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Pedro Castillo en los últimos días de campaña electoral.

Castillo puede reescribir la historia peruana

UNA ENTREVISTA CON

A pocos días de celebrar las elecciones presidenciales, Perú tiene una oportunidad para cambiar el rumbo de su historia. Una victoria de Pedro Castillo significaría no solo asestar un duro revés al fujimorismo, sino también la posibilidad de poner en agenda una transformación social tan significativa como aquella de Juan Velasco Alvarado.

Por Nicolas Allen

Perú se encamina a las elecciones presidenciales del 6 de junio, en las que los votantes podrán elegir entre dos candidatos muy diferentes: el sindicalista de izquierdas Pedro Castillo o la política de extrema derecha Keiko Fujimori. 

Castillo era una figura relativamente desconocida cuando el 11 de abril obtuvo el primer puesto en las elecciones generales. Dirigente sindical de origen campesino, ha suscitado comparaciones con Evo Morales, y el expresidente de Bolivia ha respaldado con entusiasmo su candidatura: «Castillo tiene un programa muy parecido al nuestro», escribió Morales en un tuit.

La oponente de derecha, Keiko Fujimori, se ha mostrado menos optimista sobre las perspectivas de que el «socialismo del siglo XXI» llegue a Perú. Heredera política del dictador Alberto Fujimori, ha robado una página del manual de estrategia de su padre y lanzado una implacable campaña de «temor rojo» contra su rival de izquierdas con la esperanza de capitalizar los traumas persistentes que dejó la sangrienta guerra contra la organización terrorista marxista-leninista Sendero Luminoso. 

Está por verse si la estrategia de Fujimori da sus frutos: los recientes actos de violencia en la región cocalera Vraem, atribuidos a Sendero Luminoso, han hecho que Keiko reduzca la distancia con Castillo. Las encuestas actuales sugieren que los dos candidatos están en empate técnico y, en un país donde las elecciones nacionales son notoriamente volátiles, pocos analistas se atreven a pronosticar el resultado. 

Sin embargo, una cosa es segura: Perú tiene que elegir entre dos futuros muy diferentes. Una victoria de Fujimori —que se presenta por tercera vez a la presidencia— representaría el peor tipo de regresión política, haciendo retroceder la historia al régimen neoliberal autoritario impuesto en los años 90 por el padre Alberto.

Nicolas Allen, editor colaborador de Jacobin, conversó con Farid Kahhat sobre lo que podría significar una victoria de Castillo para Perú y América Latina. Kahhat, experto en relaciones internacionales y columnista del periódico más importante de Perú, El Comercio, habló sobre el programa político de Castillo, los retos a los que se enfrentaría su gobierno y por qué una victoria de Castillo equivaldría a reescribir la historia peruana.

 

NA

Si creyéramos en la palabra de la prensa internacional, las elecciones peruanas han producido una especie de contienda entre la extrema derecha y la extrema izquierda. ¿Qué tan acertada te parece esta caracterización?

 

FK

Esa caracterización obviamente se basa en parte en la identidad del partido Perú Libre, que postula a Pedro Castillo. Perú Libre presenta un documento llamado Ideario y Programa, donde se define como un partido marxista leninista. Digamos que eso, mal que bien, calza con una definición razonable de izquierda radical. En el Programa, además, se habla de estatizar sectores estratégicos de la economía, algo que suena bastante radical para la mayoría de las izquierdas contemporáneas.

Ahora, tengo mis dudas sobre en qué medida Pedro Castillo representa el programa de Perú Libre; de hecho, en algunos aspectos, Castillo —debido a su fe evangélica— es más bien conservador. De todos modos, algunas de las opiniones personales de Castillo sí son radicales, aunque no siempre alineadas con el programa de Perú Libre, el partido que lo postula (pero del cual no es militante).

Para poner un ejemplo, aunque no hable de la estatización de empresas, Castillo sí habla de nacionalización en un sentido muy similar al que lo usa Evo Morales. Se usa en el sentido de renegociar contratos con empresas extractivas (minería, gas, etc.) bajo el criterio de que es lícito gravar las sobreganancias, que son producto de buenos precios internacionales y que no son mérito de la propia empresa.

