellante inicio de un movimiento que sacudiría la conciencia nacional y haría tambalear los mecanismos de reproducción del sistema político.

Al calor de un verano de lucha

Un joven de tez morena y voz muy grave, que tomaba uno de los extremos de una enorme manta, ataviado con su bata de laboratorio, gritaba lleno de energía agitando al contingente de su escuela: «¡YO! ¡SOY! ¡132! ¡YO! ¡SOY! ¡132!». Un centenar de jóvenes detrás de él coreaban lo que se había convertido una consigna entre quizá unos 100 mil estudiantes que marchaban el 10 de junio, fecha en que se conmemoraba la matanza de estudiantes de 1971 a manos de la «dictadura perfecta» del viejo PRI. La movilización se confundía una vez más con la convocatoria anónima para protestar contra Peña. Ambos llamados se fundían en una protesta multitudinaria. 

En la movilización no solo había carteles o mantas con el emblema #Yosoy132; también había calcomanías, camisetas, gorras y aún más, muchos jóvenes pintaban su propio torso o sus mejillas con el hashtag que los reconocía a todos. El 132, como ya se les conocía, se había convertido en un fenómeno político, mediático e identitario. Había explotado una forma de acción colectiva descentralizada, de tintes carnavalescos, llena de creatividad digital. 

La primavera de los estudiantes movilizados siguió en el verano y se calentó. Después de la marcha del 23 de mayo se formaron asambleas de numerosas escuelas, facultades y universidades que convergerán en la multitudinaria asamblea en las llamadas «islas» de Ciudad Universitaria el 30 de mayo. El encuentro, donde participaron alrededor de 5 mil estudiantes de prácticamente todas las universidades del área metropolitana —e incluso con una mesa internacional— adquirió un tinte fundacional y apoteósico al culminar el proceso de gestación del movimiento. Las 15 mesas de trabajo temáticas demostraron una enorme capacidad organizativa y la intensidad y diversidad de las intervenciones estudiantiles tuvieron un tono electrizante. En particular en la plenaria, donde se presentaron las relatorías de todas las mesas, o en la catarsis generada por la lectura del texto de la mesa «memoria histórica».

Los estudiantes, entusiasmados, clamaron justicia al unísono una y otra vez por varios minutos. En efecto, el 132 representaba una generación que vivió su adolescencia y juventud temprana en medio de una profunda crisis nacional marcada por la generalización de la violencia y la impunidad, de las violaciones a derechos humanos y de asesinatos en la llamada guerra contra el narcotráfico. Una generación que se indignó por los episodios represivos y el manejo sesgado de los medios de comunicación, que abandonó y boicoteó, buscando alternativas informativas en las redes sociales. Una generación que, en medio de la coyuntura electoral de ese año, sintió la urgencia de romper el silencio y salir a protestar para detener el rumbo catastrófico del país y a los abanderados de su continuidad y profundización: Enrique Peña Nieto y el PRI.

Es por ello que el tema más álgido de discusión en esta asamblea masiva fuera el de la postura ante las elecciones. Un sector del movimiento proponía anularlo, descartando cualquier acercamiento a los partidos políticos. Otro proponía llamar al voto útil a favor de López Obrador —abanderado de la oposición progresista—, en aras de detener el regreso del PRI al poder, pero también haciendo evidente la simpatía de varios sectores de movimiento hacia el liderazgo obradorista. Una tercera propuesta logró consensar un acuerdo y evitar enconos y rupturas: promover el ejercicio del voto libre e informado. Otra temática central fue la demanda de democratizar los espacios de comunicación masiva no solo en aras de romper el oligopolio fomentando una mayor competencia, sino de promover la participación de instancias de la sociedad civil para generar una real pluralidad de posturas y voces. 

Durante el mes de junio se vivió una oleada de formación de asambleas estudiantiles que convergieron en la llamada Asamblea General Interuniversitaria (AGI) que formalizó las propuestas emanadas de la mega asamblea de las islas de la UNAM. Destacaron, además de las asambleas de las escuelas privadas, las facultades que históricamente habían tenido una notoria participación en otros movimientos estudiantiles: Ciencias, Filosofía y Letras y Ciencias Políticas y Sociales. También se hicieron visibles otras instancias de nuevo arraigo, como la asamblea de los estudiantes de posgrado de la UNAM, así como colectivos de otras universidades como la UAM, UACM, UPN, COLMEX. Destacarán también la «asamblea de académicos» y la «Acampada Revolución», un campamento masivo en el centro de la Ciudad de México a los pies del Monumento que conmemora la gesta revolucionaria de 1910. En su momento, llegaron a participar en la AGI más de un centenar de asambleas locales, casi la mitad de afuera de la Ciudad de México.

