Hay veces que una simple imagen o un episodio, que parecen capturar el triunfo, la tragedia o el desastre, sintetizan mejor que cualquier prosa el espíritu de una época. Cuando sopesamos los fotogramas más emblemáticos de la historia de Estados Unidos, nos damos cuenta de que la definición sugerida tiene muchos candidatos: la bandera flameando en Iōjima; el rostro sonriente y relajado de John F. Kennedy segundos antes de ser alcanzado por una bala asesina; el llanto de Neil Armstrong en la cabina del Apolo 11 después de comulgar con el infinito sobre la superficie de la luna. Aunque es probable que la secuencia no esté a la altura de la serie, es difícil pensar una situación que evoque mejor la estupidez incalculable de nuestra época que el segmento —bizarro hasta lo sublime— protagonizado hace unas semanas por Paris Hilton en The Tonight Show Starring Jimmy Fallon.
Fiel al género, buena parte de la conversación entre Hilton y Fallon sigue la rutina clásica de los late-night shows: esa charla inocua y boba que seguimos sin pensar mientras nos quedamos dormidos, o con la que chocamos después de rendirnos por tercera vez en dos horas con Netflix. Las cosas se ponen raras cuando Fallon pregunta por el nuevo hobby de Hilton: accidental pionera de la mercantilización posmoderna del yo, la mediática ocupa hoy el puesto N° 7 del Top 50 NFT de la revista Forbes. Entonces ambos se lanzan en una secuencia que solo cabe definir como una propaganda guionada a medio camino entre la lectura desganada de un anuncio comercial y la publicidad que irrumpe en medio de la reproducción de un video.
Aunque parezca una distopía, «El Club Náutico de Simios Aburridos de Paris Hilton» es un símbolo de 2022. Canalizado en la transmisión hilarante y forzada de Hilton y Fallon —miren el video y notarán qué fácil es imaginar que el presentador está leyendo las placas que unos tipos armados sostienen fuera de pantalla— todo escala rápidamente a un nuevo nivel en el cielo de lo bizarro. Aquí un breve ejemplo:
FALLON
[Desde la última vez que estuviste en el programa] Forbes te nombró una de las 50 personas más influyentes del espacio NFT, así que felicitaciones por eso.
HILTON
Gracias, estoy muy orgullosa. Me encanta ser parte de esta comunidad y representarla y compartir mi plataforma y hacer correr la voz. Porque creo que es una cosa increíble en la que vale la pena participar.
FALLON
Sí, yo también me metí.
HILTON
Ya sé, me enteré. Estoy tan contenta de haberte enseñado qué eran.
FALLON
Efectivamente, me enseñaste de qué se trataba y después compré un simio.
HILTON
Yo también compré un simio, porque te vi en el programa con Beeple y dijo que te habías metido en MoonPay, así que te copié y terminé haciendo lo mismo.
La conversación sigue en la misma línea. Después los dos muestran sus respectivos simios JPEG antes de que Hilton revele al estilo Oprah las bondades de la época de la blockchain y bendiga a toda la audiencia con su último NFT, declarando, justo antes del corte, que ese es un momento «emblemático».
Basura no fungible
Después de 2021, los token no fungibles (NFT, por sus siglas en inglés) —la última novedad colindante a las criptomonedas— empezaron a expandirse rápidamente. De repente, como si fuera obra de una especie de proceso alquímico, muchos vivos empezaron a ganar dinero vendiendo imágenes prediseñadas comunes y corrientes, mientras otros gastaban inexplicablemente sumas cuantiosas en comprarlas.
Los famosos y los influencers no dejaban de hablar del tema. Desde Serena Williams y Logan Paul a Matt Damon y William Shatner, la moda de los NFT atravesó rápidamente las generaciones y arrastró tras de sí un desfile ecléctico de ricos y famosos (Jimmy Fallon, por cierto, gastó más de 200 000 dólares en el NFT del simio aburrido que ahora preside su perfil de Twitter). Hace poco, Beeple, citado al pasar por Paris Hilton durante la conversación con Fallon, recaudó más de 3,5 millones de dólares en una subasta de NFT. Otros simios NFT fueron «robados» en un asalto digital. Una estrella de segunda categoría decidió entrar en el negocio monetizando sus propios pedos (estos NFT, por cierto, vienen con el siguiente mensaje: «Sean parte de la historia con la primera colección generativa de Frascos de Pedos NFT de la historia. ¡Imaginen el olor!»).
Los que no estén sumergidos en este glorioso esquema Ponzi de cartas Pokémon encontrarán que la situación es bastante desconcertante y se preguntarán qué significa todo esto. Básicamente, un NFT otorga propiedad exclusiva sobre un objeto digital (las imágenes, las canciones, los tuits y casi cualquier cosa pueden convertirse en NFT).
A juzgar por las apariencias, comprar un NFT es un poco como comprar una obra de arte original, aunque los derechos de uso son digitales y está almacenado en una blockchain. Es decir que nadie puede tomarlo en sus manos como una pintura o un póster. El mercado de NFT es una especie de lejano oeste de los derechos de propiedad y muchas «obras» fueron convertidas en tokens sin consultar a sus propios autores. Más increíble todavía es que casi siempre todos pueden acceder al objeto audiovisual original por internet. Por eso, salvo en el sentido abstracto de los «derechos a presumir» con la propiedad, la premisa de la exclusividad es bastante irrelevante.
En una palabra, los NFT son basura. Y, como casi toda la basura en Estados Unidos —basta pensar en WeWork, en el Fyre Festival, o en cualquier otra estafa supuestamente disruptiva impulsada por el capital—, viene empaquetada en un falso lenguaje populista de comunidad y en una retórica de la innovación.
Como en el caso de las criptomonedas, es difícil percibir que los NFT tengan un valor de uso real y, como las startups más tontas de Silicon Valley y los fraudes del marketing multinivel, es más fácil definirlos como una inversión especulativa que permite que unos cuantos privilegiados acumulen riquezas sin producir ningún bien social. De hecho, la mayoría de estos activos digitales son menos útiles que una bolsa de basura. Como dice Rebecca Alter, de Vulture, la mayoría de los NFT «son tan valiosos como un código QR en una botella de Coca-Cola que nos envía a una página inexistente en la que supuestamente íbamos a bajar un mp3».
Basta decir que en todo esto no está en juego el valor, al menos no en su sentido tradicional.
Mercantilización decadente y sin límites
Convenientemente, el boom de los NFT parece coincidir con un período de grandes adversidades a nivel colectivo y de desigualdad creciente. Amenaza a la salud pública y perturbación económica a la vez, la época del COVID planteó enormes dificultades a los estadounidenses de clase media. Sin embargo, fue una tierra prometida para los jefes y para la lumpenburguesía.
Sin duda, los acontecimientos de los últimos años fueron la mejor oportunidad que tuvimos en décadas para repensar los fundamentos de la sociedad estadounidense y transformar la economía en otra cosa que un puñado de fondos de inversión y monopolios tecnológicos. Pero la clase dominante bipartidista del país optó por disminuir las consecuencias de la muerte masiva con una cucharadita de asistencia social, inadecuada y temporaria, mientras los ultrarricos criminales que no pagan impuestos buscaban nuevas formas de sacar rédito de su propio dinero y nuevos símbolos de su estatus.
Nada más representativo de este recorrido que los NFT, el último síntoma de un consenso decadente y cada vez más posdemocrático que descansa casi exclusivamente en la búsqueda de ganancias y en la mercantilización ilimitada. Como dijo Jacob Silverman de New Republic el año pasado:
Los NFT reflejan una perspectiva del mundo en la que todo puede ser monetizado, incluso cuando su valor es completamente engañoso. Después de agotar inversiones tradicionales como la propiedad y las acciones —y también los servicios de boutique, como la medicina exclusiva y el acceso privilegiado a la vacuna contra el COVID-19— las ociosas élites del país están buscando modos de expandir su presencia financiera hasta abarcar… Bueno, todo lo que se les ocurra reclamar. Es la financierización de todo, donde casi cualquier cosa es tokenizada, cortada en pedazos y convertida en seguros que compran y venden intrépidos corredores de bolsa.
En efecto, esta economía política que, en su elevación hacia el mercado, rompió hasta con las nociones más mínimas de contrato social o bien público —y con una base industrial que una vez fabricó cosas— está sentando los fundamentos de un nuevo tipo de mercantilización posmaterialista y más expansiva.
En esta última encarnación de nuestra segunda época dorada, las burbujas especulativas, que operan en el éter digital, contribuirán a fijar una versión artificial de la innovación y del progreso en una economía estancanda y estructuralmente incapaz de realizarlos en la práctica. Como mercancías digitales, los NFT señalan la degradación del capitalismo a puro simulacro y el abandono de sus principales beneficiarios de cualquier cosa semejante a la actividad productiva.
Por otro lado, como metáfora civilizatoria, son tal vez el símbolo perfecto de un orden político tan injusto y brutal, y de una cultura reaccionaria tan agotada, que hasta los ricos que alardean en los programas de televisión tienen que luchar consigo mismos para mostrar algo de convicción.