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Murales de un heredero

El presente resulta incomprensible si no nos hacemos cargo de los espectros que lo habitan.

A propósito de Espectros dependentistas. Variaciones sobre la «teoría de la dependencia» y los marxismos latinoamericanos, de Diego Giller (Ediciones UNGS, 2020).

 

Quisiera comenzar estas páginas compartiendo una pregunta que me atormenta y que, por lo menos en el último quinquenio, creo que ha resultado decisiva en la política latinoamericana. Se trata de un interrogante que no es mío, sino que le pertenece a la época (a nuestra época): ¿Qué ha sucedido con las democracias latinoamericanas en las últimas dos décadas? 

Como suele ocurrir la mayoría de las veces, una pregunta puede llevar a otra, y en ese sentido resulta inevitable desligar lo sucedido en nuestras democracias de los modos que tenemos de entenderla como categoría. Por lo tanto, hay una pregunta con la que podemos continuar la realizada en el párrafo anterior: ¿Cómo han sido pensadas las democracias en América Latina en los debates intelectuales del siglo XXI? Porque hablar de democracia implica ya asumir como propio un concepto que la defina. Me animo a decir que, en efecto, allí se encuentra la clave para responder los dos interrogantes formulados hasta aquí.

Inserto en esa trama de preguntas es que me interesa abordar el libro de Diego Giller publicado recientemente bajo el título Espectros dependentistas. Variaciones sobre la «teoría de la dependencia» y los marxismos latinoamericanos (Ediciones UNGS, 2020). Tal como lo presenta el autor, es un trabajo dedicado a indagar en los fantasmas que nos lega el marxismo latinoamericano y, en especial, las teorías de la dependencia que surgieron en nuestra región en la segunda mitad de los años sesenta. 

Ahora bien, ¿cuál es el valor de estudiar hoy la historia de los marxismos latinoamericanos y de las teorías de la dependencia? ¿Qué sentido tiene tal ejercicio intelectual? 

La lectura del libro de Giller que intento proponer aquí, a partir de las preguntas planteadas más arriba, es que no podemos comprender los modos en que hoy pensamos nuestras democracias (y nuestra época) si no investigamos rigurosamente la historia de los conceptos con los cuales analizamos en nuestros días los fenómenos que estamos atravesando. O utilizando las palabras del autor: el presente resulta incomprensible si no nos hacemos cargo de los espectros que lo habitan.

Para cumplir con esa tarea, es decir, para hurgar en la historia de las ideas latinoamericanas de forma abarcadora, el libro de Giller se traslada a los años sesenta, un momento de efervescencia en el que la teoría social y política de nuestra región resultó sumamente prolífica, y en el cual el marxismo constituía el locus indispensable e ineludible de la época. Con el señalamiento anterior quisiera hacer referencia a un aspecto que es crucial en la indagación de Giller. Me refiero a la relación entre teoría y política como un elemento imprescindible, aun cuando ninguna de ellas dos pueda ser subsumida a la otra. Es decir que resulta imposible comprender el dependentismo sin el marco político en el cual nace y se desenvuelve; pero, al mismo tiempo, sería equivocado reducir el derrotero y las características de las teorías de los años sesenta al momento de explosión política en el cual fueron producidas. Por esa razón, Giller propone un justo equilibrio entre reponer de un modo permanente el contexto histórico de producción de las reflexiones dependentistas, y a la vez dar cuenta de la historia propia que le corresponde a ese universo de teorías.

