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Jean-Luc Mélenchon pronuncia un discurso durante un encuentro de France Insoumise el 10 de abril de 2019 en Amiens, Francia. (Foto: Sylvain Lefevre / Getty Images)

La izquierda francesa debe acompañar a Mélenchon

A pocos días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, Jean-Luc Mélenchon no deja de subir en las encuestas. Pero las divisiones en la izquierda francesa se arriesgan a dejar que la antinmigrante Marine Le Pen le gane el pase a la segunda vuelta.

Una criatura insólita se ha convertido en el símbolo de la última candidatura de Jean-Luc Mélenchon a la presidencia de Francia. En una impecable tarde de domingo del 20 de marzo, una gran tortuga de papel maché fue arrastrada a lo largo de los dos kilómetros que separan la Bastilla, en el centro de París, de la Plaza de la República, donde el septuagenario diputado se dirigió a decenas de miles de seguidores.

Puede que la tortuga no sea la metáfora política más estimulante. Pero refleja perfectamente la ardua batalla que el principal político de izquierdas de Francia ha tenido que librar desde que entró en la carrera presidencial el pasado verano. El ciclo electoral de 2022, el tercer intento consecutivo de Mélenchon de llegar a la presidencia, ha sido una tormenta perfecta de complicaciones para la izquierda francesa.

En primer lugar, la pandemia del COVID-19 ha frenado el entusiasmo político y la movilización, deteniendo bruscamente el ciclo de organización que dominaba la política francesa en los años anteriores a la crisis sanitaria. En unas elecciones que muchas maquinarias de los partidos han dado por segura la victoria del actual presidente Emmanuel Macron, los verdes, los socialistas y los comunistas están presentando sus propias candidaturas independientes, lo que obliga a Mélenchon a enfrentarse a un campo de la izquierda repleto.

Las figuras clave del gobierno de Macron, mientras tanto, han pasado gran parte de los últimos dos años encorsetando el ciclo de noticias en torno a los temas del Islam, la inmigración y la seguridad. Este estado de ánimo estuvo perfectamente cristalizado en la conferencia del 22 de marzo celebrada por el semanario de extrema derecha Valeurs actuelles. En un centro de convenciones del sur de París, figuras del gobierno como Marlène Schiappa, subministra de Ciudadanía, alardearon de las medidas de seguridad del gobierno y de los esfuerzos para agilizar las deportaciones. Compartieron el micrófono con toda la gama de la derecha francesa, desde Jordan Bardella, presidente de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, hasta Éric Zemmour, el polemista de extrema derecha cuya candidatura está sirviendo para sentar las bases de la alianza de la derecha tras las elecciones.

Por si fuera poco, la invasión rusa de Ucrania ha añadido un grado de credibilidad a los llamamientos del gobierno a la unidad nacional. Muy activo en la escena internacional desde el inicio de la crisis a principios de este invierno, Macron ha tratado de posicionarse como un líder para una época de inestabilidad mundial. Con un toque de solemnidad, anunció su candidatura en una carta abierta a la prensa regional el 4 de marzo. Desde entonces, el presidente en funciones se ha mantenido al margen de la contienda, alegando la situación internacional como motivo para evitar la campaña, y delegando el protagonismo en ministros y sustitutos.

A juzgar por los estudios recientes, Macron se encuentra en una posición fuerte, beneficiándose del bajo entusiasmo de los votantes y de un campo disperso de candidatos a la izquierda y a la derecha. Aunque ahora está envuelto en un escándalo preelectoral por las revelaciones de las sumas de dinero gastadas en contratos con consultoras privadas como McKinsey, la mayoría de los sondeos de la primera ronda sitúan a Macron en torno al 30%, varios puntos por encima de su posición cuando ganó la presidencia por primera vez en 2017.

Las guerras tampoco suelen ser amables con los intentos de esquivar el pensamiento maniqueo. Con la vieja división Este-Oeste de Europa reimponiéndose en una nueva forma, Mélenchon se ha encontrado en el punto de mira por su postura de larga data de que Francia debería abandonar la alianza de la OTAN, buscar la no alineación y pivotar estratégicamente hacia el Sur Global. Estas posturas, junto con declaraciones anteriores que van en contra del pensamiento convencional sobre Rusia, le han convertido en el blanco ideal para los críticos de la supuesta tendencia de la izquierda a hacer apología de Putin.

No alineamiento

En lo que respecta a la guerra de Ucrania, el principal punto de fricción entre Mélenchon y los demás candidatos de la izquierda y el centro se refiere a la ayuda militar y al alcance de las sanciones.

