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Memorias del otro comunismo

Lo peculiar de Negri es su carácter híbrido: su vinculación a las luchas, su papel de dirigente en corrientes comunistas heréticas y sus reflexiones en el terreno de la teoría marxista producen un nuevo tipo de intelectual, a medio camino entre el militante revolucionario y el filósofo.

En las décadas de los 60 y 70 surgió una nueva generación política y, con ella, también una tipología nueva de revolucionario occidental, forjado en experiencias y prácticas diferentes a las que había construido la tradición de la Tercera Internacional. 

Antonio Negri (1933) es un buen ejemplo de esos intelectuales-militantes sesentayochistas: no solo por haber vivido el Acontecimiento, sino también por sus trayectorias previas, herederas del marxismo disidente y por su recorrido posterior, lleno de fidelidad al comunismo. Algo que sin duda contrasta con la ola de «renegados creyéndose herejes» que aprovecharon el declive del ciclo insurreccional para, en nombre de la «nueva filosofía» y de su propia libertad para enriquecerse, volver a la comodidad de la sociedad oficial. 

La reciente publicación en castellano de sus memorias es una buena oportunidad para reflexionar en torno a una trayectoria y un proyecto que se guía por la máxima de Bloch de que «solo un ateo puede ser un buen cristiano». 

Las aventuras de un operaista

Antonio «Toni» Negri nace en Padua (Italia) en 1933. Hijo de toda la problemática antifascista, sus primeros pasos políticos aparecen marcados por su socialización entre los sectores católicos humanistas. A pesar de que hoy nos resulte difícil imaginarlo, la Iglesia que describe Negri no se componía solo de una gerontrocracia cupular degenerada y encerrada en sí misma; era también una articulación de comunidades insertas en la sociedad y, por lo tanto, atravesada por sus debates y sus contradicciones. Solo así se explica la radicalización de ciertos sectores de la juventud católica: un éxodo en busca de respuestas para problemas que dentro de la Iglesia se podían plantear, pero no resolver.

Negri se vincula al Partido Socialista (llega a ser concejal), en donde resisten algunos reductos revolucionarios, como el liderado por el fundador del operaísmo («obrerismo») Rainiero Panzieri. El operaísmo en principio aparece como una forma de relacionarse directamente con la clase obrera de las grandes fábricas a través de la cooperación entre intelectuales y trabajadores. Progresivamente, toma forma de corpus teórico-político. Su premisa se basa en el axioma de que es el capital variable (la clase obrera) el que condiciona el desarrollo del capital: se trata de buscar la tendencia de lucha más avanzada, pues es la que determinará la respuesta del capital, incluido el desarrollo tecnológico.

A partir de esa premisa, el operaísmo desarrolla una serie de problemáticas particulares que lo conducirá, en determinado momento, a posiciones políticas similares a las que habían sostenido viejos consejistas, como Korsch o Mattick, en los años 20 y 30. Una política en donde la lucha de clases desencadena las crisis y donde el capital es incapaz de resolver la crisis por sí mismo y solo puede cerrarla a la manera de Schumpeter, pero en este caso destruyendo el capital variable en vez del constante.

El operaísmo evoluciona en dos direcciones diferentes. Tronti (sin duda, el más dotado y brillante de ese grupo) o Assor Rosa reingresan en el PCI, el gran partido populista de la clase obrera italiana: «siempre con la mayoría», se justificarán. Negri y otros inician una experiencia que les llevará desde operaísmo leninista de Potere Operaio a lo que luego fue conocida como la Autonomía Obrera. La evolución teórica de Negri es paralela a esa trayectoria militante: a sus excelentes estudios sobre el Estado, se suma una preocupación por la constitución material de la clase (del obrero masa al obrero social) y por las temáticas típicas de las apuestas insurrecionales. 

Las memorias de Negri se detienen en su detención en 1979: queda pendiente el relato en primera persona de su posterior evolución posoperaísta, influida por el posestructuralismo.

