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Fundadores del Partido Comunista Brasileño en marzo de 1922. De pie, de izquierda a derecha: Manoel Cendon, Joaquim Barbosa, Astrogildo Pereira, João da Costa Pimenta, Luís Peres y José Elias da Silva; sentados, de izquierda a derecha: Hermogênio Silva, Abílio de Nequete y Cristiano Cordeiro. Foto de João da Costa Pimenta.

Entre el heroísmo y la tragedia: 100 años del PCB

El Partido Comunista Brasileño se fundó el 25 de marzo de 1922, en una reunión en Niterói. A pesar de las crisis y los errores tácticos, el partido consiguió tener un peso social, político y cultural mucho mayor en la sociedad brasileña que sus homólogos de Argentina y México, y sus cuadros fueron militantes cruciales en las luchas populares y democráticas del siglo XX.

Es razonable dudar de que, en una historia política de cien años, haya todavía algo significativo que desentrañar, o que nos pueda sorprender. Sin embargo, incluso para quienes ya tienen una opinión formada sobre la trayectoria del Partido Comunista, ya sea neutral, favorable o crítica, la verdad es que la celebración del aniversario es una invitación a considerar nuevas hipótesis.

En la larga marcha del partido, fundado en 1922, cabe mucho respeto, sincera admiración, inevitables polémicas, e incluso un poco de asombro, y otro tanto de extrañeza. Los interesados encontrarán que todavía hay mucho que revelar y, por tanto, que reflexionar sobre lo que fueron, y en qué se han transformado, las corrientes herederas del Partido Comunista.

Estudiar la historia del comunismo en Brasil es un tema imprescindible. Se trata de de uno de los retos intelectuales más complejos. Porque, aunque se han hecho investigaciones serias, sigue siendo un tema poco estudiado, explorado, explicado. Pero también es un imperativo político, en particular para la nueva generación de la izquierda brasileña que alcanzó la mayoría de edad después de 2013, y que se forjó en la lucha contra Bolsonaro.

Entre la gloria y el infortunio

El análisis histórico busca el sentido de las proporciones. Si no es fácil descifrar lo que ocurrió entre la fundación en 1922 y la reorganización en 1942, hace ochenta años, o entre 1942 y 1964, cuando el Partido Comunista alcanzó el pico de su influencia, es aún más difícil para las dos etapas siguientes: el período de la dictadura hasta la ruptura de Luís Carlos Prestes y la última etapa que coincide con el período más largo de la democracia liberal en Brasil. Desenmarañar lo ocurrido es descubrir el porqué. Fue una historia que unió el heroísmo y la tragedia. Los militantes comunistas unieron, como ningún otro de su tiempo, gloria e infortunio.

Las vicisitudes de la táctica merecen ser explicadas por los impases de la estrategia. A lo largo de cien años, cinco generaciones de cuadros lucharon bajo la bandera de la revolución brasileña y fueron derrotados. Pero las derrotas no disminuyen el tamaño, ni la dimensión humana, de los protagonistas, los «cuadros» en nuestra jerga, que, a pesar de sus debilidades y errores, aparecen engrandecidos en perspectiva histórica por su abnegación militante. Fueron mujeres y hombres de la más alta estatura moral e intelectual que participaron en las luchas populares en el Brasil del siglo XX. Vivieron una época extraordinaria y fueron capaces de realizar actos extraordinarios.

Algunos de ellos eran hombres de acción, líderes de huelgas y de campañas políticas en las calles. Otros eran organizadores de partido dedicados a la formación de militantes y a la construcción interna. E incluso había quienes se encargaban de tareas intelectuales complejas. Muchos fueron llevados a prisión bajo los diferentes regímenes políticos que vivió el país entre los años 20 y los 70. Dirigieron sindicatos, asociaciones de vecinos, organizaciones campesinas. Trabajaron discretamente dentro del marco legal y pasaron a la clandestinidad cuando se vieron obligados a hacerlo. Resistieron a la desmoralización que supusieron las detenciones, el encarcelamiento y el exilio. Hicieron historia. Pero fueron derrotados políticamente.

