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El presidente de Brasil Jair Bolsonaro durante un discurso en Brasilia, Brasil, 2021. (Andressa Anholete / Getty Images)

Impeachment, bolsonarismo y militarización

No es difícil imaginar en Brasil una situación parecida a lo que ocurrió en los ataques al Capitolio en Estados Unidos. Sin embargo, la tendencia a que cualquier ataque similar sea aún más violento en Brasil es gigantesca.

Brasil está viviendo un momento único en su historia. La crisis de la Nueva República se profundiza y nos acerca a una gran encrucijada. Pero no se trata del simple cruce de dos caminos futuros. Nuestra encrucijada es del pasado, el final de un barniz que no se puede repintar. Ante el abismo del subsuelo que se desvela, la posibilidad de pavimentar un nuevo destino dependerá del movimiento de engranajes contradictorios, que deberán subvertir y reinventar el propio tiempo: pasado, presente y futuro, en una única, nueva y osada trama.

La posibilidad de impeachment del presidente Jair Bolsonaro creció, significativamente, después del despliegue de la CPI de la pandemia, especialmente después de las revelaciones de sobrefacturación de Covaxin, que involucra la posible corrupción del gobierno militar, los políticos del Centrão e incluso al propio presidente. El crecimiento de las movilizaciones callejeras, con la expansión a más sectores sociales y políticos, así como la encuesta de opinión de la población y de los sectores económicos sobre el impeachment (encuesta nacional DataFolha del 6 y 7 de julio de 2021), también contribuyen a este escenario. Sin embargo, hemos vivido un juego contradictorio que cuanto más se debilita el gobierno y menos fuerza social queda de su lado, mayor es el discurso autoritario de Bolsonaro y de los militares ligados a él.

La base de apoyo del gobierno de Bolsonaro fue constituida por sectores del agronegocio, el capital financiero, los sectores industriales interesados en las reformas que reducían el costo de la mano de obra, el fundamentalismo religioso, las clases medias conservadoras y el campo social de las fuerzas armadas en la sociedad (militares, policías y milicias). Desde el punto de vista político, nuevos representantes de la extrema derecha fueron elegidos, especialmente por el “efecto Bolsonaro” de 2018, incluso si luego se alejaron del gobierno. La aparición de nuevos cuadros políticos y la pérdida de espacio de los políticos más tradicionales también han movido el tablero de juego. Sin embargo, lejos de jugar fuera de la política tradicional, la capacidad del Centrão para dislocarse del gobierno, con la victoria de Artur Lira para la presidencia de la Cámara, ha sido fundamental para la sustentación de Bolsonaro.

Dentro de este panorama, un posible impeachment de Bolsonaro necesita poder desplazar parte de estos sectores sociales, políticos y económicos. Para iniciarnos en este cuadro, es fundamental entender que el aumento autoritario de la institucionalidad brasileña, desde el golpe de 2016, fue organizado como una salida para el mantenimiento de la acumulación y la concentración del capital en el marco de la crisis económica. En otras palabras, la elección de Bolsonaro y la constitución de una base protofascista, motivada por discursos de odio, no son meros accidentes en la coyuntura brasileña. Representan una salida para el mantenimiento de ciertos intereses económicos, que se han materializado sobre todo en las reformas ultraneoliberales (seguridad social, laboral, techo de gasto, privatizaciones, entre otras). Pero no sólo eso, también precisó dialogar con los afectos más conservadores de sectores sociales que perdieron privilegios en años anteriores y sintieron amenazados sus valores.

Ante este panorama, está claro que los sectores económicos que se beneficiaron del gobierno de Bolsonaro no apoyarán ninguna alternativa sin la preservación de esta agenda económica y sus intereses. De este modo, y a la vista de la historia del funcionamiento del péndulo democrático/autoritario brasileño, nunca ha habido grandes impedimentos o reservas de las principales élites económicas a las salidas autoritarias para preservar sus intereses. Este fue el caso del golpe de Estado Novo de 1937, de los golpes militares de 1945 y 1954, y finalmente del golpe militar civil de 1964. Estas intervenciones de las Fuerzas Armadas en la política institucional van acompañadas de una intensa politización de los cuarteles y de una estructuración de las estrategias de poder (a veces también de país) en el seno de los jefes militares. No es circunstancial que el Golpe de Estado de 2016 marque también el regreso de los militares en la política institucional de forma directa. Será con Temer cuando, por primera vez desde su creación en 1999, el Ministerio de Defensa será dirigido por un militar.

