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Madrid: auge de la derecha, derrota de la izquierda

La victoria de la derecha en Madrid ha sido abrumadora. Y la izquierda queda golpeada y en crisis. Podemos, por su lado, fue producto de una situación excepcional que hoy no se repite. Son necesarios un balance político y un reajuste estratégico.

La victoria de la derecha ha sido abrumadora. En conjunto, consigue unos resultados que superan a los de Esperanza Aguirre, alcanzando el 58% de los votos frente al 41% de la izquierda. Este resultado se torna todavía más abrumador cuando vemos los datos de participación. El 80% de la gente que podía votar lo ha hecho. Las excusas sobre la desafección, la izquierda invisibilizada, el pueblo abstencionista que realmente es de izquierdas… desaparecen tan rápido como frívolamente fueron esbozadas durante la fiebre electoral. En este artículo intentaremos desgranar algunas cuestiones que se han puesto encima de la mesa estas elecciones en la Comunidad de Madrid, sin más pretensión que la de contribuir a la discusión en el seno de la izquierda política, cultural y social.

Partido Votos año 2021 Escaños 2021 Escaños 2019
Partido Popular 1.620.213 (45%) 65 30
Partido Socialista 610.190 (16,9%) 24 37
Unidas Podemos 261.010 (7,2%) 10 7
Más Madrid 614.660 (17,1%) 24 20
Vox 330.669 (9,2%) 13 12
Ciudadanos 129.216 (3,57%) 0 26

 

El problema de la hegemonía

La hegemonía de la derecha tiene varias capas. Por una parte, está construida sobre una serie de relaciones materiales que generan una determinada conciencia. La educación concertada, la posición estratégica de Madrid en relación al resto de España y la capacidad de absorber a determinada clase ejecutiva que de ella se deriva, la relación neoliberal entre lo público y lo privado. Detrás del poder de la derecha existen relaciones sociales. Pero esta relación solo conforma el centro de la operación hegemónica. Para ampliar su influencia, la derecha ha roto con el dilema de la izquierda que colocaba la “salud” antes de la “economía”. Defendiendo la primacía de la economía, la derecha ha incorporado a amplias cohortes de la clase trabajadora a su bloque: lo ha hecho ofreciendo un horizonte frente al miedo al desempleo y a la debacle económica. Honestamente, no creo que la izquierda pudiese disputar el centro de esta construcción hegemónica a la derecha en unas “guerra de maniobras” o a través de operaciones discursivas a corto plazo. Para ello, se necesitan años. Pero sí que creo que había una capa del electorado que era potencialmente disputable para la izquierda. Esa capa, agregada al núcleo de la derecha, ha visto en el PP una opción que respondía a la cuestión de la inseguridad económica. No nos gusta la respuesta de la derecha, pero ¿cuál es la respuesta de la izquierda? ¿Un ingreso mínimo vital rácano y que no funciona? ¿Una postura moralista que (correctamente) defiende a las personas que están en las colas del hambre, pero que no les da apoyo institucional? En su arrogancia moral, la izquierda no se da cuenta de que, al oponer la salud a la economía, solo revela un privilegio de clase media. La derecha se ha aprovechado de que la gente le ha tenido más miedo al cierre económico (sin garantías ni seguros) que a la pandemia. Es terrible decirlo, pero es la verdad.