El partido, las crisis y sus ramificaciones

Las controversias sobre los criterios de valoración histórica de los partidos políticos siguen vivas. Los partidos pueden ser juzgados por el programa que presentan para la transformación de la sociedad. O pueden ser explicados por la historia de sus líneas políticas, y de sus luchas políticas, especialmente las internas; por la confrontación entre sus posiciones cuando están en la oposición, y cuando se han acercado al poder; o incluso por los valores e ideas que inspiran su identidad; por la composición social de sus miembros -militantes o simpatizantes- o de sus votantes, o de sus dirigentes; por el régimen interno de su funcionamiento; por las formas de su financiación; o por sus relaciones internacionales. Todos estos criterios son válidos y significativos, y la construcción de una síntesis requiere una apreciación de su evolución dinámica. Lo único que no se puede hacer es juzgar a un partido por lo que piensa de sí mismo.

Para quienes utilizan el marxismo como método de análisis de las relaciones sociales y políticas, todos estos elementos son significativos, pero una caracterización de clase es finalmente ineludible. El Partido Comunista fue, durante sesenta años, entre 1922 y 1982, el principal partido de la izquierda brasileña: el más influyente en la clase obrera, el más ramificado a escala nacional, el más fuerte en la intelectualidad y el de mayor presencia institucional.

Pero, como todo lo que existe, los partidos cambian, y la narración de estos cambios está en el centro de la investigación histórica. Cuando la historia se resigna a buscar un hilo de permanencia en las organizaciones sociopolíticas renuncia a su mayor desafío. No es razonable que ninguna de las organizaciones que celebran el partido nacido en 1922 reclame, en exclusiva, para sí la continuidad directa de la reunión de Niterói. Además del PCdB y el PCB, que mantienen una identidad clara, hay comunistas en el PSOL y también en todas las organizaciones que se reconocen como herederas de la Revolución de Octubre.

(Wikimedia Commons)

Resulta que los cambios no son posibles sin crisis. El PCB ha conocido en su larga historia cinco crisis devastadoras. Fueron periodos dramáticos. El elemento común de estas cinco grandes crisis fue que el PCB casi desapareció en las cuatro primeras, para resurgir en reorganizaciones imprevistas y sucumbir finalmente, de forma irremediable, en la última. Se recuperó de las cuatro primeras grandes crisis de su historia, pero lo hizo dejando de ser lo que era, porque se transformó de tal manera que reapareció casi irreconocible.

La primera y menos estudiada fue la crisis de la fase de su estalinización a finales de los años veinte y principios de los treinta, proceso que consumó varias rupturas, las principales de ellas protagonizadas por Mário Pedrosa y Hermínio Sacchetta que dieron lugar a la Cuarta Internacional en Brasil. La segunda fue la provocada por la derrota de la insurgencia militar de 1935 cuando parecía haber sido eliminado por la represión despiadada, y emergió de la más estricta clandestinidad para convertirse, casi de la noche a la mañana, en uno de los mayores partidos comunistas de Sudamérica.

La tercera fue la crisis abierta tras el golpe de 1964 y la consolidación de la dictadura militar, cuando el doble impacto de la derrota ante la contrarrevolución en Brasil y la victoria de la Revolución Cubana, provocó un estallido en el Comité Central que había resistido la escisión alineada, después de unos años, con la corriente internacional prochina/albanesa que dio lugar al Partido Comunista de Brasil (PCdoB), bajo la dirección de João Amazonas, Pedro Pomar y Arruda Câmara.

La cuarta fue la increíble ruptura con Luís Carlos Prestes, el principal líder histórico, durante medio siglo. La última fue la crisis final, la que se abrió después de 1989/1991, en el momento del derrocamiento del régimen burocrático en la antigua URSS, cuando la restauración capitalista dirigida por una fracción dirigente del propio Partido Comunista, encabezada por Gorbachev, precipitó la desintegración internacional de los partidos hasta entonces asociados a Moscú.

