Press "Enter" to skip to content
Soldados de Ucrania y EE.UU. en una misión de entrenamiento en la ciudad ucraniana de Yavoriv.

Ucrania: un debate necesario (II)

Traducción: Valentín Huarte

Respuesta de Alex Callinicos a Gilbert Achcar.

Alex Callinicos responde a Gilbert Achcar en su debate acerca del rol del imperialismo en la guerra en Ucrania.

 

Querido Gilbert.

Me pone contento que hayas decidido responder a mi artículo, «El imperialismo y la guerra en Ucrania». Tengo que aclarar que el objetivo de mi texto no era discutir lo que escribiste sobre Ucrania, sino más bien demostrar la relevancia de la teoría marxista del imperialismo a la hora de comprender la espantosa situación que estamos viviendo. Como sea, no deja de ser cierto que utilizo algunas de las cosas que dijiste para ilustrar lo que considero una tendencia errada en la izquierda radical, que se centra exclusivamente en la lucha entre Ucrania y el imperialismo ruso e ignora el rol que juegan los Estados Unidos y la OTAN. 

Como dijiste, somos amigos y camaradas, y tuvimos muchos intercambios productivos que evitaron caer en los insultos y en las tergiversaciones. Entonces, este debate tal vez ayude a aclarar las cosas. Dicho eso, no creo que sea especialmente fraterno ni justo acusarme de compartir la «la actitud neocampista que domina en buena parte del movimiento antiguerra británico, con el que estás comprometido hace muchos años».

El campismo es una posición, asumida por muchas personas de izquierda, que lleva a subordinar la lucha de clases a la competencia geopolítica de las principales potencias, caracterizando a uno de los bloques como «reaccionario» y a otro como «progresista». El concepto surgió durante la Guerra Fría. Ahora bien, es difícil acusarme de ese tipo de campismo. Tony Cliff fundó nuestra tendencia con el lema «Ni Washington ni Moscú: Socialismo Internacional», que traslucía una caracterización de los dos rivales de la Guerra Fría como bloques imperialistas y explotadores.

Es cierto que el campismo revivió durante los últimos años: destacan los casos en que llevó a respaldar el régimen asesino de Al-Ássad en Siria y a pedir perdón por la ocupación rusa de Crimea en 2004. Pero el Socialist Workers Party rechazó ambas posiciones. Documentar mis críticas públicas de lo que definiste como «neocampismo» sería desperdiciar tediosamente este espacio. Que la International Socialist Tendency apoyó enfáticamente la revolución siria y que nuestros compañeros de la Syrian Revolutionary Left Current participaron de ella son hechos bien conocidos.

Es verdad que la dirección de la Stop War Coalition (STW) adoptó una postura equivocada en ambos casos. Por eso, aunque sin dejar de participar de la coalición, decidimos aclarar públicamente nuestros desacuerdos. Por fortuna, en este caso la organización adoptó una posición más justa y condenó tanto la invasión rusa de Ucrania como el rol de la OTAN en Europa del Este y en Europa Central. Todo eso me lleva a pensar que deberías retirar la acusación de «neocampismo».

Ahora bien, ¿cuáles son nuestras diferencias? Está ese episodio famoso de Fawlty Towers, comedia de los años 1970, que pone en escena a unos turistas alemanes y juega con la advertencia «¡No mencionen la guerra!». La cosa es que una buena parte de la izquierda parece formar parte de una tendencia que podríamos definir con la frase «¡No mencionen la OTAN!». Lamento confirmar que tus textos son una justificación sofisticada de esa posición.

Una de tus críticas es que mi crítica asume innecesariamente «un tono profesoral y ofrece una explicación pedagógica sobre el imperialismo moderno» y su carácter de sistema mundial de competencia intercapitalista. Respondería dos cosas. 

En primer lugar, como expliqué antes, el artículo no estaba dirigido exclusivamente a tu persona. En segundo lugar, es verdad que tus textos dan cuenta de un importante conocimiento del imperialismo (de su historia y de sus rasgos actuales). Recuerdo sobre todo un gran artículo publicado en 1988 en la New Left Review, que trataba sobre la estrategia de Estados Unidos después de la Guerra Fría. El título —«La triada estratégica: Estados Unidos, Rusia y China»— y su contenido conservan gran vigencia en la actualidad.

Lo extraño es que ese análisis está prácticamente ausente en todo lo que escribiste sobre Ucrania. En «Memorándum sobre una posición antimperialista radical a propósito de la guerra en Ucrania», que hasta donde sé es el primer artículo que escribiste sobre el tema, hay exactamente una frase sobre el tema de la expansión de la OTAN.

El resto trata sobre la posición que debería asumir la izquierda en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Justificaste este eje con el texto que siguió —el que yo critiqué— negando que la guerra fuese, además de una guerra de defensa nacional, una guerra interimperialista. Pero tus argumentos son muy débiles. 

Leo: «Si tuviéramos que denominar guerra interimperialista a cada guerra en la que los rivales cuentan con el apoyo de una potencia imperialista, entonces todas las guerras de nuestra época serían interimperialistas, pues la regla determina que basta con que uno de los imperialismos rivales apoye a uno de los lados para que el otro apoye al lado contrario. Pero una guerra interimperialista no es eso. Es una guerra directa —es decir, en la que los rivales no participan por asociación o sustitución— entre dos potencias, cada una de las cuales busca invadir el dominio territorial y (neo) colonial de la otra, como sucedió claramente durante la Primera Guerra Mundial. Fue una «guerra de rapiña» de ambos lados, según las palabras de Lenin».