La cuestión del fascismo

A pesar de la “unidad” estratégica mostrada en la campaña, el resultado de la izquierda es realmente malo. Lo más significativo es cómo se ha retroalimentado la «lucha contra el fascismo», la defensa del régimen del 78 como barrera frente a él y la política de bloques. Suponemos, y perdonen la ironía, que la izquierda estará contenta: puesto que la suma de los votos del PP es superior a la de las izquierdas, Vox no entrará en el gobierno y dejará de ser decisivo. Ahora bien, una vez que han pasado las elecciones y el momento de la borrachera izquierdista, podemos empezar a reflexionar más seriamente. Vox es un peligro y es un partido en proceso de radicalización posfascista. Hay que combatirlos por todos los medios. Pero ahora mismo el enemigo hegemómico es el neoliberalismo autoritario de Ayuso, basado en una interpretación conservadora del régimen del 78. Toda la retorica sobre el fascismo (que, en un momento de delirio, llegó a extenderse al PP) debe ser puesta encima de la mesa. No es un debate académico. ¿Hay un régimen fascista en Madrid? ¿Se iba a implantar un régimen fascista en Madrid? Yo creo, insisto, que Vox está evolucionando hacia posiciones posfascistas. Pero hacer un análisis impresionista para intentar movilizar a tu base, llamando indirectamente fascista a una parte de la gente que está en disputa, es solo un mecanismo de hiperventilación, para cohesionar tus filas, ante la impotencia política, y aislarte del resto. Porque, seamos todavía más claros. Se ha llegado a comparar la situación con Berlín en 1933. ¿Cual es la respuesta a esto, si no es mera frivolidad lo que se dijo? ¿Se prepara una respuesta en consecuencia? ¿Estamos ante el preludio de una dictadura y de un genocidio político? ¿Cual es la fase de la lucha y que métodos son los adecuados para encarar un momento de resistencia de este tipo? Debemos plantear este debate sin minusvalorar el temor legítimo de un parte del pueblo, especialmente los sectores más oprimidos, ante la reaparición del posfascismo. Hay que luchar en la calle contra la extrema derecha, siempre desde una perspectiva amplia y acorde a los tiempos que corren. Pero eso pasa por colocar el problema del fascismo en su lugar preciso en esta coyuntura, no convertirlo en un arma de cohesión que busca ocultar que no se está gobernando para la gente trabajadora. Y, sobre todo, abordarlo como un proceso social y no como una identidad moral.

Seamos claros: la izquierda institucional no le ofrece nada a la gente que ésta sienta necesidad de defender y, más allá de la propaganda de sus portavoces mediáticos, su política económica y social está siendo favorable a las clases empresariales. El gobierno progresista no se articula sobre unas políticas públicas que apoyen y garanticen seguridad a los sectores más empobrecidos del pueblo. No hay nada parecido a lo que fueron las políticas asistencialistas del primer Lula o del peronismo argentino. Estamos ante un progresismo tan inflamado verbalmente como pobre en su acción política, que ni siquiera cumple las promesas programáticas que asumió al constituirse como gobierno. Las élites económicas viven en paz y la clase trabajadora con temor. El gobierno progresista va a rescatar a las grandes empresas con el dinero de la Unión Europea: si la derecha lo hiciese, estaríamos hablando de una huelga general. La ceguera y el fanatismo ideológico consiste en permitir que los tuyos hagan lo mismo que tus adversarios. Y eso se paga: la izquierda debería ser tan fiel a la gente trabajadora como la derecha lo es a la clase empresarial.

Auge y crisis del revival eurocomunista

La principal característica de la constitución de Podemos es su dependencia del hiperliderazgo de Pablo Iglesias. Sin duda, Pablo Iglesias es la persona más talentosa y brillante de su corriente política. No se merece los ataques que ha sufrido. Pero una vez dicho esto, son necesarios los balances políticos y, desde mi punto de vista, el de Pablo Iglesias es muy negativo. Una vez purgados todos los elementos de su vida interna, Podemos (que fue fundado también por la organización a la que pertenezco) ha quedado reducido a un pequeño aparato cerrado sobre si mismo, sin vida interna y que, en la práctica, no es más que una comparsa del bloque que lidera del PSOE. Compensa estas debilidades con una cierta gestión de la herencia: heredó una relación de hegemonía semi-instrumental con los movimientos sociales madrileños, basada en una política de fichajes sin alimentar su fortaleza organizativa y su autonomía política. No tiene mucho sentido oponer “lo político” y lo “social”. Son dos fenómenos que se retroalimentan, mutuamente dependientes y, nos guste o no, el agotamiento de todo un ciclo va en las dos direcciones. Hay una corriente en los movimientos sociales claramente pro-institucional y hay otra que plantea una perspectiva diferente, que no pase por ser una mera correa de transmisión del Estado. El agotamiento de la izquierda española tiene raíces sociales más profundas de las que nos gustaría reconocer.