Creo que en ambos puntos (contexto de producción e historia propia de la teoría) residen las grandes virtudes que nos convida Espectros dependentistas. La primera de ellas es remarcar de manera persistente el horizonte de visibilidad (utilizando la categoría de un autor como René Zavaleta, al que Giller destina varias páginas de este libro, pero al que le ha dedicado largos estudios de forma reciente) que significa la historia (y fundamentalmente, la historia de la lucha de clases) para el ejercicio de la labor intelectual. Porque no existe una determinación o una relación mecánica entre teoría y política, sino un conjunto de coordenadas que brindan condiciones de posibilidad para la emergencia de las ideas (las cuales, nos dice Giller, a su vez repercuten en el terreno específico de la política). En esa línea, no se trata de sucesos históricos que operan de manera lineal (aunque en algunos casos, como el golpe de Estado en Chile del 11 de septiembre 1973, el efecto haya sido determinante, en tanto resultó una inflexión que provocó la persecución y el exilio de numerosos intelectuales que hasta entonces tenían un rol destacado en las ciencias sociales latinoamericanas). Más bien, Giller nos señala la existencia de diversos procesos históricos que, con diferentes afluentes, conforman el mural de la época. Permítanme detenerme aunque sea unos instantes en la figura del mural, ya que no la acabo de mencionar por mera casualidad. Se trata de una de las expresiones artísticas por excelencia de la tradición cultural mexicana. Tanto es así, que el muralismo fue uno de los modos predilectos que escogieron artistas de aquella nación en el siglo XX para narrar la historia de su patria desde la perspectiva de los sectores populares. Sucede que el mural ofrece un panorama amplio, permite destacados (a veces majestuosos), pero también habilita detalles escondidos que, sin embargo, son sustantivos para el conjunto de la escena. Así, quien aprecia atentamente un mural, no debe perder de vista la riqueza de lo que todos sus matices y su disposición monumental le ofrecen. Quizá por la relevancia que México asume en su libro como escenario de debates teóricos, tal vez por la prolongada estancia del autor en tierras mexicanas, o probablemente por ambas razones, la modalidad escogida por Giller para instruirnos sobre las coordenadas políticas en que surgen y se despliegan las reflexiones sobre la dependencia se asemeja bastante a la del mural. De esa manera, como señalaba anteriormente, la Revolución Cubana de 1959, el golpe de Estado en Chile de 1973 y las dictaduras en el Cono Sur de la región son una parte sustantiva del paisaje. Pero ello no impide que el autor destaque otros elementos históricos que conforman el contexto general de producción intelectual al que se refiere. El ejemplo más resonante en ese sentido es el de la Revolución Nacional Boliviana de 1952, a la cual Giller le presta especial atención. Pero, más allá de ese caso, permanentemente se dedica a remarcar, o simplemente a mencionar, otros procesos que resultaron significativos, tanto en el plano regional como global, y que usualmente no son atendidos en los abordajes sobre la época. Por caso, podemos referirnos al habitual «olvido» de las revoluciones en Centroamérica que sufren las ciencias sociales latinoamericanas al narrar el tránsito producido en los años ochenta «de la revolución a la democracia», acuñado y canonizado por Norbert Lechner en su clásico libro Los patios interiores de la democracia (una pequeña digresión al respecto: ¿Habrá sido una casualidad que un ícono de las democracias del siglo XXI como Álvaro García Linera se haya formado en materia teórico–política precisamente con las organizaciones guerrilleras centroamericanas de fines de los años setenta? ¿No nos dice algo sobre las democracias contemporáneas esa «casualidad» histórica?). 

En esa cualidad muralística se encuentra entonces una primera virtud del trabajo de Giller a la hora de lidiar con los fantasmas dependentistas: reponer su contexto de emergencia y desarrollo atendiendo las influencias que generalmente son destacadas, pero proponiendo un abordaje mucho más enriquecido y holístico que el usualmente ofrecido por otras lecturas. Su recorrido pormenorizado resulta, por lo tanto, tan ilustrativo como sugerente.

Pero decíamos también más arriba que Espectros dependentistas tiene una segunda virtud: el tratamiento de la historia propia de las teorías de la dependencia y los marxismos latinoamericanos a partir de su notable expansión (su boom, dice Giller) en los años sesenta. Nuevamente cuadra aquí la figura del mural para expresar el acercamiento que realiza el autor. Pues evita incurrir en dos tentaciones posible y corrientes en el estudio del dependentismo. Una de ellas es tomar solamente una porción de las reflexiones llevadas adelante en la época, asumiendo que solo las escogidas representan la «auténtica» teoría de la dependencia. La otra, más usual en los años setenta que en la actualidad, es tomar la parte por el todo, utilizando los flancos más débiles para banalizar el conjunto de la producción dependentista. A contramano de esas tentaciones, Giller intenta recoger una amplia variedad de expresiones de las teorías de la dependencia junto con las críticas que se les realizaron desde el mismo locus dependentista, para convidarnos los principales conceptos y elaboraciones de cada una de ellas. De esa manera, nos provee una extensa lista de nombres y referencias, todas de enorme trascendencia. Y aún más: incluso en aquellos aportes o autores en los que el libro no se detiene específicamente, no deja de hacer una mención, ofreciendo sus referencias para compartir con sus lectores y lectoras la posibilidad de indagar en las manifestaciones quizá laterales del dependentismo, pero que sin dudas formaron parte del espíritu de reflexión de la época (otra vez a propósito de México, se puede rescatar del texto de Giller la figura del economista Alonso Aguilar Monteverde, usualmente desconocido por las narrativas de las investigaciones dependentistas, pero que fue uno de los animadores de las discusiones en torno a dicha problemática en aquel país a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando aún no había llegado allí la ola de exiliados del golpe de Estado en Chile).

