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Foto: cortesía de la COB

Un golpe contra el pueblo

En diálogo con Karina Nohales, Adriana Guzmán traza un balance del gobierno del MAS en Bolivia, de su relación con los sectores populares y de las condiciones que determinaron su debilidad ante la afrenta derechista. El golpe del 10 de noviembre, sostiene, no fue una maniobra contra un presidente: fue una afrenta contra el pueblo.

Entrevista por Karina Nohales

Aymara y feminista comunitaria antipatriarcal, Adriana Guzmán es una voz clave para leer de manera situada el convulso escenario político boliviano. Fue una de las más tempranas y decididas voces en caracterizar los eventos del 10 de noviembre de 2019 como un golpe de Estado racista y oligárquico enfatizando que, antes que un golpe contra el gobierno de Evo Morales, se trataba de un golpe contra el pueblo.

En la presente entrevista, además de ensayar un balance sobre la experiencia del gobierno del Movimiento al Socialismo, nos ayuda a caracterizar al gobierno interino de Jeanine Añez y los sectores que lo sostienen. Y plantea, además, los escenarios posibles que se abren ante las –siempre inciertas– elecciones presidenciales del próximo 18 de octubre y las tareas que tiene por delante el movimiento social para emprender un camino de recomposición de su potencia antiolgárquica, anticolonial, feminista y plurinacional.

KN

Nos gustaría que nos cuentes qué balance se puede hacer del gobierno del MAS. Después de todos estos años, ¿cuáles son, en tu opinión, las fortalezas y debilidades que ha tenido esta larga experiencia?

AG

Creo que el gobierno del MAS es expresión de una lucha ancestral de los pueblos por la dignidad, contra el racismo, contra el colonialismo, por la posibilidad de construir el país que queremos, el territorio que queremos, la justicia que queremos. Eso ha sido posible en estos trece, catorce años. Y creo que uno de los logros es también haber construido un instrumento político de las organizaciones. Pero las debilidades justamente han estado en que, con el tiempo, ese instrumento tiende más a convertirse en un partido que a permanecer como instrumento político. El distanciamiento de las y los dirigentes y autoridades de gobierno respecto a las organizaciones hace difícil que se cumpla el mandato que proviene de ellas. Yo creo que eso ha sido una debilidad importante. La principal, sin embargo, en mi opinión, es que el Estado es un administrador del sistema patriarcal, capitalista, colonialista, racista… Y a pesar de plantear un gobierno distinto, compuesto por mujeres y hombres indígenas, por las organizaciones, es difícil romper esa estructura burocrática que debe conformar también a los empresarios, que debe gobernar también para los ricos. Yo creo que ese ha sido el principal límite: que el gobierno debía ser también para los ricos y no solo para el pueblo empobrecido.

KN

¿Consideras que hubo debilidad o incapacidad para responder ante el golpe de Estado? ¿Cuáles son los factores que podrían explicarla?

AG

Yo creo que lo que ha habido es mucha confianza, tanto por parte del gobierno como por parte de las organizaciones sociales. No hemos dimensionado que realmente se venía un golpe y que ese golpe podía triunfar. Pensamos que podríamos dar la disputa en las calles, como lo habíamos hecho siempre. Desde el inicio mismo de este proceso habíamos dado la disputa en las calles: ante la asamblea constituyente, en el referéndum revocatorio… Así lo habíamos hecho también en 2008, frente a la Medialuna y su intento de fraccionar al país, y ante  la emergencia de estos grupos fascistas de «limpieza étnica», como la Unión Juvenil Cruceñista. Siempre hemos disputado la calle. Creo que estos trece o catorce años nos han hecho sentir demasiada confianza. Creímos que este proceso era irreversible. Entonces, cuando se empieza a vislumbrar el golpe, a partir del 22 y 23 de octubre, no pensamos realmente que era capaz de concretarse. Y creo que eso fue una debilidad tanto del gobierno como de las organizaciones sociales.

