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Fotos: Leandro Paiva

Por un nuevo socialismo latinoamericano

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Valentín Huarte

Conversamos con Guilherme Boulos sobre lo que significa ser anticapitalista en la América Latina de hoy y sobre la estrategia que debe adoptar la lucha por el socialismo en el siglo veintiuno.

Entrevista por
Lucas Oliveira

Guilherme Boulos es docente y dirigente del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y fue candidato a la presidencia de Brasil y a la Alcaldía de São Paulo por el PSOL (Partido Socialismo y Libertad). En los últimos años, se consolidó como uno de los referentes centrales de la izquierda brasileña y latinoamericana.

Conversamos con él sobre el balance de las experiencias revolucionarias del siglo XX, la actualidad del socialismo y los desafíos de la izquierda en la etapa actual.

 

LO

En términos generales, ¿qué es el socialismo y cuáles son los desafíos que plantea a nuestra generación militante? ¿Cómo deberíamos pensar el horizonte de una alternativa al capitalismo?

GB

Hay una frase de Jean-Paul Sartre sobre el marxismo que me gusta mucho. Dice: «El marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo porque las condiciones que la engendraron todavía no fueron superadas». Es importante tener esto en mente cuando hablamos de socialismo: el capitalismo fracasa día tras día en resolver los grandes dilemas de la humanidad. Si miramos las últimas tres o cuatro décadas de hegemonía neoliberal en el planeta, comprobamos que la desigualdad alcanzó niveles con pocos precedentes en la historia. Además de eso, asistimos a un proceso de destrucción del medioambiente que pone en riesgo la supervivencia de la especie humana.

La pandemia no hizo más que evidenciar los límites y los fracasos del capitalismo, al punto que cabe preguntarnos qué sería del planeta si no fuese por los sistemas públicos de salud. No es casualidad que el país capitalista más rico del mundo haya sido el país en que el COVID-19 se cobró más vidas. En el país del Norte carecen de conquistas sociales importantes que tenemos en países como Brasil o incluso en el Reino Unido. Me refiero sobre todo al sistema universal de salud pública, pero también a todas las políticas vinculadas a lo que se conoció como Estado de bienestar, es decir, a la conquista de derechos universales resultante de una lucha socialista desplegada a lo largo de casi dos siglos.

Por lo tanto, aun si es posible afirmar —sobre todo después de la caída del Muro de Berlín— que muchas de las experiencias que se reivindicaron socialistas fracasaron en el objetivo de construir otro modelo de sociedad, lo cierto es que la lucha socialista fomentó avances civilizatorios y humanos, incluso al interior de los países capitalistas. Fortaleció la perspectiva de que la vida no puede ser considerada una mercancía y de que la salud, la educación, el agua y los recursos naturales en general deben ser concebidos como bienes comunes. La lucha alrededor de estos ejes sigue desplegándose cotidianamente en todo el mundo. Ustedes saben que la izquierda socialista hoy debate cuál es la mejor manera de llevar a buen puerto esas peleas.

Soy de los que consideran que el mejor camino no pasa simplemente por la propaganda, la agitación social o la cultura académica, como sostienen los que suelen presentar al socialismo como una cosa abstracta y teórica. En cambio, creo que en la lucha de los movimientos sociales, por ejemplo, el MTST y el MST, existen embriones de una construcción socialista surgidos directamente de modos alternativos de producción y reproducción de la vida, de redes de solidaridad, de trabajo colectivo y de ayuda mutua. Me parece que esas experiencias nos señalan la mejor manera de pensar el avance de la lucha socialista en un mundo tan desigual como el nuestro.


