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Sylvère Lotringer, el director de Semiotext(e), falleció el 8 de noviembre (Getty Images).

Punk y teoría crítica: la historia de Semiotext(e)

Traducción: Valentín Huarte

El pasado noviembre murió Sylvère Lotringer, fundador de la editorial independiente Semiotext(e). En este breve homenaje, recordamos cómo los libros que publicó sacaron la teoría de los confines de la academia.

Es una edición de bolsillo. El título, escrito con mayúsculas, en negrita color rosa, está encuadrado en fragmentos de texto: PURE WAR. En el interior, dos personas intercambian pensamientos apocalípticos sobre la guerra, la tecnología, la sociedad y las armas nucleares. En cada frase se perciben el entusiasmo y el miedo.

En noviembre, cuando murió el editor Sylvère Lotringer —coautor de este libro junto a Paul Virilio—, lo primero que se me vino a la cabeza fue el primer libro de Semiotext(e) que leí. Lo busqué en una referencia de Blissed Out, trabajo crítico de Simon Reynolds, donde —si no recuerdo mal— el autor se sirve de aquel libro para analizar el caso de Metallica. Ambas obras se publicaron a mediados de los años 1980, aunque las leí mucho tiempo después, a comienzos de los 2000.

En mi experiencia, es decir, la de un estudiante que pensaba que la «Teoría» —esa que se enseñaba en la universidad y en las guías de lectura del tipo Iniciación a la teoría— era aburrida e implicaba un esfuerzo sin ninguna recompensa, esos libros fueron una revelación. Por lo tanto, leí cada uno de los libritos de Semiotext(e) que conseguí. En esos textos, la «Teoría» no era una forma más sofisticada de leer Robinson Crusoe: era una forma de escribir y pensar que vinculaba la política, la cultura, la tecnología y la sociedad, haciendo que sus contornos se volvieran a la vez extraños e interesantes, más frescos y más nítidos. Eran una fuerza que te abría los ojos.

Es probable que Semiotext(e) haya sido, en Estados Unidos, uno de los principales creadores de la «teoría francesa», disciplina que no tardó en volverse hegemónica en las universidades, que convirtió a Michel Foucault en el hombre más citado de la historia y que hace un tiempo creció al punto de volverse una especie de escolástica. Aunque la editorial comenzó siendo una revista en los años 1970, no fue hasta los años 1980 que alcanzó la cultura pop británica, gracias a una serie de números extraordinarios que trataban el terrorismo de izquierda en Alemania, la ciencia ficción y el marxismo italiano heterodoxo de Autonomia. Pronto llegaron los pequeños libros que mencionamos antes.

Estaban divididos en dos categorías: «Foreign Agents» [agentes externos], libros de no ficción editados por Lotringer, que solían resumir otros libros o compilar entrevistas con figuras como Virilio, Jean Baudrillard, Julia Kristeva y sobre todo Deleuze y Guatari; y «Native Agents» [agentes nativos], editada por Chris Kraus, una serie de títulos muy distintos, pero no menos interesantes, potentes y agudos, más centrada en escritores de ficción o memorias, como Kathy Acker, Cookie Mueller y Eileen Myles.

Lotringer y Kraus habían curtido los márgenes de la escena musical No Wave neoyorquina —los imagino acechando con picardía el fondo de los conciertos, donde probablemente hayan destacado entre la audiencia por sus años— y adoptaron una perspectiva pospunk, que evidentemente conectó con los jóvenes británicos acostumbrados a esa escritura que coquetea con la teoría, legible en NME, Melody Maker o The Face, pero definitivamente ausente de las publicaciones estadounidenses como la Rolling Stone o Maximum Rock&Roll. Las tapas de los libros y revistas de Semiotext(e) parecían discos de Joy Division y todos los títulos eran rockeros: Pure Ware, por supuesto, pero también Simulations, Hannibal Lecter, My Father, On the Line, In the Shadow of the Silent Majorities, Revolt, She Said. Muy lejos de Terry Eagleton.

 

Aunque conocida sobre todo por su introducción de la «teoría francesa» a los lectores estadounidenses, Semiotext(e) ha sido una de las editoriales independientes más influyentes de Estados Unidos desde su creación, hace más de tres décadas.

Dudo que Lotringer haya tenido más que una conciencia vaga (en el mejor de los casos) de nuestra existencia, pero el nombre de Semiotext(e) siempre estuvo presente en las reuniones fundacionales de lo que se convirtió en Zer0 Books. Esa combinación de energía apocalíptica, diseño austero, textos impactantes y ediciones de bolsillo, sumados a un estilo de escritura que hacía que la filosofía de izquierda y el análisis de la cultura parecieran nuevos y apasionantes: esas eran las cualidades que queríamos imitar. Muchas veces se acusó a Semiotext(e) de ser una «moda de izquierda», pero quienes vivíamos esa escena donde la teoría radical era aburrida, carecía de gracia y se complacía en las moralejas, nunca dejamos de percibir en las obras que publicaba la editorial una idea verdadera capaz de guiarnos. Es más, el ejemplo de Semiotext(e) nos muestra que «teoría» es un término equívoco.

