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Una respuesta socialista a la globalización neoliberal

Los controles de capital son un primer paso, pero para promover el comercio justo y el desarrollo económico de todas las naciones necesitaremos de una reforma más radical.

La administración Trump llevó la cuestión de los aranceles al primer plano del debate político. Al achacar el declive de la industria manufacturera estadounidense a las deficiencias de los acuerdos comerciales como el TLCAN, Trump prometió a los trabajadores estadounidenses que lucharía por proteger y recuperar sus puestos de trabajo, especialmente con medidas proteccionistas.

Sin embargo, en ningún momento habló o cuestionó el tema de la movilidad global del capital, el «libre comercio» de los flujos globales de dinero. En lugar de trabajar para evitar que las corporaciones puedan deslocalizar la producción, Trump optó por presionar a otras naciones para que proporcionen a las corporaciones estadounidenses mejores posiciones en las cadenas globales de valor (CGV).

Donald Trump pasó una factura falsa a los trabajadores estadounidenses. Las políticas de su administración presionaron a las naciones capitalistas en ascenso que amenazan la hegemonía económica de las empresas estadounidenses al intentar intimidarlas para que cumplan con acuerdos comerciales que son favorables principalmente para la clase capitalista, mientras que dejan de lado las necesidades de los trabajadores. Y, lo que es más importante, esto no garantiza el regreso de los puestos de trabajo en la industria manufacturera ni el aumento de la proporción de los ingresos de los trabajadores en Estados Unidos.

Como socialistas, tenemos que hacer algo más que señalar las mentiras de gobernantes como Donald Trump. Necesitamos una respuesta a la globalización neoliberal que pueda desafiar el poder de las corporaciones multinacionales (CMN).

La justificación de la globalización neoliberal

En su esencia, las políticas comerciales neoliberales, que sostienen que la liberalización del comercio entre naciones maximizará el crecimiento económico y el bienestar para todos, se derivan de los argumentos ideológicos de los economistas políticos del siglo XIX y, en particular, de la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo.

El argumento básico de Ricardo era que si las naciones se especializan en la producción de bienes y servicios en los que tienen menores costes relativos de producción y comercian con otras naciones que hacen lo mismo, entonces la producción colectiva de bienes en el mercado mundial se optimizará. Esto, siempre siguiendo a Ricardo, conducirá a niveles de vida más altos para todos los que participen en estos acuerdos comerciales, a un eventual equilibrio del comercio, así como a una tendencia al pleno empleo a medida que la capacidad productiva de los países se maximiza.

El problema de esta teoría, como han señalado Anwar Shaikh y otros, es que entra en contradicción con la historia del comercio y el desarrollo. En primer lugar, no es cierto que exista una tendencia al pleno empleo en condiciones de libre comercio. Los acuerdos comerciales que generan pérdidas de empleo en una nación no garantizan nuevos puestos de trabajo para esos mismos trabajadores en un periodo de tiempo relevante. En segundo lugar, no hay ninguna demostración empírica de que los desequilibrios comerciales tiendan a corregirse por sí mismos a largo plazo. Más bien, la regla parece ser la de los desequilibrios comerciales crónicos.

En lugar de que la ventaja comparativa en los precios de producción impulse la especialización relativa entre las naciones, los datos empíricos demuestran que el principal motor de la especialización comercial es el coste absoluto de producción. Es decir, las naciones con costes de producción globalmente más bajos superarán sistemáticamente a los productores con costes elevados, y estos últimos deberán financiar los déficits comerciales crónicos mediante el agotamiento de las reservas de divisas o mediante una inversión extranjera directa (IED) suficiente y préstamos procedentes de otros lugares. Los productores de alto coste se ven entonces atrapados en una carrera hacia el fondo, con una presión a la baja sobre los salarios reales que exacerba la desigualdad de ingresos tanto a escala mundial como nacional.

El comercio en el mundo real

En el mundo real, el comercio internacional se produce entre empresas dentro de las CGV. Estas cadenas se entienden mejor como líneas de producción, en las que las empresas sitúan varias etapas de producción en diferentes países, y cada etapa «añade valor» al precio global de un producto. Este tipo de acuerdo permite a los productores reducir costes deslocalizando aspectos de su producción a países con costes más bajos a través de la IED, así como exprimir la participación de los proveedores extranjeros en los beneficios del producto final.