 

LO

Hiciste referencia a la caída del Muro de Berlín. Cuando colapsó el llamado «bloque socialista» se habló mucho, incluso entre sectores de izquierda, de la supuesta inviabilidad del socialismo y de la infactibilidad de una alternativa social al capitalismo.  Desde entonces, la crisis del capitalismo no hizo más que agravarse y, sobre todo a partir de 2008 y con la pandemia —como bien dijiste—, se volvió mucho más evidente. Ahora bien, ¿qué relación existe entre la crisis del viejo movimiento comunista y la situación actual?

GB

Pienso que tenemos que leer las experiencias de las revoluciones populares y socialistas del siglo XX en su contexto histórico y tener en cuenta sus condiciones de emergencia. No se puede tener una lectura intemporal. Basta considerar que en la mayor parte de los países donde hubo revoluciones, el atraso de las fuerzas productivas capitalistas era evidente y el desarrollo terminó siendo una tarea de los gobiernos populares.

En ese contexto, la centralización política excesiva —esa especie de economía de guerra, como decía Lenin— se explica en parte porque esos países, que quedaron fuera del mercado mundial capitalista, eran incapaces de sobrevivir sin acelerar su desarrollo económico. Como señalan tantos teóricos, en muchos casos no se trató de socialismo, sino de una especie de capitalismo de Estado que conllevó la estatización de los medios de producción pero conservó las relaciones de explotación de la fuerza de trabajo. Como sea, considero que no es correcto hacer una lectura de esas experiencias que deje de lado el contexto histórico y económico más amplio.

 


El mejor camino no pasa simplemente por la propaganda, la agitación social o la cultura académica. Creo que en la lucha de los movimientos sociales existen embriones de una construcción socialista.


 

Es evidente que tenemos mucho que aprender de esos procesos. Por ejemplo, no creo que el modelo fundado en el partido único sea el que deba inspirar la construcción socialista del futuro, ni tampoco considero que la limitación, o incluso, en algunos casos, la aniquilación de los instrumentos de poder popular surgidos de esas revoluciones —consejos y organizaciones de base de todo tipo— haya tenido buenos resultados, sino todo lo contrario. Esas experiencias tienen y tuvieron muchos límites vinculados a su propia época. Por supuesto, no vamos a analizar cada caso en detalle, los desvíos y las disputas políticas, ni siquiera las violencias perpetradas por los Estados. Pero es importante destacar que en muchas de las sociedades que atravesaron procesos revolucionarios hubo avances importantes que constituyen hoy un legado.

Tomemos el ejemplo de Cuba, una revolución que todavía sobrevive. Ese país agrario, con una población menor que la de la ciudad de São Paulo —es decir, un país que no tuvo ninguna oportunidad de desarrollar una industria propia— sobrevivió gracias al mercado común y a las relaciones de intercambio internacional favorables que garantizaba la Unión Soviética. Y aun así, Cuba tiene uno de los mejores sistemas de salud del mundo, erradicó el analfabetismo, desarrolló un sistema de educación pública y universal, habilitó una inquietud cultural increíble, desarrolló políticas de ocio, entretenimiento y deporte, sobre todo para los jóvenes (esto es evidente cuando se considera el desempeño que tiene el país en los Juegos Olímpicos). Es decir, un país pequeño, una isla caribeña, resolvió problemas sociales que nuestros países no resolvieron ni resuelven todavía. Por eso es importante tener una visión equilibrada de esas experiencias, reconocer sus límites y trabajar para superarlos en términos históricos, pero también saber encontrar inspiración en sus conquistas.

Es cierto que, más allá de los balances, es imposible importar o repetir la experiencia histórica. Pero sucede que muchas veces esos debates son lisa y llanamente descalificados. Fui testigo de eso durante mis dos candidaturas. Los medios se cansaban de preguntar: «¿Venezuela es un modelo?», «¿Cuba es un modelo?», «¿Cuál es su modelo?». En Brasil tenemos que construir nuestro propio camino a partir de nuestra diversidad y de nuestra historia. No se trata de tomar modelos históricamente distantes y replicarlos.


