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Una mujer en Nueva York vistiendo una camiseta en honor a Stonewall el 24 de junio de 2016. (Foto: Drew Angerer / Getty Images)

Stonewall fue una rebelión

Traducción: Valentín Huarte

Stonewall no fue solo una revuelta por los derechos LGTB: fue parte de un movimiento más amplio que luchaba contra el racismo, la guerra y la pobreza.

Suele concebirse la redada policial desplegada sobre el Stonewall Inn, ocurrida el 28 de junio de 1969, como el acontecimiento más importante de la historia LGTB. No cabe duda de que fue el punto de origen de un movimiento que motivó a mucha gente a salir del closet y a luchar por la libertad. Pero a pesar de su importancia, la verdadera naturaleza de los hechos precipitados por la rebelión de Stonewall de 1969 sigue siendo relativamente desconocida, incluso entre muchos activistas LGTB que juran ser fieles a su legado.

Los activistas de Black Lives Matter suelen quejarse, con buenos argumentos, de que los sectores «moderados» tienden a convertir las ideas radicales de Martin Luther King, Jr., Ella Baker, Malcolm X y el Partido Pantera Negra en algo inofensivo. De forma similar, en un nuevo aniversario de Stonewall, no podemos esperar un enfoque distinto de parte de aquellos que se inscriben en la cultura LGTB dominante, tanto liberales como conservadores. Representa en su caso una ocasión para la autocomplacencia y para realizar desfiles en los que los políticos de turno se bañan en los colores del arcoíris.

Durante los acontecimientos de Stonewall, un grupo multirracial de personas LGTB se alzó contra la policía durante varias noches como respuesta a la represión antigay cotidiana.

Pero además puso en cuestión estereotipos de géneros reproducidos durante generaciones enteras. Esto hizo que contrastara con el movimiento «homófilo» que lo precedió. Mientras que los activistas del aquel movimiento estaban obsesionados con probar lo «normales» y «dóciles» que eran las personas LGTB para la sociedad existente, los activistas de la época de Stonewall pensaban que la sociedad estaba enferma y que era necesario revisarla en términos fundamentales.

Aunque hoy solo una minoría radical de activistas LGTB condena la violencia racista que ejercen la policía y los militares, al punto de reivindicar su abolición, durante la época de Stonewall eran muchos los activistas que apoyaban al Partido Pantera Negra, una organización abiertamente revolucionaria que organizaba campañas nacionales contra la violencia policial.

Hoy la mayoría de las oenegés no tienen nada que decir sobre las guerras que Estados Unidos provoca en el extranjero y se arropan en el patriotismo, pero la mayoría de las organizaciones locales de la época de Stonewall adoptaron el nombre Frente de Liberación Gay (FLG), en un gesto de solidaridad consciente con el Frente de Liberación Nacional que luchaba contra las tropas estadounidenses. Rechazaban el nacionalismo y esperaban que los vietnamitas derrotaran a Estados Unidos y forzaran a sus soldados a volver a su país.

En síntesis, el movimiento de Stonewall era la antítesis de la corrección política. Representaba más bien un combate radical contra la opresión que ponía en cuestión la naturaleza entera de la sociedad estadounidense.

Stonewall no fue único

A pesar de algunos torpes intentos de «emblanquecer» el acontecimiento, la mayoría de los testimonios de primera mano dicen que el Stonewall Inn era un «antro» de clase baja con una clientela racialmente mixta y que incluía a minorías sexuales de todo tipo. Durante los últimos años, se desarrollaron grandes debates alrededor de la identidad de género, raza y orientación social de la persona que lanzó la primera piedra contra la redada policial, que pretenden definir si se trató de una mujer trans de color, de una lesbiana (sin que se especifique su raza), que forcejeaba mientras la policía la tiraba contra un patrullero, o de alguien más.

Pero, más allá de desmentir la idea de que fueron los sectores más acomodados de la Human Rights Campaign, esos que beben cócteles a sorbitos, los que hicieron resurgir a nuestro movimiento, el debate no tiene sentido. Pues la revuelta de Stonewall no fue única.