Las primeras sesiones plenarias de la AGI se realizaron de manera atropellada. Chocaron los estudiantes de las universidades privadas con algunos sectores de las universidades públicas. Los primeros, desconfiados de la radicalidad de los segundos, se consideraban además convocantes o fundadores del movimiento, recelosos ante la posibilidad de ser desplazados de la dirección de su creatura, el naciente #YoSoy132. Los segundos dudaban de las escuelas privadas asumiendo su cercanía con posiciones liberales u obradoristas, mirando con disgusto su propio desplazamiento del protagonismo histórico que siempre habían ostentado las universidades públicas.

Pero no solo se enfrentaron posiciones políticas, sino que afloraba un clivaje de clase que era evidente en la forma de vestir, en el léxico y hasta en sus celulares o computadoras de los activistas de las universidades privadas. Del lado de las universidades públicas no solo se percibían formas más plebeyas, sino que también aparecía una tradición de activismo radicalizado cuyas modalidades podrían asustar o intimidar a los jóvenes que vivían su primera experiencia de participación política y de acción colectiva. Y entre ambas expresiones existía, además, una brecha digital importante, que marcará la imagen del movimiento mismo.

A pesar de las escaramuzas verbales, las amenazas de expulsión y las votaciones en bloque se fueron logrando los acuerdos que asentaban la estructura básica de coordinación interuniversitaria: voceros rotativos revocables con mandato asambleario, autonomía de las asambleas locales para impulsar planes de acción propios y Asamblea General Interuniversitaria como espacio de coordinación más que de dirección política. La descentralización liberó la creatividad de cada asamblea, y durante el mes de junio se vivió un activismo febril en la ciudad y otras partes del país: concentraciones, foros, performances, festivales, entrevistas en medios de comunicación, intervenciones gráficas y en redes sociales que se realizaron mayoritariamente fuera de los centros educativos, ya que muchos de ellos habían entrado en receso vacacional de verano. 

El 18 de junio, una propuesta que emergió de la asamblea de la Universidad Iberoamericana —y que obtuvo el apoyo de las asambleas— logró capturar la atención de todo el país: cuestionando los rígidos formatos del árbitro electoral, el Instituto Federal Electoral (IFE),  el 132 organizó de forma independiente un debate entre los candidatos a la Presidencia de la República. El inédito «Debate Yo Soy 132» asistieron todos los candidatos a excepción de Peña Nieto y se transmitió por YouTube. El movimiento se volvió el centro de la atención nacional por la forma novedosa, fresca, crítica y anticonformista de su intervención política alrededor de las elecciones.

La carrera contra el tiempo de cara a la inminente elección presidencial produjo una serie de movilizaciones. Entre el 24 y el 26 de junio, los estudiantes convocaron a una nueva «Marcha nacional informativa: no más PRI» frente a las instalaciones del Instituto Federal Electoral (IFE) exigiendo imparcialidad, transparencia y seguridad para los observadores electorales. Además, el #YoSoy132 anunció una convocatoria independiente para que los jóvenes del movimiento vigilaran la elección ante el temor de un fraude generalizado. Ambas iniciativas se dieron en el contexto de numerosas denuncias de la puesta en marcha de mecanismos fraudulentos para incidir en las elecciones. La más escandalosa se evidenció el 29 de junio, cuando el Movimiento Progresista —que postulaba a Andrés Manuel López Obrador— denunció que el PRI había repartido, a través de los supermercados Soriana, 1,8 millones de tarjetas de prepago con 1000 pesos a cambio de votos. 

Un sector del movimiento y sus asambleas más influyentes asumieron que la tarea central de los estudiantes era impedir el fraude y lo que ya desde entonces se identificaba como «imposición» de Peña Nieto. Otro sector señalaba con preocupación que el 132 dirigiera toda su energía a la elección, sin constituir una plataforma o programa de lucha más allá de esta e insistía, en los discusiones asamblearias y en la AGI, en avanzar hacia un horizonte de transformación nacional. Esto se lograría no sin dificultades con la integración de un plan de lucha que se haría público la víspera del día de las elecciones. 

