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El largo mandato de Angela Merkel como canciller alemana llega a su fin. (JOHN MACDOUGALL/AFP vía Getty Images)

¿Quién llora en la despedida de Merkel?

Después de 16 años, Angela Merkel se ha despedido de la Cancillería alemana. Los gobiernos europeos se sienten huérfanos. Pero su herencia es pesada para los pueblos de Europa.

Después de 16 años, Angela Merkel se ha despedido de la Cancillería alemana, una salida que suscitó más pesar en la Unión Europea que en su propio país. Incluso como líder reticente en la Europa alemana, pues el pasado aún no ha quedado atrás, Merkel dominó la política continental, primero continuando el eje franco-alemán de Mitterrand y Kohl y luego afirmando una indiscutible hegemonía en solitario. Fue ella quien fijó la política destructiva de los países periféricos con la crisis de la deuda de 2011. En la segunda mitad de la década buscó una respuesta a la crisis de los refugiados y ahí también prefirió el compromiso a la solución, imponiendo un acuerdo con Turquía e ignorando el principio de los derechos humanos, pero hizo de ello una imagen de apertura, y tuvo que aceptar una nueva respuesta del BCE a la prolongación de la inestabilidad financiera, creando dinero masivamente y bajando los tipos de interés. El caso es que los gobiernos europeos se sienten huérfanos.
En su país, sin embargo, dominó el cansancio-Merkel. No por nada. Su herencia es pesada, por tres razones. En primer lugar, beneficiándose de unas condiciones únicas, como la ingeniería del euro (“el euro fue la mayor prima que Europa ofreció a Alemania”, dijo António Costa en una entrevista hace dos años, con toda la razón), la apertura del mercado chino a las exportaciones alemanas de alta tecnología y el acuerdo con Rusia para la importación de gas, y aunque haya impuesto una política de salarios comprimidos, Alemania no ha cumplido sus objetivos de modernización económica. Todavía hoy es uno de los mayores emisores de dióxido de carbono per cápita, por encima de la media europea, y pretende recuperar el tiempo perdido financiando a los campeones industriales con la bazooka.
En segundo lugar, Merkel impuso una enmienda constitucional en 2009 que fijaba el déficit en cero. Es un freno estúpido. En 2020 el déficit era del 4,6%, este año será más, hubo que recurrir a una cláusula de emergencia para permitirlo, pero Laschet y Scholz quieren volver al freno. El resultado fue que Alemania no aprovechó los tipos de interés negativos para renovar sus infraestructuras. La inversión pública ha caído por debajo del 4%, una media sin precedentes en Alemania, con efectos trágicos, como se vio durante las inundaciones de julio en el oeste del país.
En tercer lugar, hay una transición demográfica que tiene un precio. Los mayores de 65 años eran el 26,5% de la población en 2000, pero serán el 41,4% en 2025 y pronto más de la mitad. Esto supone un costo para los sistemas de pensiones, agravado por los tipos de interés negativos, y moviliza la necesidad de inmigración, lo que tiene un precio político que es aprovechado por la extrema derecha. En todas estas cuestiones, el legado de Merkel es sobre todo la evasión del problema. Realmente era hora de que se fuera.

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