Hubo al menos otras tres revueltas LGTB en contra de las violentas redadas policiales que se desarrollaban en los distritos LGTB durante el período 1966-1969. Es más, considerando que Stonewall fue muy poco documentado en aquel momento —solo unas cuantas fotos y un artículo mordaz del Village Voice—, es muy probable que haya habido otras revueltas LGTB en el mismo momento.

Lo que hizo de Stonewall algo tan especial, no fue la revuelta en sí misma, sino el contexto histórico específico en el que se desarrolló y el hecho de que empujó, durante las semanas y los meses siguientes, a muchas personas LGTB a organizarse en un movimiento radical. Es decir, no fue la revuelta, sino la organización posterior, la que convirtió a Stonewall en un emblema de nuestra historia.

El poder de los movimientos de 1968-1973

El período que va de 1968 a 1973 es uno de los pocos y breves momentos en la historia moderna de Estados Unidos en el que, no solo las personas LGTB, sino los activistas que se movilizaban contra la guerra, las personas de color, el movimiento por el medioambiente, el movimiento obrero y las mujeres lograron conquistas repentinas y de gran envergadura.

A pesar de que, durante el período, las victorias parlamentarias del movimiento gay fueron magras, la construcción del movimiento demostró ser fundamental para todas las luchas que vinieron luego. Por primera vez en la historia de Estados Unidos se fundó un movimiento gay con amplio reconocimiento en la esfera pública, al que todas las personas que salían del closet podían unirse inmediatamente para comenzar a organizarse. Fue un paso crucial que hizo que millones de personas asumieran su orientación sexual y que ayudó a que la identidad autopercibida de la comunidad gay se expandiera.

Las personas LGTB formaban parte del clima agitado de la época. En ese entonces, los activistas del poder negro, siguiendo el ejemplo de los «programas de supervivencia» del Partido Pantera Negra, forzaban a cuadruplicar los cupones para alimentar a la gente pobre. El gobierno de Nixon, profundamente racista, era forzado a tomar medidas a escala nacional de una magnitud nunca antes vista. El movimiento de mujeres, revitalizado, organizado en las calles, rompía la ley en el marco de acciones directas a favor del derecho al aborto, lo que finalmente llevó a que la Corte Suprema, alineada con Nixon, cediera en el célebre caso Roe contra Wade en 1973.

Las asambleas de base de los trabajadores automotrices, mineros, camioneros y del servicio postal agitaban a direcciones sindicales escleróticas, corruptas y anticomunistas, desplegando huelgas ilegales contra patrones racistas, contra las sanciones a los activistas sindicales y el endurecimiento de las condiciones laborales. Esto hizo que, en 1973, el salario real de los trabajadores estadounidenses alcanzara un pico que no se volvió a tocar desde entonces. De la noche a la mañana, nacía un movimiento por el medioambiente masivo, capaz de forzar al gobierno proempresarial de Nixon a firmar leyes medioambientales progresivas, que establecieron la Agencia de Protección Ambiental y sirvieron para incrementar rápidamente el poder de las leyes de aire limpio, agua limpia y especies en peligro de extinción.

Por último, en alianza con los vietnamitas que luchaban por la autodeterminación de su país y con los activistas de todo el mundo, el movimiento antiguerra penetraba prácticamente todos los aspectos de la sociedad estadounidense. Esto concluyó en la derrota del poder imperial más poderoso de la historia. Durante aproximadamente dos décadas, el «síndrome de Vietnam» impidió que los presidentes de Estados Unidos promovieran invasiones contra los países más pequeños. En este sentido, probablemente este movimiento salvó a millones de vidas negras y marrones durante el período.

Ninguno de estos movimientos logró cantar victoria. Muchos se vaciaron y hoy están completamente desorganizados. Pero en su punto más álgido ejercieron un poder que forzó concesiones fundamentales del parte de los poderosos, esas mismas conquistas que Trump y sus predecesores intentaron socavar.

