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Los nazis siempre habían apelado a los trabajadores alemanes apropiándose de la retórica socialista. Pero la intención de los nazis al apropiarse del Primero de Mayo fue alejarlo de asociaciones al socialismo.

Los nazis intentaron robar el Primero de Mayo

Para ganarse a los trabajadores alemanes y sustituir su lealtad socialista por el fascismo, el Tercer Reich convirtió en fiesta nacional una versión nazi del Primero de Mayo. Pero el verdadero Día Internacional de los Trabajadores es el que sigue vivo hoy.

Hoy celebramos el Primero de Mayo con banderas rojas, puños en alto y cantos de solidaridad, tal y como han hecho los socialistas durante generaciones. Estas tradiciones han perseverado desde la creación de la fiesta a finales del siglo XIX, pero no sin interrupción.

En la Alemania de los años 30, el Primero de Mayo se celebraba a la sombra de la esvástica. El hecho de que la fiesta obrera haya sobrevivido a este descarado intento de cooptación fascista profundiza el significado de su continuidad en la actualidad.

Un día de odio

El 1 de mayo de 1933, Adolfo Hitler se presentó ante una multitud de quinientos mil personas reunidas en el campo de Tempelhof, en Berlín. Era un día cálido y soleado, lo que los nazis llamaban el “tiempo de Hitler” porque sus discursos públicos solían tener lugar en días agradables como ese. Entre la multitud había trabajadores, empresarios, líderes sindicales y espectadores en general que pagaban la entrada para asistir al gran evento. Detrás de Hitler colgaban seis enormes banderas nazis, un decorado teatral e imponente diseñado por el arquitecto nazi Albert Speer.

Dos meses antes, Hitler había aprobado el Decreto sobre el incendio del Reichstag, que suspendía las libertades civiles como pretexto para neutralizar a la oposición socialista. El decreto revocaba el derecho de reunión pública y hacía que la resistencia de la izquierda fuera prácticamente ilegal. Los miembros de los partidos socialdemócrata y comunista ya estaban siendo enviados al recién construido campo de concentración de Dachau, donde se les obligaba a posar para fotografías humillantes sosteniendo pancartas en las que se leía: “Soy una persona con conciencia de clase”.

Y sin embargo, aquí estaba la celebración del Primero de Mayo, orquestada por el propio Hitler.

Tanto en Alemania como en otros países, el Primero de Mayo era una fiesta del movimiento obrero y socialista desde 1890. Las celebraciones enfatizaban la necesidad de que la clase obrera de todas las naciones se uniera en una lucha común contra los capitalistas y a menudo tomaban la forma de huelgas masivas y mítines con oradores agitadores. Pero este Primero de Mayo, anunció Hitler, marcaría un alejamiento permanente de esa visión errónea de la jornada.

Durante siglos, dijo Hitler a un grupo de jóvenes alemanes durante un discurso previo al mitin, el primer día de mayo había marcado la llegada de la primavera y se había celebrado con fiestas populares tradicionales en toda Alemania y el resto de Europa. Pero los socialistas habían cooptado esta saludable ocasión y la habían orientado hacia fines divisorios y nefastos. “El día de la nueva vida y de la alegría esperanzada se transformó en un día de disputas y luchas internas”, dijo. Calificó ese Primero de Mayo como “un día de odio”.

Hitler expresó su intención de rescatar la fiesta de las garras de los radicales que habían pervertido su significado, poniendo a los alemanes unos contra otros cuando deberían celebrar su herencia y tradiciones comunes. “El símbolo del conflicto de clases”, dijo, “de la lucha y de la discordia interminables, se convierte ahora de nuevo en el símbolo de la gran unidad y el levantamiento de la nación”.

Con ello, el gobierno de Hitler proclamó el Primero de Mayo como fiesta nacional, algo que nunca había hecho el gobierno de Weimar. Rebautizado como Día Nacional del Trabajo, la ocasión fue despojada de sus asociaciones a la lucha de clases y unida a la ideología fascista del Tercer Reich.