Aunque la deslocalización siempre ha sido una característica del comercio internacional, William Milberg y Deborah Winkler demuestran que este proceso de «integración vertical» se ha intensificado sustancialmente en la era neoliberal. El resultado es que los bienes exportados por una nación determinada dependen cada vez más de los insumos importados para su producción, cuando el valor total añadido en un punto concreto de la cadena de suministro puede ser muy pequeño.

Por ejemplo, entre el período 2000-09, alrededor del 75% de las exportaciones de EE. UU. dependían de insumos importados del extranjero. En lugar de comprar insumos a empresas ubicadas en Estados Unidos, que serían más costosas debido a los salarios más altos, se obtienen más insumos de otros lugares donde prevalecen los salarios y los costes generales más bajos.

Las empresas situadas más abajo en las CGV tampoco tienen garantizada una parte significativa de los beneficios. Aunque se habla mucho del desplazamiento de la fabricación desde los países desarrollados hacia el extranjero, muchas de estas nuevas empresas manufactureras del Sur Global también dependen de las importaciones. Muchas de estas importaciones proceden de empresas que a menudo son propiedad parcial o total de empresas multinacionales. Estas multinacionales cogen el producto final y le «añaden valor» poniéndole la marca y comercializándolo en los principales mercados de consumo.

El informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) de 2018 lo corrobora. Utilizando datos de la Base de Datos Mundial de Insumo-Producto, los autores muestran que entre 2000 y 2014 la «participación nacional en el valor agregado total y la participación nacional de los ingresos laborales en el valor agregado total disminuyeron en la mayoría de los países», con la notable excepción de China, que ha sido una de las pocas historias de éxito en el mundo. Además, el grado de concentración del mercado es sorprendente, ya que el 1% de las empresas exportadoras más importantes representaron el 57% del total de las exportaciones mundiales en 2014.

Así pues, el comercio mundial se caracteriza por una creciente concentración del mercado y la acumulación de beneficios en favor de las grandes empresas multinacionales con sede en el núcleo industrializado. El resultado es una polarización de los ingresos y los niveles de vida en todo el mundo; mientras las empresas de los países industrializados sacan provecho de los insumos baratos para la producción con el fin de superar a otras empresas, las naciones en desarrollo se ven obligadas a competir bajando los costes y los salarios nacionales para atraer la IED con el fin de captar una parte del valor añadido total.

Sin embargo, al estar resignados a los peldaños más bajos de la escalera, las naciones en desarrollo a menudo solo pueden captar pequeñas ganancias en el comercio. Además, tienden a depender de las naciones industrializadas del núcleo y del superávit para la financiación y el acceso a los mercados de exportación. Para mejorar su posición en la cadena de valor puede ser necesario aplicar una política estatal e industrial más activa, pero esto suele verse impedido por los acuerdos de libre comercio y sus requisitos vinculantes.

Este mundo hace que el uso de los aranceles sea ineficaz para combatir los desequilibrios comerciales, o incluso para proteger el empleo, como explica Jan Kregel. Dado que el comercio se produce entre empresas que utilizan diferentes unidades de cuenta (es decir, diferentes monedas), requiere una intermediación financiera que permita estos intercambios. En otras palabras, las empresas deben pedir préstamos bancarios, o encontrar otros medios de financiación, para obtener las divisas que necesitan para realizar estos intercambios ante los desequilibrios comerciales.

Además, tras la crisis económica de principios de la década de 1970, el comercio internacional entró en una era en la que la financiación de los desequilibrios comerciales ha dependido cada vez más del capital privado. Esto ha hecho que las naciones estén mucho más sujetas a la posibilidad de «paradas repentinas» o «inversiones de capital», en las que los financieros retiran su dinero, deteniendo el flujo constante de bienes y servicios en el comercio. Los países que aplicaban políticas contrarias al consenso neoliberal emergente solían estar sujetos a este riesgo, ya que los inversores dudaban del reembolso y ponían en duda los «fundamentos económicos» de los países, creando crisis de tipos de cambio y eventuales crisis financieras nacionales por la deuda externa.

En resumen, el comercio está impulsado por los acuerdos financieros, con las multinacionales buscando la producción de menor coste para maximizar los beneficios y cubriendo los desequilibrios comerciales con flujos de capital. Si el capital está dispuesto a financiar un déficit comercial, este se producirá. Dado el predominio del comercio de productos intermedios y los mercados concentrados en la parte superior de las cadenas de suministro, los aranceles hacen poco por ajustar los patrones de comercio o proteger la industria en Estados Unidos. Más bien, los aranceles actuarían para aumentar los costes y ralentizar el crecimiento económico si no hay una política industrial correspondiente para hacer crecer y desarrollar las industrias protegidas. 

