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Aléxis Tsípras, líder del partido Syriza, habla con los partidarios del partido antes de la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias griegas en El Pireo, Grecia, el 31 de mayo de 2023. (Nicolas Koutsokostas/NurPhoto vía Getty Images)

Grecia: triunfo conservador, derrota de Syriza

Traducción: Florencia Oroz

Las elecciones griegas dieron por ganador al conservador Nueva Democracia, mientras Syriza perdió un tercio de su apoyo. Con el partido de Alexis Tsipras destruyendo cualquier esperanza de una alternativa a la austeridad, los votantes se decantaron por las promesas de estabilidad de la derecha.

Los sondeos de opinión previos a las elecciones griegas otorgaban en general a la conservadora Nueva Democracia una fuerte ventaja sobre su principal rival, Syriza. Sin embargo, la magnitud de su éxito en las elecciones del 21 de mayo supuso una conmoción política. Salvo en las elecciones de noviembre de 1974, que se celebraron solo cuatro meses después de la caída de la dictadura de los coroneles, nunca había habido una distancia tan grande entre el ganador y el principal partido de la oposición.

Nueva Democracia consiguió una ventaja de veinte puntos sobre Syriza, mientras el partido de Aléxis Tsípras perdió más de un tercio de su electorado de 2019. También hubo otro aspecto sin precedentes en el resultado: desde 1974, el voto total de la derecha y la extrema derecha no había superado el 50%, con la extrema derecha por encima del 10% —un récord histórico—, aunque repartido en varias listas.

La victoria de Nueva Democracia no bastó para obtener la mayoría parlamentaria, y ya se han anunciado nuevas elecciones para el 25 de junio. Esta segunda votación tendrá lugar bajo un sistema electoral alterado, ya que el gobierno saliente reintrodujo la llamada representación proporcional «reforzada». Este sistema está diseñado para facilitar la formación de mayorías parlamentarias concediendo una bonificación de varias decenas de escaños al partido líder. En este caso, Nueva Democracia parece casi segura de poder formar una mayoría.

En 2023, la más importante de estas listas de extrema derecha es Niki (Victoria), con el 2,9%; en 2012, Amanecer Dorado obtuvo el 7% (mayo) y el 6,9% (junio); en 2015, el 6,3%; y en 2019, el 2,9%.

Radicalización de la derecha

La votación del 21 de mayo refleja un innegable empuje hacia la derecha, que adopta muchas formas. Al superar la barrera simbólica del 40%, Nueva Democracia ha recuperado su posición en el bipartidismo anterior a 2010, en el que dividía la mayoría de los votos con el socialdemócrata Pasok. La extrema derecha ha alcanzado niveles sin precedentes, por ahora solo parcialmente reflejados en el parlamento debido a su fragmentación. Tras la salida de Amanecer Dorado de la escena política, esta corriente experimentó una profunda recomposición ideológica y política. Sus polos dominantes ya no están vinculados a la tradición neofascista o neonazi, pues Solución Griega y su recién llegado rival Niki («Victoria») están más próximos a los movimientos de la alt-right.

En una especie de trumpismo a la griega, combinan referencias religiosas, nacionalismo xenófobo e inclinación hacia las teorías de la conspiración. El éxito de Solución Griega se debe en gran medida a su carismático líder Kyriakos Velopoulos, muy televisado, también conocido por su crema milagrosa contra COVID-19 y por afirmar poseer cartas manuscritas de Jesucristo. Niki, una formación que había pasado prácticamente desapercibida antes de la noche electoral, se apoya en redes bien estructuradas vinculadas a sectores fundamentalistas de la Iglesia Ortodoxa.

Ambos partidos son defensores de los valores religioso-tradicionalistas expresados en términos de «guerra cultural» y de discursos nacionalistas y xenófobos que se oponen al reconocimiento de la República de Macedonia del Norte (tras el Acuerdo de Prespa) y promueven una retórica agresiva hacia Turquía y la minoría turca que vive en Grecia. Denuncian a las élites políticas nacionales y a la Unión Europea (UE) y las responsabilizan del desastre causado por los memorandos aplicados por los sucesivos gobiernos griegos. Pero la extrema derecha se niega a pedir ningún tipo de ruptura con la UE (o salida del euro), limitándose a proclamar «Grecia primero» y a cultivar la nostalgia por su mítica grandeza pasada.