El 30 de junio los estudiantes realizaron una manifestación nocturna llamada «en vela por la democracia», de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco al Zócalo, no sin antes pasar a protestar frente a la sede de Chapultepec de Televisa. A unas cuantas horas de que se abrieran las casillas para la elección, bajo una llovizna intensa, miles de estudiantes entraron en la plancha del Zócalo como un enorme río de luz de miles de velas encendidas, acompañados de numerosos contingentes de organizaciones sociales, entre ellos los campesinos de San Salvador Atenco. Fue un momento conmovedor que recordó el movimiento estudiantil de 1968. Esa noche, los oradores del #YoSoy132 definieron al movimiento como antineoliberal, político, social, apartidista, pacífico, autónomo, independiente y democrático. Caracterizaciones que habían suscitado numerosos debates asamblearios durante junio y que reaparecerán cuando una parte del movimiento considere que su definición pacífica no correspondía ya a la situación poselectoral. El 132 hizo un llamado nacional a luchar que incluía seis puntos programáticos:

  1. Democratización y transformación de los medios de comunicación, información y difusión. Consideramos que solo con la socialización de los medios de difusión y un modelo de medios públicos se alcanzará una verdadera apertura mediática y se garantizará el derecho a la información y a la libertad de expresión.
  2. Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico. Buscaremos una educación verdaderamente laica, gratuita, científica, pluricultural, democrática, humanista, popular, crítica, reflexiva, de alto nivel académico y garantizada por el Estado en todos los niveles como obligación constitucional.
  3. Cambio del modelo económico neoliberal. La experiencia y la historia nos dan la certeza de que el mercado no es la panacea para la solución de los males sociales, y que el gobierno y la sociedad deben de jugar un rol fundamental para resolver los problemas económicos que aquejan al país. Por eso lucharemos por una economía humana, justa, soberana, sustentable y de paz.
  4. Cambio en el modelo de seguridad nacional. Para la restauración de la paz, es imperante el retiro de las fuerzas armadas de las funciones de seguridad pública, así como detener la criminalización, represión y hostigamiento de la protesta social y de la población en general. Exigimos el esclarecimiento de los asesinatos como el caso del luchador social Carlos Sinuhé Cuevas y nos pronunciamos por un ¡Alto a los feminicidios y crímenes de odio! Al mismo tiempo reivindicamos los procesos autónomos de seguridad comunitaria y de organización contra los megaproyectos.
  5. Transformación política y vinculación con movimientos sociales. Para fomentar y fortalecer la democracia participativa en la toma de decisiones, la construcción de políticas públicas y el apoyo a los proyectos autónomos y autogestivos, proponemos el enriquecimiento y creación de asambleas distritales, municipales, comunales, locales y barriales. Todo esto, para la constitución de un poder popular y ciudadano que vigile a los órganos de gobierno e implemente desde la sociedad mecanismos para la solución de sus demandas. Abrazamos las voces de las organizaciones y movimientos sociales, vinculándonos de manera solidaria en búsqueda de alianzas que toman como principio el respeto a su autonomía, la construcción de una relación horizontal y el reconocernos con humildad como uno de tantos actores sociales que expresan el descontento social.
  6. Salud. Lucharemos por el pleno cumplimiento del derecho a la salud consagrado en el artículo 4º constitucional y en la observación general 14 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) de la ONU. Nos oponemos al esquema neoliberal de salud adoptado en las últimas décadas por el Estado mexicano y nos pronunciamos en favor de un enfoque multidimensional e interdisciplinario del sector de la salud.

Esa noche, cuando se disolvió el mitin en la plaza, en las calles aledañas y en un metro lleno de estudiantes de regreso a sus casas se escuchó un cántico muy sentido entre los jóvenes: «AQUÍ SE VE, AQUÍ SE VE, QUE PEÑA NIETO PRESIDENTE NO VA A SER».  Los transeúntes o los viajeros del metro miraban con simpatía a estos estudiantes y sonreían. Y es que el #YoSoy132 había despertado un sentimiento transgeneracional que pareció quebrar por un momento la inercia del inevitable regreso al poder del PRI.

Desde la legitimidad de su apartidismo y su espontaneidad, con un reconocimiento transversal que no había logrado Obrador y su movimiento, el Yo Soy 132 diagnosticó una enfermedad crónica de la democracia mexicana: el dominio de los medios de comunicación, coludidos con el poder político y, en particular, con los defensores del neoliberalismo y del autoritarismo partidocrático. Los jóvenes del 132 dieron muestra de su madurez política al señalar quiénes eran los verdaderos dueños del país, escudados con leyes hechas a la medida de sus intereses y empeñados en imponer un candidato que los representara y que velara por ellos.

En este sentido, en un país donde buena parte de la ciudadanía se diluía en la televidencia, la receta que escribió el movimiento consistió en dejar de consumir televisión y políticos-basura para recuperar la capacidad soberana de decidir libremente. Una empresa nada sencilla, pero que dio resultados inmediatos por lo menos a nivel experiencial generacional. Los estudiantes aplicaron una inyección de adrenalina a las anestesiadas conciencias de muchos conciudadanos, despejaron el escenario político de las huecas propuestas que habían predominado a lo largo de la campaña para poner el dedo en el renglón de las injusticias y arbitrariedades, iluminaron la lógica y las reglas de la dominación y pusieron en evidencia los poderes facticos que trataban y lograron reproducirse en las instituciones representativas y de gobierno. 