Los grupos paramilitares tampoco son algo con lo que tengamos experiencia, y creo que eso también ha dificultado nuestra reacción. Tenemos experiencia en el enfrentamiento con los militares, como sucedió en 2003 con la masacre del gas. Pero cuando los paramilitares son jóvenes, que pueden ser desde tus vecinos hasta tus hijos, eso cambia mucho la lógica con la que resistir. Y en términos de gobierno creo que ha habido  mucha ingenuidad al pensar que la OEA, que es un organismo que nunca ha beneficiado a los pueblos, podía dirimir democráticamente con una auditoría.

Y en relación con esto último creo que otra limitación del gobierno y de las organizaciones giró en torno a querer mantener lógicas civilizadas, institucionales, que son lógicas coloniales. Plantear un poco que no vayamos, que no estemos en las calles, que no demos esa disputa territorial que siempre hemos dado. Esta tendencia a definir las cosas por medio de las instituciones (como la auditoria de la OEA) sabiendo que tienen intereses internacionales por detrás, fue otra debilidad.

Las reacciones han sido muy tardías por parte del gobierno, lo que también se debió a una desestructuración interna. Los ministros no funcionaban como un solo cuerpo, como para poder discutir y responder en unidad. El golpe también ha venido desde adentro, como siempre lo hemos dicho.

KN

¿Existe algo así como una autocrítica del MAS en todo este período, digamos, desde fines de octubre en adelante?

AG

La verdad es que yo creo que autocrítica ha habido desde las organizaciones sociales. Sobre cómo nos hemos distanciado de la administración del Estado, cómo el instrumento político se ha convertido en algo más parecido a un partido, cómo han existido ciertas cúpulas internas… Ha habido autocrítica sobre la disputa entre una izquierda –para mi– bastante colonial y las organizaciones sociales, acerca de la existencia de discusiones racistas y colonialistas dentro del mismo proceso y dentro también del mismo instrumento. Después del golpe ha habido autocrítica de las organizaciones. Pero, honestamente, no recuerdo en este momento una autocritica certera del Movimiento al Socialismo, del mismo Evo, del Álvaro… No he visto una autocrítica que pueda, digamos, facilitar también la autonomía del movimiento, tanto del instrumento como de las organizaciones sociales. Una vez que se va el Evo, hay un vacío difícil de resolver en las calles. Yo creo que en ese momento la autocrítica  hubiera sido importante. Pero no, no recuerdo que haya existido una suficiente.

KN

¿A qué te refieres con «izquierda colonial»? ¿Qué quiere decir que sea colonial?

AG

El proceso de cambio tiene una memoria larga. Por la lucha de los pueblos indígenas originarios, que ya en los años noventa pedían una asamblea constituyente, porque teníamos una discusión frente a un Estado-Nación que nos presentaba como inquilinos en este territorio… cuando, en realidad, se nos había arrebatado el territorio para dárselo a los empresarios de la soja, a la oligarquía cruceña. Tiene una memoria larga la construcción de un Estado plurinacional, de una asamblea constituyente, de la justicia comunitaria. Y hemos tratado de sintetizar esa propuesta en el «vivir bien», en suma qamaña, en sumak kawsay. Ese era el horizonte político-ideológico de este proceso de cambio para los pueblos indígenas, originarios, campesinos.

En la lucha, se ha sumado también una izquierda a este proyecto político del «vivir bien». Pero, una vez que el Movimiento al Socialismo alcanzó el gobierno, esta izquierda ya no ha asumido ese proyecto político. Más bien ha empezado a plantear una lógica del «socialismo comunitario», lo que implicaba un Estado con gobernabilidad. Y la gobernabilidad implica siempre negociar con los empresarios, negociar con los grandes capitales para que el gobierno logre estabilidad, para que no estos no empiecen a presionar. Y no se puede construir el «vivir bien» si negocias con los capitales. Entonces ahí se generó una contradicción dentro del mismo proceso, donde yo creo que ha ganado más esta izquierda colonial. Para nosotras no era ese el camino: había que construir el «vivir bien» en cada momento, en cada acto de la construcción del Estado Plurinacional.