A su vez, la militarización del gobierno de Bolsonaro es inequívoca: además de la vicepresidencia, más de seis mil puestos de cargos comisionados ocupados en la administración pública directa e indirecta, según una encuesta del TCU de julio de 2020, y ministerios y funciones clave en el gobierno. El caso de la militarización del Ministerio de Salud, en medio de la mayor pandemia que ha enfrentado el país, que provocó la muerte de más de 500.000 brasileños, fue emblemático. Esto hace que el balance del gobierno de Bolsonaro sea inseparable de las instituciones militares. Sólo que éstos no están acostumbrados al juego democrático de cargos y a una cadena de control institucional, al contrario.

Por esta razón, no debe sorprendernos la nota (7/7/21), firmada por el Ministro de Defensa, Gral. Braga Netto y los tres comandantes de las Fuerzas Armadas, amenazando al Senado a propósito del pronunciamiento sobre militares en la CPI de la pandemia. Era una amenaza para la democracia y un contrapunto, un llamamiento para intentar acordar una opción que pase por los militares.

Este aumento del tono de los militares, también ha provocado cierta tensión por la existencia de una autonomización del proyecto militar en relación con las élites civiles, y un cambio en el formato actual de la alianza. La dinámica de 1964, en la que una parte de la élite que apoyó el golpe se sintió traicionada cuando los militares optaron por asumir directamente la presidencia, aún resuena en estas relaciones. La actual propuesta de semipresidencialismo, encabezada por Lira, parece un intento de mantener la perspectiva autoritaria hacia adelante, con un mayor control de esa centroderecha asociada a Bolsonaro. Lira tiene en sus manos la negociación sobre la apertura o no del impeachment, por tanto, presiona para aumentar su influencia en el gobierno cuanto más frágil sea Bolsonaro. Es fundamental destacar esta dinámica de disputa interna de este bloque de poder, porque a pesar de las alianzas, los intereses no son homogéneos, sino que hoy convergen y coexisten.

Hay muchos movimientos en marcha para la permanencia de estos sectores en el Planalto. El horizonte que ha intensificado esta tensión son las elecciones de 2022, con las proyecciones de la elección de Lula y la imposibilidad, hasta ahora, de otra candidatura que sea capaz de disputar la base popular. Bolsonaro permaneciendo hasta las elecciones de 2022 puede no aceptar su resultado electoral, el debate sobre el voto impreso ha sido el pretexto para ello y empieza a tener eco también en los mandos militares. Asimismo, la posibilidad de alguna salida más radical por parte de Bolsonaro, si se intenta votar el impeachment o el escenario electoral no mejora, puede llevar a anticipar otras salidas, como el autogolpe. Finalmente, es posible que existan alternativas que no pasen por Bolsonaro, como la consolidación del impeachment, que podría mantener el equilibrio entre estos sectores económicos, los militares y parte del Centrão, y también permitir la construcción de una tercera vía.

Por lo tanto, en esta hipótesis post-impeachment, tomaría el relevo el general Mourão, de perfil intervencionista y posiciones autoritarias, que ganó visibilidad en los medios de comunicación incluso antes de asumir como candidato a vicepresidente en 2018. Entre los episodios de amenazas del gobierno a la democracia, Mourão fue el protagonista de algunos de ellos, especialmente su artículo de opinión en Estadão , después de las convocatorias de militares para declarar en el Supremo Tribunal Federal, en el que amenaza a otras instituciones.

Desde el punto de vista de los núcleos militares del gobierno de Bolsonaro, no parece haber diferencias significativas en términos de estrategia, ya que hay unidad en el núcleo central en relación con el proyecto ultraneoliberal y el alineamiento automático con EEUU. Por supuesto, como todo grupo político que se disputa el poder, existen sus matices, especialmente las disputas internas en puestos clave de poder, cuya asunción de Mourão podría producir cambios en el marco militar interno, pero no en la dinámica general de la militarización. Por lo tanto, los militares tienen su plan B para seguir en el juego y no hay disposición ni posibilidad de un retiro drástico de su participación en la política sin una reacción de estos sectores.

Por lo tanto, los mayores riesgos que implica el proceso de impeachment, o que Bolsonaro pierda las elecciones de 2022, es exactamente que haya una reacción de los grupos de extrema derecha y/o de los militares. Porque existe la consolidación de grupos de odio en el país, de sectores radicales de extrema derecha, alimentados por la máquina de odio del bolsonarismo, pero que sobre todo, encuentran fuerza en un brazo armado de sectores de las fuerzas armadas y de seguridad pública. Es el caso del crecimiento de las milicias durante el gobierno de Bolsonaro, que ampliaron significativamente su poder territorial, económico y político . Pero no sólo, ya que sectores de la Policía Militar, aunque no estén vinculados a las milicias, son una importante base de apoyo para el gobierno.