Se eligió un nuevo eslogan para la fiesta que parecía elevar a la clase obrera sin promover el conflicto de clases: “Honra el trabajo y respeta al trabajador”. Hitler hizo hincapié en que la fiesta reimaginada celebraría a los trabajadores alemanes y representaría la unidad alemana entre clases, diciendo: “Es necesario enseñar a cada rango y clase la importancia de los otros rangos y clases.”

Delegaciones de trabajadores estuvieron presentes en el mitin del Campo de Tempelhof, aunque no habían llegado con el espíritu de resistencia como en los pasados Días de Mayo. Su presencia había sido preparada por el gobierno nazi y marcharon en divisiones dirigidas por sus propios empleadores.

También estaban presentes los líderes sindicales que, de forma oportunista, se habían alineado con los nazis cuando la suerte de los partidos de izquierda comenzó a desvanecerse. Hitler los había llevado a Berlín desde todo el país y los saludó personalmente asegurando: “Verán cuán falsa e injusta es la afirmación de que la revolución está dirigida contra los trabajadores alemanes.”

El ministro de propaganda del Tercer Reich, Joesph Goebbels, fue aún más sincero que Hitler sobre la intención de los nazis de sustituir una visión socialista del Primero de Mayo por una fascista, diciendo:

En un día en el que en tiempos pasados oímos el traqueteo de las ametralladoras y los cantos inspirados en el odio de la lucha de clases y de la Internacional, en este primer año de gobierno de Hitler el pueblo alemán se reúne en una lealtad unánime e inquebrantable hacia el Estado, la raza (Volk) y la nación alemana a la que todos pertenecemos.

Esa noche, Goebbels se fue a casa y escribió en su diario: “Mañana ocuparemos las casas sindicales. No hay que esperar resistencia en ninguna parte”.

El 2 de mayo de 1933, al día siguiente del primer Primero de Mayo nazi, los camisas pardas asaltaron las oficinas de los sindicatos del país, confiscaron sus fondos y arrestaron a sus funcionarios. A partir de entonces, los sindicatos independientes fueron prohibidos en el Tercer Reich. Fueron sustituidos por el Frente Obrero Alemán, cuya bandera representaba un símbolo industrial rodeando una esvástica.

Mastiles de mayo y esvásticas

Los nazis siempre han apelado a los trabajadores alemanes apropiándose de la imagen y la retórica socialista. Esta estrategia fue precisamente la razón por la que, a pesar de ser fundamentalmente antisocialistas y ferozmente antisindicales, acabaron llamándose Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.

Al principio, el Primero de Mayo no fue diferente. El gobierno fascista creó carteles y postales que mostraban a los trabajadores sosteniendo herramientas y de pie ante los silos de las fábricas, acompañados, por supuesto, de símbolos nazis. En 1934, el Tercer Reich incluso emitió monedas conmemorativas ideológicamente confusas con la esvástica y el águila del Reichsadler junto a la hoz y el martillo.

Pero la intención de apropiarse del Primero de Mayo por parte de los nazis fue siempre apartarse de sus asociaciones socialistas. En 1934, el nombre de la fiesta se cambió por el de Fiesta Nacional del Pueblo Alemán. Cada vez más, los materiales oficiales de la fiesta mostraban imágenes de alemanes bailando alrededor de mastiles de mayo coronados con esvásticas, vistiendo dirndls y otros trajes folclóricos. Estas escenas tradicionales de la primavera germánica también se reprodujeron en la práctica, con Reinas de Mayo coronadas en compañía de marchas militares y exhibiciones marciales.

Los mástiles de mayo y otras imágenes arbóreas se han asociado durante mucho tiempo con la política revolucionaria de izquierdas, remontándose al menos a la Revolución Francesa y apareciendo a menudo en el arte socialista británico, incluido el arte del Primero de Mayo. En este caso, sin embargo, los mástiles, las coronas y las guirnaldas –al igual que las runas nazis y otras imágenes neopaganas– pretendían evocar la clara conexión de los alemanes étnicamente puros con la historia y la tierra alemanas, un etnonacionalismo romántico que unía las nociones místicas de raza y naturaleza, sangre y tierra. Junto con las insignias nazis, el folk se convirtió en Volk.