En el Perú de hoy eso suena radical, pero los impuestos a las sobreganancias han existido incluso en Estados Unidos. Es decir, es radical para los términos del debate peruano. Estados Unidos tenía los llamados windfall profits taxes, un impuesto que se aplicó por última vez con Jimmy Carter. Pero para estándares peruanos, sí podría calificarse a Castillo como un radical.

Y claramente también Keiko Fujimori calza con esa caracterización, aunque sea una radical de derecha. Dicho sea de paso, Fujimori se define a sí misma como alguien de derecha. Fujimori representa, según el periodista liberal Juan Carlos Tafur, una populista en lo político. Y cuando Tafur dice populista quiere decir que políticamente Keiko Fujimori puede modificar su discurso al gusto del consumidor. El fujimorismo, desde la presidencia de Alberto Fujimori en adelante, fue probablemente la primera gran fuerza política en el Perú que utilizó el formato del discurso populista.

El discurso del populismo enfrenta al pueblo como un todo indiferenciado con el establishment político, un discurso que se puede esgrimir desde la derecha o desde la izquierda. El fujimorismo lo ha hecho históricamente desde la derecha aunque, en una campaña en la que representa el establishment político, Keiko Fujimori lo ha utilizado menos.

Fujimori es mercantilista; es decir, si bien promueve la empresa privada, no necesariamente promueve mercados competitivos, o al menos ese ha sido el caso en la práctica. Ese modelo consiste en que las empresas ganan, no con base en su capacidad de competir en un mercado, sino con base en sus contactos políticos. O sea, Fujimori representa intereses empresariales que prefieren permanecer en la sombra, aunque por suerte las investigaciones judiciales han hecho pública su presencia. En campañas anteriores, Fujimori recibió más de 7 millones de dólares en donaciones no declaradas de grupos empresariales (como el grupo que gira en torno al Banco de Crédito).

Y, por último, Fujimori tiene una clara orientación autoritaria. Esa veta autoritaria también podría decirse que existe en parte en el discurso de Pedro Castillo. Pero son opciones polares, sobre todo para los estándares del debate político peruano. Sin duda, nunca en la historia de Perú hemos tenido en segunda vuelta un candidato como Pedro Castillo.

 

NA

Tal vez el candidato más cercano en tiempos recientes sea Ollanta Humala, el presidente de Perú entre 2011 y 2016.

 

FK

Sí, pero Humala era un militar en retiro. Humala era de izquierda en los términos que suelen ser de izquierda algunos oficiales de mando medio en el Ejército. El Ejército es más plebeyo que la Marina y la Aviación en su composición social (creo que eso tampoco es tan inusual en la región). El Ejército peruano tiene lo que podríamos llamar un ala izquierda, pero es la izquierda militar en el sentido de que su nacionalismo le hace promover una participación más activa del Estado en la economía.

Pero Humala no es ideológicamente de izquierda. No necesariamente se definiría como socialista. Yo diría que esa es una diferencia. Castillo sí tiene un discurso más claramente de izquierda en términos de política económica, por ejemplo, y no rehuiría el término «izquierda» como sí lo hacía Humala. Humala decía que él no era ni de izquierda ni de derecha, sino que representaba a los de abajo. Y no representaba ningún movimiento social significativo. Castillo, en cambio, proviene del mayor gremio magisterial, o sea, del mayor sindicato del Perú: el sindicato de maestros tiene entre 300 y 400 mil afiliados.

El primer cargo que Castillo ejerció, y que luego le da prominencia política como dirigente magisterial, proviene de las rondas campesinas. Las rondas, que proveen seguridad donde el Estado no llega, empezaron en los años 60 como organizaciones que intentaban prevenir el robo de ganado. Luego las rondas se unieron a la lucha contra Sendero Luminoso, incluyendo a aquellos entre sus integrantes que tenían una filiación de izquierda.

Es decir, Castillo tiene algún nivel de organización social detrás del que carecía Humala.

 

NA

Mencionas las rondas campesinas y los sindicatos magisteriales como la base de apoyo social de Castillo. ¿Cómo se podría caracterizar las bases de su apoyo electoral?

 

FK

Hay una cosa muy peculiar de Perú que hay que entender para comprender la figura de Castillo. Desde 1990, existe en el país un significativo voto inconforme con la oferta electoral, un sector del electorado que no tiene candidatos naturales y que emite un voto de protesta. En los 90, ese voto lo encarna Fujimori. Es un fenómeno que se produce en la etapa final de la campaña, en que candidaturas que en ocasiones no existían en las encuestas dos semanas antes de la elección se disparan en los últimos días. Y, efectivamente, eso es lo que pasó ahora con Castillo.