Una de las peores herencias de nuestra época es la hegemonía de la ciencia política sobre la política: todo se reduce a una retorica y a una aritmética del triunfo sin un proyecto normativo fuerte. Creo que debemos asumir que nadie tiene una pócima política para remediar la victoria de la derecha. Pero hay que volver a una posición política basada en el “debe ser”. Esto choca con el sentido común de toda una generación, forjado sobre la idea oportunista de que para ganar los principios puede ser maleados a gusto. Un politicismo extremo que ha derivado finalmente en un sin fin de giros tacticistas, abandonos programáticos, juegos retóricos. Pienso que debe surgir una izquierda que abandone la retorica en la que nos hemos movido en el ciclo anterior para asumir la ingrata tarea, minoritaria, de salvar sus elementos progresivos hoy enterrados: la necesidad de articular las peleas políticas y sociales en torno a un enfrentamiento con las élites económicas, la idea de la necesidad de un nuevo marco político constituyente, etc. En mi opinión, esto pasa por invertir la estrategia que ha ofertado la izquierda. La izquierda ha actuado como una unidad en lo político, asumiendo en la práctica el proyecto de un «constitucionalismo de izquierdas» (en diferentes grados), pero dividida socialmente. Estas elecciones han parecido unas primarias del Partido Demócrata: un consenso fuerte en torno a la defensa del orden, diferentes identidades en disputa bajo un horizonte compartido. Pero en lo social no se lucha unitariamente. Hay que invertir la ecuación: claridad para reconstruir en lo político, “separarse” de la izquierda institucional aunque tratando de mantener siempre (y esto es importante) una relación de diálogo no sectario y máxima unidad en el frente social. No creo que esta estrategia deba presentarse como ganadora en lo electoral (aunque tampoco la estrategia actual lo ha sido) o como fuente de todas las soluciones, sino como un camino diferente a emprender. Desde mi punto de vista, el anticapitalismo no debe ser el ala radical del frente progresista: debe construir otro polo político y, a la vez, ser unitarios en lo social. La política de unidad debe trasladarse de lo político a lo social, con el objetivo de que la gente la clase trabajadora aumente a confianza en si misma a través de la lucha. Creo que sin una regeneración “social” de la izquierda, la aparición de nuevos repertorios y de nuevos intelectuales orgánicos vinculados a nuevas resistencias, la situación no da más de si, tiende a estancarse y a pudrirse. Además, creo que debemos comenzar a pensar que, si bien los grandes cambios solo los puede hacer la mayoría social, la existencia de un polo impugnador es un elemento democratizador en si mismo. Permite que ciertos problemas se pongan encima de la mesa y posibilita avances sociales: si solo existe una izquierda de gestión, es imposible cualquier reforma.

¿Una nueva izquierda? Sobre Más Madrid

Creo que sería una trampa óptica ver en el ascenso de Más Madrid un giro a la izquierda. No porque UP estuviese a la izquierda: UP representa la vuelta a la política del eurocomunismo de derecha de los años 70, basada en la defensa del sistema constitucional-capitalista frente a la derecha (por cierto: no existe ninguna derecha que quiera romper con ese régimen, sino radicalizarlo en clave reaccionaria). Creo que Más Madrid supera al PSOE no porque sea más radical, si no porque representa algo distinto. Lo cual no le quita importancia al hecho, pero sí lo pone en su lugar. Se ha actuado en términos de bloque y no ha habido disputa entre partidos e ideas. Más Madrid ha adoptado siempre la dirección política hacia el progresismo verde, pero cuenta con una serie de ventajas. La primera, es aparecer como algo nuevo, a pesar de su experiencia en el Ayuntamiento de Madrid; que no le pasa factura, sino que los refuerza, al contrario que al PSOE-UP, cuya presencia en el gobierno los debilita. La segunda, es que conectan con una composición política sui generis de Madrid, una clase trabajadora y clase media ilustrada, vinculada a la defensa de lo público, pero también a la lucha por las libertades y derechos civiles. Aunque sus dirigentes tengan un perfil de clase media-alta, su base electoral penetra mejor en unos barrios obreros heterogéneos y plurales que ya no se corresponder con el imaginario de la vieja izquierda pos-comunista. No hay más que comparar los resultados de MM y UP en barrios obreros como Orcasitas o Vallecas. Su campaña ha sido acertada porque ha conectado con la composición política a la que apelaba. Unidas Podemos apela a la clase obrera, pero no conecta con ella. En tercer lugar, tuvieron una candidata con un perfil excelente para este tipo de elección. Más Madrid también ha apostado por dirigirse a la izquierda sin la mediación de los movimientos sociales, pero a la vez, cuenta con una estructura territorial, poco visible en las luchas pero real, sobre todo a través de vocales vecinos y concejales. En mi opinión, con todos los límites de la comparación, Más Madrid puede tener la misma relación de competencia que tienen los verdes alemanes con el SPD: un proyecto «socialdemócrata-liberal» verde. Pero está por ver si esto refuerza a Más País a escala estatal. Creo que se abre una pelea interna fuerte. En un país con una composición política confederal, MP aparece como demasiado madrileño, lo cual es su debilidad para expandirse y su fortaleza para asentarse en Madrid.