KN

Y pensando ahora en el 10 de noviembre, ¿cómo podemos caracterizar lo que sucedió? Nosotras sabemos que, en algún momento, apareció una pluralidad de caracterizaciones por izquierda. ¿Cómo lo caracterizas tú, y qué es lo que determina que emerjan caracterizaciones diferentes, por ejemplo, desde los feminismos?

AG

Yo creo que primero hay que replantear nuestra comprensión de lo que es un golpe. Y eso también significa descentrarse de la lógica del Estado. Porque yo creo que la mayor parte de los golpes (en Chile en el 70, en Honduras en 2010) han sido golpes al pueblo que han concluido luego en un golpe de Estado. Y eso tiene su razón. Yo creo que lo que ha pasado el 10 de noviembre fue un golpe al pueblo; un golpe racista, de humillación sistemática hacia las mujeres, de escarmiento patriarcal para todas y de un escarmiento y humillación particular hacia las mujeres de pollera. El mensaje era que no podemos pretender ser indias porque vamos a ser humilladas. Un mensaje racista, de escarmiento y colonialista. De vuelta, exactamente, a la colonia. Como ha quedado sintetizado en la  imagen de Luis Fernando Camacho entrando con la biblia y la bandera al palacio del gobierno, al Palacio Quemado, y no a la Casa Grande del Pueblo que se había construido en 2018 como nueva sede del Estado Plurinacional.

Es un golpe al pueblo, es un golpe que escarmienta al pueblo. Porque no necesita solamente tomar la silla presidencial, porque no es allí donde reside el poder. No bastaba con traer a los militares y sacar al Evo. El poder está en el pueblo, en las comunidades, en las organizaciones que hemos decidido vivir fuera del Estado nacional, que hemos decidido vivir cuestionando a los patrones, recuperando la tierra, recuperando la autonomía política, territorial y organizativa. Y recuperando nuestra voz, nuestra palabra y nuestra posición en la administración del Estado también.

Entonces necesitaban que el golpe sea, primero, al pueblo, para poder culminar en un golpe de Estado. Como hay una compresión teórica de los golpes, y Evo Morales renuncia, entonces hay una discusión sobre si realmente fue o no un golpe. Muchas personas dicen que no fue un golpe, pero es por esta compresión reducida de lo que es un golpe. Hasta ese momento no habían intervenido directamente las Fuerzas Armadas. Pero el golpe ya había existido: el golpe al pueblo, el escarmiento, la quema de las casas de muchas autoridades, además del secuestro de muchas mujeres, esposas, hijas, hermanos de autoridades, vejados públicamente en la plaza. Transmitido todo por Facebook, golpeados, humillados, vejados sexualmente, como pasó con el hermano del diputado Víctor Borda.

Entonces había todo un escarmiento que ha obligado a Evo Morales a renunciar. Nosotras, como organización –yo soy parte del feminismo comunitario antipatriarcal–, lo hemos discutido internamente y también con otras organizaciones, y decíamos que la única forma de parar esto era que el Evo renuncie. Porque hubo mucha violencia: iban a quemar la casa de todos los dirigentes, a violentar a las hijas, a las esposas. Han usado el cuerpo de las mujeres como un espacio, un territorio, desde donde construir el golpe.

Y creo que, por otro lado, hay un feminismo reduccionista, que mira al golpe como un golpe tradicional, en el que actúan las Fuerzas Armadas. Esa ha sido una de las primeras discusiones para no aceptar el golpe. Pero yo creo que la causa principal para que haya un debate sobre si el 10 el noviembre se dio o no un golpe es que hay un feminismo colonialista y racista, que hace muchos años ya estaba cuestionando al gobierno del MAS y a los movimientos sociales. Desde la lógica de si era un Estado extractivista se hicieron muchos cuestionamientos, en los cuales yo creo que el racismo le ganaba a los cuestionamientos en sí. La lógica de los «indios buenos» que debíamos hacer lo que ellas creían que debíamos hacer. Entonces ese racismo, ese colonialismo, hace que las vidas de las mujeres que son secuestradas, o de las autoridades cuyas casas se queman, no sean importantes. María Galindo llamó a eso «desobediencia civil». Y hubo muchas otras feministas, incluso fuera de Bolivia, como Rita Segato desde Argentina u otras feministas desde México, que no le llaman a esto golpe de Estado. Que deslegitiman desde dentro y desde fuera lo que estaba sucediendo en el país. Para mí es un feminismo colonialista, racista y fundamentalmente academicista. No estaba en las calles, no estaba viendo cómo operaban los paramilitares, cómo operaban los policías. Se veía claramente. Si hubieran sacado su cabeza por la ventana, hubieran podido ver cómo se estaba montando un golpe de Estado.