En “Festivales y el Tercer Reich”, William Wilson observa que había tres eventos oficiales que «proporcionaban al régimen su contexto nacional anual de celebración»: los mítines del partido en Nuremberg, las celebraciones del 1 de mayo en todo el país, con la mayor de ellas celebrada anualmente en Berlín en el campo de Tempelhof, y la fiesta de la cosecha en la Baja Sajonia en torno al Día de Acción de Gracias.

La fiesta de la cosecha era para los agricultores alemanes lo que la nueva celebración del Primero de Mayo era para los trabajadores alemanes. El objetivo en ambos casos era ganar a segmentos clave de la población para el programa nazi e integrarlos en lo que los nazis llamaban la “comunidad nacional”, o reintegrarlos en el caso de los trabajadores, ya que los nazis solían sugerir que los socialistas los habían separado injustamente.

Las celebraciones del Primero de Mayo nazi contaban con un «profuso despliegue de banderas, banderines y vegetación, así como discursos, desfiles y emisiones de radio desde Berlín». También contaban con grandes banquetes públicos de comida y bebida gratis, que atraían a las masas, incluso a las que no estaban especialmente encantadas con la ideología nazi. Eso incluía a los trabajadores, que en teoría seguían siendo honrados por estas fiestas völkisch, pero que no rebosaban precisamente de entusiasmo fascista.

El nuevo Primero de Mayo era popular entre la pequeña burguesía alemana, pero en 1935 los funcionarios del Reich se habían frustrado por el fracaso de su estrategia de utilizar la fiesta para integrar a los trabajadores en la comunidad nacional. «A pesar de la importante participación de la población en las celebraciones del Primero de Mayo», resume Wilson,  «los trabajadores no lograban captar el ‘significado’ nacionalsocialista de la fiesta».

Con el paso de los años, los trabajadores tuvieron que ser obligados por sus empleadores a participar en los actos del Primero de Mayo. Los que acudían voluntariamente parecían estar interesados sobre todo en comer y beber, no en aclamar con entusiasmo a Hilter ni en escuchar atentamente los discursos del Führer transmitidos desde Berlín. Wilson escribe:

Según varios informes de Stapo, el abundante despliegue de banderas y decoraciones públicas y el alto nivel de participación enmascaraban la realidad de que en muchos lugares, sobre todo allí donde el aparato del Partido estaba aún insuficientemente desarrollado, el significado de la fiesta no había sido aún inculcado en la conciencia del pueblo. Los trabajadores consideraban la celebración como una fiesta “por encargo” más que como una celebración comunitaria que acercaba al “Führer y a los seguidores”.

En 1938, la guerra se vislumbraba en el horizonte y la moral flaqueaba, el estado de ánimo nacional era tenso y voluble. La participación popular en las celebraciones del Primero de Mayo nazi había empezado a disminuir. Los informes oficiales señalaban que muchos alemanes encontraban los tiempos «demasiado graves para esas fiestas». No sólo los trabajadores apolíticos perdían interés en el Primero de Mayo nazi, que habían tenido al principio. Después de cinco años de cruces gamadas y mastiles de mayo, la novedad había desaparecido incluso para los más fervientes devotos del régimen, que a estas alturas estaban distraídos por las complejidades de la vida en el Tercer Reich y el empeoramiento de la situación internacional.

El gobierno de Hitler siguió fomentando las celebraciones del Primero de Mayo durante los primeros años de la guerra, pero su escala se redujo drásticamente. En muchos casos, las celebraciones se trasladaron de las calles a las fábricas, convirtiéndose en meras ocasiones para que los empresarios proporcionaran un barril de cerveza a los trabajadores. Incluso así, a menudo había que presionar a los trabajadores para que asistieran.