¿Qué perspectiva para el anticapitalismo?

Creo que el anticapitalismo, aislado políticamente en una situación en donde el eje principal ha virado hacia la defensa constitucionalista del régimen del 78 frente a un “mal mayor”, debe reajustar su estrategia y el discurso. Se trata de jugar en un terreno de juego antinómico: proponer soluciones de fondo para la izquierda, pero asumir que no las puedes aplicar y que, por lo tanto, hay que fortalecer un proyecto anticapitalista como precondición para ello. Ser unitario en lo social, pero para impulsar la resistencia y no frenarla, batallando contra el “Estado Ampliado” en los movimientos sociales (esto es, convertir a los movimientos sociales en lobbies dentro del marco institucional, sin perspectiva global de transformación). Y a la vez, debemos generar un polo político al margen del bloque progresista, relacionándonos con él en clave pedagógica pero sin caer en el oportunismo que termina convirtiendo al anticapitalismo en el ala izquierda del progresismo. Entender que hay que trabajar culturalmente por regenerar un tejido militante (sobre todo porque, en ausencia de las masas, quien ha tomado el relevo como intelectual orgánico ha sido una casta de periodistas y politólogos esclavos de sus intereses materiales en la corte progresista) y, a la vez, trabajar formas de comunicación política que renueven repertorios ya gastados. Asumir que lo electoral no basta, pero que en ausencia de una situación revolucionaria, es necesario orientarse hacia la construcción de un referente político, si no queremos que las elecciones sean un ejercicio de disonancia cognitiva, en donde el radicalismo verbal en lo social se correlaciona con apoyar opciones políticas que defienden el régimen del 78. Decir “abajo el capitalismo” en lo teórico y apoyar el cogobierno con el PSOE en la práctica.

Pese a la restauración del viejo orden, la situación política española sigue siendo inestable. Madrid puede ser un aviso de que la tesis “mágica” de que el bloque progresista mandaría diez años en España es una simple fantasía positivista. La derecha puede rearmarse y pasar a la ofensiva: el gobierno progresista ya ha anunciado recortes sociales como el pago de peajes en las autopistas, que colocan a la derecha en una posición ideal para recomponerse, ya que le permiten llevar su discurso anti-fiscalista a las clases populares. Nadie sabe lo que ocurrirá a escala estatal. Cómo funcionará la figura de Yolanda Diaz (la representante de la concertación social) y cómo se recompondrá la izquierda. Hay muchas incógnitas: Andalucía, nuevas alianzas… Podemos fue producto de una situación excepcional. Hoy no se da esa situación y la izquierda vuelve a ocupar sus posiciones tradicionales en el orden político. Pero aunque hemos entrado en una fase mucho más pedregosa,  seguimos presos de la herencia moral del ciclo anterior, donde la épica de la victoria monopolizaba lo electoral. En mi opinión, del resurgimiento de una fuerza social y política al margen de la izquierda oficial y del progresismo dependerá la posibilidad de avanzar en conjunto. O de, por lo menos, no retroceder demasiado.

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