Suele ser un candidato de izquierda quien se beneficia de esta dinámica en las elecciones nacionales. En la elección de 2016 la beneficiada fue Verónika Mendoza, con el apoyo de un electorado de la Sierra sur y centro. Ese electorado ahora pasó a ser el gran bastión de Castillo.

Ahora, ¿quiénes componen ese electorado en la Sierra sur? Hay varias características comunes, como etnicidad o clase social en el voto rural. Y ahí tiene algo muy similar con Evo Morales. Castillo, como Morales, no tiene un discurso político que enfatice su identidad étnica como base de respaldo político, pero tampoco necesita hacerlo: parte del electorado parece hacer esa asociación en forma espontánea. En ese sentido es distinto a Yaku Pérez en Ecuador, que era el candidato de  un partido de base indígena, Pachakuti.

De nuevo, Castillo se parece en muchos aspectos a Evo Morales. Su partido se llama Movimiento al Socialismo, con una ideología y una base social de clase o en todo caso popular. Es decir, lo que define el discurso político de ambos no es la identidad étnica, pero esa identidad está presente de cualquier modo.

Ahora bien, que no constituya el núcleo de su discurso político no implica que esa identidad esté ausente. En el caso de Evo Morales, cuando cambia la Constitución establece un Estado Plurinacional y autonomías sobre una base étnica. Además, hace de la Whipala, de origen indígena, un símbolo nacional. Yo diría que lo mismo ocurre con Castillo. Él no necesita reivindicar su origen indígena (que, por lo demás, suele implicar un origen popular) para que sus votantes hagan esa asociación.

Al igual que Morales, en el caso de Castillo los dos discursos se mezclan: el discurso de izquierda se mezcla con la identidad étnica, cosa que no siempre se ha dado. Tuvimos en Perú un presidente que era de origen indígena y reivindicaba su origen explícitamente, que era Alejandro Toledo. Pero Toledo era neoliberal en cuanto a política económica. Y, por otro lado, ya tuvimos un movimiento marxista leninista como Sendero Luminoso. Sendero decía que reivindicar la identidad étnica era folclorismo y algo regresivo. 

Esto para decir que la peculiaridad de Castillo es que ambos discursos están fusionados en un solo candidato. Hay gente que probablemente no vote por él por ser de izquierda sino porque lo percibe como más cercano, y viceversa: gente que lo vote por sus ideas políticas, no por su origen étnico.

 

NA

También se podría analizar ese electorado según el bloque antifujimorista, ¿no? Es decir, si bien Castillo cuenta con el apoyo espontaneo de la izquierda y, a grandes rasgos, del campo popular, y por otra parte Fujimori tiene el apoyo de la derecha, hay una tercera tendencia, el antifujimorismo, que resulta un poco más difícil de desmenuzar.

 

FK

Sin duda el antifujimorismo es un movimiento muy peculiar. Por extraño que parezca, se parece al anti-Correísmo, aunque claro desde una orientación política muy distinta. El antifujimorismo tiene la peculiaridad (y en eso recuerda el anti-Correísmo) de que es transversal ideológicamente.

Los anti fujimoristas de derecha son liberales. Es decir, la derecha liberal tiende a ser antifujimorista. Ahora, ese bloque de la derecha antifujimorista se ha desgajado en parte en esta elección. Algunos liberales están con Castillo, pero son muy pocos. Otros están con Fujimori. Y hay un grueso que probablemente esté en la indefinición en este momento.

Pero, de nuevo, el antifujimorismo va desde la derecha liberal hasta la izquierda radical. Es decir, es un electorado que globalmente no tiene nada en común salvo la oposición a lo que representa Fujimori. Pero eso es suficiente en circunstancias como ésta, en una segunda vuelta donde el antifujimorismo tiende a nuclearse en torno a cualquiera que sea el opositor a Fujimori. Entonces creo que podría terminar por definir la elección en favor de Castillo.

Pero el antifujimorismo, que es un movimiento pluriclasista y de amplio espectro en lo ideológico, no ha sido movilizado aún de manera masiva, como sí lo fue en 2016 y 2011. Fue ese movimiento el que derrotó a Keiko Fujimori aquella vez, cuando a unos siete días de las elecciones estaba cinco puntos por encima de Pedro Pablo Kuczynski.