Esta definición, que plantea la condición de que en una guerra interimperialista cada bando intenta conquistar el territorio del otro, no es adecuada ni siquiera en el caso de la Segunda Guerra Mundial. Los imperialismos francés y británico no estaban interesados en ocupar el territorio alemán, sino en conservar sus ya extensos imperios. Y lo cierto es que Hitler no estaba particularmente interesado en ellos. Iba tras Europa del Este y de la Unión Soviética.

Igualmente dudoso es tu intento de excluir de la definición de guerra interimperialista la posibilidad de que las potencias participen de manera indirecta, es decir, por asociación o sustitución. Hay que estudiar concretamente las circunstancias y el desarrollo de cada guerra. La guerra de Corea de 1950-1953 fue, como argumentó Cliff, una guerra interimperialista en la que la URSS utilizó a Corea del Norte y a China como sustitutos contra Estados Unidos y sus aliados. Es verdad que Kim Il-sung deseaba invadir el sur y reunificar la península coreana. Pero Stalin lo alentó y lo respaldó, en parte para acceder a los puertos de Corea del Sur, y en parte para encadenar con firmeza a un reticente de Mao Tse-Tung al bloque soviético.

La lucha vietnamita fue muy distinta. En este caso, la fuerza motriz fue la lucha de liberación nacional dirigida por el Partido Comunista, que derrotó sucesivamente a los imperialismos francés, japonés y estadounidense. Efectivamente, la Unión Soviética brindó un fuerte respaldo militar, pero no comandó la guerra en ningún sentido, y, de hecho, a fines de los años 1960 y comienzos de los años 1970, cuando la guerra llegaba a su fin, empezó a temer que el conflicto dificultara su tregua con los Estados Unidos.

La guerra actual también merece una evaluación concreta. No cabe dudar de la fuerza de la conciencia nacional ucraniana, que la invasión no hace más que alentar. Pero también es innegable el rol activo de la OTAN y de los Estados Unidos. Nada de esto corresponde con el caso imaginario de la cita de Lenin que aparece hacia el final de tu artículo —calificada correctamente de «hipótesis inservible»—, donde el dirigente ruso postulaba la posibilidad de que la «comunidad internacional» entrara en guerra para revertir la invasión alemana de Bélgica. 

Está claro que no es lo que está sucediendo ahora. Estados Unidos está revitalizando la alianza con el resto de la OTAN en favor de su lucha de largo plazo contra los otros dos miembros de tu «triada estratégica», a saber, China y Rusia. Mientras tanto, contra tus esfuerzos de negarlo, la verdad es que muchos Estados importantes no respaldan a Ucrania ni a Occidente. 

De acuerdo con Edward Luce, periodista del Financial Times, los 35 [Estados] que el 2 de marzo decidieron abstenerse de condenar a Rusia en la Asamblea General de las Naciones Unidas, «representan casi la mitad de la población mundial. Eso incluye a China, India, Vietnam, Irak y Sudáfrica. Si sumamos los que votaron con Rusia, el total representa más de la mitad».

La participación europea en la guerra, reafirmada por la reunión que tuvo la semana pasada Biden con otros líderes de la OTAN, implicó la provisión de armas y entrenamiento militar antes de que se desatara el conflicto y suministros que siguen llegando. No cabe duda de que los servicios de inteligencia occidentales y los altos mandos militares están jugando un papel importante en el campo de batalla.

Y no podemos reducir el rol de Occidente al apoyo militar. Tengo que decir que es extraña tu posición agnóstica: no apoyar las sanciones contra Rusia, pero tampoco exigir que se levanten. Pero eso implica ignorar el rol que están jugando efectivamente las sanciones. 

La estrategia de Estados Unidos y de sus aliados es evitar la participación directa en la guerra —por miedo a desatar lo que bien definiste como una «espiral fatal»—, pero atacar económicamente a Rusia excluyéndola del mercado mundial, negando que su banco central acceda a sus reservas y reduciendo la dependencia europea de sus combustibles. 

Como señala Nicholas Mulder en un excelente estudio histórico sobre las sanciones, «las sanciones económicas suelen ser consideradas como una alternativa a la guerra. Pero para muchas personas que vivieron durante el período de entreguerras, el arma económica era la esencia misma de la guerra total»: es evidente cuando se considera el bloqueo que Gran Bretaña y Francia impusieron contra Alemania y sus aliados durante la Primera Guerra Mundial. 

A juzgar por el anuncio de activación de las fuerzas nucleares que siguió a la imposición de las sanciones económicas occidentales, Vladimir Putin parece pensar lo mismo. Además, no cabe duda de que el miedo a que Washington utilice —cuando convenga— el mismo tipo de sanciones contra China es uno de los principales motivos del apoyo que presta Beijing a Moscú.

Un verdadero enfoque marxista pasa por reconocer que la situación actual implica simultáneamente una guerra interimperialista por asociación o sustitución y una guerra de defensa nacional de parte de Ucrania. Es complejo porque plantea la necesidad de apoyar los derechos nacionales de los ucranianos y oponerse a todas las medidas —incluidas las sanciones y la provisión de armas de la OTAN— que alimentan la «espiral fatal» de una escalada interimperialista. La tradición internacionalista de Lenin y Luxemburgo es un aporte fundamental en este sentido, siempre y cuando no perdamos de vista la competencia triangular que originó y sigue nutriendo esta guerra.

Mis mejores deseos,

Alex.

Cierre

Archivado como

Publicado en Guerra, Ideas and Ucrania

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre