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El nuevo libro de Jonas Ceika compara las filosofías de Marx y Nietzsche. (Wikimedia Commons)

Una charla entre Karl Marx y Friedrich Nietzsche

Karl Marx creía en la autoemancipación de la clase obrera, mientras que Friedrich Nietzsche solo sentía desprecio por las masas. Pero un nuevo y provocador libro afirma que ambos pensadores pueden leerse juntos para pensar la lucha por el socialismo de hoy.

El siguiente artículo es una reseña de How to Philosophize with a Hammer and Sickle: Nietzsche and Marx for the 21st- Century Left, de Jonas Ceika (Repeater, 2021).

 

¿Qué podrían tener en común Karl Marx y Friedrich Nietzsche? Marx se dedicó a analizar las relaciones de dominación surgidas bajo el capitalismo con la esperanza de que una futura sociedad socialista promoviera el libre desarrollo de todos. Nietzsche afirmó que «toda elevación del tipo “hombre”, ha sido obra de una sociedad aristocrática y así será siempre». Marx se dedicó célebremente a la crítica de la economía política. Nietzsche centró sus energías en la cultura y la moral religiosa. Claro, ambos fueron grandes críticos del mundo moderno. Pero, ¿no está condenada la necesidad de algunos de ver a Marx y Nietzsche meterse juntos a la cama?

Jonas Ceika, creador del popular canal de YouTube «CCK Philosophy», no está de acuerdo. Su nuevo libro, How to Philosophize with a Hammer and Sickle: Nietzsche and Marx for the 21st- Century Left, hace la audaz afirmación de que Marx y Nietzsche pueden ser utilizados para «sacar a la luz lo que ya está presente en el otro, pero tal vez pasado por alto, oculto o incluso escondido en el fondo». El libro de Ceika, que no es tanto una síntesis de Marx y Nietzsche como una lectura paralela, trata de mostrar cómo las percepciones latentes pero poco teorizadas pueden hacerse explícitas estudiando a ambos en conjunto. Es un argumento estimulante y el libro, aunque no exento de problemas, es una lectura excelente que merece ser difundida.

Marx y Nietzsche juntos a la cama

Ceika dedica una buena parte de su libro a fomentar las semillas de la crítica anticapitalista en la vasta obra de Nietzsche. A lo largo del libro, Marx actúa más como una atracción gravitacional que como una presencia real, tirando de Nietzsche, tratando de moverlo hacia la izquierda, mientras preserva las lecciones centrales de sus ideas.

Se trata de una empresa intrínsecamente delicada. Como reconoce el propio Ceika, hay una larga historia de figuras conservadoras y de extrema derecha que celebran a Nietzsche por su estridente elitismo y antigualitarismo. Teóricos críticos como Domenico Losurdo y Hugo Drochon han advertido que cualquier esfuerzo por encajar las convicciones políticas de Nietzsche en un molde de izquierdas está destinado a chocar con sus opiniones antidemocráticas. Aquí está Nietzsche en 1889, lamentando que

el trabajador ha sido declarado apto para el servicio militar; se le ha concedido el derecho de combinación y de voto: ¿se puede extrañar que ya considere su condición como una angustia (expresada moralmente, como una injusticia)? Pero, vuelvo a preguntar, ¿qué quiere la gente? Si desean un fin determinado, entonces deben desear los medios para conseguirlo. Si quieren tener esclavos, entonces es una locura educarlos para que sean amos.

Cualquier teorización sobre lo que Nietzsche tiene que ofrecer al socialismo requerirá, por tanto, cierta flexibilidad analítica. Por supuesto, la interpretación no tiene por qué favorecer la fidelidad académica sobre la agudeza creativa. Los pensadores innovadores de la izquierda se han apropiado a menudo de ideas profundas de la derecha. El propio Marx se inspiró mucho en la teoría de Hegel, un consumado conservador.

Pero si vamos a hacer una lectura selectiva de Nietzsche, deberíamos reconocer que ese es el proyecto. Después de todo, Nietzsche insiste continuamente en que no lo malinterpretemos.

¿Socialismo nietzscheano?

Ceika demuestra la viabilidad de su lectura a través de la amplitud y la potencia de su interpretación. How to Philosophize with a Hammer and Sickle está repleto de apasionantes reflexiones y provocaciones. El libro es tan rico que me limitaré a destacar dos puntos clave.

El primero: Ceika utiliza a Nietzsche para recordarnos que la aspiración de los socialistas no debería ser establecer una estricta igualdad en todas las métricas, sino asegurar las condiciones para el florecimiento humano. Como señala Ceika, Marx comparte la cautela de Nietzsche a la hora de considerar la igualdad como un fin en sí mismo, ya que las inconmensurables diferencias entre las personas hacen que tratar a todos por igual suponga tratar a unos mucho mejor o peor que a otros. Una persona con problemas de movilidad que no puede disfrutar de los lugares que no son accesibles a los discapacitados no se consolará si alguien le dice que el espacio está disponible para todos por igual.

Hay otro peligro en la trampa de la «igualdad estricta»: una política de crudo resentimiento que propone la nivelación social por sí misma, recortando a los ricos aunque ayude poco a los pobres. Ceika tiene razón al afirmar que Nietzsche fue muy astuto al criticar este tipo de «resentimiento» —el impulso celoso de quitarle a otro si te beneficia o no— y al recordarnos que un futuro socialista democrático liberaría en última instancia tanto a los ricos como a los pobres de la alienación social (aunque liberar a estos últimos es, por supuesto, la motivación principal). Aquí se podría complementar el argumento de Ceika señalando que a menudo son los conservadores los más animados por el resentimiento: consideremos la amargura con la que algunos opositores se resisten a la demanda de «universidad gratuita» echando humo: «He trabajado duro para pagar mi matrícula, así que no es justo que otros no tengan que hacerlo».

Un segundo punto clave en How to Philosophize es que Nietzsche proporciona una explicación de la dimensión estética de la vida que los marxistas empedernidos a veces pasan por alto. Tanto Marx como Nietzsche fueron materialistas históricos al examinar las cuestiones sociales y políticas, pero no materialistas morales al pensar que el único sentido de la vida era la acumulación y la producción para saciar el deseo.

Ambos compartían la convicción de que el capitalismo reducía el alma de la humanidad a búsquedas nihilistas. Aunque tenían diferentes puntos de vista analíticos —Marx mostró cómo el capitalismo moldeaba las relaciones humanas y la cultura, mientras que Nietzsche a menudo proporcionaba explicaciones más profundas de esa cultura y sus efectos psicológicos—, cada uno esperaba un futuro en el que los seres humanos pudieran perseguir proyectos más profundos y que afirmaran la vida. En este punto vemos a Ceika en su mejor momento: utilizando de forma productiva la distancia entre Marx y Nietzsche para generar nuevas ideas.

Lo interesante y lo justo

El libro de Ceika tiene mucho que ofrecer, y su «socialismo nietzscheano» es una importante contribución teórica. Pero su libro no está exento de defectos. El más importante: su implacable oposición a invocar la justicia o la moral.

La postura de Ceika está muy en consonancia con Nietzsche y, al menos, con algunos marxistas, para quienes cualquier gesto hacia lo normativo constituye un fracaso del nervio político. Pero sin enraizar su política en alguna concepción de la justicia, Ceika puede ofrecer, como mucho, razones estéticas de por qué deberíamos preferir su tipo de sociedad a otra.

Esto señala uno de los escollos de una política de izquierda puramente estetizada: el capitalismo llega a ser criticado menos por la injusticia y la miseria que induce y más por su vulgaridad o tedio; el radicalismo se reduce a una estética contracultural, su principal atractivo es la emoción de un mundo rehecho. Esto es un grave error. Después de todo, como señaló Walter Benjamin hace tiempo, el principal argumento del fascismo era lo «entretenido» que era.

El corazón de la política radical no es lo interesante sino lo justo. Y si uno encuentra ese lenguaje ético desagradable, vale la pena recordar la distinción entre el moralismo (al estilo de Helena Alegría, de Los Simpsons, gritando «¡alguien por favor quiere pensar en los niños!») y la convicción moral profunda.

En una sociedad en la que todo el mundo tuviera lo necesario para llevar una vida floreciente, muchas personas desarrollarían sin duda lados más profundos de sí mismas. Pero otras no lo harían. De hecho, si el objetivo principal es producir y potenciar los tipos de personas más interesantes, no está claro que Nietzsche esté equivocado al favorecer una especie de perfeccionismo aristocrático. Los recursos de la sociedad podrían organizarse para fomentar una élite, que a su vez utilizaría a otras personas en sus proyectos de «gran política», a la vez peligrosos y de afirmación de la vida.

Los socialistas, por supuesto, ven esta visión de la sociedad como una pesadilla. Insisten en que todo el mundo debería tener una auténtica igualdad de oportunidades para prosperar, no solo porque produciría gente más interesante, sino porque sería más justo y equitativo. Habría algo moralmente nocivo en el hecho de que a los trabajadores de las fábricas de explotación se les pagaran centavos por trabajar quince horas al día sin pausas para ir al baño, incluso si resultara que algunos de ellos prefirieran utilizar su mayor salario y su tiempo libre para sentarse a ver la televisión. Lo mismo podría decirse de permitir la explotación, ya que ésta concedía a las élites los recursos necesarios para llevar a cabo empresas estéticamente asombrosas.

Así que, al final, creo que el argumento más fuerte a favor del socialismo nietzscheano de Ceika es el que él se resiste a dar: que un mundo en el que todos pudieran perseguir una vida de florecimiento —como quiera que la entiendan— sería un mundo más justo que el que vivimos ahora. También sería un mundo en el que los infinitos potenciales de la existencia humana se liberarían, en lugar de ser amortiguados por el peso de la pobreza y la dominación. Deberíamos hacer todo lo posible para que ese mundo se convierta en realidad, no solo porque sería más agradable estéticamente, sino porque es lo correcto.

 

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