Si la preocupación es la inversión de los desequilibrios comerciales o la protección de los puestos de trabajo, nuestra atención debería centrarse en los flujos de capital y su papel en este proceso, en lugar de en políticas como los aranceles.

Controlar el capital

¿Qué debemos hacer entonces? Una estrategia es enfrentarse directamente a la capacidad del capital para cruzar las fronteras en primer lugar, instituyendo diversos controles de capital para abordar los desequilibrios comerciales y aplicar políticas orientadas a las necesidades de los trabajadores, como sostienen estudiosos como James Crotty y Gerald Epstein.

En particular, los controles de capital ayudarían a reorientar el poder sobre las cuestiones de comercio y desarrollo económico al restringir la capacidad de los capitalistas financieros y las multinacionales de amenazar al trabajo mediante la desinversión de su dinero y la deslocalización de su producción. Esto sentaría las bases para perseguir el pleno empleo a través de un programa de garantía de puestos de trabajo y aumentaría la posición de negociación de los trabajadores sobre los salarios, ya que los caprichos de los flujos internacionales de capital quedarían excluidos.

Históricamente, los controles de capital han sido un componente indispensable del desarrollo para las naciones ahora industrializadas. Tales políticas ayudaron a gestionar el valor de sus monedas y les permitieron llevar a cabo una política industrial, desarrollando adecuadamente su propia capacidad económica para captar una parte del valor añadido en el comercio más arriba en las CGV. Por supuesto, esto no garantiza un aumento de la cuota de ingresos que corresponde al trabajo, por lo que tales políticas tendrían que combinarse con el fortalecimiento de los sindicatos, los desafíos a las concentraciones privadas de poder económico y, en última instancia, la democratización de los medios de producción.

Si no se utilizan adecuadamente, la aplicación de una política expansiva puede provocar un proceso que aumente los déficits comerciales, las fluctuaciones de los tipos de cambio e incluso provocar devaluaciones competitivas de los salarios reales internos. Si no se controlan, las entradas y salidas de capital pueden ser perjudiciales y aportar volatilidad al valor de la moneda y a los precios internos. La fuerza de este proceso dependerá de la importancia relativa del comercio para cualquier economía concreta. Es importante que los desequilibrios comerciales no se consideren como una ocurrencia tardía de la política nacional, ya que las políticas socialistas pueden volverse rápidamente insostenibles desde el punto de vista político debido al dolor económico que supondrán las condiciones financieras si se produce una fuga de capitales.

Existen innumerables formas de controles de capital potenciales. Van desde los controles stand-by, en los que los países se comprometen a devolver los flujos de dinero ilegales, hasta los impuestos, como un pequeño impuesto sobre todas las transacciones de divisas, que aumentaría los ingresos y desalentaría los flujos especulativos a corto plazo. También podría haber fuertes restricciones a los préstamos bancarios nacionales y extranjeros. Entre las políticas más contundentes se encuentran las restricciones cuantitativas directas, como la prohibición total de las transferencias o la venta de activos, la regulación de la tasa de movilidad del capital o la restricción de quién puede suministrar divisas.

La amenaza de controles de capital aún más amplios y restrictivos, como la congelación completa de activos o de préstamos extranjeros, podría utilizarse para obligar al capital a negociar también acuerdos económicos más progresistas y democráticos.

El resultado es que los controles de capital permitirán una gestión económica más estable a medida que reasignamos y reinvertimos la riqueza, alejándola de las grandes reservas de efectivo en manos de los ricos y dirigiéndola hacia los servicios y la producción socialmente necesarios. Crean un espacio político para programas como el pleno empleo, la inversión en infraestructuras verdes y una mayor protección de los trabajadores. Incluso podrían integrarse en los acuerdos comerciales con otros países para construir acuerdos multilaterales que empiecen a abordar el problema de los paraísos fiscales y las finanzas ilícitas.