Vivir en una década revolucionaria

Sería de una gran pereza intelectual —y sobre todo política— leer las memorias de Negri diluyendo la singularidad de su pensamiento dentro de la corriente en las que desarrolló su militancia. No por el esnobismo de los que creen que los desarrollos teóricos militantes, partisanos, son inferiores por ser de parte. Todo lo contrario: la fuerza de un pensamiento se mide por su capacidad de insertarse en la acción colectiva: el ser «parte de» no debilita, es lo que posibilita la fuerza de la idea. El problema es que dentro de las partes siempre hay debate, tensión. Las memorias de cualquier intelectual militante siempre son la narración de esas discusiones, con la praxis, con las ideas, dentro de su propia corriente y también con otras. Por eso, las memorias políticas son un género particularmente interesante: ayudan a entender lo que los textos colectivos no pueden, no saben o no quieren decir.

Negri es comunista desde la periferia, a contracorriente, extraparlamentario, no solo por el hecho de desarrollar su práctica política fuera de la representación, si no porque lo hace contra los grandes representantes de la clase obrera, los partidos comunistas. Lo hace no solo contra sus organizaciones, sino contra sus referentes intelectuales: contra Gramsci. Por suerte, en las memorias siempre hay espacio para las disculpas. Negri se «autocritica» de su pasada beligerancia contra el comunista sardo. Sin disculparse por su beligerancia, contextualiza el fragor de la batalla, en la que discutió menos contra sus ideas que contra lo que representaban, esto es, el uso espurio de su sofisticación teórica para justificar una línea política que se separaba cada vez más del horizonte socialista.

La relación entre el extraparlamentarismo y los grandes partidos de la clase obrera siempre aparece como problemática. Existe una tradición crítica del estalinismo que hace eje en el frente único: consciente de que la fuerza de los revolucionarios no es capaz de mover al conjunto de la clase obrera, buscar una y otra vez alianzas con los sectores agrupados en el reformismo obrero, intentando desarrollando una dialéctica de luchas concretas que permita desbordar el conservadurismo de las burocracias dirigentes a través de una experiencia común. Negri sin embargo, parece sentir rechazo a relacionarse de cualquier manera con el PCI. Expresa su incomodidad ante los intentos de algunos de sus compañeros por incidir (desde fuera) en el interior del partido: su propuesta estratégica tiende a privilegiar la afirmación de la autonomía antes que la búsqueda de la hegemonía.

Negri se enfrenta a la cuestión de la organización, la cuestión del partido. Desde su responsabilidad de Secretario Nacional de Potere Operaio, Toni Negri asume tareas de organización sorprendentes para quienes desconozcan su trayectoria. Durante todo el largo 69 italiano, Negri se plantea una y otra vez el problema la cuestión de dar el salto desde la organización de las luchas a una organización política obrera que fuese una expresión directa del conflicto de clase. Un problema que, como él mismo reconoce, no termina de resolver ni Potere Operaio ni el resto de grupos italianos, aunque consiguen mantener una estructura viva, sorprendentemente flexible y multiforme a lo largo de una década. Esta es una de las grandes diferencias entre las formaciones sociales francesa e italiana a lo largo de los años 70: mientras en Francia se estabilizan las formas organizativas de la izquierda y del movimiento obrero hasta la profunda crisis en la que entra la izquierda cuando fracasa el primer programa común, en Italia las reinvenciones son constantes hasta 1977 y el declive inexorable del PCI se produce tras la derrota de la ultima gran huelga de la Fiat en Turín, en 1981.

Leyendo las memorias, aparece una y otra vez el problema de la violencia y de la insurrección, el problema del enfrentamiento frontal con los aparatos del Estado. Eran tiempos de apuestas duras, sin concesiones, en donde la máxima leninista de «destruir el Estado burgués» dominaba las estrategias de la extrema izquierda. Gramsci y sus propuestas «hegemonistas» no se leían en clave revolucionaria: aparecían, como ya hemos dicho más arriba, como una justificación del apalancamiento de los partidos obreros dentro del orden burgués, sobre todo en el caso italiano. 