A la larga, si no se produce un derrocamiento revolucionario del antiguo orden, todos los movimientos de la historia eventualmente terminan cayendo. Pero su curso nunca es lineal: algunas veces su desarrollo está puntuado por agitaciones profundas, como la rebelión de Stonewall, en términos positivos, y otras veces, en términos negativos, por acontecimientos como la Gran Depresión y el triunfo del nazismo, que eliminó al primer movimiento gay del mundo, surgido en la Alemania de los años 1930. La mayoría de los signos apuntan a que el punto más álgido del movimiento LGTB quedó atrás.

En contraste con los voluntariados y las organizaciones de miembros de la época de Stonewall, las organizaciones LGTB de hoy son grupos de personal financiado con dinero de fundaciones y donantes ricos, que directa o implícitamente controlan su política para asegurarse de que no hagan nada que desagrade a sus poderosos patrocinadores. Los «líderes» circulan sin fin entre las oenegés, las fundaciones, las consultorías y los cargos del Partido Demócrata.

En vez de las organizaciones valientes de la época de Stonewall, nuestro movimiento hoy está dominado por organizaciones «sin fines de lucro» escleróticas, dirigidas a su vez por ejecutivos con salarios de seis dígitos que se pasean en esmoquin por fiestas de gala. El radicalismo de hoy fue reemplazado por el «discurso» radical de la «teoría queer» académica y la artificialidad «virtual» de los medios sociales reemplazó a las organizaciones que hacían pie en las bases.

¿Debería entonces sorprendernos el hecho de que cada semana que pasa nos encontramos con un nuevo ataque a los derechos LGTB, especialmente a los derechos de las personas trans?

Si realmente deseamos transformaciones rápidas y generales, como las que se produjeron durante la época de Stonewall, debemos preguntarnos: ¿qué fue lo que hizo que la organización de aquellos activistas fuera tan efectiva?

Compromiso de masas y desencanto con los partidos dominantes

Muchos testimonios del movimiento sobre el período previo a Stonewall notan que el radicalismo de los movimientos negros, de mujeres y antiguerra que florecían en ese entonces, empezó a influir en una sección del movimiento homófilo, surgido a comienzos de los años 1950. Pero destacar estas influencias no basta para explicar por qué los activistas cambiaron de rumbo tan radicalmente luego de la revuelta de Stonewall, a diferencia de lo que sucedió luego de las revueltas LGTB que hubo antes, como la de la cafetería Compton de San Francisco en 1966.

Los historiadores LGTB notaron que muchos de los activistas LGTB más importantes de la época de Stonewall eran gente que antes había participado activamente de otros movimientos, especialmente del movimiento contra la guerra de Vietnam. Pero en general no se presta atención a los debates que se generaron durante 1968-1969 al interior del movimiento antiguerra, ni al desarrollo del movimiento por el poder negro, aun cuando ambos influyeron profundamente en estos activistas.

En ese caso, es imposible comprender la política que los jóvenes activistas llevaron a los Frentes de Liberación Gay. De hecho, fue esta política —una política de la acción directa y de la autoemancipación— la que permitió que surgiera un movimiento LGTB de masas después de Stonewall y la que transformó profundamente la percepción que muchas personas LGTB tenían de sí mismas.

Como escribí en otra parte, el período 1968-1973 fue uno de los pocos y breves períodos de la historia moderna de Estados Unidos en los que convergieron dos factores esenciales que contribuyeron a generar los cambios más amplios y bruscos de la historia LGTB: (1) el compromiso social alcanzó niveles masivos; y, algo a lo que suelen prestarle menos atención los historiadores, (2) las masas no se sentían representadas por los partidos políticos dominantes. Ambos factores contribuyeron a generar la «tormenta perfecta» que dio a luz a los movimientos radicales de 1968-1973, y a la vez forzó los rápidos progresos que siguen haciendo que aquel período sea un modelo para quienes desean transformar la realidad en la actualidad.