Durante la primavera y el inicio del verano, el movimiento estudiantil logró encauzar el enorme descontento nacional y brillaron de manera esperanzadora. Por eso el #YoSoy132 se estrellaría en el resultado electoral del 1 de julio de 2012, cuando Peña Nieto resultara ganador.

El verano otoñal

En un auditorio a reventar por los más de 500 voceros y observadores, en medio de un silencio irreal, un estudiante tomó el micrófono en la Asamblea General Interuniversitaria. El joven estaba nervioso y su voz temblaba. Los asistentes aplaudían agitando las manos a la manera de los sordomudos para alentar al orador. Así expresaban los jóvenes de #YoSoy132 su solidaridad, su empatía o consenso con quien estaba tomando la palabra. Poco después, un grupo de estudiantes irrumpió en el auditorio y acusó a todas las asambleas por no acompañarlos en una acción de toma de caseta y «levantamiento de plumas» en carreteras. En medio de los gritos, unos les apoyan agitando sin palmar las manos mientras otros difieren con los brazos cruzados, formando una «X», simbolizando desacuerdo o repudio.

Después de este episodio, la AGI continuó sus labores y presentó una avalancha de propuestas. Para no perder la memoria del movimiento, algunas asambleas propusieron crear un archivo gráfico; otras dijeron preferir un documental. Se sucedieron las iniciativas: un canal de televisión en internet, movilizaciones frente a embajadas, un Encuentro Nacional por la Educación, un boicot a Soriana —la empresa de las tarjetas del fraude—,  la toma de la Bolsa de Valores, formar brigadas para ir a los barrios de la Ciudad de México, festivales de rock, encuentros con los pueblos originarios, lecturas masivas afuera de la sede nacional del Partido Revolucionario Institucional, toma de carreteras y paro nacional. Una y otra vez se agitaban las manos o se entrecruzaban los brazos en una suerte de gimnasia asamblearia. Y la lista de oradores, lejos de disminuir, crecía.

Los estudiantes de la mesa que conducían el debate se retorcían intentando descifrar lo que ocurría e imaginar cómo resolver el rompecabezas de las decenas de propuestas de tan distinto orden, dimensión, alcance y propósito. No solo era un problema de método, sino de fondo: no se lograba un consenso sobre el rumbo del movimiento. Los problemas del todo y las partes, de lo central y lo secundario, de lo local y lo general, del presente y el futuro agobiaban al #Yosoy132 después de la elección del 1 de julio. Las propuestas orientadas hacia la coyuntura electoral, así como las provenientes desde las asambleas y escuelas más destacadas, orientaron la acción colectiva, logrando unificar aunque sea provisionalmente la diversidad antes de la elección.

Pero después del 1 de julio aparecieron bifurcaciones ineludibles. No estaba claro cómo sostener una resistencia a la imposición de Peña Nieto debido a los más de 5 millones de votos de diferencia con los obtenidos por López Obrador. A la vez, siendo Peña Nieto el símbolo contra el que había surgido el movimiento, no era posible detener la protesta ante su inminente llegada a la silla presidencial. El movimiento se encontraba desorientado y con enormes dificultades para vislumbrar un camino que hiciera converger y florecer nuevamente la energía social, dispersa por su estructura descentrada y por la diversidad de posiciones políticas.

En los días inmediatos a la elección se difundieron pronunciamientos del 132 que denunciaban las numerosas irregularidades detectadas (compra de votos, robo de boletas, violencia y agresiones, anomalías en el conteo, amenazas, acoso a observadores electorales y demás ilícitos). La comisión de vigilancia electoral del movimiento presentó posteriormente un informe en el cual documentaba más de mil irregularidades. El 2 de julio,  el movimiento Yo Soy 132 volvió a la Estela de luz con una marcha de alrededor de 20 mil personas hacia el Monumento a la Revolución y después hacia la sede del PRI, denunciando las practicas fraudulentas. Al siguiente día, el 132 y otros ciudadanos organizados realizaron una «toma pacífica» de IFE. El 7 de julio hubo una gran marcha (alrededor de 100 mil asistentes) en contra de la imposición de Peña Nieto, pero —y esto fue una señal— por tercera ocasión autoconvocada en las redes sociales y no por el #YoSoy132.

