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Miembros de la Guardia Nacional dando la bienvenida al gobierno provisional durante la Comuna de París en 1871. (Imagen: Universal Images Group / Getty Images)

Marx vislumbró los signos de un futuro socialista en la Comuna de París

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Valentín Huarte

El 21 de mayo de 1871 comenzó la denominada «semana sangrienta» durante la que el ejército francés ahogó la Comuna de París en sangre. Con todo, fue el levantamiento obrero más grande que Marx conoció en su vida y un modelo del socialismo por venir.

Serie: 150 años de la Comuna de París
Por David Broder

El 21 de mayo de 1871 fue el primero de los siete días que le tomó al ejército francés aplastar la Comuna de París. Cerca de veinte mil comuneros fueron asesinados y más de cuarenta y cinco mil personas arrestadas luego de que las tropas del gobierno dieron rienda suelta a su salvajismo contra el pueblo revolucionario de París.

Desde Londres, Karl Marx contemplaba con espanto los acontecimientos de la capital francesa mientras la primera experiencia de gobierno obrero era anegada en sangre. Pero fue en esos días cuando terminó de escribir La guerra civil en Francia, texto donde intentaba cuestionar la demonización que la prensa inglesa hacía de los comuneros y extraer lecciones de la derrota de los revolucionarios.

Stathis Kouvelakis editó hace poco una compilación en lengua francesa que compila los escritos de Marx y Engels sobre la Comuna. Su extensa introducción al libro, que es un estudio de la reflexión de estos dos hombres sobre los acontecimientos de 1871, fue traducida al inglés en el sitio de Verso Books (véanse las partes 1, 2 y 3). El traductor David Broder conversó con Kouvelakis sobre la correspondencia de Marx y Engels con los comuneros, el estatus de la Comuna en tanto «modelo» de gobierno obrero y los signos de «comunismo posible» que fulguraron en aquel París revolucionario.

 

 

DB

Quienes se oponían a la Comuna pintaban a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o a Marx personalmente, como «las mentes detrás del operativo». ¿Cuál fue el nivel de compromiso de Marx (y de Engels) con los militantes involucrados en la Comuna y qué impacto tuvo en los acontecimientos la intervención de los miembros de la Internacional?

 

SK

Deben evitarse los anacronismos cuando se habla del rol de la AIT. La AIT no fue una organización sólida de partidos de masas nacionales como la Segunda Internacional, fundada en 1889, ni tampoco fue el partido centralizado de la revolución mundial que pretendió ser la Tercera Internacional. Fue más bien una red flexible de composición heterogénea (sindicatos, protopartidos, asociaciones de emigrados, organización ilegales) que reflejaba la abigarrada realidad del movimiento obrero de la época.

Hasta donde llega mi conocimiento, no hubo ningún aparato centralizado y no había militantes rentados por el Consejo General. La Internacional era un foro cuyos congresos discutían orientaciones programáticas para el movimiento obrero y una red de activistas que planteaba formas concretas de solidaridad entre las luchas que se desarrollaban en distintos países. Tampoco tenía la voluntad ni la posibilidad de «liderar» una revolución en ninguna parte del mundo. Lo mismo vale para Marx y para Engels.

Dicho esto, la AIT intentó tener un rol activo en la Comuna y en el proceso que desembocó en ella. Debemos distinguir aquí entre las actividades del Consejo General de Londres, del que Marx era sin duda la figura central, y las actividades de las secciones francesas, especialmente la parisina. El Consejo General emitió tres declaraciones durante el período que abarcó desde el comienzo de la guerra franco-prusiana (julio de 1870) hasta el final de la revuelta parisina. La más famosa es La guerra civil en Francia, que analiza la guerra, sus consecuencias y, sobre todo, la realidad de la Comuna. Marx empezó este texto a mediados de abril de 1871, pero lo terminó recién durante los últimos días de la semana sangrienta.

El Consejo de Londres fue muy activo y realizó acciones de solidaridad con la Francia republicana luego del colapso del régimen bonapartista. Más tarde, hizo lo propio con la Comuna y, después de que esta fue derrocada, apoyó a los comuneros exiliados. Participó de la marcha del 16 de abril de 1871 de Londres en solidaridad con la revuelta parisina. Sorprendentemente, lo hizo con ciertas reservas debido a las tensiones con la organización que dirigía la manifestación, la Asociación Democrática Internacional.