Una de las manifestaciones más grandes en esa campaña no fue convocada por ninguno de los candidatos, sino por el antifujimorismo de izquierda. Era algo impresionante para la poca presencia que suelen tener los mítines políticos en el Perú, y en este caso era la izquierda convocando un mitin para votar en contra de Keiko Fujimori, no a favor de un candidato de izquierda.

Ese factor probablemente va a jugar a favor de Castillo. Pero, como digo, tenemos esta peculiaridad en estas elecciones: el bloque antifujimorista se ha desgajado, y hay un componente del bloque que está entre la indefinición y el voto por Keiko Fujimori. Sería, para decirlo así, un voto vergonzante: no lo proclaman públicamente.

 

NA

Pero algunos sí lo han hecho público… Tenemos una figura como Mario Vargas Llosa, histórico opositor del fujimorismo, que de repente apoya públicamente a Keiko Fujimori.

 

FK

Exacto, Vargas Llosa es el ejemplo arquetípico del antifujimorismo de derecha que reculó en esta elección. Pero Vargas Llosa tiene una tendencia a emitir juicios categóricos con pocos matices, y eso le está jugando en contra en esta elección. Había dicho antes de la elección de 2011 que tener que elegir entre Humala y Fujimori sería como elegir entre el cáncer y el SIDA. Luego, en segunda vuelta, hizo una ardorosa campaña en favor del cáncer. Ahora nos está invocando a votar en favor del SIDA.

Todo esto hace que pierda credibilidad. Además, hay quienes creen —y yo tiendo a coincidir— que Vargas Llosa es cada vez menos liberal y más simplemente conservador. Su relación con el uribismo en Colombia o el PP en España sugiere eso. Entonces, Vargas Llosa ya había tenido una deriva hacia posiciones más conservadoras que probablemente ayude a explicar el hecho de que no solo ha dicho que va a votar por Keiko y ha invocado votar por ella, sino que le ha invitado a un evento de «defensa de la democracia y los derechos humanos» en Ecuador. Francamente, cualquier peruano que haya seguido la trayectoria de Vargas Llosa se da cuenta de que el chiste se cuenta solo.

 

NA

Quiero pasar a examinar el programa de Castillo, ya que en estos días finalmente se hizo publico su plan de gobierno. Castillo levanta la bandera de algunas consignas que son propias de la izquierda y que Verónika Mendoza también había propuesto: la reforma agraria, una nueva Constitución y varias otras. Cuando vamos a la letra chica, ¿qué hay detrás de estas consignas?

 

FK

Pedro Castillo presentó un documento de doce páginas, un plan para los primeros cien días de gobierno, pero que también ofrece pautas más generales. Antes de eso, lo único que teníamos era el ideario y programa colgado en la red del Jurado Nacional de Elecciones, que define a Perú Libre como marxista-leninista.

El documento que Castillo emitió claramente es un paso en una dirección moderada. Es una dinámica muy común en las segundas vueltas electorales, donde lo que quieres es ser el «mal menor», y ganar a gente que no haya apostado por ti en la primera vuelta. No necesariamente con esta idea uno se obliga a correr al centro, pero sí a inducir a creer a los que no votaron por ti en primera vuelta que eres menos malo que la alternativa.

Dicho todo eso, lo de Castillo es un programa bastante radical para los estándares políticos peruanos. Habla del tema de la nacionalización de empresas, aclarando que cuando habla de la nacionalización del gas no significa expropiar empresas sino renegociar contratos dentro de una perspectiva en la cual parte de las reservas de gas del Perú no se vayan a la exportación y se destinen al mercado interno y a masificar el consumo de gas para reducir los costos de la población. Así, por un lado, está esta cuestión de renegociar contratos con empresas, la mayoría de las cuales son transnacionales. Eso ya es más de lo que cualquier gobierno haya intentado hacer en el pasado.

Cuando Castillo habla de una segunda reforma agraria, el término «segunda» es importante, porque en el Perú ya hubo una reforma agraria, a diferencia de países como Colombia o Brasil, que jamás tuvieron una. Perú tuvo una reforma agraria bajo un gobierno militar —de Juan Velasco Alvarado en los años 70— que se autodefinía como socialista y revolucionario. Entonces, buena parte de lo que sería redistribuir tierras ya se dio. Luego ha habido un proceso de concentración de la propiedad en las zonas de agroexportación, fundamentalmente.