Para comprender por qué sucedió esto, debemos prestar atención a las décadas anteriores. El compromiso político social a nivel masivo, asociado con los años 1960, se remonta al período que siguió inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, los veteranos negros que habían arriesgado sus vidas luchando por la «democracia», volvieron para chocar nuevamente con la segregación de las leyes de Jim Crow y con el racismo violento que las sostenía. La decisión de 1954 de la Corte Suprema en el caso Brown contra la Junta Educativa de Topeka prohibió formalmente la segregación, pero no hizo nada para modificar la situación; de hecho, dejó en evidencia que era falso que la democracia estadounidense valiera igualmente para todos.

Esta contradicción entre la promesa y la realidad fue la principal fuerza detrás del boicot de 1955-1956 a los autobuses de Montgomery (AL), que introdujo a un reticente Martin Luther King, Jr. en el camino que lo llevaría a convertirse en un héroe de los derechos civiles. El movimiento tomó su fuerza, no solo del compromiso masivo de la comunidad negra de esa ciudad, sino también —y esto es igualmente importante— de la profunda desconfianza que tenía el movimiento hacia los dos partidos políticos principales. Mientras que el padre de King y su generación de activistas negros habían abrazado abiertamente, desde la guerra civil, al Partido Republicano como el partido de la libertad, los activistas de la generación de King Jr. cuestionaban la idea de que el partido hubiese hecho algo por la gente negra desde la abolición de la esclavitud.

Puesto que los Demócratas eran el partido del KKK y de Jim Crow, ambos se presentaban como un obstáculo para los negros del sur que buscaban una transformación. La única conclusión que les restaba sacar era que la libertad debería ser conquistada por ellos mismos.

Fue con este espíritu de independencia y autoemancipación que condujeron al movimiento a través de la gran marcha hacia Washington de 1963, donde los organizadores plantearon sus reclamos a medio metro de distancia de ambos partidos y se rehusaron a consentir al pedido del fiscal general Robert Kennedy de suspender la marcha. De esta manera, forzaron a que se aprobara la gran legislación de los derechos civiles de mediados de los años 1960 y le pusieron fin al apartheid formal en los Estados Unidos.

Similar espíritu de independencia y autoemancipación tuvieron las personas LGTB luego de los acontecimientos de Stonewall, y este fue el motivo por el que ese ataque policial fue tan diferente de los otros.

El 4 de abril de 1967, Martin Luther King Jr., luego de pronunciar su célebre discurso contra la guerra de Vietnam en la iglesia de Riverside, se convirtió en el héroe del movimiento antiguerra, incluidos los activistas más jóvenes que luego poblarían el movimiento LGTB. Por este motivo, fue denunciado en cientos de diarios. Lo atacaron tanto los periodistas liberales como los conservadores, y también los líderes más reconocidos del movimiento por los derechos civiles. Solo los activistas de base del movimiento por los derechos civiles y los participantes más jóvenes del movimiento antiguerra se pusieron de su lado.

Un año después, en Memphis, King fue asesinado mientras apoyaba una huelga de recolectores de basura. Explotaron huelgas prácticamente en todas las ciudades de Estados Unidos, lo que mostraba hasta qué punto la mayoría de los negros estaban completamente excluidos de la «democracia» estadounidense. La persona que estaba empezando a cambiar las cosas había sido asesinada en un acto de violencia racista. Esto fortaleció la idea de que el sistema político y sus partidos habían entrado irremediablemente en bancarrota.

Aun así, todavía había muchos activistas blancos que conservaban algo de fe en el sistema. En las elecciones de 1964, la organización Estudiantes por una Sociedad Democrática, principalmente blanca, había apoyado a Lyndon Johnson, que hizo campaña como un candidato de la «paz» frente a Barry Goldwater, candidato abiertamente proguerra y de derecha. «Caminar un trecho con LBJ» era el lema de los jóvenes activistas antiguerra. No compartían su proyecto de país, pero querían que la guerra se terminara y pensaban que cumpliría con su palabra. Pero, luego de ganar las elecciones, LBJ provocó una violenta escalada en la guerra de Vietnam.