La denuncia de la «inmigración ilegal» también forma parte integrante del discurso de la nueva extrema derecha, pero, a diferencia de Amanecer Dorado, no ocupa un lugar central ni va acompañada de acciones callejeras: estas formaciones son simples máquinas electorales. De hecho, su discurso sobre el tema apenas difiere de la virulenta retórica antimigratoria del gobierno de Nueva Democracia de Kyriakos Mitsotakis (y de la política que conlleva, como las sistemáticas expulsiones ilegales de inmigrantes).

Al extenderse el racismo y la xenofobia, la extrema derecha posterior a Amanecer Dorado aprovecha sobre todo los sentimientos de humillación de una sociedad embrutecida y empobrecida. Sus bastiones se encuentran en la Macedonia griega, una región fuertemente polarizada en torno al reconocimiento de la vecina república del mismo nombre. En estas circunscripciones, las dos formaciones suman más del 10%. En ocho circunscripciones, incluida la gran zona de Tesalónica, su resultado osciló entre el 12% y el 15%. En estas zonas, Nueva Democracia perdió de hecho terreno (entre dos y tres puntos, y hasta seis en el condado de Pieria), mientras que a nivel nacional subió un punto.

Las fuerzas motrices de la victoria de Nueva Democracia

La victoria de la derecha es el resultado de una combinación de factores, tres de los cuales desempeñaron un papel clave: el efecto retardado de la capitulación de Syriza, la situación económica y su efecto sobre las expectativas del electorado.

Tras cuatro años en el poder, Nueva Democracia está cosechando todos los beneficios de la resignación de los griegos ante la ausencia de alternativa. Dicha resignación no es inevitable, sino que fue cultivada metódicamente por Syriza tras su capitulación ante la Troika en verano de 2015. El electorado acabó prefiriendo un gobierno que asumiera plenamente estas políticas a otro que dijera «lo sentimos, no era nuestra elección, pero no podíamos hacer otra cosa» mientras aplicaba implacablemente las duras políticas neoliberales prescritas por el memorándum de julio de 2015.

El primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis y líder del partido Nueva Democracia se dirige a sus partidarios en el suburbio de Peristeri, en el marco de su campaña preelectoral, para la próxima segunda vuelta de las elecciones del 25 de junio, el 29 de mayo de 2023. (Aris Oikonomou / SOOC / AFP vía Getty Images)

En otros términos, cuando la esperanza que una vez se asoció al turbulento periodo 2010-2015 se desvanece, todo lo que queda en la conciencia colectiva son los angustiosos recuerdos de una violenta degradación de las condiciones de vida, las calles llenas de escaparates cerrados y un país estigmatizado y aplastado. Lo que surge de semejante desastre es el deseo de pasar página, de reprimir este doloroso pasado y tratar de vivir lo más «normalmente» posible. El resentimiento acumulado se vuelve ahora contra quienes se considera —con razón— que son los principales responsables de la catástrofe, es decir, quienes se habían comprometido a combatirla y derrocarla.

Sin duda, Nueva Democracia también se benefició de sus conexiones incestuosas con el sistema de medios de comunicación, controlado en su totalidad por un puñado de oligarcas con estrechos vínculos con el Estado griego, sistema al que apoyó generosamente con fondos públicos. No debe subestimarse su capacidad para moldear la «conversación pública» y deslegitimar, o silenciar, las voces disonantes. Pero la razón esencial de su éxito reside en otra parte: en la relativa mejora de la situación económica en 2021-2022 y la relajación temporal de las restricciones presupuestarias en la UE debido a la pandemia.

Gracias a la política de flexibilización cuantitativa del Banco Central Europeo, la creación de dinero se disparó en la eurozona, y los tipos de interés reales habían sido negativos durante todo un periodo. Aumentó el gasto público, principalmente para apoyar a las empresas, pero los asalariados y otros grupos también se beneficiaron, aunque de forma desigual. Impulsadas por la industria turística, que ha vuelto a sus niveles anteriores a la pandemia, las tasas de crecimiento griegas se recuperaron del mínimo de 2020 (-9%) para alcanzar el 8,4% en 2021 y el 5,9% en 2022, entre las más altas de la eurozona.

Es cierto que la inflación que siguió (cerca del 10% en 2022, más del 20% para la mayoría de los productos alimenticios y la gasolina, y más del 140% para la electricidad) anuló el efecto de estas medidas, provocando un rápido aumento de los tipos de interés, pérdidas de poder adquisitivo y el anuncio de una vuelta gradual a la austeridad fiscal. Sin embargo, el desempleo ha seguido bajando, aunque sigue siendo el doble de la media europea (18% en 2019, 12,5% en 2022 frente a una media de la UE del 6,2%), y el gobierno ha adoptado una serie de medidas de apoyo a los ingresos familiares mediante prestaciones puntuales y «vales» para estimular el consumo.

Además, para el sector de las pequeñas y medianas empresas (PYME) —mucho mayor en Grecia que la media europea—, la inflación ha tenido incluso efectos positivos al provocar un aumento de la demanda. Además, para los agricultores (el 11,7% de la población activa en 2021, frente al 1,5% en Francia), el aumento de los precios de los productos agrícolas ha impulsado los ingresos brutos.

Como señala el economista marxista Costas Lapavitsas, «a ojos de muchos, el gobierno de Mitsotakis parece haber estabilizado la situación económica en un contexto de turbulencias internacionales». Por supuesto, no todos se han beneficiado por igual. En 2022, según un informe del Banco de Grecia, los beneficios empresariales aumentaron un 38%, alcanzando un máximo histórico. Este aumento alcanzó incluso una media del 72% en las diecisiete empresas más rentables que cotizan en bolsa.

Los salarios, mientras tanto, se estancaron (+0,3%) y siguen siendo los quintos más bajos de la UE. Con 780 euros al mes, el salario mínimo sigue un 11% por debajo de su nivel de 2012, un caso único en Europa. Y aunque ha descendido ligeramente, el «riesgo de pobreza y exclusión social» afecta al 28% de la población (cifras de 2022), el tercero más alto de la UE, solo con Rumanía y Bulgaria en peor situación.

Todo esto tiene un claro impacto en las expectativas de amplios sectores del electorado. Un sondeo de opinión realizado este mes de marzo reveló que el 60% se declaraba «bastante» (27%) o «muy» insatisfecho (33%) con su situación económica, frente a solo un 12% de «satisfechos» y un 3,5% de «muy satisfechos» (24,5% «ni lo uno ni lo otro»). Pero entre los afines a Nueva Democracia, solo el 27% estaba insatisfecho, frente al 37% «bastante» o «muy satisfecho» (36% «ni lo uno ni lo otro»).

En cuanto al futuro, el 40% espera que su situación empeore, frente al 20% que espera que mejore y el 38% que espera que se mantenga estable. Entre los simpatizantes de Nueva Democracia, los «optimistas» son casi el 40% y los que esperan estabilidad, el 47%. En comparación, estas cifras para los simpatizantes de Syriza son del 10% y el 30% respectivamente, y el 57% espera que su situación empeore.

Incluso con el hundimiento de las expectativas de futuro, Nueva Democracia se benefició tanto de la mejora de la situación de los ya acomodados como de un sentimiento más difuso de estabilización. Así, ha podido consolidar su base electoral en circunscripciones de clase media y acomodada (por ejemplo, un 46% en Atenas-Norte, +0,2 desde 2019) y en regiones tradicionalmente conservadoras (excepto en el norte de Grecia, donde pierde terreno frente a la extrema derecha), al tiempo que ha logrado avances significativos en zonas más obreras. En las circunscripciones de Atenas-Oeste, subió casi un 5%, y en el emblemático cinturón obrero del Pireo saltó del 30,2% al 37,4%.

La caída de Syriza

Sin embargo, la verdadera clave para entender estas elecciones reside en el colapso de Syriza. Su base electoral había resistido relativamente bien en 2019, cuando logró removilizar a un electorado en torno al reflejo del «voto útil» para contrarrestar el seguro regreso de la derecha al poder. Pero en manos de Tsípras y su partido, este nuevo mandato —construir una oposición al gobierno de Mitsotakis— sufrió un destino comparable al «no» del pueblo griego a la Troika en el referéndum de julio de 2015.

En los cuatro años que siguieron a su derrota de 2019, Syriza dirigió una oposición desdentada, en consonancia con las políticas que aplicó en el poder. Votó a favor del 45% de las leyes propuestas por el gobierno de Mitsotakis, incluidos algunos de los proyectos de ley más emblemáticos, como el que autorizaba la venta a un precio simbólico de los terrenos del antiguo aeropuerto de Ellinikon al oligarca Yiannis Latsis. El proyecto de Latsis, en asociación con capital qatarí, es construir una «Riviera ateniense» de gigantescas torres que alberguen apartamentos de lujo, casinos y centros comerciales. Syriza también apoyó vastos contratos de armamento, por valor de casi 15.000 millones de euros hasta la fecha, que llevaron a duplicar el presupuesto militar entre 2020 y 2022. Grecia es ahora el primer país de la OTAN en gasto de defensa en relación con el PIB, superando incluso a Estados Unidos (3,9% frente a 3,5%).

La campaña electoral de Syriza reflejó esta oposición retórica. Imitación pálida de las campañas del Pasok de los años 80, que prometían el «cambio», comenzó con un programa de medidas sociales destinadas a conciliar «realismo» y «justicia». Las propuestas pronto demostraron ser incoherentes, como la promesa de «proteger los hogares» amenazados de embargo por dificultades en el pago de las hipotecas. Se trata de una cuestión importante en Grecia, ya que unas trescientas mil viviendas están potencialmente afectadas en lo que sin duda será la mayor operación jamás realizada en Europa Occidental para transferir propiedades de pequeños hogares a fondos de inversión.

Se trata de fondos buitre con sede en el extranjero y domiciliados en paraísos fiscales. En realidad, la propuesta de Syriza garantizaba principalmente la rentabilidad de las compras de hipotecas «morosas» por parte de estos fondos, hasta el 50% del valor nominal de un título adquirido a una media del 3% de su valor inicial. Esto no es de extrañar, dado que fue el gobierno de Syriza el que facilitó los procedimientos de subasta y los embargos, trasladando la resolución de los litigios de los tribunales (donde las sentencias de los jueces y la acción de los militantes solían permitir aplazar los desahucios) a una plataforma electrónica y reprimiendo duramente las movilizaciones para proteger las viviendas amenazadas.

Con su «contrato por el cambio» acabado en un suspiro, Syriza se dedicó rápidamente a seducir al «electorado centrista», tentado por el voto al Pasok o incluso a Nueva Democracia. Apareciendo ahora como el campeón de la «clase media», a la que lamentaba haber «gravado injustamente en exceso» cuando estaba en el poder, Tsípras construyó la mayor parte de su campaña en torno a un doble argumento.

Por un lado, propuso un «gobierno progresista», en esencia una coalición con el Pasok, sin aludir siquiera a una base programática común. El Pasok rechazó inmediata y categóricamente la propuesta, despojándola así de toda credibilidad. Por otra parte, apareció como defensor del «Estado de Derecho» mediante la denuncia incesante del escándalo de las escuchas telefónicas, del que el líder del Pasok, Nikos Androulakis, era un objetivo clave.

Aunque perfectamente fundadas, estas acusaciones apenas han sacudido a Mitsotakis, que se limitó a admitir haber «cometido un error», y menos aún a un electorado que se hace pocas ilusiones acerca de que tales métodos sean una práctica habitual. Si han servido para algo, estas críticas han reinstaurado esencialmente al Pasok como fuerza reguladora dentro del bloque de partidos mayoritarios.

Como último repudio al último vestigio de referencias izquierdistas, Tsípras declaró durante la campaña que ahora apoyaba el mantenimiento de la valla militarizada (un auténtico «muro» antimigratorio) en torno al río Evros, a lo largo de la frontera greco-turca. Este sistema permite a las autoridades griegas llevar a cabo deportaciones ilegales masivas de inmigrantes utilizando métodos de vigilancia. Para colmo, Syriza, que ya ha absorbido una parte sustancial de la antigua nomenclatura del Pasok, decidió incluir entre sus candidatos a personas como el armador greco-estadounidense y antiguo prodigio de Goldman Sachs Stefanos Kasselakis y el exministro y portavoz de gobiernos de derechas Evangelos Antonaros.

Syriza perdió un tercio de su electorado de 2019 en estas elecciones, yendo en todas direcciones. Según los sondeos a pie de urna, el 11% fue a Nueva Democracia, el 10% al Pasok y el 8% a partidos radicales de izquierda (el Partido Comunista [KKE] y MeRA25-Alianza por la Ruptura). Las mayores pérdidas se produjeron en los distritos obreros de los principales centros urbanos, donde los resultados de Syriza se redujeron casi a la mitad (-17,5% en el cinturón obrero del Pireo, -16% en Atenas-Oeste, -18% en Ática-Oeste). En las regiones, una parte sustancial del electorado de los antiguos bastiones del Pasok volvió a su partido original, sobre todo en Creta, donde Syriza sufrió pérdidas de entre diecisiete y veintiún puntos. Estas pérdidas también beneficiaron a Nueva Democracia, que encabezó las encuestas en todos los condados.

Carteles con imágenes de Aléxis Tsípras, líder del partido Syriza, antes de las elecciones generales en Tesalónica, Grecia, el 16 de mayo de 2023. (Konstantinos Tsakalidis / Bloomberg vía Getty Images)

Entre los votantes jóvenes (de diecisiete a veinticuatro años), Syriza sigue obteniendo mejores resultados que la media nacional, pero ha bajado catorce puntos respecto a 2019 (del 38% al 24%), principalmente en beneficio de la izquierda radical (el KKE y MeRA25-Alianza por la Ruptura reúnen un total del 12,4% en este grupo de edad) y del partido de Zoe Konstantopoulou (6%). Sin embargo, por primera vez en la historia de Grecia, Nueva Democracia obtuvo una clara ventaja incluso entre los votantes jóvenes (33%, nueve puntos por delante de Syriza).

Syriza ya no puede pretender ser un «partido de gobierno», eje de una futura mayoría, y se enfrenta a una crisis existencial. Un síntoma característico del vértigo que parece haberse apoderado de las altas esferas del partido: aturdido por el desastre electoral, Tsípras puso al frente del equipo de comunicación de Syriza a Nikos Marantzidis, líder de la escuela «revisionista» griega de historiadores, pionero de una reescritura anticomunista de la historia de la Resistencia y la guerra civil, que a su vez había atacado ferozmente a la Izquierda, y a Syriza en particular, durante el periodo 2010-15.

Despojada de su identidad original e incapaz de inventar una nueva, débilmente arraigada en la sociedad civil (no controla ningún municipio importante y solo tiene una presencia marginal en el sindicato y en el movimiento estudiantil), totalmente centrada en la figura ahora devaluada de su líder, Syriza está entrando en un periodo de turbulencias. Como sugieren algunas figuras del partido, incluso la cuestión de la sucesión de Tsípras ya no es tabú…

La recuperación del KKE y sus límites

El KKE se cuenta entre los ganadores de las elecciones del 21 de mayo. Con un 7,2%, ganó 1,9 puntos respecto a su resultado de 2019 y consiguió recuperar la mayor parte del terreno perdido en 2012. Entonces, tras rechazar la propuesta de unidad presentada por Syriza, perdió casi la mitad de su electorado (del 8,5% en las elecciones de mayo de 2012 bajó al 4,5% en las de junio). El KKE es el único partido de izquierdas que conserva una base militante y popular. Su frente sindical, el Frente Militante de Todos los Trabajadores (PAME), es una fuerza importante, aunque claramente minoritaria en el movimiento obrero, y su organización juvenil tiene una fuerte presencia en los campus universitarios, ganando las recientes elecciones estudiantiles con una mayor participación.

En estas elecciones, el KKE podría aparecer así como un «voto seguro» para una fuerza histórica de izquierdas, claramente identificable y activa sobre el terreno. En su campaña no prometió nada más que formar una «oposición fuerte» a cualquier gobierno, una línea que parecía resonar con el sentido común de este periodo, es decir, la resignación ante la falta de alternativa.

Partiendo de una base electoral limitada pero leal y bien estructurada, el KKE pudo seguir avanzando entre los votantes jóvenes (7,3% entre los jóvenes de diecisiete a veinticuatro años, +3,3% en comparación con 2019; 8,1% entre los jóvenes de veinticuatro a treinta y cinco años, +2,1%) y especialmente entre los estudiantes, donde duplicó su resultado anterior (del 4% al 8,2%). Sus resultados superan el 10% en los barrios obreros de las principales ciudades (11% en el cinturón obrero del Pireo, 11,5% en Atenas-Oeste) y en las zonas tradicionalmente «rojas» (13% en Lesbos, 35% en Icaria, en torno al 11% en algunas islas jónicas). Sin embargo, este repunte no debe ocultar que el hundimiento de Syriza beneficia principalmente a las fuerzas situadas a su derecha, ya que el KKE obtiene un escaso 5% de este electorado. Incluso en los distritos obreros de Atenas y El Pireo, su avance es solo un tercio o un cuarto tan fuerte como el ascenso de Nueva Democracia.

A pesar de sus limitaciones, el repunte del KKE podría aportar una nota de esperanza si este partido no hubiera estado atrapado en una actitud sectaria que lo ha mantenido alejado no solo de cualquier forma de unidad de acción con otras fuerzas de izquierda (incansablemente denunciadas como «muletas del sistema»), sino también de todas las grandes movilizaciones populares del período reciente. Por ejemplo, el KKE rechazó cualquier participación en el movimiento Ocupa las Plazas de 2011, acusado de ser «pequeñoburgués», «antipolítico» y un mero «desahogo». También se negó a llamar al «no» en el referéndum de julio de 2015, prefiriendo promover el voto nulo mediante papeletas distribuidas por sus activistas con los lemas del partido. Esta línea sectaria coincide con la nostalgia sistemáticamente cultivada por la URSS, e incluso por Stalin, cuyas obras completas (en dieciséis volúmenes encuadernados en piel) han sido reeditadas por la editorial del partido y puestas a la venta al precio promocional de 208 euros.

Desde un punto de vista más estratégico, el KKE ha rechazado la línea de los «frentes populares», que le ha valido cierta benevolencia por parte de ciertas corrientes de extrema izquierda, pero solo para volver, con algunos matices, a la del VI Congreso de la Comintern, que equiparaba la socialdemocracia con el «socialfascismo» y predecía el colapso inminente del capitalismo. También rechaza cualquier tipo de «reivindicación transitoria», considerando que el «poder obrero» es la condición previa para resolver cualquier problema. Por ejemplo, tras el reciente desastre del tren de Tempi, se negó a pedir la nacionalización de los ferrocarriles, argumentando que, ya fueran de propiedad privada o pública, seguirían sirviendo al sistema capitalista.

En realidad, a pesar de un trabajo sindical a menudo eficaz (sobre todo en el sector privado, abandonado por los sindicatos burocratizados), su retórica radical sirve para disfrazar una práctica de pasividad política. Sus acciones se centran totalmente en «construir y fortalecer» el partido y sus diversos frentes (sindical, juvenil, cultural, etc.), que se utilizan simplemente como correas de transmisión del mismo.

Como indica el reciente comunicado triunfalista de su Comité Central, el (relativo) éxito electoral no hará sino confirmar la línea sectaria y el neoestalinismo nostálgico del KKE. Tanto más cuanto que el fracaso del único polo unitario de la izquierda radical, MeRA25-Alianza por la Ruptura (MeRA25-AR), si se confirma en las segundas elecciones del 25 de junio, convertirá al KKE en la única fuerza a la izquierda de Syriza representada en el parlamento.

El fracaso de la MeRA25-Alianza para la Ruptura

Las causas del fracaso de MeRA25-AR en las urnas no pueden reducirse a un único factor. Para analizarlas, debemos recordar algunas de las etapas del proceso que condujo a la formación de esta coalición. Su principal componente (en términos electorales) es MeRA25, un movimiento creado en 2018 por Yanis Varoufakis como sección griega de su movimiento europeo transnacional DiEM25. Consiguió superar el umbral del 3% en las elecciones de 2019 y entrar en el Parlamento.

Al igual que su destacado líder, este movimiento poco estructurado comenzó como una plataforma para una mezcla inestable de reivindicaciones sociales (sobre todo en cuestiones de derechos de las minorías), europeísmo de izquierdas y el espíritu de las luchas contra la Troika de los años 2010-15. Su electorado de 2019 era heterogéneo, con un fuerte componente juvenil y cierto éxito en los suburbios obreros de Atenas y El Pireo.

Durante los cuatro años siguientes, MeRA25 empezó a estructurarse y, sobre todo, a clarificar gradualmente su línea en una dirección más radical. En un texto publicado el pasado diciembre, Varoufakis llamó a una amplia convergencia de las fuerzas de la izquierda radical sobre una base programática, reflejando el giro a la izquierda de su movimiento: reconocimiento de que la UE no puede reformarse, desvinculación de la OTAN y no alineamiento, salida del euro si es necesario, y énfasis en el tema de la ruptura.

Entre las organizaciones de la izquierda radical, solo Unidad Popular respondió positivamente a esta llamada, a la que se unieron diversos intelectuales y activistas de movimientos sociales. Se formó así una coalición, llamada «MeRA25-Alianza por la Ruptura» y su lema principal en la campaña fue «por primera vez, ruptura». Armada con un elaborado programa de propuestas alternativas, cercano en su ambición y contenido a L’Avenir en commun de France Insoumise, pretendía demostrar que «todo puede ser diferente».

La única de estas propuestas que recibió atención mediática fue la creación de un sistema de pago electrónico basado en la plataforma digital de Hacienda. Permitiría eludir el sistema bancario y proporcionar al Estado un medio de pago sin recurrir necesariamente a una moneda nacional. Abriendo una cuenta en este sistema (denominado Demeter), los particulares y las pequeñas empresas podrían evitar las exorbitantes comisiones que cobran los bancos griegos incluso por las transacciones más pequeñas y beneficiarse de una rebaja fiscal, que serviría como medio de remuneración de su cuenta.

Un plan así —y esto también formaba parte de la propuesta— podría facilitar considerablemente la transición a la moneda nacional, en caso de que el Banco Central Europeo repitiera el chantaje sobre la provisión de liquidez que llevó a cabo en 2015. Esto fue todo lo que hizo falta para desatar una avalancha de propaganda alarmista por parte de Nueva Democracia y los medios de comunicación, que agitaron constantemente el espectro de 2015, el caos que supuestamente seguiría a la salida del euro y la estigmatización de Varoufakis como el hombre que quería llevar a Grecia a la bancarrota. Syriza se apresuró a seguir su ejemplo, y el resto de las propuestas del programa fueron totalmente ignoradas.

Aunque sin duda esto ayudó a desviar a la parte más moderada del electorado de 2019, la clave del fracaso de la MeRA25-AR está en otra parte, concretamente en la ausencia de una base electoral mínimamente estable y en la vertiginosa rotación de su electorado entre 2019 y 2023. El MeRA25-AR solo atrajo al 18% de su propio electorado en 2019, mientras que el 42% se decantó por Nueva Democracia, el 27% por otras formaciones de izquierda radical (el KKE y la extrema izquierda) y el 13% por el partido de la expresidenta parlamentaria de Syriza, Zoe Konstantopoulou. Las ganancias procedieron principalmente del electorado de Syriza y de otras formaciones de izquierda radical, e incluso de Nueva Democracia.

A pesar de su orientación unitaria, la coalición liderada por Varoufakis se mostró insuficientemente competitiva luchando en el terreno de la izquierda radical, donde optó por posicionarse sin ambigüedades. Pero el giro a la izquierda también se anunció demasiado tarde para resultar convincente. No estaba suficientemente arraigado en las prácticas militantes: solo Unidad Popular ofrecía una (pequeña) base organizativa. Así pues, su coste resultó mayor que su beneficio. Creíble cuando emana de un movimiento fuerte como France Insoumise, el intento de encarnar una propuesta alternativa de ruptura parecía una carga demasiado pesada para una formación que luchaba por su supervivencia parlamentaria.

En un contexto de retroceso general de la izquierda, el KKE parecía una apuesta más segura como fuerza de oposición, sobre todo porque el discurso de Varoufakis podía parecer demasiado tecnocrático y abstracto a las clases populares. El MeRA25-AR cayó un 0,8% de media respecto a 2019, pero sufrió las mayores pérdidas en los distritos obreros (-1,5% en el cinturón del Pireo, -1,3% en Peristeri y -1,8% en Aspropyrgos, dos municipios obreros del área metropolitana de Atenas). Se mostró más resistente entre los jóvenes (del 6% al 5,1%), sobre todo entre los estudiantes (estable en el 6%), pero quedó por detrás del KKE incluso en esta categoría.

El sorprendente ascenso de Zoe Konstantopoulou

El MeRA25-AR, y la izquierda radical en general, han sufrido el ascenso de Curso de Libertad, el partido de Zoe Konstantopoulou, renombrada abogada y efímera presidenta del parlamento durante el primer gobierno de Syriza en 2015. Este partido, fundado en 2016, se basa enteramente en el carisma de su líder y en un discurso inicialmente posicionado como «populista de izquierdas».

Su principal inspiración fue la campaña de 2016-2017 del líder de la izquierda francesa Jean-Luc Mélenchon y, en particular, sus tintes patrióticos y republicanos. En 2018, en un contexto de nacionalismo exacerbado en torno a la cuestión de Macedonia, Konstantopoulou decidió unirse a las concentraciones de protesta contra el Acuerdo de Prespa negociado por el gobierno de Syriza y por el que se reconocía al Estado vecino como «República de Macedonia del Norte».

Estas concentraciones fueron multitudinarias, sobre todo en el norte de Grecia, pero también estuvieron claramente dominadas por la extrema derecha y proclamaron la negativa a reconocer a cualquier Estado que llevara el nombre de Macedonia, considerado propiedad exclusiva de Grecia. Este giro nacionalista provocó una ruptura en las ya tenues relaciones entre Konstantopoulou y la izquierda radical.

En 2019, Curso por la Libertad había obtenido el 1,5% y no consiguió entrar en el Parlamento. Sin embargo, consiguió posicionarse como polo de referencia de una constelación emergente de pequeñas formaciones «soberanistas», que combinaban nacionalismo, rechazo de la división derecha-izquierda y retórica anti-Troika y «antisistema». La votación del 21 de mayo dio un nuevo impulso a este planteamiento.

El lenguaje sencillo y directo de Konstantopoulou, adquirido a lo largo de muchos años de práctica en los tribunales, le permitió triangular con éxito temas antisistema de los repertorios tanto de la «derecha» como de la «izquierda»: eslóganes nacionalistas (sobre Macedonia o las relaciones con Turquía) mezclados con referencias a las luchas del periodo 2010-2015 (sobre todo en la cuestión de la deuda); defensa de la «identidad de la nación griega», pero también insistencia en su condición de única mujer dirigente de un partido político griego, con especial atención a las cuestiones de la violencia sexista y sexual y los ataques a la comunidad LGBTQ; halagando a los que se oponen a la vacunación, pero también defendiendo los derechos y libertades públicas y denunciando la represión policial y la violencia estatal contra los refugiados; y combinando una retórica de virulento rechazo a todos los políticos con un fuerte legalismo y un recordatorio constante de su estatus institucional como expresidenta del Parlamento.

Los resultados de la votación y los datos de las encuestas a pie de urna muestran que la composición del electorado de Curso por la Libertad refleja la «triangulación» del discurso de su líder. Incluye un componente procedente de la derecha, incluso de la extrema derecha, como sugiere el hecho de que captó a casi el 9% del electorado que se planteó votar al partido sucesor de Amanecer Dorado (al que una sentencia judicial impidió presentarse). Pero también consiguió atraer al 13% del electorado de MeRA25 en 2019.

El perfil general es, no obstante, sociológica y espacialmente «de izquierdas». Curso por la Libertad obtuvo sus mejores resultados en los suburbios obreros de Atenas y el Pireo (4% en Atenas-Oeste, 4,3% en el cinturón del Pireo, con picos del 5% en los municipios más obreros). En cambio, en los barrios de clase media-alta, los resultados estaban muy por debajo de la media nacional (1,3% en Filothei, 1% en Ekali). La formación también avanzó entre los votantes jóvenes, superando a MeRA25-AR entre los jóvenes de diecisiete a veinticuatro años (5,9% frente a 5,1%).

Este perfil «soberanista» pudo así atraer a una proporción significativa del voto antisistema y competir eficazmente con el KKE y, sobre todo, con el MeRA25-AR como forma de sancionar a Syriza al tiempo que se oponía a los demás partidos mayoritarios. Los primeros sondeos postelectorales sugieren que el éxito de Konstantopoulou se amplificará en las segundas elecciones del 25 de junio y le permitirá de nuevo entrar en el Parlamento.

¿De vuelta al viejo mundo?

Como señala el politólogo Yannis Mavris, la votación del 21 de mayo desmintió las expectativas de quienes pensaban que las elecciones de 2019 marcarían la consolidación de un sistema bipartidista, comparable al del periodo 1981-2009, con Syriza ocupando el lugar que antes ocupaba el Pasok. Los primeros en someterse a esta premisa falaz fueron seguramente Tsípras y la dirección de Syriza, que creyeron que el electorado popular y la juventud estaban definitivamente ganados y que podían emprender con seguridad la «carrera hacia el centro» para ganarse al electorado «moderado» de clase media y alta.

En realidad, si el bipartidismo está en retroceso (la suma Syriza-Nueva Democracia cayó del 71% al 61%), es exclusivamente en detrimento del polo de «centroizquierda», abriendo el camino a un brusco giro a la derecha en la escena política general. Actualmente, las únicas fuerzas capaces de infligir pérdidas a Nueva Democracia son las de extrema derecha. Solución Griega y, con toda probabilidad, Niki parecen ahora seguros de estar representados en el parlamento que surja tras el 25 de junio, lo que da a la extrema derecha un peso institucional sin precedentes.

Otra forma de leer estos resultados es verlos como el retorno del «viejo mundo», el de las fuerzas políticas barridas por la revuelta popular de 2010-15 y las históricas elecciones de mayo y junio de 2012. Nueva Democracia está alcanzando de nuevo las puntuaciones de su apogeo, el Pasok ha resucitado de entre los muertos y el KKE casi ha recuperado su posición anterior y, por primera vez desde la caída de la dictadura (con la excepción de un breve periodo entre 1993 y 1996), puede incluso afirmar que monopoliza la representación institucional de la izquierda radical. La irrupción de un partido como Curso para la Libertad también debería servir de advertencia: es muy posible que la confusión (anti)política llene el vacío dejado por la incapacidad de construir un polo unitario y creíble de la izquierda radical.

Una vez más, solo podemos observar que las traiciones de la izquierda allanan el camino a una restauración reaccionaria y a una dinámica de radicalización de la derecha. Queda por ver hasta qué punto la votación del 25 de junio confirmará o invertirá estas tendencias. Al fin y al cabo, el terreno sobre el que se asienta el sistema político griego ha demostrado ser más frágil de lo esperado.

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