Se habla entonces de investigar los casos de acaparamiento de tierras y de controlar la concentración en la propiedad del suelo. Pero no es expropiar tierras lo que está en juego; el tema es buscar sustituir la importación de alimentos por producción local. Los gobiernos liberales en el Perú apoyaban al sector agropecuario, solo que apoyaban a la agroexportación con cierto nivel de industrialización. Ese apoyo fue plasmado en una ley muy controvertida —ya derogada— que se llamaba la Ley de Promoción Agropecuaria, la cual reducía los estándares laborales y los impuestos para el agroexportador.

Básicamente, lo que propone Castillo es hacer algo no en favor de los agroexportadores, sino en favor de la producción agrícola familiar y comunitaria. Por ejemplo, generar líneas de crédito barato para esos sectores, no creando nuevos nuevas entidades financieras gubernamentales sino utilizando las que ya existen, como el Banco de la Nación, que es probablemente el banco con más llegada del país geográficamente hablando.

Nuevamente, si hace esto es más de lo que haya hecho cualquier gobierno democráticamente elegido en más de 20 años. En ese sentido, sí sería un cambio sustantivo.

Luego está el tema del cambio de la Constitución. Castillo ha tenido que añadir una sola línea al final del documento de su programa, donde dice que cualquier cambio de la Constitución se hará bajo los términos constitucionales y legales vigentes. Y eso ya limita la posibilidad de un cambio constitucional. ¿Por qué? Porque Castillo dice que va a convocar un referendo para que el pueblo decida si convocamos o no una Asamblea Constituyente. La Asamblea Constituyente no está contemplada en la actual Constitución y el referendo sí está contemplado, pero tiene como paso previo el voto aprobatorio de la propuesta de una mitad más uno de los actuales congresistas elegidos.

Pedro Castillo no tiene mayoría ni perspectivas de obtener mayoría en el nuevo Congreso. Si la condición para convocar ese referendo es que se haga bajo los términos de la actual Constitución, muy probablemente no lo logre y tenga que contentarse con hacer reformas parciales. Queda por ver si él está dispuesto a dar esa pelea.

 

NA

¿El hecho de que un izquierdista llegara tan lejos en las elecciones no significa que hay algo en el relato de la derecha, con sus tintes de guerra fría, que se está resquebrajando? Pienso en Perú pero también en Colombia, país igualmente conservador, donde según los últimos sondeos Gustavo Petro es el favorito para las elecciones de 2022.

 

FK

Puede ser, pero mi duda es si va a perdurar. Hay dos factores económicos que sirven para explicar el cambio en el Perú. Se dice que las reformas de mercado en el Perú de las últimas décadas habían dado resultados positivos, por ejemplo, para reducir la pobreza (en el caso peruano, pero también en otros países de la región). Eso fue cierto, pero ahora vemos que solo una parte de la reducción de la pobreza se debía a las reformas de mercado. La otra parte parece haberse debido al superciclo de las materias primas.

Todos los países de la región redujeron la pobreza durante el súuperciclo, que va más o menos de 2003 a 2013. La mayoría de los países redujeron la desigualdad también —aunque sea marginalmente—, ya se tratara de gobiernos de izquierda o de derecha. Pero en los últimos cinco años el superciclo claramente terminó, y eso ha minado la legitimidad de los gobiernos, independiente de su filiación política.

En el Perú la pobreza ya no se reduce más. Los últimos cinco años ha estado estancada en torno al 20%, y con la pandemia hemos vuelto a los niveles de pobreza de 2010. Es decir, hemos perdido diez años de reducción de pobreza.

Creo que esos dos factores ayudan a entender el cambio, sobre todo en Colombia y Perú. Y cuando uno habla de la derecha radical, hay que entender que en América Latina esta es distinta en su origen a la derecha radical europea o norteamericana. La derecha radical en el hemisferio norte crece en contextos en los cuales la socialdemocracia venía replegándose electoralmente. En América Latina y el Caribe, la derecha radical crece en oposición al mayor auge electoral de la izquierda en toda la historia de la región. El componente anticomunista es mucho más fuerte y es claramente una derecha radical más claramente antizquierdista. 