 

LO

Durante el denominado ciclo progresista, muchos países de América Latina tuvieron gobiernos de izquierda que promovieron una serie de avances significativos en varios temas, pero no se plantearon el desafío de construir una alternativa socialista. Tal vez el caso del chavismo, o incluso el del MAS, sean distintos, pero en términos generales la superación del capitalismo no se planteó como un objetivo real durante ese período. ¿Qué nos enseñan todos esos procesos en relación con el debate sobre la construcción del socialismo?

GB

En primer lugar, como dijiste, hay que destacar que en América Latina hubo muchos avances importantes, sobre todo en la primera década del siglo veintiuno. Fue una oleada de gobiernos progresistas, muchas veces antimperialistas, aunque distintos entre sí. Algunos avanzaron más, otros fueron más tímidos.

Pero el hecho es que encontraron un límite, un techo, en los marcos institucionales del Estado capitalista de nuestras regiones. Pienso que es posible aprender de esos límites, o al menos señalar cuáles fueron. Destacaría sobre todo tres: uno está en la falta de compromiso con las formas de poder popular, es decir, con las formas de compromiso capaces de hacer que la democracia sea más participativa. Como no avanzaron en ese sentido, los gobiernos progresistas quedaron presos en los viejos modelos de gobernabilidad y tuvieron que hacer alianzas con aristocracias políticas integradas al Estado. Eso también planteó límites importantes. En la mayoría de los casos no hubo una apuesta a la movilización popular, ni a los movimientos sociales como formas de poder alternativas.
 


En América Latina hubo avances importantes, sobre todo en la primera década del siglo veintiuno. Pero esa oleada de gobiernos progresistas encontró un límite en los marcos institucionales del Estado capitalista de nuestras regiones.


 

Un segundo límite estuvo en la disputa cultural y en la disputa de valores. Como dice Pepe Mujica: «Formamos buenos consumidores, pero no formamos buenos ciudadanos». Me parece que hoy estamos viendo eso, no solo en el caso de Brasil, sino en el avance de la extrema derecha en general. El bolsonarismo está comprometido en una guerra cultural cotidiana. Funciona como un núcleo ideológico de la extrema derecha porque despliega esa lucha todos los días. Pienso que la izquierda perdió esa disputa por W. O., pues no estuvo decidida a disputar el avance de la conciencia de esos sectores que vivieron una mejora económica durante los gobiernos progresistas.

El tercer límite estuvo en la forma de enfrentar el conflicto redistributivo. Si bien todos los gobiernos progresistas implementaron políticas sociales importantes valiéndose del crecimiento económico ligado al boom de las commodities y a la ampliación de los mercados internos y del crédito, dejaron otros temas fuera de la agenda. Por ejemplo, no trataron asuntos como la reforma tributaria o la absurda concentración financiera y las tasas de interés, que en el caso de Brasil son las más altas del mundo. Es decir, no se metieron con temas estructurales vinculados más directamente con la desigualdad. En fin, creo que un nuevo ciclo progresista en nuestro continente debería enfrentar y repensar todos esos límites.


 

LO

Cuando hablaste de las experiencias del siglo veinte, mencionaste los temas del productivismo y del desafío que plantea el desarrollo de las fuerzas productivas. Hoy este problema vuelve a plantearse en relación con la cuestión medioambiental. ¿El pasado nos enseña algo sobre este tema?

GB

Me parece que lo importante es no caer en un debate anacrónico. Las experiencias que mencionamos están circunscritas a sus momentos históricos y nuestro desafío es reconocer todas las contradicciones y los errores del pasado, sin dejar de considerar las conquistas. Sin embargo, si nos planteamos la lucha popular y el combate contra la desigualdad que produce el capitalismo, no creo que las experiencias del denominado socialismo real, o como quiera llamárselo, sean de mucha utilidad.