Estas críticas no solo provienen de Macron, sino también de los candidatos de centroizquierda más débiles: la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo —la abanderada de su partido en esta carrera (con un sondeo de alrededor del 2%)—, así como el aspirante de los Verdes, Yannick Jadot (6%). Cada uno de ellos considera que la oposición de Mélenchon a la ayuda militar de Occidente es una extensión de su falta de apoyo a la condena de la anexión rusa de Crimea en 2014.

Para Mélenchon, que se ha empeñado en referirse al presidente ruso como «autócrata» en lugar de «dictador», estas distinciones forman parte de la necesidad de sentar las bases para una eventual mediación. Para abrir una brecha entre el pueblo ruso y el Estado, así como para evitar las heridas autoinfligidas de un divorcio económico a gran escala, sostiene que las sanciones deben dirigirse de forma específica a la élite económica y política que rodea a Vladimir Putin.

«Soy no alineado, pero no desde ayer. Tengo la edad suficiente para haber estado en contra de la invasión de Checoslovaquia por los rusos y en contra de la guerra estadounidense en Vietnam», dijo Mélenchon en Francia y la guerra, una serie televisada de entrevistas individuales en directo con los ocho principales candidatos emitida el 14 de marzo. «Cuando los estadounidenses dijeron que querían extender la OTAN hasta Rusia, advertí: “peligro”. Cuando es Putin quien cruza la frontera, es él quien comete el acto intolerable».

«Durante años, ha advertido: “Esto puede acabar mal”», dijo Véronique, que apoya a Mélenchon desde 2012, sobre la posición del candidato respecto a Rusia antes de su discurso en la plaza de la República. «Sabemos que no es pro-Putin. A fin de cuentas, me parece que se está explotando lo que ocurre en Ucrania. Lo que le está pasando al pueblo ucraniano es horroroso. También es bastante oportuno: justo cuando la pandemia del COVID parece estar terminando y no hay nada más que nos distraiga. Antes era: “No te quejes, sigues vivo”, y ahora es: “No te quejes, podría haber una guerra”».

Pero el proceso en curso contra Mélenchon es sobre todo hipócrita. Potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Francia hace gala desde hace tiempo de una cierta flexibilidad oportunista con respecto a Rusia. Para la extrema derecha, esto se ha traducido en una abierta afinidad ideológica y en vínculos directos con el autócrata ruso. La Agrupación Nacional de Marine Le Pen, por ejemplo, ha tomado prestados hasta 9 millones de euros de bancos rusos.

Más cerca del centro del pensamiento de la política exterior francesa está el deseo de aprovechar una eventual relajación de las tensiones Este-Oeste en un poder europeo mejorado (y liderado por Francia) y una autonomía estratégica. Desde 2017, la línea que viene de Macron, por ejemplo, giraba en torno a la necesidad de establecer —con y a través de Rusia— una nueva «arquitectura de seguridad» en Europa. Si a veces puede virar hacia una cierta miopía con respecto a Putin, la posición de Mélenchon sobre Rusia es realmente una variación sobre un tema general, el «gaullismo» prevaleciente en el pensamiento de la política exterior francesa, como dijo un asesor de La France Insoumise.

La nueva unidad contra el putinismo también se ve socavada por la indulgencia concedida a los autócratas y a los regímenes estrechamente alineados con Occidente. El Egipto de Abdel Fattah al-Sisi o Arabia Saudí, por ejemplo, han sido tratados con mayor indulgencia por el gobierno de Macron y su predecesor de centroizquierda François Hollande. Ambos estaban ansiosos por convertir a los dos Estados en clientes importantes de las exportaciones de armas francesas, que han sido utilizadas con efectos devastadores por las monarquías del Golfo en su guerra en Yemen. Solo después de muchas protestas públicas, Hollande canceló la venta de buques de guerra a Putin tras la ocupación de Crimea por parte de este último en 2014, material militar que finalmente se redirigió a Egipto.

Tortugas en marcha

En este contexto, no resulta particularmente sorprendente que los ataques contra Mélenchon hayan sido en gran medida ineficaces. Desde finales de febrero, de hecho, se ha disparado en las encuestas, confirmando su posición al frente del campo de candidatos de la izquierda, con posibilidades de llegar a la segunda ronda contra Macron. Lo que tiene esperanzados a los partidarios de Mélenchon es que el corte para acceder a la segunda vuelta podría ser significativamente más bajo que en 2017, y podría ser perforado con una fuerte participación de los abstencionistas. Un sondeo de Elabe del 30 de marzo sitúa a Mélenchon con un 15,5% en la primera vuelta, por detrás de Le Pen, con un 21%, y de Macron, con un 28%.