El movimiento anti-Peña, que ya se había expresado en mayo y junio, no respondía necesariamente a las discusiones, asambleas y decisiones del movimiento juvenil, que había decidido realizar en esos días un Encuentro Nacional Estudiantil en Huexca, Morelos, un pueblo en resistencia en contra de un proyecto de central termoeléctrica. El cónclave, realizado los días 6, 7 y 8 de julio, buscaba crear estructuras de representación y un programa de lucha de corte estudiantil. El #YoSoy132 discutía en Huexca, mientras las calles en Ciudad de México explotaban de repudio.

Ante la insistencia de algunas asambleas de que el 132 se acerque a otros movimientos sociales se acordó apoyar la convocatoria a la Convención Nacional contra la Imposición, propuesta por el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco. Esta se realizó el 14 y 15 de julio, con la asistencia de más de 250 organizaciones que consensaron un plan de acción. Algunas asambleas y estudiantes del #YoSoy132 no lo asumieron como propio, porque reflejaba el perfil más radical y menos innovador de las organizaciones de la izquierda social tradicional de quién desconfiaban. Finalmente, los acuerdos de la convención —que incluían tomas, bloqueos y apertura de casetas— generaron una discusión al interior de las asambleas sobre el carácter pacífico del 132.

Si bien la división original entre universidades públicas y privadas se fue disolviendo a lo largo de las semanas, a partir de la Convención Nacional contra la Imposición tomaron cada vez más fuerza liderazgos de otras asambleas y organizaciones con un discurso más radical, provenientes de Universidades con estudiantes de estratos sociales más populares. La apertura del #YoSoy132 a admitir en la AGI a asambleas no estudiantiles favoreció la incorporación de sectores más beligerantes, que atizaban la confrontación y las acciones directas frente a la policía.

Si bien hubo un cierre de filas en torno del carácter pacífico del movimiento de muchas asambleas que originalmente conducían la acción colectiva, lo cierto es que el llamado a tomar acciones «contundentes» (es decir, a la acción directa violenta) tuvo eco en un importante sector de los estudiantes, cansados de las acciones mediáticas elitistas y de las limitaciones de las acciones pacíficas ante el inminente arribo al poder de Peña Nieto y, en última instancia, a la falta de dirección política del movimiento.

Todas estas tensiones se expresaron en la definición de la primera acción emanada de los acuerdos de la Convención: «tomar» las instalaciones de Televisa. Planificada para los días finales de julio, las asambleas llegaron polarizadas a una AGI previa a esa fecha. Algunas plantearon entrar a las instalaciones y transmitir una programación alternativa; otras, más conciliadores, propusieron que con la toma se obligara a abrir debates en todos los noticieros donde #YoSoy132 fuera contraparte de los locutores de la empresa; algunos, más precavidos ante una acción que pudiera detonar la represión contra el movimiento, propusieron no entrar a las instalaciones sino cercarlas. Esta última posición, después de un largo e intenso debate, logró unificar a todas las asambleas.

La noche lluviosa del 26 de julio, unos 10 mil manifestantes realizaron un enorme bloqueo humano —muy de cerca del propio cinturón policial instalado por las autoridades capitalinas— que mantendrán por 48 horas alrededor de las instalaciones de Televisa en Chapultepec. La acción, que apareció en las primeras planas de varios periódicos, regresó al #YoSoy132 al debate nacional. Ese mismo día se presentó un llamado al resto de movimientos sociales a unirse en torno a un proyecto de transformación del Estado mexicano. El texto, elaborado a numerosas manos y con la participación de una treintena de representantes asamblearios, denunciaba el poder económico empresarial, el autoritarismo del viejo régimen que perdura y la manipulación de los medios de comunicación.

El bloqueo pacífico a Televisa (la televisora de la mentira, como le llamaban) fue un éxito y el llamado explícito del #YoSoy132 a integrar la diversidad de luchas en un frente único pareció dar un salto hacia delante en su propia maduración política. De manera profética, el movimiento alertaba que de permitirse la llegada al poder a Peña Nieto se restauraría el viejo régimen con el regreso de la violencia de Estado, la represión, el autoritarismo, la corrupción generalizada, el encubrimiento, la opacidad en la toma de decisiones públicas y, en general, las prácticas antidemocráticas:

Ante este peligro, llamamos a la unión y organización de las fuerzas sociales en nuestro punto de acuerdo: la transformación del estado actual mexicano. Sabemos que los estudiantes no podemos solos y por ello, convocamos a todos los movimientos sociales, organizaciones civiles y políticas, así como al pueblo en general a sumarse al proyecto democrático de transformación social y reconstrucción nacional, a través de la participación activa (…).
Pueblo de México: ¡Hoy tenemos mucho por hacer! Organizarnos será el primer paso. Desde nuestra causa, nuestra comunidad indígena, nuestra milpa, nuestra plaza, nuestra selva, nuestras creencias, invitamos a que se adhieran a nuestro manifiesto y acciones, que desde sus territorios, sus organismos e historias que esperamos hacer nuestras, podamos juntos entrar en contacto, podamos juntos entrar en confianza, luchar y transformar a este nuestro México.
Éramos silencio, éramos dolor, éramos opresión. Quisieron arrebatárnoslo todo y lo único que perdimos fue el miedo. Ya no seremos más una voz silenciada. Venimos aquí con nuestros cuerpos que gritan: ¡¡¡Ya basta!!!

A pesar de esa acción exitosa y el discurso contundente y certero, las acciones convocadas por el #YoSoy132 comenzaron a perder masividad en los siguientes meses. Pesaba el desánimo por el proceso electoral que se encarrillaba hacia la ratificación en las diversas instancias legales del triunfo de Peña Nieto. Por otro lado, era evidente el desgaste por la acumulación de contradicciones organizativas y políticas del movimiento.

Algunos culpaban a la radicalización del plan de acción de la Convención. Otros, a las alargadas discusiones asamblearias. Algunos más pensaban que el modelo de planes de acción independientes entre sí emanados de cada asamblea no daba para más: una asamblea decidía realizar graffitis en las calles, al mismo tiempo que otra aprobaba ir a borrarlos. Algunos decidían permitir el libre paso de automovilistas, impidiendo el pago de las cuotas y levantando las plumas en las casetas de cobro sin aprobación o consenso general y por tanto con una débil participación y con altos riesgos represivos. Aún más, mientras unos levantaban esas plumas encapuchados, otros acudían (a veces, incluso a la misma hora, el mismo día) a un diálogo con sectores legislativos que impulsaban una reforma sobre la ley en los medios de comunicación.

El resultado, más que una guerra de guerrillas de acciones pacíficas de protesta, era la pulverización del mensaje público, el cual, a todas luces, resultaba contradictorio tanto en sus reivindicaciones como en su táctica y en su forma de acción colectiva. En todos los casos, fuera la táctica que fuera, se mostraba debilidad y, más que polifonía, cacofonía. A ello había que añadir las tensiones provocadas por los señalamientos de que varias asambleas se habían desactivado y que, a pesar de ello, algunos voceros seguían hablando en nombre de ellas; o los cuestionamientos de que, mientras la mayoría de las asambleas habían rotado rigurosamente a sus voceros, algunas nunca lo han hecho. Tensiones agravadas por el reclamo legítimo de las asambleas y núcleos del #YoSoy132 de muchas partes del país que cuestionaban el centralismo y exceso de protagonismo de las asambleas metropolitanas, así como el descuido del movimiento ante las precarias y represivas condiciones de movilización que se vivían fuera de la Ciudad de México.

En los hechos, pesaba que las asambleas de las universidades privadas lentamente se habían desactivado por ser las más pequeñas, aunque muchos de sus activistas se mantuvieron activos durante los siguientes meses. Influyó también que los sectores movilizados que estuvieron concentrados en las acciones alrededor de la vigilancia electoral se habían retirado del movimiento después de la elección. Finalmente se desarticularon muchas asambleas, permitiendo que aflorasen las diferencias políticas que estaban contenidas en aras de mantener la unidad de un movimiento masivo. La dispersión, la descentralización y la diversidad, novedades y fortalezas del movimiento en su primera fase, se convirtieron en un nudo gordiano que cada día se apretaba más.

Aún así,  la estructura interuniversitaria e interdisciplinar permitió al #YoSoy132 realizar un «Contrainforme». Un documento hecho con la colaboración de más de un centenar de estudiantes especializados en diversas problemáticas del país que se presentó a la opinión pública como un diagnóstico alternativo de la situación que vive México, ante el último informe del presidente Felipe Calderón el 1 de septiembre. Evaluaba la gestión del presidente como un «sexenio de mentiras, simulación y corrupción». El informe se presentó a las afueras del Congreso de la Unión, un día después de realizar otra protesta más: «El Funeral por la democracia», una movilización que partió de Ciudad Universitaria hacia el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (que validó la elección en la cual Peña Nieto había resultado ganador).

Ese mismo mes, Andrés Manuel López Obrador anunció su separación de los partidos que lo postularon a la presidencia, en especial del PRD, que había contribuido a fundar en el ya lejano 1989 y que había dirigido años después, así como su intención de concentrarse en la construcción del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que drenó rápidamente alma y fuerza de su antecesor. Esta decisión cerró el ciclo poselectoral de la oposición obradorista, orientando los esfuerzos hacia la organización partidaria y no hacia las denuncias y las protestas. 