KN

¿Y sobre qué fuerzas sociales se sostiene el gobierno interino de Jeanine Áñez?

AG

El gobierno de Jeanine Áñez se sostiene sobre los capitales y el poder económico de la oligarquía cruceña. Ellos son los que sostienen económicamente, pero también los que armaron políticamente el gabinete de Jeanine Áñez. Han puesto a sus mejores profesionales como ministros: [Luis Fernando] López, [Branko] Marinkovic… Socialmente, Jeanine Áñez se sostiene en la desestructuración de los movimientos sociales. O sea, en el desgaste que hubo, en el escarmiento que nos han dado, en la generación de una cultura del miedo, en la persecución sistemática por la cual muchas y muchos dirigentes han tenido que esconderse, en el hecho de que el Evo haya tenido que salir del país junto a otros dirigentes.

Se sostiene en ese descabezamiento que ha hecho del movimiento, no solo con el Evo, sino con muchas y muchos dirigentes, que se encuentran ahora escondidos o fuera del país. Esta situación ha provocado que necesitemos un tiempo para rearticularnos y reorganizarnos, hasta este agosto donde nuevamente ya hemos podido estar en las calles con más fuerza.

En parte, el gobierno también se sostiene en la impunidad del racismo que ha generado el golpe. Siempre existió una clase media racista, con mucha rabia acumulada porque habían perdido la administración del Estado. Esa clase media, que siempre aspira a ser burguesa, pequeño burguesa, empresaria y oligarca, se ha conformado con administrar el Estado para los ricos. Pero en este caso no podía administrar el Estado como lo hacía para las oligarquías. Hemos puesto –o, si quieres se ha construido– una burocracia propia. No sé si la mejor, pero definitivamente no la de ellos. Entonces el racismo de la clase media se sostiene en eso. Y creo que el gobierno de Añez se sostiene en esta fractura, en este debilitamiento, en el miedo de las organizaciones sociales.

KN

Me gustaría preguntarte ahora sobre el escenario actual, desde el punto de vista de la conflictividad social. Sabemos que el 18 de octubre debería haber elecciones presidenciales. ¿Con qué escenario de conflictividad social llega Bolivia a esa fecha?

AG

En agosto ha habido una gran movilización, una recuperación de fuerzas desde las distintas comunidades, un bloqueo de más de 185 puntos en el país para exigir que las elecciones no se posterguen hasta el 18 de octubre. Luego la Central Obrera Boliviana, los partidos y el Movimiento al Socialismo han acordado que sean el 18 de octubre, pero poniendo varios candados para que no se posterguen nuevamente. Hay una cultura de ser muy orgánicos de las organizaciones sociales en Bolivia. A pesar de que hayamos tenido nuestras cítricas, todas hemos decidido acatar lo que ha dicho la COB. Y nos pusimos en vigilia. En este momento estamos en vigilia, en un «cuarto intermedio», como le llamamos dentro de las organizaciones. Un cuarto intermedio hasta el 18 de octubre, velando por que las elecciones realmente se realicen. Sin embargo, existen ya ciertas acciones por parte del gobierno de facto que nos hacen pensar que las elecciones no se van a realizar, o que siguen estando en riesgo.