Más allá de los controles de capital

Por muy poderosos que sean, el uso de los controles de capital no puede ser el único aspecto de un enfoque izquierdista del comercio. Es necesario abordar dos cuestiones adicionales. En primer lugar, que el actual régimen comercial mundial hace que las naciones en desarrollo dependan del núcleo industrializado para las importaciones de productos manufacturados y la tecnología; en segundo lugar, que el sistema internacional requerirá reformas radicales para producir realmente un comercio justo y el desarrollo económico de todas las naciones. En lo que respecta al dominio tecnológico del mundo industrializado, habría que tener más en cuenta cómo canalizarlo hacia las naciones en desarrollo.

Deberíamos ser más audaces en lo que respecta a la transferencia de tecnología y el manejo de la propiedad intelectual. Mirando a Gran Bretaña, John McDonnell, del Partido Laborista, ha defendido la transferencia «gratuita o barata» de tecnología verde al Sur Global como una forma de reparación del imperialismo. Un objetivo socialista a largo plazo debería ser el reparto público del progreso científico y tecnológico. Ningún acuerdo comercial debería servir para encadenar a los países en desarrollo con la deuda para que puedan obtener la tecnología necesaria para la transición a una economía verde.

Yendo aún más lejos, como socialistas deberíamos abogar por instituciones multilaterales que estructuren el comercio y los pagos internacionales para fomentar el desarrollo económico y social de las naciones. En un sentido, esto implica la sustitución del dólar estadounidense como moneda de reserva internacional por un sistema que no esté anidado en ninguna nación en particular, algo parecido al sistema bancor defendido por J. M. Keynes, y más recientemente por Paul Davidson. Muchas naciones necesitan dólares estadounidenses y otras monedas clave para comprar importaciones esenciales, lo que las hace depender de los ingresos por exportaciones o de los préstamos extranjeros. Una unidad de cuenta supranacional que no esté controlada por una sola nación ayudaría a resolver este problema.

Estados Unidos es el único país que posee el privilegio de emitir y gestionar la moneda de reserva mundial. Por esta razón, no se enfrenta a las limitaciones de financiación del comercio que tendrán otros países, suponiendo que siempre haya demanda internacional de dólares estadounidenses. Es probable que EE. UU. pueda embarcarse en políticas macroeconómicas expansivas sin enfrentarse rápidamente a una restricción de la balanza de pagos. Sin embargo, los socialistas estadounidenses no deberían descuidar las preocupaciones comerciales del resto del mundo por esta excepción, ni deberían tratar de mantener este privilegio.

Por último, es preocupante que el sistema actual fomente la reducción de los costes laborales y las depreciaciones del tipo de cambio para incentivar la IED y aumentar la competitividad de las exportaciones. Esta austeridad solo puede conducir al estancamiento económico y profundiza el potencial de una crisis de la deuda. Un sistema alternativo haría recaer la carga del ajuste en las naciones con superávit comercial, que deben reciclar sus ganancias excedentes en inversiones en las naciones deficitarias, ayudando a corregir estos desequilibrios en el futuro.

Esto significa permitir a las naciones en desarrollo seguir la política y las inversiones necesarias para mejorar su posición dentro de las CGV.

El camino a seguir

El actual sistema mundial ha permitido una mayor concentración de poder económico por parte de las empresas de los países industrializados, lo que ha provocado un aumento de la desigualdad y un desarrollo polarizado de las naciones. Con el pretexto del libre comercio y el desarrollo, el neoliberalismo ha permitido el libre flujo de capital en todo el mundo para facilitar estos desarrollos.

Un enfoque de izquierdas de la política comercial debería ocuparse de reformar este sistema para que tanto los países en desarrollo como los desarrollados puedan llevar a cabo una política industrial, promover la transferencia de tecnología, combatir las concentraciones de poder económico privado y luchar por instituciones multilaterales que garanticen el desarrollo económico y refuercen los derechos humanos. Además, las políticas nacionales deben estar orientadas a lograr el pleno empleo y a desarrollar las economías en función de las necesidades sociales.

Nada de esto puede lograrse razonablemente, o hacerse fácilmente, sin la aplicación y el uso de controles de capital y la cooperación entre naciones.

Ir más allá supondría transformar fundamentalmente el propio sistema internacional de comercio y pagos, organizando un nuevo sistema internacional, con mecanismos que hagan recaer la carga del ajuste en las naciones con superávit comercial. La política comercial debe abordar seriamente la naturaleza financiera de la economía mundial actual, pues de lo contrario continuaremos una carrera hacia el fondo en beneficio de las grandes empresas. Para ello es necesario enfrentarse directamente al capital y controlarlo.

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