Han pasado ya unos días desde que cientos de personas se lanzaran a las calles en varias ciudades de Cuba en una ola de protestas antigubernamentales insólita. El júbilo con el que se recibió la noticia de que Cuba había conseguido la primera vacuna de América Latina con datos de efectividad similares a los de las vacunas Pfizer o Moderna se ha visto ensombrecido por las recientes manifestaciones en la isla. Muchos de los manifestantes y voceros de las protestas salían a la calle con proclamas como «libertad» y «abajo la dictadura», algo inusual en una isla que no acostumbra a tener este tipo de desafíos.
Las imágenes de las manifestaciones cubanas han recorrido el mundo entero y han puesto al gobierno cubano en una situación de alerta. La derecha y ultraderecha internacional, aquellas que beben directamente de Miami, han encontrado en esta delicada situación una nueva oportunidad para clamar por el «cambio de régimen» y lanzarse contra Cuba con toda su capacidad ofensiva hasta el punto, incluso, de atreverse a exigir una intervención militar en la isla con la hipócrita demanda de democratización como coartada.
Los medios de comunicación
Como es habitual, Cuba recibe un tratamiento particular por parte de los medios de comunicación occidentales, que no solo informan a partir de notables ausencias de marcos necesarios para el entendimiento de la realidad cubana, sino también desde la manipulación más burda, impidiendo directamente el entendimiento de los recorridos y realidades sociopolíticas y económicas del país y, por lo tanto, dificultando una opinión formada acerca de los sucesos de estos días.
Muchas de las noticias referentes a la isla tienen claros sesgos ideológicos definidos por aquellos que realmente financian y dirigen los medios; eso no es una novedad. Por ello, las recientes manifestaciones de Cuba han recibido un trato prioritario que no se concede a protestas de otros países, independientemente de que en casos como el de las masivas protestas en Colombia o Sudáfrica incluyan mayor participación y virulencia e incluso se hayan dado de manera extendida casos de torturas y asesinatos de manifestantes por parte de las fuerzas policiales y paramilitares bajo las órdenes de sus respectivos gobiernos.
Si en Cuba se hubieran dado manifestaciones como la del movimiento de los chalecos amarillos (gilets jaunes, en francés) y hubiera existido una represión de contundencia similar a la de la policía francesa, que incluso realiza detenciones previas a las manifestaciones, no cabe duda de que se hubiera hablado de represión gubernamental, de ausencia de libertad y, por supuesto, de dictadura, algo que por supuesto no sucede en el caso francés.
En el exterior no resulta sencillo encontrar análisis que no acaben por simplificar y reducir todo a una exigencia velada de cambio del sistema político cubano, lo que en definitiva coarta la posibilidad de un análisis serio, que permita concebir las protestas como una búsqueda legítima de mejoras en las políticas del gobierno.
Democracia para pocos
Resulta curioso que nunca se ponga en duda el sistema político que rige en democracias con enormes tensiones sociales, desigualdades e índices de pobreza. Sociedades como las que rodean a Cuba en el Caribe o incluso de grandes países de América, como México o Estados Unidos, exhiben una realidad resignada plagada de crímenes, pobreza infantil, miseria, mafias y ausencia de acceso a servicios básicos como la justicia, la sanidad o la educación. ¿Se puede hablar allí de democracia? Contextos así, de una desigualdad alarmante, ¿no ameritan repensar el sistema político que los cobija? Las denuncias de torturas y asesinatos de manifestantes en Colombia se cuentan de a cientos, ¿hablan los medios de «régimen» colombiano? Por supuesto que no.
Resulta histriónico comprobar cómo ciertos partidos políticos de derecha (aunque también los hay desde la «izquierda») procuran dar lecciones paternalistas de democracia a Cuba cuando, por otro lado, no dudan en apoyar las habituales actuaciones sobre los manifestantes llenas de brutalidad y represión policial y paramilitar de gobiernos como el de Colombia, Israel, Ecuador o Chile.
Independientemente de la brutalidad que se ejerza, cualquier represión de la oposición al sistema democrático capitalista —siempre que se dé dentro de los marcos que garanticen su estructura— acaba por justificarse ante una realidad que no admite disidencia y que, en esencia, niega la democracia misma. En el sistema capitalista, la desigualdad, la miseria y la precariedad acaban justificándose en una cultura hegemónica occidental que culpabiliza al individuo de su suerte e impide, por lo tanto, espacios para la construcción de alternativas colectivas. Sin duda, las democracias occidentales tienen enormes contradicciones. No puede haber libertad del individuo en un contexto donde no están garantizadas las condiciones que permitan el ejercicio de esa libertad, algo que en las democracias occidentales va ligado a la capacidad de consumo y compra de servicios.