Entonces creo que hay dos dimensiones ahora: una, la vigilia, la exploración de todos los caminos democráticos, partidarios y de diálogo para que las elecciones realmente se concreten. Otra, la permanente articulación de las organizaciones para ver cuáles serán los mecanismos de resistencia si las elecciones no se realizan, cuáles serán los mecanismos de recuperación del gobierno, de recuperación de ciertos territorios que todavía hoy se encuentran militarizados.

Y esto se profundiza por la pandemia. Porque, además de que nos han masacrado en Senkata y en Sacaba en noviembre pasado, nos están masacrando con la pandemia, con su abandono genocida en los hospitales. Rondamos los ocho mil muertos hasta este momento. Y no muertos por el virus, sino muertos porque los respiradores nunca llegaron, porque no hay pruebas, porque no hay medicamentos. Entonces eso profundiza el descontento, la rabia de la sociedad en general, que le pierde el miedo al virus y sale a la calle a protestar. En este momento hay movilizaciones todos los días, de las madres y padres de familia contra la clausura del año escolar, por la recuperación del presupuesto del desayuno escolar, de los maestros, de diferentes sectores. Por lo menos La Paz, que es donde yo estoy, esta convulsionada todos los días.

KN

Hablemos un poco sobre las perspectivas, sobre lo que se puede venir. ¿Qué crees que se podría esperar de un nuevo gobierno del MAS?

AG

Uno de los escenarios posibles es que las elecciones se realicen y haya fraude. Que haya fraude y salga como ganador el sector de Añez u otro partido cercano de la oposición. Yo creo que esa es una gran posibilidad, reproduciendo un poco lo que se ha hecho en Honduras. Allí ya van dos o tres gestiones en las que engañan al pueblo, hacen fraude y el golpe continúa. Es una dictadura la que aún continúa en Honduras. Y creo que la misma receta intentan aplicar aquí. Es uno de los escenarios.

El otro escenario es que se realicen elecciones y se respeten los resultados. Es innegable que, en ese escenario, el Movimiento al Socialismo gana. Entonces, que respeten esa victoria, pero que para garantizar la estabilidad y la gobernabilidad, el gobierno del MAS tenga que transar. Yo creo que eso va a ser un gran riesgo para el proyecto político que defendemos y que queremos continuar y profundizar. Sobre todo, si hacen acuerdos políticos para dejar impunes a los autores intelectuales de las masacres. Personas como Jeanine Áñez o Murillo deben enfrentar un juicio de responsabilidades y nosotras queremos cárcel para ellos. Por los hermanos masacrados, por la forma en que han operado, humillado, asesinado, ejercido violencia sexual hacia nuestras hermanas. Yo creo que uno de los más grandes riesgos es que el Movimiento al Socialismo negocie la estabilidad y la gobernabilidad con la misma derecha fascista que ha hecho este golpe.

KN

Quisiera plantearte dos preguntas más, relacionadas con estos escenarios que describes. Si se llegara a imponer, efectivamente, un gobierno de derecha, ¿cuáles son los desafíos que tendría el movimiento social?

AG

Yo creo que los años de gobierno del Movimiento al Socialismo, si bien han servido para construir muchas cosas dentro del Estado, la institucionalidad y las leyes, también han debilitado mucho a las organizaciones sociales. Porque nuestro rol no es construir leyes: nuestro rol es construir la vida cotidiana de ese vivir bien que defendemos. Entonces el principal desafío ante un eventual gobierno que se plantee como continuidad del golpe es la reconstrucción, la rearticulación de los movimientos sociales, la formación política de las nuevas generaciones, que son las que se han alineado con la derecha, las que han salido a las calles incluso para golpear a sus propios padres o madres. La universidad ha sido un actor fundamental en este golpe. Nos queda un camino largo de recuperación, de reconstrucción política, de replantear el proyecto político-ideológico del vivir bien, de su viabilidad en términos de Estado o en términos de autonomía de los pueblos. Yo creo que eso va a ser lo fundamental si es que gana Áñez o alguien que dé continuidad a este golpe de Estado.

KN

¿Y en el caso en que se realicen las elecciones y se respete su resultado? ¿Cómo se puede pensar la relación del MAS con los movimientos sociales y sus luchas?