En Francia, por ejemplo, cuando la derecha radical llegó en dos ocasiones a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, competía con otras fuerzas de derecha: Chirac en 2002 o Macron en 2017. Ese no es el caso de América Latina. Y en los casos de Colombia y Perú hay que añadirle otro factor: la lucha contra la izquierda levantada en armas —las FARC y ELN en Colombia, Sendero y el MRTA en el Perú—. 

Estas son fuerzas que, a diferencia del FMLN en El Salvador o del Frente Sandinista en Nicaragua, no respetaron las normas de derecho internacional humanitario. Entonces eso ayuda a entender, por ejemplo, que las FARC en Colombia no llegan al 1% de los votos, mientras el FMLN llegó a ser elegido por voto popular en El Salvador, o lo mismo en su momento con el Frente Sandinista. Son movimientos insurreccionales sumamente impopulares los de Colombia y Perú, y la derecha aprovecha esa situación para, por asociación, descalificar al conjunto de la izquierda.

Pero ahora creo que esa asociación está empezando a ceder. En parte, porque Sendero Luminoso quedó reducido a su mínima expresión y en Colombia la actividad armada de las FARC se redujo significativamente. Creo que eso ayuda a entender por qué de pronto la izquierda tiene más espacio en países como Colombia y Perú.

 

NA

Más allá de la economía y la retirada de Sendero Luminoso, ¿a qué se debe el evidente declive del fujimorismo?

 

FK

Recordemos que el antifujimorismo tiene dos componentes: el primero, el original, era la oposición a lo que representó el gobierno de Alberto Fujimori, asociada con el autoritarismo y la corrupción extrema. Pero entre 2016 y hoy, Keiko Fujimori genera una fuente de animadversión propia, debida sobre todo a su conducta obstruccionista desde el Congreso. Según Transparencia Internacional, entre 1994 y 2004 el de Alberto Fujimori fue el séptimo gobierno más corrupto en todo el mundo. Quejarse de la corrupción es casi un pasatiempo en América Latina, pero cuando se habla de corrupción en el Perú estamos hablando de estándares mayores. Y eso siguió bajo la figura de Keiko Fujimori.

Hubo cuatro intentos de vacancia presidencial en los últimos años, de los cuales uno condujo a la renuncia del presidente en ejercicio y otro a su destitución, y eso fue liderado por el fujimorismo desde el Congreso. Así, el fujimorismo fue percibido como una fuerza obstruccionista. Además, se dan a conocer mentiras de Keiko Fujimori como el hecho de que sus fondos de campaña provenían de cócteles y rifas.

La forma más clara de ver cuánto se ha deteriorado el apoyo por Keiko Fujimori es que en el año 2016 obtiene 39% del voto en primera vuelta y ahora, en 2021, el 13%. Solo pasa a segunda vuelta por la fragmentación del voto entre 18 candidaturas. De otra manera, probablemente no hubiera pasado. Nunca había pasado a segunda vuelta alguien con un 13%. Y eso tiene que ver, repito, tanto con el legado del padre como con el suyo propio.

 

NA

Igual es notable que allí donde Castillo arrancó con una diferencia en intención de voto más importante, el margen se ha ido estrechando bastante en las ultimas semanas. En esta semana que falta de la campaña, ¿cuáles son las luchas que dará cada candidato para hacer la diferencia?

 

FK

Los poderes fácticos jamás apoyarían un autoritarismo de izquierda, que es una forma de caracterizar a Castillo. Pero sí apoyaron en los 90 el autoritarismo de derecha con Fujimori. Las Iglesias evangélicas, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación, los gremios empresariales y otros jamás apoyarían un autoritarismo de izquierda.

La prueba de que apoyarían un autoritarismo de derecha está en que ya lo estamos viendo en acción. La mayoría de medios de comunicación también ha cerrado filas tras la candidatura de Fujimori. El grupo El Comercio, el mayor del país, tiene un oligopolio de diarios, además de dos canales de televisión, uno de los cuales es el más visto en la televisión abierta. Y están apoyando abiertamente a Fujimori.

Por otro lado, se nota que Castillo nunca ha sido candidato a un cargo de elección popular y no ha tenido un entorno que lo oriente. Pero pienso que las cosas están cambiando, y por eso todavía creo que es posible que él gane, porque la tendencia claramente iba en favor de Keiko Fujimori, pero no ha seguido avanzando.