La pobreza, el acceso a servicios básicos y la desigualdad estructural impiden el ejercicio real de la libertad. La democracia es inherente a la libertad de elección sobre el uso del tiempo, algo que resulta impensable entre enormes capas de población mundial bajo sistemas democráticos capitalistas y que, en cambio, debería ser el objetivo de aquellos sistemas de horizontes socialistas.
Democracia para todos
La democracia es el resultado del conflicto social permanente de los ciudadanos que consensuan y llegan a equilibrios a partir de puntos de vista e ideales diferentes que acaban por decidir los marcos, instituciones y límites del poder del Estado. Este sistema de organización social y política es entendida, por lo tanto, como un sistema eficaz que organiza la vida por medio de esos límites y pactos sociales que deben servir para evitar el abuso de los gobernantes sobre los ciudadanos y, principalmente, el abuso de una clase social poderosa sobre otra subordinada y dependiente.
La revolución cubana derrocó la dictadura de Fulgencio Batista, puso los cimientos para acabar con el capitalismo voraz y genocida de la época y para llevar a cabo la construcción de una república democrática asentada en los valores de libertad, derechos y soberanía popular. Sin duda, los barbudos trajeron progreso, políticas igualitarias, paz social y considerables avances en materia de educación y sanidad para toda la población, sin distinción. A pesar de las enormes dificultades del contexto posterior al triunfo revolucionario y los cientos de ataques contrarrevolucionarios dirigidos desde Estados Unidos, en la isla se construyó un consenso democrático en torno a las ideas socialistas de justicia e igualdad que acabaron por dar forma al Estado de derecho que representa la Constitución cubana y que dota de elementos genuinos a su democracia.
A pesar de los continuados ataques contra el modelo cubano, el sistema electoral de elección directa de Cuba permite un alto consenso democrático y de mayor grado participativo que el que se da en cualquier otra democracia occidental, lo que implica que exista un equilibrio democrático otorgado por los procesos electorales periódicos de gran participación ciudadana, por una Constitución renovada recientemente en 2019 y por un gobierno y una ciudadanía dispuestos a defender las reglas democráticas del país.
En Cuba, el presidente y el Consejo de Ministros son designados por el parlamento, es decir, por la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuyos representantes son ciudadanos que combinan su desempeño político con la vida laboral en sus respectivos trabajos. Todos los representantes son elegidos mediante elección directa de sus Asambleas Municipales por sus vecinos. Además, ningún candidato necesita postularse detrás de siglas partidistas, ni contar con grandes sumas de dinero para poder presentarse y hacer campaña electoral, puesto que en Cuba se respeta la horizontalidad del proceso: ningún candidato puede destacar por encima de otro a partir de la inversión en propaganda electoral.
Conviene apuntar que, en todo caso, la democracia participativa cubana queda relegada a la posición del Partido Comunista Cubano (PCC) como «fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado», lo que en la práctica imposibilita una verdadera soberanía popular apartidista a pesar de que ningún partido —ni siquiera el PCC— tiene derecho a postular candidatos en las elecciones (si bien muchos de los candidatos son militantes del partido, quedan a merced de la decisión popular).
La construcción democrática en la isla ha pasado por distintos episodios. Algunos más amables económicamente, como los de los años anteriores a la desintegración de la URSS, y otros mucho más difíciles, como las del Periodo Especial, durante los años noventa.
Hoy Cuba vuelve a situarse en una posición complicada y todo apunta a que existe la necesidad de reflexionar y renovar impulsos. El Gobierno cubano no se puede permitir mirar hacia otro lado. La utopía no se compone de una lista de requisitos o de un fin que justifique unos medios carentes de los principios de libertad. Se trata, más bien, de un punto de partida que nos sitúa en la mejor posición posible para comenzar a caminar hacia sociedades de libres e iguales.
Pandemia, escasez y reformas
Las fake news han sido algo habitual en estos días, y varios analistas de redes han encontrado indicadores evidentes de manipulación y coordinación para la difusión de mentiras con el fin de lograr dañar la imagen internacional del gobierno de Cuba. La injerencia es una realidad fundamentada, y desde Miami la presión política y económica sigue siendo incesante e incluso enfermiza, a tenor de las declaraciones de algunos de representantes políticos estadounidenses, como el senador por Florida Marcos Rubio.