Sirve mucho más partir de las contradicciones de la realidad actual. ¿Cómo pensar la lucha socialista hoy? ¿Qué temas debemos abordar prioritariamente? Aunque la cuestión ambiental estuvo completamente ausente de las agendas del siglo XX, hoy es imposible hablar de socialismo sin pensar otro modelo de desarrollo. Debemos terminar con la emisión de carbono, efectuar una transición hacia energías renovables y garantizar medios de transporte no contaminantes. También tenemos que establecer otra relación con la agricultura, reducir el uso de fertilizantes químicos y agrotóxicos, valorizar las experiencias agroecológicas, terminar con los desmontes y conservar los territorios de los pueblos originarios. Otro problema es el agua, que requiere una política audaz, pues, como se dice, ese recurso natural fundamental será un tema de guerra en el futuro.

Si se pudiese resumir la lucha socialista en una fórmula, habría que decir que se trata de combatir la desigualdad social. Pero sucede que las desigualdades y las disfunciones del capitalismo contemporáneo no se reducen a la desigualdad social de los países periféricos como los nuestros. La desigualdad social también tiene otras características. Es lo que nos enseña todo el proceso de luchas antirracistas que se están desarrollando en todo el mundo. O también el surgimiento de los poderosos movimientos feministas que se alzan contra las lógicas patriarcales de nuestra sociedad. Todos esos temas, que son temas importantísimos hoy, no estaban en la agenda hace 20, 30 o 50 años. Pienso que es a partir de esos procesos que debemos pensar otro modelo de sociedad.


 

LO

Entrando en cuestiones más prácticas, los socialistas lidiamos constantemente en nuestra militancia con los riesgos de la burocratización, la adaptación institucional y la falta de democracia interna en las organizaciones. ¿Cómo podemos combatir estos peligros cotidianos?

GB

Creo que la organización política y los movimientos sociales deben tener siempre una relación vital. La construcción de formas de poder popular, que en las últimas décadas en América Latina estuvo centrada en la lucha territorial, es una especie de antídoto contra la desviación burocrática de las organizaciones políticas.

Por ejemplo, conocí de cerca la experiencia de Fejuve en El Alto, Bolivia. Es impresionante cómo construyeron, a partir de raíces comunitarias indígenas… El Alto es un pueblo desterrado, una ciudad de un millón de habitantes que limita con La Paz. Es impresionante, decía, cómo construyeron una organización popular comunitaria, asamblearia, un poder autónomo que tenía más fuerza que el gobierno del municipio y que debatía el presupuesto, los problemas de los barrios, de la ciudad, las iniciativas comunitarias y la construcción de formas de resistencia y de organización colectiva. Me parece que ese es un ejemplo práctico que muestra una posible forma de lidiar con esos desvíos tan frecuentes en la izquierda.
 


La organización política y los movimientos sociales deben tener siempre una relación vital. La construcción de formas de poder popular es una especie de antídoto contra la desviación burocrática de las organizaciones políticas.


 

También es importante rescatar el significado de la militancia. El neoliberalismo condenó la figura del militante: «El militante tiene un interés personal», «solo quiere hacer plata», «quiere un cargo», etc. Todas esas acusaciones responden a un proyecto de poder que pretendió vaciar la militancia, la decisión ética que implica la militancia, y pienso que nuestra generación tiene la tarea de recuperar su verdadero sentido: militar es un acto de coraje, es dedicar una parte de los mejores años de nuestra vida y de nuestras fuerzas a un proyecto que no es individual, sino que es un sueño compartido con muchas personas. Militar es un acto de insistencia, de persistencia, de esperanza: es una apuesta al futuro. Y creo que uno de los antídotos contra las relaciones verticalistas que muchas veces establecen las organizaciones políticas de izquierda pasa por recuperar el rol de la militancia.


 

LO

En ese sentido, ¿qué papel cumplen las organizaciones partidarias en esa lucha y qué tipo de relación deben tener con los movimientos sociales?