El toque de difuntos para el Primero de Mayo nazi sonó cuando, en 1942, el régimen pospuso la fiesta laboral del Primero de mayo para no interrumpir la producción en tiempo de guerra. Se trasladó a un fin de semana y pasó relativamente desapercibido. Los mástiles coronados con esvásticas ya habían empezado a desaparecer. Ahora también desaparecen las sombrías fiestas de las fábricas.

Este día nos pertenece

La oposición de izquierdas al Tercer Reich fue reprimida casi hasta la inexistencia. Dachau acechaba a los prisioneros políticos. Los disidentes expresaban sus opiniones bajo su propio riesgo.

Sin embargo, en los primeros años después de que Hitler tomara el poder, siguieron existiendo en Alemania algunas redes socialistas clandestinas desordenadas y descentralizadas. Células aisladas de marxistas se encargaron ocasionalmente de recordar a los trabajadores –con los limitados medios de que disponían– los orígenes marxistas del Primero de Mayo.

Fueron más audaces en Berlín, donde en los primeros años del Reich los socialistas colgaron carteles antinazis en las calles y repartieron panfletos en las fábricas que explicaban el verdadero significado de la fiesta. Al no poder celebrar mítines y manifestaciones, conmemoraban la fiesta organizando «reuniones disfrazadas de klatsches de café», observa Wilson. Temerosos de ser escuchados cantando la Internacional, cantaban canciones apolíticas para mantener el ánimo.

A medida que transcurrían los años de Hitler, los funerales por los camaradas asesinados por los nazis seguían siendo una de las únicas formas de asamblea abierta de que disponían los socialistas, cuyos discursos políticos se pronunciaban ahora sólo en forma de panegíricos. En un funeral celebrado en Hamburgo, un antiguo líder del Partido Socialdemócrata pronunció un emocionante panegírico que terminó con trescientos asistentes socialistas levantando los puños y gritando “¡Libertad!”. La Gestapo se dio cuenta de esta práctica y comenzó a detener a los socialistas en los funerales.

A finales de 1936, un año en el que once mil alemanes fueron arrestados por «actividad socialista ilegal», ya no quedaba mucha oposición interna de izquierdas. Pero el Primero de Mayo es un asunto internacional. En Alemania se había bastardeado y engalanado en banderas con esvásticas, pero en el resto del mundo se seguía celebrando como una ocasión socialista, un día de resistencia masiva a la explotación y la opresión.

Eso siguió siendo cierto en la periferia del territorio ampliado del Reich, más allá de las fronteras alemanas originales. En 1944, los socialistas judíos lo celebraron en el gueto de Varsovia. Un participante recordó:

Nunca se había cantado la Internacional en condiciones tan diferentes, tan trágicas, en un lugar donde toda una nación estaba pereciendo. La letra y la canción resonaban en las ruinas carbonizadas y eran, en ese momento concreto, una indicación de que la juventud socialista seguía luchando en el gueto y que, incluso ante la muerte, no abandonaba sus ideales.

Esta celebración del Primero de Mayo tuvo lugar en medio del levantamiento del gueto de Varsovia, en el que jóvenes militantes judíos se alzaron en armas y emprendieron una sangrienta campaña de represalias contra los soldados de la Wehrmacht y las SS que los habían encarcelado y aterrorizado y habían asesinado a sus amigos y familiares. En este caso, el espíritu original del Primero de Mayo estaba vivo, ya que los oprimidos se levantaron contra sus opresores, como si dijeran: «Este día nos pertenece a nosotros, no a ustedes».

En 1945 el Tercer Reich llegó a su fin, y también todos sus esfuerzos por apropiarse y exterminar el socialismo. El Primero de Mayo había sobrevivido al régimen nazi. Hoy, al participar en las actividades del Primero de Mayo, lloremos a los socialistas cuyas vidas se perdieron por la represión nazi. Celebremos también el hecho de que la concepción socialista del Primero de Mayo sobrevivió a la fascista.

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