A finales del mes de septiembre se realizó la Segunda Convención Nacional contra la Imposición con más de 1500 delegados y con la participación del 132. Se acordó, entre otras acciones, impulsar un paro nacional el 2 de octubre. Ese día, como es tradición, se movilizaron miles de estudiantes junto a otras organizaciones sociales que conmemoran la terrible masacre de Tlatelolco de 1968. Se realizó, de manera simultánea, un paro de actividades en más de 30 centros educativos y fueron numerosos los contingentes que reivindicaban al #YoSoy132 entre los movilizados.

Durante el resto de octubre y noviembre las pocas acciones del movimiento ya no emanaban de las asambleas del movimiento sino de la estructura metropolitana de comisiones y mesas temáticas que formaban una red informal de los activistas más comprometidos que seguían insistiendo en mantener vivo al #YoSoy132. Es el caso del #YoSoy132 Internacional, que respondió el 13 de octubre al llamado de un cacerolazo global convocado por Occupy Wall Street y el 15M. O los foros organizados por algunos grupos de las mesas de trabajo formadas desde mayo, así como las acciones que impulsaron núcleos del 132 en diversos lugares del país. 

Un día de invierno en San Lázaro

El 23 de noviembre, la Convención Nacional contra la Imposición (CNI) y el 132 anunciaron que realizarían un cerco pacífico en San Lázaro, es decir, alrededor del recinto legislativo donde tomaría posesión el 1 de diciembre el presidente electo Enrique Peña Nieto. Dicho acuerdo fue impulsado además por organizaciones como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación o la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata, añejos movimientos opositores del régimen priista. 

Probablemente ese anuncio haya sido el que activó las alarmas de la seguridad nacional del Estado mexicano. En los siguientes días San Lázaro fue rodeado completamente por un cerco coordinado por el Estado Mayor Presidencial, formado por una valla antimotines de varios kilómetros, anunciando lo que sucederá: las fuerzas del orden se preparaban para un día intenso de protestas.

A pesar de que el acuerdo de la CNI y  el #YoSoy132 era realizar un cerco pacífico, la división del debilitado movimiento para aquel momento era ya muy profunda. Un pequeñísimo núcleo de asambleas poco concurridas aprobó apenas unas horas antes del 1 de diciembre la acción directa confrontativa ante los cuerpos policiacos. Algunas más, de hecho, la estuvieron preparando desde varios días antes. Aunque aquí y allá algunos activistas del sector declarado pacífico trataron de disuadirles, perdieron —donde las hubo— las votaciones.

Así que un pequeño pero beligerante sector del #YoSoy132 se preparó desde muy temprano para la confrontación. Otros cientos de integrantes del movimiento acudieron a la protesta sin saber lo que ese sector había decidido, ni mucho menos lo que las fuerzas del orden habían preparado para responderles. Miles de ciudadanos más acudieron a lo que se convirtió en una trampa y, durante horas, en un campo de batalla. 

Adentro del recinto legislativo, un sonriente y triunfante Enrique Peña Nieto extendía los brazos para ser fotografiado con la banda presidencial en el pecho, recibiendo un estruendoso torrente de aplausos de parte de los parlamentarios de su partido, como en los viejos tiempos. Afuera, las calles ardían por las bombas molotov y el aire era irrespirable por los gases lacrimógenos. 

El bloque juvenil que se había preparado y pertrechado para la confrontación no estaba conformado por más que unos cientos de individuos ataviados de negro y con cascos. Atacó a la policía con petardos, tubos, piedras, molotov e incluso un camión de basura usado como ariete. La Policía respondió con gas lacrimógeno, pimienta, piedras y balas de goma. Un manifestante cayó herido por un proyectil policial, que finalmente terminó con su vida meses más tarde. Los enfrentamientos duraron más de siete horas. El operativo oficial desató una oleada de detenciones arbitrarias y brutalidad policiaca en todo el centro de la ciudad. Se encarceló arbitrariamente a manifestantes y transeúntes, golpeando salvajemente y torturando algunos de ellos. En la tarde había más de 100 detenidos y cerca de la mitad de ellos se identificó diciendo Yo Soy 132. El regreso del viejo partido autoritario había dado una muestra de su poder y de lo que se avecinaba.