La Policía Militar fue en su día una fuente alternativa de poder político para las oligarquías locales en relación con la formación del ejército nacional y la centralización política federal. Su poder militar, al principio de la República, superaba incluso al del ejército. Estaba controlada por los gobernadores de los estados y sujeta a sus intereses. La Policía Militar pasó a estar sometida a las Fuerzas Armadas tras un largo proceso, que alcanzó su punto álgido durante la dictadura, como un importante brazo de represión política y control social. Con este proceso, se produjo una división dentro de la militarización, con la policía en el centro del control social (que implementaría la necropolítica en los territorios periféricos en nombre de la Guerra contra las Drogas).

Sin embargo, estos cambios institucionales han producido un efecto importante, ya que los gobernantes tienen poco o casi ningún control sobre su policía, siendo el bolsonarismo quien tiene la principal influencia en este sector. No se trata de una circunstancia cualquiera, ya que los sectores militares siempre se han disputado numerosos proyectos en toda la República. Lo que ocurre ahora es que el diseño inicial de la policía en manos de las oligarquías locales ya no es mayoritario (como ejemplifica lo ocurrido en la Huelga de Ceará en 2019, donde Cid Gomes fue baleado en un motín por un PM). Asimismo, los sectores de izquierda que siempre han disputado partes de éstas ya no tienen ninguna inserción. El hecho de que prácticamente la única fuerza política que disputa este sector armado sea el bolsonarismo (y los propios militares), es preocupante en el conjunto de la correlación de fuerzas y sus perspectivas. La única posibilidad de tensión entre las fuerzas armadas es si Bolsonaro y los militares escinden sus caminos de manera no pactada, lo que hoy es la hipótesis menos probable.

Por lo tanto, dependiendo de cómo se desarrolle este escenario de impeachment, no es difícil imaginar una situación parecida a lo que ocurrió en los ataques al Capitolio en enero de este año en Estados Unidos. Los sectores de la milicia y la policía, sobre todo, podrían producir algo en la misma línea. Sin embargo, la tendencia a que cualquier ataque similar sea aún más violento en Brasil es gigantesca, porque involucraría a sectores militares orgánicos.

Todos estos escenarios de mayor endurecimiento encuentran una importante tensión, que es el apoyo internacional. Está claro que la derrota de Trump fue fundamental para el debilitamiento del avance de la extrema derecha en el mundo, especialmente por el poder simbólico de esta derrota. Sin embargo, parece un error asociar la política exterior estadounidense con las disputas internas durante sus elecciones. Biden, al asumir la presidencia, tiene que considerar ahora los intereses de la disputa por el poder mundial de EE.UU. Y, en el actual momento geopolítico, está claro que la disputa por la hegemonía entre EE.UU. y China se intensifica, con la necesidad de consolidar aliados en el mundo. El alineamiento automático con EEUU es algo que el gobierno de Bolsonaro, o incluso un eventual gobierno de Mourão, puede ofrecer. La tumultuosa relación de Brasil con China contribuye a esta dinámica. Además, Brasil siempre ha sido un referente central en la disputa sobre América Latina por parte de Estados Unidos. La visita del general jefe de la CIA a Brasil, sin ninguna transparencia en cuanto a la agenda, con la participación del general Heleno, Braga Neto, Luís Ramos y Bolsonaro, puede indicar que es posible que Estados Unidos haga esta apuesta por Brasil. La cooperación militar que se anuncia tras esta reunión también aumenta estas conjeturas.

Por todo lo anterior, está claro que hace tiempo que no vivimos la normalidad democrática. El impeachment es un paso importante para la derrota de Bolsonaro y el debilitamiento del bolsonarismo, que puede quedar pulverizado, pero sobre todo perderá su figura “popular”. Sin embargo, está claro que sus bases de apoyo no serán destruidas, y ya intentan encontrar nuevas expresiones. La derrota del bolsonarismo permanecerá como programa, porque este fenómeno representa el desenmascaramiento de las raíces autoritarias de nuestra formación social y económica: la herencia de la esclavitud y el racismo institucional; la posición patrimonialista de un Estado rifado por los intereses económicos para fines privados; la violencia de género proveniente de la herencia patriarcal y la militarización de la sociedad y la política. En resumen, toda la herencia colonial de Brasil, que sigue siendo dolorosa y necesita un cambio estructural. No hay atajo en este sentido. Para enfrentarnos a este nuevo marco de desnudez reaccionaria tendremos que abordar los fundamentos que lo engendran.

Artículo publicado originalmente en Le Monde Diplomatique Brasil.

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