Cuatro días después, asesinaron a King y dos meses después a Robert Kennedy. Kennedy se había presentado como un candidato «antiguerra», provocando la expectativa de muchos activistas jóvenes. Pero ahora también estaba muerto.

Si nos movemos ahora a los días entre el 26 y el 29 de agosto de 1968, cuando se celebró la Convención Demócrata de Chicago, hay que decir muchos jóvenes activistas antiguerra todavía tenían esperanzas en que el sistema se corregiría a sí mismo. Muchos se alinearon con el último candidato «antiguerra» demócrata que quedaba, Eugene McCarthy. El candidato proguerra, el vice presidente Hubert Humphrey, no había logrado ganar las primarias ni siquiera en un estado. En cambio, Kennedy y McCarthy habían conquistado el 68,7% del total de votos de las primarias demócratas. Era imposible que ganara el candidato proguerra, ¿no? Fuera del edificio donde se celebraba la convención, la policía del alcalde Richard J. Daley sacó a los palos cualquier expectativa en la democracia estadounidense que pudiera quedar en las cabezas de los activistas antiguerra movilizados.

La fe en la democracia estadounidense y en sus dos partidos políticos estaba completamente quebrada en gran parte de los activistas jóvenes blancos y negros, los mismos que pocos meses después comenzarían a ensanchar las filas de los recientemente formados Frentes de Liberación Gay que se empezaban a propagarse por todo el país. Con los partidos y los políticos desfondados, la transformación sería obra directa de la gente.

En vez de intentar engatusar a expertos y políticos para que «toleraran» y «aceptaran» a las personas LGTB, como había hecho el viejo movimiento homófilo, la tarea ahora era combatirlos y comenzar a construir una nueva sociedad. Denunciando el autodesprecio y la antigua «caballerosidad» de sus antecesores homófilos, los nuevos activistas gritaban orgullosamente que «¡Lo gay es bueno!», del mismo modo en que los activistas del poder negro que les precedieron habían gritado «¡Lo negro es hermoso!» y las mujeres celebraban su poder. A pesar de su larga experiencia en las organizaciones, muy pocos activistas del viejo movimiento homófilo de los años 1950 y 1960 hicieron la transición hacia el nuevo movimiento radical.

Una división en el movimiento

A mediados de los años 1960, la conquista de la igualdad formal de los negros en términos legales generó una ruptura en el movimiento por los derechos civiles.

Bajo el apartheid estadounidense, los negros de todas las clases eran violentamente reprimidos y forzados a permanecer fuera de los pasillos del poder político y económico. Salvo una pequeña minoría… (como sucede hoy). Sin embargo, las personas de ese grupo relativamente privilegiado de la comunidad negra aprovecharon la oportunidad que les presentaba la igualdad formal legal para pavimentar sus propias carreras como portavoces de todos los negros, muchas veces a expensas de sus propias comunidades.

Luego de ganar la igualdad legal formal, solo querían parecerse a los otros de su misma clase socioeconómica. Todo el palabrerío sobre la «diversidad» se las arregla siempre para excluir a la clase.

Luego de haber ganado la igualdad formal en muchas localidades de Estados Unidos durante la década pasada, entre las personas LGTB se puso en marcha un proceso similar, que hoy está en una fase bastante avanzada. Una minoría conquistó posiciones importantes en el Partido Demócrata, pero ese poder rara vez beneficia a las personas LGTB en general. De hecho, algunas veces sucede todo lo contrario.

El republicano Barney Frank, uno de los primeros congresistas LGTB, justificó el retroceso del presidente Clinton en relación con la promesa de derechos laborales igualitarios en el ejército, y llegó a presentar la infame legislación «Prohibido preguntar, prohibido decir» de 1993 en el Congreso, bajo la cual se purgó a muchas más personas LGTB del ejército. También fue Frank quien aplastó los derechos de las personas transgénero cuando, junto a Nancy Pelosi, las dejó fuera de la ley de libre elección de empleados bajo el gobierno de Obama.