Más allá de reducir torpemente toda explicación a la injerencia o, peor, caer en la trampa de la derecha global y acabar alineándose con sus pretensiones sobre la isla para derrumbar el sistema cubano, existen ciertos apuntes que merece la pena destacar si queremos abarcar y entender mejor los sucesos de estos días desde la búsqueda sincera de mejoras en el país y la situación de su pueblo. Detrás de las líneas que siguen subyace un verdadero sentimiento internacionalista y el deseo sincero de seguir avanzando hacia la utopía.
El malestar social entre la sociedad cubana ha ido en aumento en los últimos años en la medida que el «colchón social» ha ido menguando. Para la mayor parte de cubanos, la vida se ha vuelto mucho más complicada, no solo por las consecuencias del COVID-19 para una economía muy dependiente del turismo, sino también por razones derivadas de la falta de soluciones gubernamentales ante las crisis internas, como las de cuidados y demográficas (Cuba tiene en la actualidad una población muy envejecida). La isla se ha visto golpeada por las diferentes crisis globales y, por supuesto, ha sido duramente afectada por el endurecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero durante el mandato del expresidente Donald Trump y el actual continuismo de la política de mano dura del recién elegido Joe Biden.
Las políticas restrictivas con las remesas han generado que muchas familias dependientes económicamente de sus familiares en el exterior hayan visto reducida su capacidad adquisitiva. Pero esta solo es una parte de la historia. Que no haya habido manifestaciones de esta envergadura antes no significa que en el país no exista cierto enfado acumulado desde hace tiempo. Independientemente del brutal bloqueo y sus efectos directos sobre el día a día de los cubanos, la realidad es que el gobierno cubano —en su intento de tratar de imitar a los sistemas socialistas de mercado asiáticos (como Vietnam)— ha introducido varias reformas promercado que han acabado por hacer más difícil la vida cotidiana de los cubanos.
Estos paquetes de ajustes en la economía, sumados a la supresión de la doble moneda, se han traducido en recortes sociales, empobrecimiento generalizado, reducción de subsidios y una apertura para la inversión extranjera que ha encarecido los precios de productos básicos. La escasez material y la pandemia solo han encendido la mecha de una situación de enfado generalizado hacia un gobierno que destaca por no conceder espacios para la asimilación de nuevas corrientes dentro de la izquierda socialista cubana y las demandas específicas de distintos colectivos heterogéneos existentes entre la sociedad.
Cuba tiene un problema de horizontes y anhelos insatisfechos que limita la capacidad de ilusionar a generaciones que no se conforman con ver sus vidas ancladas en la precarización. Con todo, la revolución todavía goza de un apoyo masivo, como se ha podido comprobar en las enormes marchas y concentraciones de estos últimos días a favor del gobierno y en defensa de la revolución, que congregaron miles de simpatizantes.
Si bien se trata de un país con numerosas carencias y precariedad, cierta corrupción a pequeña escala y una ausencia de verdadera democracia socialista en la propiedad de los medios de producción y de los espacios de trabajo, los triunfos sociales de la revolución han sido lo suficientemente importantes como para seguir impidiendo, al día de hoy, que las personas acepten en masa la restauración del capitalismo y la capitulación ante una derecha que parece dispuesta a entregar la isla a cualquier precio con tal de que caiga su sistema y su influencia mundial.
Hablar de Cuba obviando la eterna campaña de desgaste en su contra, su funcionamiento político y el brutal bloqueo y dificultades añadidas que supone en el día a día de los cubanos es faltar a la realidad. Ahora bien, las recientes reformas del gobierno cubano están tensando poco a poco la situación hasta unos niveles de riesgo, que pueden acabar por romper ciertos lazos históricos entre la revolución y la sociedad.
Detrás de las reformas parece haber una clara intencionalidad por buscar una reconversión de la isla al socialismo de mercado, alejándose peligrosamente de las ideas centrales de la revolución acerca de la igualdad y la justicia social. Las políticas económicas promercado que se han puesto en marcha en el país tienen la intención de dotar de una especie de enfoque pragmático al campo económico para tratar, así, de sobrevivir a las restricciones que impone el bloqueo estadounidense al comercio cubano y a la incapacidad de acceder a préstamos internacionales, lo que limita la capacidad de exploración de otros espacios de inversión menos inestables dentro del mercado mundial.