Mucha gente de izquierda, sobre todo en Estados Unidos, parece haber tenido un encuentro traumático con el sistema universitario. Las posturas cómodas abundan en ese espacio, donde los profesores titulares —probablemente el mejor trabajo del mundo— no paran de hablar de la alteridad radical y después acusan de centristas a Bernie Sanders y a quienes militan sus campañas. Consecuentemente, la izquierda cuenta con muchos marxistas académicos destacados que se quejan de que el marxismo académico tiene demasiada importancia en el movimiento socialista, y de que suele alimentar un enfoque caricaturesco de la política de clases, donde unas personas sumamente educadas hablan en sus redes sociales en nombre de los intereses de un supuesto albañil de los años 1960 alienado de tanto Foucault.

Esa crítica apunta a una serie de problemas reales: la izquierda de las redes sociales efectivamente pasa demasiado tiempo hablándose a sí misma, suele fetichizar el conocimiento de la cultura popular, ostenta la corrección política y tiene una fijación con ensalzar ciertas figuras para luego destruirlas. Pero también pierde de vista esa otra posibilidad abierta por un libro como Pure War y por una editorial como Semiotext(e): superar con creces el mundo académico hasta llegar al mundo mucho menos exclusivo de la cultura pop.

Toda una generación de jóvenes británicos llegó a la teoría a través de las revistas musicales y de moda, no a través de la academia. Esa impronta fue evidente en todos los blogueros que fundaron Zer0: ninguno tenía un cargo académico full-time. Para nosotros, hacer libros de «teoría» que se leerían fuera de la academia no pasaba por fomentar una simplificación excesiva («¿Cómo nos ayuda Derrida a comprender el universo de los cómics de Marvel?»), sino aplicaciones posibles. Nuestras influencias principales fueron esos escritores que tomaron la teoría y la hicieron funcionar en artículos y reseñas sobre música, y esos músicos que hicieron lo mismo con sus discos. El Gramsci deconstruido de Scritti Politti, el Situacionismo de Gang of Four, los robos de Paul Morley a Roland Barthes, los préstamos de Ian Penman a la «hauntología» de Derrida, que definen todo un enfoque sobre la música, la síntesis del techno de Detroit y Baudrillard operada por Kodwo Eshun o la aplicación de Deleuze y Guatari a la agitación caótica del Jungle inventada por Simon Reynolds (por no mencionar más que los casos más obvios).

Esa lista tiene muchos problemas —sobre todo, está compuesta exclusivamente por hombres, aunque habría que mencionar a la joven Julie Burchill y su combinación de la retórica de la lucha de clases, el estalinismo, la crueldad y una prosa impactante, que tuvieron más influencia de la que me gusta admitir—, pero considero que el aspecto esencial en todo esto es que las aparentes complejidades y desconcertantes paradojas de la teoría conectaron con la cultura de masas, con la cultura pop, que es realmente popular, y con muchas de sus prolongaciones. Ese estilo se situaba a años luz de las reprimendas y los señalamientos de la academia y esos textos eran una nueva forma de comprender y —como hubiese dicho Mark— de «intensificar». Creo que es justo decir que, a través de Zer0, algo de esto se coló en el corbinismo, especialmente en sus aspectos tecnófilos, hedonistas, en esos jóvenes que promueven la automatización completa, menos trabajo por más ingresos y una semana de tres días laborables y cuatro de fiesta, es decir, en esa tendencia que apunta más allá de la mera defensa de los derechos conquistados en el siglo XX.

Por supuesto, hay que reconocer los límites de este programa. Semiotext(e), que publicó libros excelentes bajo el cuidado de Hedi El Khouti y Kraus, bautizó su antología más importante Hatred of Capitalism [odio al capitalismo], aunque hay que confesar que el capitalismo no tiene problemas con el odio de un par de hipsters con propiedades que viajan constantemente de París a Nueva York. Sin embargo, a diferencia de sus contemporáneos de esas ciudades —la pesadumbre de la guerra fría tardía promovida por los Nouveau Philosophes o los liberales melancólicos de la New York Review of Books— Lotringer y Kraus nunca cayeron en el apoyo ni en la apología del statu quo. A comienzos de los años 1990, cuando la izquierda atravesaba una crisis sin precedentes, sacaron un libro de intelectuales del Partido Pantera Negra y otro donde Guattari y Antonio Negri hablaban orgullosamente de los «comunistas como nosotros». Es probable que Lotringer haya conservado siempre la perspectiva socialista básica que asumió durante sus años de juventud en la Hachomer Hatzaïr, aunque supo cortarla con grandes dosis de ironía y desesperanza.

Sí, el sectarismo apologético promovido por Semiotext(e) —de Autonomia en 1977 al Comité Invisible en 2007—, sin dejar de provocar la fascinación y el entusiasmo, fue siempre un callejón sin salida. Pero hay que confesar que esos caminos no escasean en la izquierda. Por supuesto, sería una estupidez pretender aplicar la teoría difundida por Semiotext(e) a la organización política práctica, sea en un sindicato, en una asamblea de inquilinos o en un partido. Pero la política es —y siempre será— mucho más que eso, y comprender el mundo es mucho más que definir la manera justa de ganar una lucha inmediata. En ese sentido, nadie perderá nada por llevar un par de libritos de Semiotext(e) en los bolsillos. Resta garantizar que sean visibles, así los transeúntes notan de un vistazo que su portador es un canchero. Es lo que hubiese querido Sylvère Lotringer.

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Publicado en Artículos, Estados Unidos, homeCentro5 and Teoría

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