¿Qué ha hecho Castillo? Ha tomado distancia de Vladimir Cerrón, que es el líder de Perú Libre. Y eso le ayuda por dos razones: primero, porque Vladimir Cerrón tiene condena en doble instancia por corrupción. Y segundo, porque el programa de gobierno de Cerrón podía ahuyentar a un amplio sector del electorado. Como decía, se definía como marxista leninista en un país en donde marxismo leninismo equivale a Sendero Luminoso. Para el peruano medio, la hoz y el martillo no es el símbolo del comunismo, es el símbolo del terrorismo senderista.

Finalmente, Castillo consolidó un equipo técnico más o menos competente, conformado por gente que no es militante de Perú Libre. Además, está intentando invocar el antifujimorismo, la fuerza política más poderosa del Perú en las últimas décadas. Si Castillo no hubiera dado esos pasos, Keiko le habría ganado la elección. Ahora creo que Castillo tiene una oportunidad.

 

NA

El hecho de haber pactado un acuerdo con la otra gran fuerza de izquierda, el Nuevo Perú, de Verónika Mendoza, debe haberle ayudado en ese sentido de consolidar un equipo con formación técnica.

 

FK

Sí. De hecho, Nuevo Perú tiene un equipo de economistas fundamentalmente, pero en general de técnicos que, siendo de izquierda, venían en su gran mayoría de la Universidad Católica, que es una de las mejores universidades del Perú. Y, por otro lado, esa gente tenía experiencia de gestión pública. Casi todos habían trabajado en un momento u otro en el gobierno.

Dicho sea de paso, en parte por eso podían aplacar algunos temores. Uno de ellos fue presidente nada menos que del Banco Central de Reserva, y tuvo un manejo bastante prudente de la política monetaria, que mantuvo la inflación en niveles muy bajos. En ese sentido, son gente que tiene cierta capacidad técnica, experiencia de gobierno y que no había gobernado desde posiciones particularmente radicales. Entonces el apoyo de ese equipo técnico lo ayuda, sin duda.

 

NA

¿Qué significaría para la región una victoria de Pedro Castillo? O, sin ir más lejos, ¿qué impacto tendría para el llamado «Grupo de Lima»?

 

FK

De acuerdo con el plan de gobierno de Cerrón, el líder de Perú Libre, Perú saldría del Grupo de Lima. Probablemente, Castillo también decida retirarse de ese grupo. Pero, aunque no lo hiciera, el Grupo de Lima no va hacia ninguna parte: es un cadáver insepulto. Cuando empezaron a cambiar los gobiernos de la región, como el de Brasil, la posición de Bolsonaro se volvió indistinguible de la oposición de Trump en torno a Venezuela. Y el Grupo de Lima vira hacia posiciones más conservadoras, con lo cual se hace perfectamente inútil. Es simplemente una comparsa de Washington, lo que intentaba no ser. Con los últimos cambios regionales perdió su razón de ser.

En todo caso, no hay mucho en el plan de Castillo sobre política exterior. Pero en lo que sí ha insistido Castillo es la integración sudamericana o la integración latinoamericana. En el programa original de Perú Libre se habla explícitamente de la promoción de Unasur, que también está en una situación crítica en este momento. Yo ahí no tengo mayores dudas de que Pedro Castillo va a promover esa política de integración regional.

 

NA

Supongamos que Castillo gana las elecciones. Los medios de Perú ya alertan de que su presidencia resultaría en el desplome de la Bolsa nacional, que daría lugar a una fuga masiva de capitales, etc. Estas afirmaciones pueden ser una estrategia para espantar el electorado, pero también pueden ser una amenaza real que impondría limites reales a cualquier transformación más radical.

 

FK

El programa de Castillo se distancia del programa original de Perú Libre precisamente para tratar de aplacar algunos de sus temores. Pero me temo que probablemente no lo consiga. Los movimientos del tipo de cambio parecen girar en torno a cómo le va a Castillo en las encuestas, por ejemplo. No tengo la menor duda de que en caso de un triunfo de Castillo, como ya ocurrió con Humala en 2011, habría una caída significativa de la Bolsa de valores al día siguiente.