AG

Es mucho más fácil hacer una autocrítica y una reconstrucción del tejido social y comunitario del proyecto político sin que te estén persiguiendo o encarcelando. Sin un golpe de Estado, un gobierno de facto, una dictadura. Yo creo que si el Movimiento al Socialismo gana, si se respeta el resultado de las elecciones y ellos son gobierno, por supuesto que igual vamos a estar discutiendo y haciendo mucha crítica por los errores que ha habido en el gobierno y pensando cómo construir el vivir bien, que es la apuesta de los pueblos. Va a ser una situación difícil, pero nunca tanto como lo es estar bajo un gobierno de facto, perseguidas y con la permanente posibilidad de ser asesinadas impunemente en cualquier momento. Creo que una de las cosas más difíciles, en este segundo escenario, es desarmar estas lógicas de cúpula partidaria que se han generado dentro del instrumento. Una de las cosas más difíciles va a ser recuperar el MAS realmente como un instrumento de las organizaciones y no como un aparato con lógica de partido.

KN

Una última pregunta, también relacionada con las elecciones. Carlos Mesa sería candidato. ¿Tiene alguna posibilidad la derecha o, al menos, la oposición al MAS, de ganar las elecciones de manera limpia compitiendo juntos, por ejemplo, Mesa y el sector de Áñez?

AG

Por historia, por memoria ancestral y hasta por sentido común, es imposible que Mesa o el sector de Áñez ganen en este momento, después del golpe de Estado que ha habido, después de la humillación a las mujeres de pollera, después de la quema de la wiphala. Mucha gente que no estaba dentro del Movimiento al Socialismo, o que incluso cuestionaba el proceso de cambio, hoy se identifica con esta lucha, con el Estado Plurinacional, con la wiphala, con la reivindicación de los pueblos. Hoy se vuelve a mirar al espejo y se reconoce. Es una esperanza que se ha generado en el mismo golpe. Por esas cosas yo creo que es imposible que la derecha gane sin fraude. El sector de Áñez muchísimo menos: ella es una figura absolutamente desgastada, que ha probado su incapacidad en la gestión de gobierno. No sólo su fascismo, sino también su incapacidad de administrar. Y Mesa también es un candidato desgastado. Primero por la experiencia de sus gestiones (que ya ha tenido como expresidente), por su rol dentro de las elecciones del 20 de octubre, por su incapacidad de gestionar ese conflicto, de plantear alguna otra alternativa. Como lo ha dicho la misma Áñez, Mesa está mirando desde el palco todo lo que está sucediendo en el país. Yo creo que eso le genera un gran desprestigio. Desde mi perspectiva, sin hacer fraude ninguno de los dos podría ganarle al MAS.

KN

Hace unos pocos días nos enteramos que Jeanine Áñez baja su candidatura presidencial. ¿Cuál crees que es el significado político de ese gesto? ¿Para qué se está preparando la derecha, como leen ustedes este anuncio?

AG

Bueno, yo creo que hay varios indicios a los que prestar atención en el anuncio de Jeanine Áñez. Sus palabras, al anunciar el retiro de su candidatura, nos muestran, primero, una lógica de sacrificio. Ella ha mencionado que no es un sacrificio, que es un honor más bien renunciar. Pero para mí, justamente, es el correlato de un discurso fundamentalista en el que se necesita que ella sea la que cede, la que entrega, la que se sacrifica en nombre de la democracia, en nombre del país, en nombre del bien del país… Es un gesto para mostrar, para dejar bien en claro cuál es el mal del país. El mal del país sería el MAS.

También está el hecho de que la Iglesia Católica ya se había pronunciado, había hecho un llamado convocando a la unidad de todos los partidos que son oposición al MAS (toda la derecha, digamos) para poder lograr lo que también es un anhelo de la Iglesia, que es que no vuelva el MAS. Entonces, creo que estos meses les han servido un poco para medir las fuerzas… También para poder gestionar el Estado con total impunidad, porque ahí estaba la figura de presidenta, de candidata, hubo toda una manipulación del discurso en torno a lo electoral y lo democrático que a ella le ha permitido, en el mientras tanto, llevar a cabo todo tipo de actos de corrupción –como el robo de los respiradores, de las pruebas…–. Muchas cosas han sido tapadas por el discurso «electoral y democrático» (si es candidata, si no es candidata…).