Zigzags y fragmentaciones

La descualificación del papel histórico que las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores y de las masas populares desempeñaron en la historia del país es un capítulo de la batalla ideológica de nuestro tiempo. Al escribir sobre las luchas del pasado, los historiadores están, conscientemente o no, involucrados en las luchas del presente. El peso social, político, ideológico e incluso cultural que tenía el Partido Comunista en la sociedad brasileña era, proporcionalmente, mucho mayor que el de los Partidos Comunistas de Argentina y México, los otros dos países clave de América Latina.

Pero hay una paradoja en la historiografía disponible sobre la historia del Partido Comunista. Tanto los que simpatizan con el PCB como los que le son adversos han coincidido en identificarlo como un partido marxista-revolucionario, lo que no es acertado. En los años treinta, el Partido Comunista de Luís Carlos Prestes ya no era el mismo partido de Astrogildo Pereira de los años veinte. Una investigación rigurosa nos presenta la historia errática de la evolución de las orientaciones políticas del PCB, que osciló desde la formación de la Aliança Nacional Libertadora (ANL) como Frente Democrático Nacional hasta la insurrección militar de 1935, a la táctica de la Unidad Nacional antifascista contra el gobierno de Vargas hasta el queremismo del apoyo a Getúlio en 1945. El PCB osciló entre una posición sectaria hacia Vargas después de las elecciones de 1950 y un papel auxiliar de la corriente nacional-desarrollista durante los gobiernos de Juscelino y Jango. El PCB fue incapaz de entender que, a partir de las huelgas obreras de 1978/79 y el ascenso del PT era posible derrotar a la dictadura en las movilizaciones de masas en las calles, insistiendo en seguir la dirección liberal burguesa del MDB, que culminó con la elección de Tancredo en el Colegio Electoral de la dictadura en 1985.

Sólo contextualizando las fluctuaciones de la línea del PCB en el marco de sus relaciones con Moscú, desde el blanquismo tardío del tercer período hasta el seguidismo a Getúlio, desde la impotencia ante la preparación del golpe contrarrevolucionario de 1964 hasta el sectarismo en la formación del PT, desde la capitulación ante Tancredo y el apoyo al gobierno de Sarney hasta la disolución de su mayoría en un partido de alquiler que se convirtió en un satélite del PSDB, el mayor partido liberal burgués de las últimas décadas.

Los vertiginosos zigzags de la política del PCB siguen requiriendo una explicación histórica. La razón principal de esta ausencia radica en la dificultad de entender qué fue el estalinismo. El estalinismo surgió en los años 20 como un fenómeno histórico nuevo, y todo lo que es históricamente original es para sus contemporáneos más difícil de explicar. La distancia de cien años nos ofrece una ventaja de perspectiva que puede, también, engañarnos.

La principal singularidad del estalinismo es que no fue una doctrina, y mucho menos una política. El estalinismo cambió tantas veces de política, y abrazó orientaciones tan diversas y realizó giros tan espectaculares, que los esfuerzos por encontrar una coherencia interna en la evolución de las ideas que salían de Moscú para dirigir la Tercera Internacional y, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la corriente internacional bajo su influencia, frustraron a la mayoría de sus estudiosos, ya fueran simpatizantes o reacios a los destinos del régimen en el poder en la Unión Soviética.

Desde el punto de vista programático, el estalinismo era la ideología nacionalista de un Estado controlado por un gigantesco aparato burocrático, de los por lo menos 5 millones de funcionarios que formaban la llamada nomenklatura, es decir, lo contrario del internacionalismo. Cuando la dirección de Stalin en la URSS pasó de defender la orientación del Frente Popular contra el fascismo al Pacto Molotov/Ribbentrop -al mismo tiempo que, entre 1936 y 1939, los Procesos de Moscú liquidaron físicamente lo que quedaba de los bolcheviques dentro del Partido-, los partidos comunistas de Occidente se enfrentaron al reto de justificar lo inexplicable. Cuando Gorbatchev inició la restauración capitalista con la Perestroika, de nuevo sucedió lo inimaginable, y fue con la misma pasión que muchos lo defendieron.

Pero es posible sentirse orgulloso de la historia de los comunistas brasileños, y abrazar la pasión que los llevó a gigantescos sacrificios y, al mismo tiempo, aprender de sus errores.

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