Por otro lado, con el fin de producir un abordaje envolvente y en complejidad de las teorías de la dependencia, Giller se detiene a analizar tanto sus antecedentes teóricos como las derivas posteriores en el universo intelectual de la región. De esa manera, el libro pasa revista a las discusiones teórico–políticas del pensamiento latinoamericano más relevantes en esas décadas. Desde el desarrollo, la modernización y las «sociedades duales», pasando por el debate sobre los modos de producción en América Latina, las querellas acerca de la cuestión del Estado, las discusiones sobre la tragedia del fascismo y las dictaduras militares, así como el dilema democrático en el contexto de la «crisis del marxismo», Giller pinta un detallado mural con todas esas controversias político-intelectuales. Hay allí un gesto instructivo, una especie de manual, en el mejor sentido de la palabra (es decir, no como adoctrinamiento o transmisión de un dogma, sino como un imprescindible artefacto introductor). Siguiendo la lección de método que nos dejó José Aricó en los célebres Cuadernos de Pasado y Presente (a través de los cuales colaboró de una manera inigualable con una difusión de las distintas —y en algunos casos antagónicas— corrientes y perspectivas al interior del marxismo), Giller pone a disposición de sus lectoras y lectores un cúmulo de bibliografía y materiales fundamentales para reconstruir los capítulos más destacados en la historia del pensamiento social y político latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX.

Considerando lo dicho hasta aquí, y tal como está expresado en el título de esta breve reseña, según mi punto de vista el libro de Giller presenta los murales de un heredero. Agreguemos: de un heredero confeso, porque, como el Althusser de Para leer El capital, se trata de una herencia recogida mediante una confesión de culpa. Porque en los distintos capítulos del volumen se revisitan un conjunto de discusiones que vuelven a aparecer en los debates actuales, acechándonos con sus espectros. Lo que nos dice Giller (por momentos de manera solapada, por momentos frontalmente) es que en sus ruidosas ausencias y sus silenciosas presencias, la historia del pensamiento social y político latinoamericano, aunque no lo diga abiertamente, se hace presente en las batallas ideológicas contemporáneas. Porque tanto lo que hoy se dice como lo que no se dice en nuestros estudios sociales y políticos es en buena medida perseguido por los fantasmas de las discusiones sesentistas y setentistas y por sus resonancias en los años inmediatamente posteriores. Por eso, algunas de las preguntas que en cierta forma Giller insinúa y que nos hacemos junto con él a través de su trabajo, son las siguientes: ¿Por qué si la dependencia sigue siendo una parte fundamental de la realidad latinoamericana, no hemos leído los procesos políticos de las últimas dos décadas en la región con las anteojeras de aquellas teorías? ¿Qué es lo que ha ocurrido para que ello suceda? En ese sentido: ¿Qué ha pasado con el marxismo en todos estos años en América Latina? ¿Sigue en crisis o se ha desplegado con nuevos bríos? Por otro lado: ¿Es acaso posible leer y analizar las democracias de hoy sin dar cuenta de las transformaciones que ha sufrido esa categoría al menos en los últimos sesenta años? ¿Qué decir del Estado y su protagonismo en el direccionamiento de los procesos sociales si no echamos mano a las reflexiones que se realizaron en nuestra región acerca de ello a fines de los años setenta? ¿Y el fascismo? ¿Es posible desechar la herencia de las discusiones que buscaban caracterizar las dictaduras (de las que participaron, tal como nos cuenta Giller en su libro, varios de los principales exponentes del dependentismo)? Desde ya, en Espectros dependentistas no vamos a encontrar las respuestas a todas estas preguntas. Sería, por lo menos, una tarea exagerada y una exigencia injusta para un solo volumen. Pero de lo que estoy seguro es que solo será posible hallar respuestas a esos interrogantes si recuperamos tanto la larga historia como las herencias que Giller reclama en las páginas de su libro. Pues sus murales nos brindan la posibilidad de retornar a los debates más sustantivos del pensamiento social y político latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX, en donde se encuentran cifrados gran parte de los problemas que aún hoy atraviesan las sociedades de nuestra región.

Sostenía al comienzo que una pregunta que nos aqueja en nuestros días y que marca la urgencia política en América Latina es aquella por las democracias. De hecho, hoy parece estar librándose una batalla primordial en el terreno de lo que esa palabra significa. En ese sentido, no hay que desatender que el fragor de la lucha política demanda respuestas inmediatas y eficaces. Eso es cierto y, por supuesto, no se puede negar. Pero tampoco hay que olvidarse que en la naturalización de las palabras se juega una partida clave para el sostenimiento del orden social. Como ha dicho alguna vez Louis Althusser: «Toda la lucha de clases puede resumirse en ocasiones en la lucha por una palabra contra otra». Trabajar sobre, en y contra las palabras representa una tarea indispensable para quienes consideramos que las alternativas al capitalismo y su fase neoliberal están a la orden del día. En ese sentido, indagar en la historia de los conceptos y en su intrincada relación con los avatares de la política representa una vía ineludible y privilegiada para desplegar ese trabajo crítico. Por eso, el libro de Diego Giller resulta un valioso aporte a los debates teórico–políticos más relevantes de nuestro tiempo.

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Publicado en América Latina, Artículos, homeIzq, Política and Teoría

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