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Desde la Guerra Fría, Occidente se ha presentado como defensor de la democracia y la libertad de expresión en todo el mundo. Pero casi nunca fue cierto. (Foto: AP / Getty Images)

La hipocresía occidental

Los líderes occidentales condenan la brutal invasión rusa de Ucrania, pero ellos mismos son profundamente cómplices del derramamiento de sangre en todo el mundo. Necesitamos un movimiento que se oponga a la guerra en todas partes.

No hay fuerza más destructiva en la sociedad humana que la guerra. Con cada día y cada kilómetro que avanza, desgarra el tejido de la vida a su alrededor. Las escuelas cierran, el transporte se detiene, las calles se vacían, y ese es el profundo respiro antes de la caída. Cuando llega la ola propiamente dicha, trae consigo un miedo como el que pocos de nosotros, que no vivimos en zonas de guerra, podemos comprender realmente: los sonidos de las bombas, las imágenes de la destrucción en lugares situados a pocos minutos de tu casa y, luego, la visión de la sangre, las heridas y la muerte. Al final, eso es la guerra: una matanza organizada.

Esa es la realidad a la que se enfrentan millones de personas en toda Ucrania hoy en día. Es brutal, trágica y desgarradora a partes iguales. La izquierda no debería equivocarse al condenar la invasión de Vladimir Putin y los asesinatos que conlleva. El contexto importa cuando se trata de un conflicto, pero no puede haber ninguna justificación para enviar tanques y aviones a un país soberano. Es un crimen histórico. Debemos hacer lo que podamos para apoyar a los refugiados ucranianos que son sus víctimas, y mostrar nuestra solidaridad con los valientes manifestantes en ciudades de toda Rusia que insisten en que no se lleve a cabo en su nombre.

Es precisamente porque la guerra es tan devastadora que necesitamos un movimiento antibélico. Esto es especialmente cierto en un mundo en el que la unipolaridad y el incuestionable dominio de Estados Unidos se está deshaciendo rápidamente. La geopolítica de los años 2020, 2030 y 2040 no se parecerá a la de los años 90 o 2000. Se parecerá mucho más a la del siglo XX, con grandes potencias compitiendo por la influencia en todo el mundo. Si queremos evitar que se repitan los peores episodios de los últimos cien años, tenemos que aprender sus lecciones una vez más, y rápidamente.

Un récord de complicidad

Una de las lecciones es ésta: debemos ser capaces de criticar a nuestros propios gobiernos. El camino a la guerra está pavimentado con las mitologías nacionalistas de las grandes potencias y la impunidad de sus líderes. En el caso de Rusia, esto se ha puesto de manifiesto en los últimos días, con las conferencias de una hora de duración de Putin en las que se exponía una versión distorsionada de la historia. Pero no es solo en Rusia donde las grandes potencias tienen mitologías y los líderes van a la guerra con impunidad.

En Gran Bretaña, nuestros líderes han invadido estados soberanos sin provocación. Lo hicieron en Irak en 2003, participando en la matanza de cientos de miles de personas. Las personas que mintieron para llevarnos a esa guerra no tuvieron consecuencias. Sus carreras continuaron, al igual que sus lujosas vidas, mientras toda una región del mundo se sumía en las profundidades del infierno durante décadas. Todavía hoy estamos viviendo sus consecuencias, incluso aquí en Gran Bretaña, ya sea la crisis de los refugiados o la restricción de las libertades civiles provocada por la Guerra contra el Terror.

Pero no solo lo hicieron en Irak. Hoy oímos muy poco sobre el papel de Gran Bretaña en la guerra liderada por la OTAN en Libia en 2011, que demolió ese Estado, dejó a su pueblo en manos de señores de la guerra y empujó a miles de personas a huir y ahogarse en el Mediterráneo. Tampoco oímos hablar de la complicidad de Gran Bretaña en la guerra en curso en Yemen, llevada a cabo por Arabia Saudí con nuestras armas, 17 600 millones de libras de las cuales han sido proporcionadas por BAE systems a los saudíes desde 2015. Las Naciones Unidas estiman que 377 000 yemeníes han muerto en ese conflicto.

Estas vidas no son ni más ni menos importantes que las de los ucranianos. Debemos luchar para poner fin a todas estas guerras, y a todas las que están por venir.

Una cosa es segura: no acabaremos con la guerra diciendo simplemente que nuestro bando representa la virtud y el otro el mal. Pero esa es la mitología que se tragan nuestros líderes y los medios de comunicación en Occidente cada día. Desde la Guerra Fría, Occidente se ha presentado como defensor de la democracia y la libertad de expresión en todo el mundo. La opinión liberal en nuestros países de origen lo ha repetido hasta la saciedad. Pero casi nunca fue cierto.

Incluso en Rusia, cuando la Guerra Fría terminó y Occidente reinó de forma suprema e indiscutible sobre la faz de la tierra, Occidente no pudo ni quiso defender la democracia. Intervino descaradamente en las elecciones rusas de 1996 para ayudar a los defraudadores que las ganaron para Boris Yeltsin, un resultado que en muchos sentidos preparó el camino para la Rusia que vemos hoy.

¿Cuántas personas en Occidente conocen el papel de sus gobiernos en esas elecciones? ¿Cuántos saben que la privatización masiva que siguió bajo el mandato de Yeltsin provocó millones de muertes en la antigua Unión Soviética? Este estudio académico no procede de algunas revistas marginales; fue un hallazgo de 2009 publicado en la revista The Lancet. La esperanza de vida de los hombres rusos cayó de sesenta y siete años en 1985 a sesenta en 2007. Eso es una catástrofe social, y nosotros hemos contribuido a causarla.