Negri, aunque no lo explicite (hay muchas referencias a Marx y pocas referencias a las grandes experiencias revolucionarias internacionales en sus memorias), parece tener en mente el proceso alemán que se da entre 1918 y 1923, en donde un gran desorden proletario impedía al Estado suturar la crisis y estabilizar la situación: «construir el partido de la insurrección», decía el himno de Potere Operaio, con la melodía de la Varsoviana de fondo.

Visto en perspectiva, y a pesar de la sofisticación teórica con la que justificó su estrategia, quizás esta sea la parte que más choca de sus experiencias. No por el valor moral que esconde, ni por que no tuviera sentido para los militantes que las vivieron. Decir eso sería de una arrogancia injusta e injustificable. Pero leyendo sus memorias cabe cuestionarse las razones por las que toda una generación revolucionaria tendió a ignorar  y en ocasiones despreciar experiencias contemporáneas de movilización de masas basadas en la longue durée de la lucha y la desobediencia civil pacífica (como, por ejemplo, el movimiento por los derechos civiles en EE. UU.), mucho más acordes con las sociedades densas y llenas de casamatas que Gramsci había intuido en sus Quaderni.

Aunque nos fascinen las manifestaciones armadas de la Autonomía, uno no puede dejar de pensar: ¿en que bucle estarían metidos para pensar que esas técnicas de lucha iban a generar la suficiente fuerza y potencia para vencer a un adversario que, además de una estructura de poder capaz de integrar a amplios sectores de los subalternos, contaba con el monopolio intacto de la violencia? De nuevo, hay autocrítica en su relato: nuestra tarea, nuestra obligación, es recogerla para evitar romantizarla.

Porque existe un problema estratégico que ha reaparecido en la historia. Por ahora solo ha aparecido en sociedades marcadas por un desarrollo desigual y combinando, formaciones sociales híbridas, como Siria o Nicaragua, pero en estos tiempos de profunda crisis, la historia puede volver en cualquier sitio en sus peores formas. Nos referimos, por supuesto, al problema de la guerra civil. Y ahí, por mucha admiración que sintamos por las trayectorias y planteamientos de la generación revolucionaria de los años 60, no podemos dejar de señalar una ruptura: la tarea de los revolucionarios, cuando empieza un proceso revolucionario, no es prepararse para la guerra civil: es generar una relación de fuerzas entre las clases que sea capaz de evitarla. La forma de encauzar los conflictos sociales también determina su resolución.

Lo doloroso y erróneo de esta deriva se intuye, se lee, a veces explicita y a veces implícitamente en ambas biografías militantes. En el caso de la extrema izquierda italiana, el fin de la experiencia de la Autonomía, ahogada en el delirio de las Brigate Rossa a pesar de los intentos de Negri por evitar que el asunto degenerase en esa dirección, fue una experiencia traumática.

Comunista sin comunismo

Marx y Engels llamaban comunismo «al movimiento real que anula y supera el actual estado de las cosas». ¿Qué hace un comunista en lo que Manuel Sacristán llamaba el «mientras tanto», un mientras tanto que no es un interregno, sino que es un momento de ofensiva del capital, en donde la posibilidad del comunismo parece desvanecerse? La actividad de Negri durante los años 80, hasta la reactivación de ofensiva social a finales de los 90, se centró en una actualización de sus postulados teóricos y en tratar de mantener vivo el legado de sus marxismos, hasta que otra generación pudiera recoger el testigo.