Suele decirse que Marx y el Consejo de Londres no se pronunciaron públicamente mientras duró la Comuna. Pero las cartas que envió al Times y otros textos muestran que buscaron desmentir a toda costa las calumnias propagadas por la prensa de Versalles, que los presentaba como agentes alemanes que habían organizado todo. Y la verdad es que la situación en París era bastante incierta, con pocas perspectivas de éxito para los comuneros. Marx notó esto rápidamente.

Sin embargo, a fines de abril, el Consejo de Londres emitió una declaración pública que confirmaba la decisión de expulsar a [Henri] Tolain, un miembro muy importante que ya había sido removido de la sección de París a causa de su rendición frente a Versalles. Esta declaración insistía en que «el lugar de cada miembro francés de la AIT está sin duda del lado de la Comuna de París y no del de la usurpadora y contrarrevolucionaria Asamblea de Versalles».

Marx y los londinenses debían ser cautelosos, pero aun así intentaron intervenir directamente en el curso de los acontecimientos. Al final, fue muy difícil debido a la interrupción de las comunicaciones con la capital sitiada de Francia, rodeada por los prusianos y luego por el ejército de Versalles. La sección parisina de la Internacional venía muy golpeada a causa de la represión bonapartista de los meses anteriores al conflicto y del reclutamiento del ejército y las consecuencias de la guerra.

Poco tiempo después de que se estableció la república en septiembre de 1870, el Consejo de Londres decidió enviar un emisario especial con plenos poderes a París. El enviado fue Auguste Serraillier, un francés que vivía desde hacía muchos años en Gran Bretaña y que era muy cercano a Marx y a Engels. Serraillier se quedó en París para informar al Consejo hasta el final de la Comuna, con una interrupción de solo un mes hacia el final del invierno de 1871.

No está claro a partir del material disponible cuál era su misión. Pero sabemos que durante los meses que precedieron al estallido de la Comuna, intentó reorganizar la sección parisina, cambiar su dirección y orientarla hacia una actitud política más proactiva, con el objetivo de acercarla a la línea defendida por los blanquistas. Sin embargo, no parece haber tenido éxito en esta etapa. Más significativo fue su rol como miembro del consejo de la Comuna y de su Comisión de Trabajo e Intercambio, un baluarte de los internacionalistas parisinos.

Desde fines de marzo en adelante, enviaron a otra persona a París: la rusa Elisabeth Dmitrieff. Figura extraordinaria, fue una genuina heroína romántica, pero también una revolucionaria muy comprometida y elocuente, que formaba parte del círculo de Marx en Londres. Jugó un rol central en la fundación de la organización de mujeres más importante de la Comuna, que presionó a favor de medidas propiamente socialistas, como la requisición de las fábricas abandonadas por sus propietarios y su transferencia a los obreros.

Marx también sostuvo una correspondencia directa con otros protagonistas, especialmente con Leó Frankel, un trabajador húngaro miembro de la AIT y dirigente de la Comisión de Trabajo de la Comuna. Se conserva solo una parte de su correspondencia, pero todo indica que Marx se dedica básicamente a responder a las cuestiones que le planteaban sus interlocutores.

Los aconsejaba sobre distintos temas, sobre todo económicos aunque no exclusivamente. Con todo, el intercambio no tomaba en ningún caso la forma de ucases que Marx emitía para que otros ejecutaran. Estuvo muy entusiasmado desde el comienzo por lo que sucedía en París, hizo un gran esfuerzo para acceder a información confiable y hasta para intervenir, pero nunca intentó ni pretendió dirigir la experiencia. Por el contrario, quería aprender de ella y reformular algunos puntos fundamentales de su pensamiento político a la luz de los hechos.

 

DB

Detengámonos en este punto. Un tema central en los escritos de Marx sobre la Comuna es la construcción de un poder colectivo capaz de dirigir a otras fuerzas sociales (un «nuevo bloque histórico de los subalternos», según la expresión de [Antonio] Gramsci) y de controlar la maquinaria estatal.

Pero, al mismo tiempo, es notable la falta de cualquier referencia al rol específico del partido. El énfasis está puesto, más bien, en las formas locales de democracia directa. ¿Está aquí en juego la creencia de Marx y de Engels en que la politización emanaría espontáneamente de la revolución en sí misma? ¿O debemos pensar que su apoyo a la creación de partidos obreros en Alemania y Francia luego de 1871 es una respuesta a este problema?