«Refleja sobre todo nuestra coherencia», dijo el asesor de France Insoumise, que pidió el anonimato, sobre la posición de Mélenchon respecto a Rusia y el auge del candidato en medio de la crisis. «Evidentemente, nuestra posición se ha adaptado. A partir del momento en que Rusia se convirtió en una potencia abiertamente agresiva, es imposible excluir respuestas y formas de presión como las sanciones económicas. Pero la posición que siempre hemos tenido es que tenemos que ser capaces de mantener un diálogo serio con Rusia».

A pesar de todos los vientos en contra, France Insoumise, que se presenta este año bajo el lema de L’Union Populaire, está ganando tracción. Su estrategia de tortuga ha consistido en penetrar en el ciclo informativo con una serie de ofertas políticas de gran calado que prometen una ruptura de un escenario político que se tambalea hacia la derecha. Los acontecimientos, según señalan los partidarios de Mélenchon, están finalmente poniéndose al día con el programa del candidato: el abandono de la ortodoxia presupuestaria durante la crisis del COVID y las enormes cantidades de fondos que los líderes europeos se disponen a dedicar a los gastos de defensa han demostrado la mentira que hay detrás de la austeridad financiera. En resumen, los recursos para mejorar los servicios públicos y los aumentos salariales existen, lo que falta es la voluntad política.

Un cambio urgente y a largo plazo

El principal objetivo de Mélenchon es Macron, y el contraste en términos políticos no podría ser más marcado. En una conferencia de prensa de cuatro horas de duración el 17 de marzo, Macron expuso su programa para el segundo mandato, en el que planea elevar la edad de jubilación a los sesenta y cinco años, reducir los impuestos a las empresas y a las herencias y obturar aún más el acceso a los programas sociales. Las propuestas más destacadas de Mélenchon son una edad de jubilación de sesenta años, un aumento del salario mínimo a 1400 euros al mes netos, una renta garantizada para los estudiantes, inversiones masivas en servicios públicos y un programa de «planificación ecológica» en la línea de un Green New Deal francés.

Delphine, profesora de un instituto profesional de París, se ha abstenido durante mucho tiempo de votar, mientras trabajaba como activista en un partido marginal de extrema izquierda. «Mélenchon ha aclarado su mensaje», dijo a Jacobin. «Lo urgente ahora es romper con Macron y acabar con la destrucción de los servicios públicos. Está privatizando todos los sectores: el transporte, la educación, etc.».

Al igual que en sus campañas anteriores, el encuentro del 20 de marzo fue nombrado como la «Marcha por la Sexta República». La causa más profunda de la podredumbre en el panorama político francés, según Mélenchon, es el déficit democrático en el corazón de la Quinta República centrada en el presidente e instituida por Charles de Gaulle en 1958. Al asumir el cargo, Mélenchon promete convocar una asamblea constituyente que reúna a ciudadanos-delegados que se encargarán de redactar la constitución de una nueva república, que deberá ser aprobada por referéndum. «Una de las prioridades de todos los presentes es la asamblea constituyente», dijo Daniel, veterano de las protestas de los gilets jaunes y camionero jubilado. «Queremos reapropiarnos de la vida política».

Mélenchon ya ha protagonizado repuntes de última hora en sus pasadas campañas presidenciales de 2012 y 2017. Sus partidarios disfrutan por anticipado de la idea de ver a su campeón enfrentarse a Macron en el debate televisado cara a cara antes de la segunda vuelta, si es que consigue superar a Marine Le Pen en las próximas dos semanas. Lo menos que se puede decir es que el veterano político seguramente ha confirmado el papel de su fuerza como agente de poder en cualquier reconfiguración postelectoral de la izquierda francesa.

«Casi podemos decir que está en primer lugar», comentó Daniel, hablando del entusiasmo en su ciudad natal de Orval, donde es voluntario para hacer campaña puerta a puerta. Probablemente se trata de una ilusión, dado el fuerte dominio de Macron en la vida política francesa. Pero a la guerra de posiciones de Mélenchon que, como una tortuga, reconstruye una alternativa radical a la triangulación centrista y a la guerra cultural conservadora, todavía le queda resto para seguir luchando.

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