Todo ese juego les ha permitido encubrir actos de corrupción, les ha permitido medir fuerzas y, finalmente, lo principal –que no es, creo, solo un gesto, un símbolo, sino una materialidad– es que ella ha acordado con quienes estaban en campaña y no son del Movimiento al Socialismo el acto de bajar su candidatura para tener impunidad. Impunidad en las masacres, impunidad para la represión, impunidad respecto a los heridos, a las presas y presos políticos, impunidad en los actos de corrupción… Me imagino que ese ha de haber sido el «acuerdo» para que quede fuera su candidatura. Eso nos lleva a la siguiente discusión, que es con quiénes ha realizado ese acuerdo. Para mí, ni Mesa ni Camacho van a procesar a Jeanine Áñez. Yo espero que el Movimiento al Socialismo sí lo haga, pero esos otros frentes electorales seguro que no. Entonces, estamos frente al enorme riesgo de nunca tener justicia por esas terribles masacres.

La otra cuestión es que, al mostrar esta unidad de todos los otros frentes, lo que están haciendo es instalar un discurso que dice que «un voto de unidad es un voto inteligente». Están llamando «inteligente» a la gente que va a votar en contra del MAS. Inteligente porque no importa si es Mesa con Áñez, es decir, el supuesto «centro» con la derecha fascista, si es Camacho con Áñez, no importa quiénes sean: votar con inteligencia, dicen, es no votar por el MAS. Y esa unidad del «voto inteligente» lo que está justificando, en mi opinión, es un fraude. Porque ellos lo que van a tratar de plantear es que, al unirse, han logrado una mayoría en las elecciones. Cuando la gran mayoría de las encuestas señalan que es extremadamente difícil que puedan superar al MAS, aún uniéndose.

KN

Perfecto, Adriana. Muchas gracias. Para terminar, ahora sí, ¿hay algo que, a lo mejor, te parece importante mencionar y yo no pregunté?

AG

Hay dos cosas, que no sé bien cómo plantearlas pero te las digo. La primera: una de las críticas principales de la izquierda, de intelectuales que se han desvinculado del proceso y de un feminismo –para mí– colonialista, medioambientalista, ha girado en torno a la caracterización del gobierno del MAS como profundamente extractivista, criticándolo por haber pactado con los empresarios, madereros, trasnacionales, etc. Pero yo me pregunto, si eso fuera cierto, ¿para qué han hecho el golpe? Esa hipótesis de que el gobierno del MAS fue el peor en la negociación con los empresarios y el que más impulsó el extractivismo en el país, por sentido común, para mí, se cae. Eso no es cierto. Porque, si así fuera, el golpe de Estado no habría existido. Creo que ahí hay una mirada colonialista reducida (además de un poco ignorante de la historia del país y de las políticas que se han desarrollado aquí).

La segunda es sobre los feminismos. Existen diferentes colectivos feministas y, sobre todo, figuras públicas importantes, como María Galindo, que desconocen el golpe de Estado y hablan más bien de «desobediencia civil» o de «machocracia». Creo que es importante repensarnos dentro del feminismo en Abya Yala, porque hay una construcción falocéntrica del feminismo. Resulta que siempre terminan evaluando el proceso de Brasil reduciéndolo a Lula, o el de Venezuela reduciéndolo a Maduro, o el de Bolivia reduciéndolo al Evo. En la mirada de aquellos feminismos, bajo esta mirada falocéntrica, mucha historia queda invisibilizada. Pero los procesos son más que una persona, los procesos son más que un hombre. Más allá de los errores o los aciertos del Evo, en este país ha existido un proceso protagonizado por las organizaciones, protagonizado por los pueblos, que no podemos perder de vista.

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