 

SK

Responder a esta pregunta es más complejo de lo que parece a primera vista. Efectivamente, no hay ninguna elaboración del rol de la organización política de la clase obrera en los escritos sobre la Comuna. Pero no deberíamos olvidar que se suponía que estos textos debían expresar la perspectiva compartida por la AIT, o al menos por el Consejo General. La discusión sobre la acción política de la clase obrera había comenzado a desarrollarse en la Internacional aun antes de la guerra franco-prusiana y rápidamente se hizo evidente que se trataba de un tema proclive a generar divisiones entre distintas corrientes (desde los sindicalistas británicos a los seguidores de [Mijaíl] Bakunin o [Pierre-Joseph] Proudhon), que defendían, en algunos casos, una posición profundamente antipolítica, y en otros una alianza con los burgueses radicalizados o reformistas.

La experiencia de la Comuna modificó los términos del debate. Quedó claro que la sección parisina de la AIT era incapaz de darle un impulso coherente al movimiento revolucionario, aun si proveyó a la Comuna de la mayoría de sus miembros electos, cuadros y activistas de base políticamente formados. Antes de la insurrección de marzo, la AIT estaba en una posición vacilante y muy comprometida por las divisiones, y esto no se modificó durante la Comuna.

En mayo, los internacionalistas parisinos atravesaron una división traumática luego del debate sobre la creación del Comité de Salvación Pública según el modelo jacobino de 1793. Además, la falta de coordinación entre París y el resto de las ciudades que tuvieron Comunas de corta duración (especialmente Lyon y Marsella), jugó a todas luces un rol central en el fracaso de esos levantamientos y en el reflujo de la ola revolucionaria.

Marx y Engels no tardaron en sacar las conclusiones adecuadas y convocaron a una conferencia de la AIT solo cuatro meses después de la Comuna. Sus propuestas sobre la primacía de la acción política de la clase obrera y la necesidad de fundar partidos afines a este objetivo, capaces de participar del proceso electoral cuando fuese posible, fueron adoptadas en esta conferencia. Es significativo que todos los delegados franceses, salvo uno, apoyaron estas propuestas. Pero el éxito desató un agudo conflicto al interior de la Internacional, que llevó a su división en el Congreso de la Haya de 1872 y luego a su decadencia.

A partir de ese momento, es posible distinguir tres estrategias divergentes al interior del movimiento obrero. La «marxista» (el término emergió durante este período), que apuntaba a la construcción de partidos de masas organizados según líneas nacionales y de clase. El modelo aquí sería la socialdemocracia alemana, que tuvo su congreso de unificación en 1875 y tuvo éxito en las elecciones.

En Francia, desde los años 1880 en adelante, prevaleció la segunda estrategia (es decir, el sindicalismo revolucionario), con el concomitante crecimiento de sindicatos radicales y la creación de la CGT en 1895, que atrajeron a la mayoría de las fuerzas combativas. A nivel político, el socialismo francés se mantuvo fragmentado, relativamente débil y, hasta cierto punto, influido por el republicanismo burgués. En Italia y en España fueron distintas variantes de anarquismo las que tomaron la delantera. Estas corrientes también tenían presencia en otros países, como Francia y los Países Bajos, aunque eran minoritarias.

Sin embargo, lo que todas estas líneas tenían en común era la voluntad de desarrollar acciones obreras que tuvieran efectos a largo plazo en oposición a la política burguesa, incluyendo a sus alas progresista y republicana. Es allí donde yace el legado duradero de la Comuna, que fue aplastada salvajemente por un gobierno republicano dirigido por un defensor de la monarquía y apoyado por una asamblea reaccionaria.

 

DB

En tus textos leemos que la clase trabajadora de este período no era equivalente ni a los sans culottes revolucionarios ni al proletariado fabril de masas. En cambio, la lógica de la gestión capitalista, las subcontrataciones, etc., recién estaban penetrando en una fuerza de trabajo muy fragmentada, que se desarrollaba en pequeñas unidades de producción definidas por procesos de trabajo preindustriales.

Esto podría llevarnos a pensar que la fuerza de trabajo actual, atomizada y precaria, tiene ciertas similitudes con esta realidad prefordista. ¿En qué medida Marx (o, más bien, los socialistas y los activistas obreros de este período) asumían que el futuro traería consigo una mayor concentración industrial y construyeron su comprensión de la clase en función de esta perspectiva?

 

SK

En primer lugar, habría que destacar que, a pesar de su fragmentación en lugares de trabajo pequeños —aunque estaban comenzando a desarrollarse las fábricas más grandes—, y a diferencia de la atomizada clase obrera actual, el proletariado parisino de la época estaba muy politizado y organizado. Aquí, la dimensión espacial es decisiva: la forma de la ciudad, con su fuerte clivaje entre este y oeste, las prácticas cotidianas que fortalecían los vínculos de las comunidades de clase obrera, la concentración de mercados en barrios específicos, la memoria viva de las revoluciones pasadas y la formación de los batallones de la Guardia Nacional a escala local, todo esto demostró ser decisivo para la emergencia de un proletariado revolucionario.