¿Sorprende, entonces, que cuando el sueño de la democracia capitalista que le vendimos al pueblo ruso resultó ser un fraude, éste recurriera a un demagogo nacionalista como Putin? No, no sorprende, pero tampoco lo hicieron solos. Los servicios de inteligencia británicos ayudaron a facilitar el ascenso de Putin, y Tony Blair incluso voló a San Petersburgo para asistir a la ópera sentado a su lado con el fin de reforzar su credibilidad. Aún más condenable, nuestros líderes apoyaron a Putin en su brutal matanza en Chechenia, ignorando los crímenes de guerra que cometió para favorecer los intereses de British Petroleum.

Al mismo tiempo, los políticos británicos estaban facilitando el flujo de dinero de los oligarcas rusos a gran escala en Londres. Pronto, solo el partido Tory estaba recibiendo más de 2,3 millones de libras en donaciones políticas de las mismas personas que se habían beneficiado de la privatización masiva de Rusia en primer lugar. ¿Cómo puede esta gente reclamar alguna autoridad como críticos de Vladimir Putin?

Contra la guerra en todas partes

Esta es la misma clase política que parlotea ahora en el Parlamento, realizando declaraciones grandilocuentes y haciendo sonar los sables. Nada de esto debería servir de consuelo al pueblo de Ucrania. Para nuestros líderes en Occidente, eran tan peones en un tablero de ajedrez geopolítico como lo son para Putin. Pero a menos que esa realidad —el hecho de que nuestros gobiernos no representan la justicia, la democracia o la paz a escala mundial— se vuelva evidente para la gente que vive aquí, nunca tendrán que rendir cuentas por sus acciones.

En 2008, la OTAN invitó a Georgia y Ucrania a unirse a su alianza. La lógica para georgianos y ucranianos, con una superpotencia militar abrumadora y cada vez más hostil al lado, era bastante obvia. Pero, ¿a qué clase de juego estaban jugando los líderes occidentales? ¿Tenían la intención, como exige la pertenencia a la OTAN, de entrar en guerra con Rusia si ésta invadía esos países? La respuesta a esta pregunta quedó clara casi inmediatamente cuando Rusia invadió Georgia. Hoy está aún más clara.

Pero nuestros líderes siguieron adelante, animando al gobierno ucraniano a seguir por el camino de la integración militar con Occidente (a menudo se olvida que esto es lo que significa el ingreso en la OTAN, y el motivo por el que se opone). Vendieron al pueblo ucraniano la mentira de que su democracia y su libertad estarían salvaguardadas con el poderío militar de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Nunca iba a ser así, ni debería serlo. ¿Sería el mundo un lugar más seguro hoy en día si las potencias nucleares se enfrentaran frontalmente en Europa del Este? ¿Cuál sería el pronóstico para la libertad y la democracia en cualquier lugar del mundo en esas circunstancias?

Y entonces, ¿para qué sirvió todo esto? ¿Por qué se llevó a los ucranianos por este camino para luego abandonarlos a su suerte? ¿Alguien creía realmente que Rusia permitiría la colocación de misiles estadounidenses en su frontera? Rusia no lo permitió, por la misma —evidente— razón que Estados Unidos nunca permitiría que China colocara sus misiles en Guadalajara. De hecho, no necesitamos recurrir a la imaginación: cuando la Unión Soviética lo intentó en Cuba, obtuvimos como respuesta la invasión de Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles, lo más cerca que ha estado el mundo de una guerra nuclear.

Es correcto condenar a Vladimir Putin por su papel en el derramamiento de sangre en Ucrania hoy. Es una matanza injustificable y una violación del derecho internacional. También es importante tener en cuenta el papel de nuestros propios gobiernos en la crisis, el punto en el que teníamos una influencia real y podríamos haber cambiado el curso de la historia. El hecho es que Gran Bretaña podría haber pasado las últimas décadas construyendo un orden internacional multilateral de cooperación, diálogo y paz. En lugar de ello, ha dedicado su tiempo a luchar y financiar guerras y a perseguir los intereses de su élite empresarial.

El mito de la defensa de la libertad y la democracia

Los halcones se burlan de la idea del multilateralismo o de un mundo de auténtico diálogo. Lo ven como algo ingenuo. Dicen que nunca podría contener a un líder como Putin. Pero, ¿qué ha conseguido su retórica belicosa? ¿Cuán ingenuo parece ahora su enfoque sobre Ucrania? ¿Por qué estas figuras, que realmente influyen en la política exterior de este país, nunca rinden cuentas de sus fracasos?

Parte de la respuesta es que encuentran chivos expiatorios. Alinean a once diputados laboristas de izquierdas que firmaron una declaración contra la guerra y los ofrecen como ejemplos de traidores nacionales o marionetas de Putin. Amenazan con purgarlos. Vuelven su retórica belicosa contra el enemigo interno, personas que saben que no tuvieron absolutamente ninguna influencia en las decisiones que condujeron a esta guerra en primer lugar.

Y el ciclo continúa. Mientras tanto, el mismo gobierno que dice apoyar a los ucranianos les niega los visados a los refugiados e impulsa una serie de leyes contra los refugiados. La venta de armas a regímenes autoritarios de todo el mundo que libran guerras de agresión continuará. El mito sobre la defensa de la libertad y la democracia por parte de Occidente perdurará, aunque ofrezca ilusiones a los pueblos que nunca se preocuparon ni pretendieron proteger.

La única alternativa es un movimiento antibélico capaz de construir solidaridad contra los líderes belicistas más allá de las fronteras, y lo necesitamos más que nunca.

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Publicado en Artículos, Guerra, homeIzq, Imperialismo, Política and Ucrania

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