En vez de apoyar los derechos de matrimonio igualitario, gracias a los cuales millones de personas LGTB pueden acceder hoy a un seguro de salud para sus parejas y reclamar la custodia legal de sus hijos, Frank justificó al gobierno de Clinton cuando promovió la infame ley de defensa del matrimonio, que hizo retroceder varios años a nuestro movimiento y fue utilizada como una excusa para cuestionar muchos otros derechos LGTB. Peor todavía, cuando alguien de su propio partido, el entonces alcalde de San Francisco, Gavin Newson, comenzó a reconocer los matrimonios de personas del mismo sexo en 2004, Frank y otros dirigentes demócratas lo denunciaron.

Hoy no es difícil encontrar otros políticos LGTB que atentan directamente contra los intereses de la mayoría de la comunidad, como los que se oponen al incremento del salario mínimo, los que apoyan la gentrificación, los que atacan a los sin techo, o los que simplemente se convierten en políticos tradicionales, siempre amparados bajo los colores del arcoíris.

Al igual que ciertos grupos de negros, que abandonaron el movimiento por los derechos civiles luego de conquistar la igualdad legal formal, muchos grupos de gente LGTB pensaron, luego de que ganáramos la igualdad legal en algunas ciudades importantes y los derechos al matrimonio a nivel nacional, que habían obtenido todo lo que buscaban y abandonaron la lucha por la verdadera igualdad.

El hecho de que muchos gays muy reconocidos hayan abandonado nuestro movimiento causa desaliento entre muchos militantes LGTBQ radicalizados. Pero no tiene que ser así.

El movimiento por los derechos civiles de los negros sufrió transformaciones similares durante la segunda mitad de los años 1960, y sin embargo, esto no previno la irrupción del movimiento por el poder negro en 1968-1973. En efecto, en muchos sentidos, la ruptura previa fue un prerrequisito para que esto sucediera, dado que sirvió para que las Panteras Negras, el Movimiento sindical revolucionario de Dodge y otros grupos de poder negro profundizaran sus análisis del capitalismo estadounidense.

Más allá de que nos encantaría repetir el tipo de dinámica y de movimientos que existieron en el período 1968-1973, ni el deseo ni el esfuerzo son suficientes. Lo que impulsó a los activistas, muchas veces anónimos, de la época de Stonewall a adoptar una serie de políticas que asumían que la única fuente de liberación eran ellos mismos —y no los políticos, las celebridades ni los ricos que se benefician del statu quo— fueron un conjunto de circunstancias históricas particulares.

Estas políticas independientes, a su vez, encontraron una tierra fértil en la gran cantidad de gente «no politizada» que se había desencantado del Partido Demócrata y del Partido Republicano, y que, no obstante, conservaba el entusiasmo en las perspectivas de cambio y se movilizaba.

Cuando, a comienzos de los años 1950, los radicales nucleados alrededor de Harry Hay, en su gran mayoría exmiembros del Partido Comunista, refundaron el movimiento gay en los Estados Unidos con la Mattachine Society, lo hicieron sobre un terreno pedregoso. Con las purgas de supuestos «rojos» y homosexuales de la época de McCarthy, el ambiente era tan reaccionario que ninguna voluntad de poder bastaba para que surgiera un movimiento gay de masas.

Es digno de notar que, al menos en uno de sus aspectos, la política de Hay fue muy parecida a la que sostuvo el movimiento de Stonewall dos décadas después: Inspirándose en el modelo del activismo contra el racismo antinegro, percibía a los gays como un grupo oprimido por la sociedad heterosexual que debía conquistar los mismos derechos que los no gays. Haciéndose eco de la consigna «¡Lo gay es bueno!» de la generación posterior, pensaban que no había espacio para el autodesprecio ni para los patéticos pedidos de tolerancia a los «expertos» y a los políticos, que definieron al movimiento homófilo luego de que tanto él como sus compañeros más cercanos fueran purgados de la Mattachine.