Pero no deberíamos olvidar que la mayoría de los sindicatos británicos afiliados a la Internacional agrupaban a los gremios de artesanos de una industria todavía naciente, no a los sindicatos modernos que se desarrollaron después. Este fue el caso de prácticamente todos los países occidentales, excepto Bélgica.

Esa era la realidad de los movimientos obreros de la época. Si avanzamos al análisis que hace Marx de las tendencias de la producción capitalista en El capital, la imagen es más compleja de lo que suele pensarse. Por supuesto, Marx percibe en las grandes concentraciones industriales y en la maquinaria y la organización del trabajo que conllevan, la marca distintiva del capitalismo. Pero también pone mucho énfasis —por ejemplo, en su análisis de la industria textil y de indumentarias— en otras formas a través de las cuales este modo de producción se apropia del proceso de trabajo y lo remodela: la industria doméstica, que se sirve del salario a destajo, las subcontrataciones y el sistema de talleres de trabajo. También percibía claramente que estos eran los sectores donde se concentraba la fuerza de trabajo más vulnerable. En ese entonces, eso implicaba a las mujeres y a los niños (hoy probablemente podríamos reemplazarlos por los inmigrantes).

Para Marx, el pasaje a las grandes fábricas depende de condiciones políticas, no solo económicas. Las leyes que limitan el tiempo de trabajo también plantean un límite para la explotación basada en el plusvalor absoluto (es decir, en la extensión indefinida de la jornada y/o en la disminución de los salarios) y estimularon la introducción de la maquinaria. Consecuentemente, promovieron la concentración fabril en ciertas ramas.

Pero no dejaban de emerger contratendencias: las leyes que limitaban el tiempo de trabajo eran desafiadas constantemente por los capitalistas y muchas técnicas productivas que funcionaban en función del plusvalor absoluto se desarrollaron fuera del núcleo industrial, sin dejar de tener con él una íntima conexión. Este proceso fue menos lineal y rígido de lo que se piensa. No creo que las realidades contemporáneas de la producción descentralizada y «justo a tiempo» del Norte, las cadenas de valor globalizadas, las formas cada vez más precarias de empleo, y, por supuesto, las gigantescas fábricas de las áreas industriales del Sur Global, desorientaren a Marx.

La relación entre el nivel de organización de la clase y la estructura productiva siempre fue compleja, y esto era tan cierto en los tiempos de Marx como lo es en la actualidad. Atravesó múltiples mediaciones, que variaron en distintas épocas y situaciones específicas, como las distintas formas de sindicalización o la manera en que los sindicatos y las organizaciones políticas se relacionan unas con otras y con el Estado.

Marx y Engels no tenían una idea preconcebida sobre cómo debía organizarse la clase obrera y, en este sentido, no tenían una «teoría del partido». Básicamente reflexionaron sobre un amplio espectro de formas de organización, desde el cartismo hasta el sindicalismo y los primeros partidos obreros propiamente dichos, con el objetivo de convertirlos en fuerzas políticas capaces de derrocar el poder político y económico de las clases dominantes.

 

DB

¿Qué aspectos de la Comuna de París habilitaron a que Marx hable de un «comunismo posible»?

 

SK

Lo distintivo del enfoque de Marx sobre la Comuna es que no la concibió ni como la realización de una doctrina socialista o comunista prexistente —incluyendo la suya— ni como un modelo completamente nuevo de revoluciones futuras. Esto difiere en gran medida de la manera en la que, por ejemplo, pensaron la Revolución de Octubre casi todas las corrientes del movimiento comunista del siglo veinte.

Hay ciertos aspectos de la Comuna que efectivamente señalan rasgos más estructurales de las revoluciones sociales, en particular los vinculados con innovaciones en cuanto a las formas políticas. Marx concibe el «secreto» de esa forma como la expresión de su contenido de clase («un gobierno obrero») que articula las dimensiones «desde abajo» y «desde arriba» de un nuevo tipo de poder político.

Este poder combina la aspiración al control popular de las instituciones públicas y de la gestión social con la transformación de la economía. De aquí surgen las célebres formulaciones de Marx acerca de la «forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo» y la «palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase».