A medida que Humala dio señales tranquilizadoras para los inversionistas, eso cambió; el problema fue que dejó de asustar a los inversionistas y más bien empezó a asustar a sus viejos aliados de izquierda: se moderó tanto, que al final no hizo ningún cambio significativo. Cuando Humala empezó a dar señales tranquilizadoras, las cosas volvieron a estabilizarse. 

Yo creo que eso no va a pasar con Castillo. Primero, porque claramente Castillo está a la izquierda de Humala. Pero, en segundo lugar, porque el programa, aunque no anuncia las medidas que anunciaba el plan original, sigue siendo bastante radical para un país en el cual los grupos empresariales son extremadamente conservadores.

Hay un dicho según el cual no hay animal más cobarde que un millón de dólares. Bueno, yo diría que un millón de dólares puesto en el Perú debe ser aún más cobarde que el promedio latinoamericano. Nuestra derecha es sumamente paranoica y vive temiendo monstruos de su propia creación. Entonces el programa que ha sacado Castillo no los va a calmar lo suficiente.

Pero, además, Castillo anuncia cosas como la renegociación de contratos y el cambio de la Constitución, que de por sí van a generar incertidumbre. Ese tiempo que tome para renegociar contratos va a generar inestabilidad o incertidumbre. Intrínsecamente, un cambio de Constitución mediante una Asamblea Constituyente genera incertidumbre. Y en ese caso estamos hablando de una incertidumbre que puede durar más de un año. Así, incluso si los sectores empresariales no llegan a percibir a Castillo como la encarnación del mal —que es como lo perciben ahora—, la mera incertidumbre va a ser un problema para la economía.

En ese sentido, la ventaja que tiene Castillo es que algunos productos peruanos de exportación forman parte de lo que algunos creen es un nuevo boom de materias primas, aunque no tan grande como el de 2003 a 2013. Pero en todo caso vamos a llegar a fin de año con la mayoría o con casi toda la población adulta vacunada contra el COVID-19, y con una economía en franca recuperación por el rebote estadístico respecto a 2020, pero también por los buenos precios internacionales. Eso podría ayudar a que la incertidumbre no termine de hundir a la economía.

De todas maneras, la economía probablemente tenga un desempeño mediocre hasta que no se sepa cuáles son las nuevas reglas de juego. Y, además, Castillo no solo va a tener en contra todos los poderes fácticos, como ya decía, sino también a la mayoría del Congreso.

 

NA

¿Qué significaría la victoria de Castillo en términos históricos? Ya dijiste que sería el triunfo de un candidato campesino, algo ya de por sí inédito. Pero además su candidatura pone sobre la mesa cuestiones de largo aliento, como la reforma agraria y la constitución.

 

FK

Una de las cosas que siempre me llamó la atención es que, pese a la difamación del legado del Juan Velasco Alvarado (gobernante militar que surgió por un golpe de Estado en 1968), en una encuesta de opinión Velasco era el presidente mejor valorado o con mayor nivel de aprobación de las últimas décadas en el Perú.

Yo hubiera pensado que, entre la denigración de su imagen y el paso del tiempo, la mayoría ni siquiera los recordaría o lo recordaría con base en la imagen que proyectan los medios hoy en día. Pero no, había un recuerdo positivo. Mientras que, para la derecha peruana, invocar a Velasco equivale a invocar al demonio.

Lo interesante de Castillo es que puede representar un cambio igual de significativo en el plano económico. Y con mayor perspectiva de perdurar en el tiempo que el gobierno de Velasco, que terminó con una gran crisis. Además, sería la primera vez en que el Perú elija por voto popular un presidente de origen indígena de izquierda con una agenda de transformación real. En ese sentido, su legado puede cambiar este país, para bien o para mal. Digo para mal, porque si termina siendo una experiencia fallida, se va a sumar a Velasco en el panteón de los fantasmas que acechan a las élites peruanas.

Si termina siendo una experiencia exitosa, puede significar una vuelta de página. Castillo puede cambiar el rumbo de la historia peruana contemporánea. Creo que podría ser el gobierno más importante desde Velasco. Queda por ver, como decía, si para bien o para mal. Lo que sí tengo en claro es que no sería uno de esos tantos gobiernos que quedaron en el olvido.

 


Sobre el entrevistador:

Nicolas Allen es coordinador de redacción de Jacobin América Latina.

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Publicado en Elecciones, Entrevistas, homeCentro, Perú and Política

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