Con la derrota del movimiento obrero y el auge del neoliberalismo se produce un cambio de tendencia en la lucha de clases que también va a acompañado de una alteración en los «temas», las problemáticas y las referencias teóricas. Surge nueva articulación entre cultura y sociedad (o nueva lógica cultura) que llamamos posmodernismo; a su expresión teórica en el ámbito del pensamiento crítico, lo llamamos posestructuralismo. Es importante esta diferenciación a la hora de analizar a la historia del marxismo y de los marxistas, porque sin ella podría parece que existe la posibilidad de un marxismo extemporáneo, que no esté imbuido en los problemas de la lógica cultural posmoderna. Incluso las reacciones más anti-posmodernas son una muestra de esa imposibilidad de abstraerse, ya que se ven obligadas a negar el sujeto que impugnan y, por lo tanto, a reconocer su existencia. Con el posestructuralismo, la relación es más compleja: se puede percibir o bien como una justificación en clave hegeliana y celebratoria del orden posmoderno (si es real, es racional) o bien como una justificación ideológica a derribar, ya que mistifica una nueva articulación de las relaciones de poder en la sociedad.

La toma de posición ante nuevo paradigma, su influencia y su delimitación atravesó a todos los marxistas de la época, sin excepción. El debate en torno a la posmodernidad y el neoliberalismo no era simplemente especulativo; era un debate que también obligaba a replantear el contenido de los conceptos-base en torno a los que se habían movido los proyectos revolucionarios desde los años 60: la centralidad de la clase obrera, el propio concepto de clase y su composición, la relación entre Estado-Nación, la globalización y el rol del capital financiero, la emergencia de nuevos movimientos que ya no estaban dispuestos a asumir un papel secundario…

El teórico italiano asume durante estos años la tarea de conectar el legado de sus corrientes a estos nuevos problemas. Negri, que había tenido una estrecha relación con Deleuze y Guattari, centrará buena parte de sus reflexiones teórico-estratégicas durante los años 90 en tratar de actualizar el concepto de clase, como ya había ensayado en Del obrero masa al obrero social. Lo hará partiendo de una idea clave en la tradición operaísta, el concepto de «composición de clase». Retomando al Marx de los Grundrisse, pero aplicándolo a la clase en vez de al capital, Negri llega a la conclusión de que la generación de valor ha ampliado su campo de producción, a través de la expansión del rol cognitivo en el trabajo. 

La «multitud» pasa a sustituir a la «clase obrera» como composición de clase productiva predominante en el posfordismo: la matriz dominante de la multitud se traslada al «cognitariado». Negri, siguiendo la metafora posestructuralista, asume que la nueva composición de clase adquiere una forma «rizomática», bajo una relación capitalista en la que el poder se diluye en una articulación pospolítica, que el Estado ya no es capaz de vertebrar. Su conclusión estratégica, propuesta en Imperio, es consecuente con esa caracterización: se trata de construir «líneas de fuga» sistémicas para la multitud. A pesar de que esta etapa de Negri contiene ciertas sugerencias e intuiciones siempre interesantes y, sobre todo, un lenguaje que fascinó a buena parte de la generación activista del movimiento antiglobalización, la debilidad de sus propuestas estratégicas contrasta con la fuerza de su pensamiento en los años 70, pues más allá de apelaciones abstractas a la creatividad de las multitudes, carece de traslación en el plano de la organización política.

En Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson esbozaba una tipología del intelectual neomarxista que se caracterizaba por su separación de la praxis del movimiento obrero, circunscribiendo su reflexión teórica a campos como la filosofía. Lo peculiar de Negri es su carácter híbrido: su vinculación a las luchas, su papel de dirigente en corrientes comunistas heréticas y sus reflexiones en el terreno de la teoría marxista producen un nuevo tipo de intelectual, a medio camino entre el militante revolucionario y el filósofo. Precisamente eso es lo más interesante de sus memorias: a través de su relato, trayectoria y reflexiones, imaginar el tipo de «intelectual orgánico» que pueda retomar una nueva potencia comunista.

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Publicado en Artículos, Historia, homeCentro3, Italia and Teoría

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