GB

Me simpatiza mucho el concepto de partido movimiento. Es decir, el concepto de una organización política partidaria más fluida, menos centralizada, más abierta a la influencia de las fuerzas vivas de la sociedad y capaz de complementarse con los movimientos sociales. El desarrollo del movimiento obrero y del movimiento comunista internacionales terminó consolidando la idea de que el partido debía ser la vanguardia de la lucha, y que los movimientos sociales, con sus luchas corporativas y reivindicativas, solo debían transmitir la política partidaria al movimiento de masas. En síntesis, se consolidó la idea de que el espacio de la política y de la estrategia es el partido. El movimiento, en cambio, es el espacio de lucha cotidiana.
 


Durante los gobiernos progresistas de América Latina se generalizó cierta idea según la cual los movimientos socialistas no podían protestar porque eso implicaba hacerle el juego a la derecha. Pienso que es una estrategia suicida.


 

Pienso que esa es una perspectiva errada, que fracasó históricamente. Hoy tenemos movimientos sociales poderosos, muy diversos, que surgen de luchas concretas. Muchos actores y actrices de esas luchas no quieren ser dirigidos por un partido tradicional. Quieren discutir la política en los movimientos, y me parece que tenemos que acercarnos más a esas formas híbridas, donde el partido es la expresión política del movimiento social y el movimiento social construye sus espacios de representación a través de los partidos. En el partido debe discutirse la estrategia, pero también las luchas concretas, igual que en los movimientos sociales.

Pienso que hay varias experiencias de partido movimiento en América Latina, cada cual con sus contradicciones y con sus límites. El MAS en Bolivia es un caso. Pero también hay casos en Europa, como Podemos y toda esa generación de partidos de nueva izquierda que de alguna forma son expresión de lo mismo.


 

LO

Nos gustaría cerrar con una pregunta más estratégica. A lo largo del siglo veinte se debatió intensamente el problema de las vías al socialismo. Pero, como dijiste, aunque contemos con ciertos puntos de referencia, tenemos que construir un proyecto nuevo. Entonces, ¿qué «hipótesis estratégica» postular para orientarnos en la lucha por el socialismo?

GB

Me parece que la lucha anticapitalista implica combinar dos estrategias: la estrategia institucional y la lucha de masas. Si miramos las experiencias de lucha más recientes de la izquierda mundial, encontramos casos que descuidaron la lucha de masas y se dedicaron exclusivamente a la lucha institucional. Ese fue su límite. Aunque en menor medida, también hay experiencias que desacreditaron la institucionalidad como espacio de cambio y disputaron únicamente la lucha de masas y la lucha popular. Su límite fue la incapacidad de traducir políticamente la acumulación social y no lograron efectuar transformaciones sociales más profundas y estructurales.

Desde mi punto de vista, todo está en saber combinar la acción institucional, la disputa de espacios estatales y políticos y las políticas públicas con acciones de organización popular de lucha territorial, que fomenten formas de organización colectiva, redes solidarias que en última instancia impulsan y sostienen la política institucional. Esas formas de lucha territorial también deberían servir como obstáculo a los retrocesos que suele conllevar la reacción autoritaria de las fuerzas que siempre dirigen el Estado.

Durante los gobiernos progresistas de América Latina se generalizó cierta idea según la cual los movimientos socialistas no podían protestar porque eso implicaba hacerle el juego a la derecha. Se decía que los gobiernos ya sufrían suficiente presión proveniente del poder económico y de la derecha y que eso implicaba que el rol del movimiento social era únicamente defender al gobierno. Pienso que es una estrategia suicida, porque un movimiento social fuerte y activo es el único factor capaz de contrarrestar la reacción y hacer que el gobierno avance en el programa de combatir la desigualdad estructural del capitalismo. En fin, pienso que la combinación de esas dos líneas de acción es el mejor camino para los desafíos que enfrentamos hoy.

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Publicado en De Frente and Número 5

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