La introducción de políticas que buscan desligar a los trabajadores de los aparatos productivos estatales para sumar fuerzas del campo cuentapropista y cooperativista suponen liberar de ciertas cargas de dependencia del mercado laboral al Estado, pero también suponen que cada vez más cubanos acaben engordando las estructuras de un modo de producción capitalista con lógicas basadas en la acumulación de capital y el consecuente aumento de la competencia, es decir, la conformación de espacios donde se dan ganadores y perdedores.
El desarrollo desigual que provoca este enfoque de la economía y la irracionalidad y el descontrol sobre cada vez más capas de la producción cubana pueden percibirse como beneficiosas desde prismas cortoplacistas, pero los cambios se han visto entorpecidos por la llegada de la pandemia y se teme que el mercado negro se haya ensanchado a la par que muchos cuentapropistas se han visto obligados a tener que cerrar sus negocios.
Puede que tras el paso de la fatídica pandemia y la inmunidad que traiga la vacunación de la población los cambios sirvan para mejorar las perspectivas y cubrir las urgentes carencias materiales de una parte de la castigada sociedad cubana, pero también son el germen de un modelo económico que, a largo plazo, tiende naturalmente al aumento de la desigualdad, la inseguridad, a peligrosas crisis periódicas y, por descontado, a socavar las bases de los principios socialistas de solidaridad e igualdad entre trabajadores.
El PCC ante una sociedad diversa
Debe tenerse en cuenta que las reformas que buscan vías alternativas a la dependencia del sector estatal de la economía para tratar de introducir mejoras que acaben por aumentar el nivel de vida, el consumo y el acceso a distintos productos del mercado mundial de parte de la población cubana, se hacen a costa de sacrificar ciertos logros de la revolución, es decir, a costa de aumentar la desigualdad en la sociedad cubana.
Puede que también se esconda la intención de responder a una necesidad intestina del propio PCC para seguir manteniendo su hegemonía y monopolio en un campo político que estos días está teniendo algunas dificultades para mantener la credibilidad. Y es que la legitimidad del gobierno cubano no pasa por sus mejores momentos. Algunos dirán que el actual presidente Díaz-Canel carece de la necesaria capacidad de liderazgo y habilidad resolutiva ante los disensos que sí tenía Raúl Castro, aunque Raúl tampoco gozaba del carisma y respaldo popular que sí tenía su hermano Fidel.
La realidad es que dentro de la sociedad cubana coexisten al día de hoy diferentes visiones provenientes de generaciones distintas y con visiones encontradas. A destacar, el de una parte de la población de edad madura que consiguió mejoras sustanciales con la Revolución y encontró en las políticas de Fidel Castro y los revolucionarios de Sierra Maestra una posibilidad real de mejora material y de accesos a servicios antes negados como la educación y la sanidad y, por otro lado, una parte creciente de la sociedad cubana que no encuentra en la vanguardia política del país respuestas a los nuevos horizontes y a sus demandas de mejoras sociales y materiales (sector principalmente conformado por aquellos que nacieron en los años de etapas avanzadas del gobierno revolucionario y por las generaciones más jóvenes).
Y aquí es donde radica el principal problema que amenaza de manera potencial el sistema cubano y su viabilidad en términos de igualdad y conquista de derechos en el funcionamiento de su democracia socialista. Cuba necesita reformular sus horizontes, consensuar los pasos a seguir en el futuro y conformar de manera colectiva una nueva utopía para poder seguir construyendo los caminos que hacen posible la consecución de mejoras y nuevas victorias sociales.
Si no se da espacio a la deliberación democrática en el seno del partido, y si no existen mecanismos de asimilación de esas nuevas ideas y debates existentes en las calles cubanas de colectivos, intelectuales, artistas e incluso los que se dan en activas corrientes de la izquierda cubana, difícilmente podemos hablar de un futuro esperanzador para la mejora del país en términos socialistas. No se pueden concebir las críticas como una enmienda a la totalidad del sistema socialista de manera sistemática.
El PCC debe escuchar las calles. Si todo debate es percibido como una potencial traición o síntoma del avance de la contrarrevolución, y si toda demanda es automáticamente ahogada (incluso aquellas que parten desde una adhesión sincera a los principios de la revolución), solo se puede esperar a que la derecha y la contrarrevolución —la de verdad— culminen con éxito su histórica empresa de desestabilización y consigan volver a convertir a Cuba en su colonia-casino. Un desenlace así sería un golpe fatídico no solo a las esperanzas progresistas del país sino también a lo más simbólico del imaginario de la izquierda mundial.