Son formulaciones muy potentes, pero fueron malinterpretadas con frecuencia. Marx piensa que las instituciones de la Comuna son expresiones transitorias y parciales de tendencias más profundas que apuntan a la emancipación social, y no algo que deba ser estrictamente imitado.

Son elementos de comunismo comprendido como «el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual» y no «un ideal al que la realidad deberá adecuarse», según las conocidas expresiones de La ideología alemana. No es casualidad si Marx caracterizó la actividad concreta de los comuneros en términos prácticamente idénticos: «no tienen ninguna utopía lista para implantar par decret du peuple [por decreto del pueblo] […]. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente liberar los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno».

Marx sabía que las conquistas de la Comuna —tan extraordinarias como las circunstancias en las que se produjeron— no eran equivalentes al comunismo. Ni siquiera los planes para la socialización de los medios de producción esbozados por la Comisión de Trabajo de la Comuna en colaboración con el Sindicato de Mujeres debían ser considerados como el fin del camino. Pero combinados con alguna noción de planificación podían convertirse en algo semejante a un «comunismo posible», capaz de asociar el control obrero a nivel de los lugares de trabajo con la coordinación de la producción sin mercado en un nivel macro.

La Comuna debía ser concebida entonces como una forma experimental capaz de eliminar ciertos obstáculos estructurales a la transformación de las relaciones sociales y empoderar a las clases trabajadoras. «No suprime la lucha de clases», escribió Marx, pero era «el medio racional en el que esta lucha de clases puede recorrer sus distintas etapas de la forma más racional y humana posible».

 

DB

Mientras traducía el texto, empecé a releer Peasants into Frenchmen de Eugen Weber. Esta obra nos muestra una división cultural extrema entre París y las zonas rurales de Francia, marcadas por todo tipo de supersticiones y por un acceso limitado al dinero francés, a la lengua y a la educación.

Me hizo pensar: Según tus textos, Marx ya no percibía al campesinado como una «bolsa de papas» y reconocía la necesidad de organizarlo. Pero, en términos realistas, ¿era posible pensar formas democráticas en las que los revolucionarios urbanos trataran a los campesinos como iguales? ¿Las ideas de un gobierno descentralizado integraban de alguna forma la perspectiva de que la revolución avanzaría a distintos ritmos en la ciudad y en el campo?

 

SK

Sí, creo que esta es una de las lecciones decisivas de la Comuna. Este argumento fue desarrollado por Teodor Shanin en su influyente ensayo sobre el Marx tardío. Marx comprende que la incapacidad de la Comuna para subsanar la división con las zonas rurales fue la causa última de su derrota.

Cuatro meses después, Marx propuso en la conferencia de Londres de la AIT la creación de «ramas rurales» para «garantizar la adhesión de los productores agrarios al movimiento del proletariado industrial». Para lograr este objetivo, debían enviarse «agitadores a los distritos rurales para organizar reuniones públicas y propagar los principios de la Internacional». Nada de todo esto se materializó. Pero marca un viraje estratégico en el pensamiento de Marx sobre las temporalidades de la revolución, tanto a nivel nacional como a nivel mundial.

Es fundamental en este sentido la «conexión rusa», para citar a Shanin, que incluye los intercambios de Marx con Dmitrieff, German Lopatin y Vera Zasulich (es interesante notar que las mujeres jugaron un rol importante en todo esto). Marx finalmente comprendió el potencial revolucionario que tenían el campesinado y su forma específica de organización social, la comuna rural, en las periferias del capitalismo.

Este proceso, sin embargo, debe someterse a dos condiciones. Para tener éxito, una revolución de este tipo debería integrar algunas de las conquistas de la modernidad capitalista y su temporalidad debería converger con la de los trabajadores de los países industrializados. Esta nueva concepción de la revolución implica una multiplicidad de vías y desarrollos temporales que, sin embargo, deberían llevar a una convergencia entre las ciudades y el campo, el proletariado y el campesinado, el centro y la periferia, a nivel nacional y a nivel mundial.

Estos textos fueron inaccesibles durante mucho tiempo para casi todas las tradiciones marxistas. Pero esta estrategia fue revivida en cierta medida por la visión de la revolución anticolonial de los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional y por el «marxismo indigenista» de José Carlos Mariátegui. Hoy juega un rol central en los debates que plantean las versiones no eurocéntricas del marxismo, liberadas de una concepción lineal y teleológica de la historia.

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Publicado en 150 años de la Comuna de París, Entrevistas, Francia, Historia, homeCentro3, Política and Represión

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