Los pequeños contingentes pacíficos del #YoSoy132 quedaron atrapados en la refriega. Ayudaron a los cientos de heridos, replegando a los manifestantes, documentando las violaciones a los derechos humanos y, sin importar escuelas o posición política, cerraron filas ante la represión y durante horas se comunicaron frenéticamente a través de sus teléfonos móviles: 

– Avancen despacio que los contingentes de la policía están esperando que lleguemos.

– Cuidado en la retaguardia, los federales nos tienen rodeados.

– Banda, avancen un poco porque arriba nos están apuntando los uniformados.

– ¡Esperen! ¡Deténganse! No podemos avanzar, no se puede ni respirar.

– ¿Qué hacemos? No podemos regresar, el paso está cerrado.

– ¡No mames! Ahora están aventando los gases de este lado… Le va a pegar algo de lo que está volando, ¡Que alguien le cuide la espalda!

– Avancemos, hay que llegar al Zócalo, ahí nos esperan las organizaciones sociales.

– No se puede. Una granada de gas lacrimógeno le pegó a un compa.

– Yo lo vi… se ve muy mal, no lo va a lograr.

– ¿Como vamos a pasar un contingente de miles en medio de gases lacrimógenos en un carril rodeados por policía federal? Es una provocación.

– De frente no se puede pasar, los profes de la CNTE están dentro del metro, tenemos que retroceder. ¡No podemos pasar!

– Ni modo, solo hay una salida, hay que salir de aquí pronto.

– ¿Ahora por donde? Estamos totalmente rodeados. ¡No hay paso por ningún lado!

– ¡Ya se replegaron! Avancen pronto, nadie se detenga, no caigan en provocaciones.

– Vamos por Fray Servando hasta el eje central, las organizaciones sociales nos esperan en el Caballito.

– No podemos tomar eje central, hay enfrentamientos, están quemando un camión de granaderos en Bellas Artes.

– Compañeros, es imposible avanzar por eje central, hay un enfrentamiento con policías más adelante, las organizaciones sociales nos están esperando en el Caballito para hacer un mitin. Vamos con ellos.

– Dicen los de Atenco que ya no aguantan en el Caballito, el enfrentamiento de Bellas Artes se está extendiendo ¿En cuánto tiempo llegamos?

– Que vaya una comisión a ver por que calle podemos pasar.

– En el Caballito ya no están los de Atenco ni la CNTE, ya hay enfrentamiento. Están agarrando a todo el mundo.

– Vamos al Monumento a la Revolución, necesitamos un lugar donde descansar, no podemos seguir caminando así, ¡llevamos horas!

– Acaban de detener a la comisión de seguridad que estaba en el Monumento a la Revolución. Están deteniendo a todo el mundo. No tenemos a dónde ir.

– Compañeros, hay enfrentamientos en este momento en el Zócalo, en Bellas Artes, sobre toda Avenida Juárez, en el Caballito, ya desalojaron a la Acampada, también ahí hay enfrentamientos y un contingente de granaderos viene para acá por reforma, están deteniendo a todo mundo. Los compas de las organizaciones sociales ya se tuvieron que ir. La única salida es regresar al metro Balderas y dar por concluida la movilización del día de hoy para que todos vayamos a nuestras casas.

– Yo ya no voy al Metro, hay que ir a ver qué pedo en el Monumento y con los detenidos.

– Hay que decirle a la banda conocida y de confianza que nos reunamos al rato.

– ¡Va! Nos vemos en Coyoacán a las 7. Que cada quién le avise a los que pueda.

– Compañeros, acá damos por terminada la movilización, les pedimos que todos entren al metro y se vayan a sus casas, necesitamos saber cuántos detenidos y lesionados tenemos. 

Desde esa noche, los activistas del #YoSoy132 se enfilaron en la defensa de los detenidos, quienes salieron libres casi al final de 2012. Aunque en enero se realizó una nueva asamblea del movimiento, la mayoría no acudió. Muchos piensan que, al concluir las semanas de protestas por la libertad de los detenidos y al poner el pie fuera del reclusorio el último preso, había terminado el movimiento del #YoSoy132. 

Parecía, en aquel momento, una amarga derrota. Sin embargo, una imagen representaba ese momento dramático de forma más combativa. El 1 de diciembre, una veintena de estudiantes, con rostros afligidos pero dignos, atrapados en medio de los enfrentamientos y ataviados algunos con camisetas del emblemático #YoSoy132, sostenían una manta con una consigna clarividente que invertía los términos de la situación: «Hoy no empieza un gobierno, hoy ha comenzado la resistencia».

 

[*] Ese texto es un anticipo de un libro de próxima publicación, Massimo Modonesi y César Enrique Pineda, El despertar de una generación. Del #YoSoy132 a Ayotzinapa, Fondo de Cultura Económica-Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), colección Movimientos, México.

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