Los movimientos radicales y la clase

Afortunadamente, en muchos sentidos las circunstancias actuales son más favorables a la emergencia de un movimiento de masas. Por un lado, decenas de millones de personas LGTB salieron del closet y tienen niveles de conciencia elevados en países de todo el mundo.

Del mismo modo en que el capitalismo dejó fuera a la mayoría de los negros a fines de los años 1960, el capitalismo rosa está haciendo lo mismo con la mayoría de la gente LGTB.

Encumbrar a algunas figuras LGTB en altos cargos políticos no se traduce en más igualdad para la gente LGTB de la clase trabajadora, del mismo modo que los negros trabajadores no mejoraron su posición cuando algunos negros lograron entrar en la política institucional. Que exista un puñado de personas en buenas posiciones en ciertas empresas y que existan leyes contra la discriminación, no altera el hecho de que la discriminación laboral real hacia la comunidad persiste, especialmente en el caso de las personas trans e intersex.

Muchos de nosotros nacemos en familias que odian todo lo que somos. Toda la igualdad formal legal del mundo no redujo en nada la cantidad de jóvenes que no tienen un lugar donde vivir y la cantidad de personas que sufren enfermedades mentales y que abusan de las drogas a causa de ello. Más allá de los cambios que propiciaron las alianzas entre jóvenes gays y heterosexuales, se hicieron muy pocos progresos a la hora de convertir a las escuelas públicas en espacios que aceptan universalmente y afirman las identidades LGTB, un tema que es urgente en los casos en que los padres, los tutores y otros adultos son hostiles con los niños y los jóvenes.

A mediados de los años 1960, con mayores sacrificios, el movimiento negro por los derechos civiles conquistó la igualdad formal, solo para que los activistas del poder negro —y King durante sus últimos años— dijeran que faltaba mucho más, que urgían otras conquistas para transformar realmente las vidas de la mayoría de las personas de sus comunidades.

Del mismo modo, los gays, las lesbianas y los bisexuales lograron ya la mayor parte de las conquistas más fáciles que el neoliberalismo estaba dispuesto a concederles: matrimonio igualitario, igualdad formal en cuestiones de vivienda y derechos de empleo en la mayoría de las ciudades más grandes, derechos de empleo en el ejército, etc. Lo hicieron precisamente porque, a estos «aliados», esas concesiones les cuestan poco o nada. Pero los cambios monumentales, que cuestan miles de millones de dólares en capital real y político —vivienda para todos, incluyendo a nuestra juventud LGTB, que sufre problemática de manera desproporcionada, la afirmación de las identidades LGTB en las escuelas públicas, el acceso gratuito a la salud, etc.—, ni siquiera son parte de la conversación.

Las lecciones de Stonewall hoy

Las tareas que tenemos por delante son abrumadoras. La extrema derecha está creciendo en todo el mundo. En poco tiempo, el cambio climático, potencialmente mortal, será irreversible. Veintiséis multimillonarios poseen la misma riqueza que la mitad de la población del planeta y se siguen gastando enormes sumas de dinero en guerras y en «seguridad». Los políticos neoliberales que se plantean como una alternativa nos venden humo y nos dicen que no existen los recursos para transformar la realidad.

Logramos la mayor parte de las conquistas fáciles que conciernen a la igualdad legal formal. Pero las más grandes, las más caras —la vivienda, la salud, la educación LGTB en las escuelas públicas— requerirán un poder equivalente al de los movimientos de 1968-1973. Esos movimientos mostraron que hasta los intolerantes belicistas, homofóbicos y racistas como Richard Nixon pueden ser forzados a realizar concesiones enormes.

La clave no está solo en el tamaño del movimiento, sino también en su independencia respecto a los partidos hegemónicos.

El movimiento de Stonewall y sus organizaciones hermanas nos enseñan que el único mecanismo para implementar cambios verdaderos está en la lucha desde abajo. El poder que necesitan las transformaciones reales está fuera de los partidos, está en la gente que está dispuesta a liberarse por sus propios medios y organizaciones.

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