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Detalle de uno de los «Murales de la Industria de Detroit» de 1932-1933 del artista Diego Rivera.

Comprender el capitalismo y la democracia

Traducción: Valentín Huarte

Los capitalistas pueden llegar a ser complacientes con la democracia electoral. Pero a lo largo de la historia jamás aceptaron el resultado de elecciones que pusieran en riesgo las relaciones de propiedad.

El consenso político contemporáneo insiste con vehemencia en la afinidad que existe entre el capitalismo y la democracia. Para los ideólogos del libre mercado, cualquier restricción considerable de la libertad del capital para comportarse de acuerdo con sus caprichos conduce a las sociedades por un «camino de servidumbre», según la célebre expresión de Friedrich Hayek. Los liberales y los socialdemócratas que creen que los mercados pueden y deben ser regulados, ceden a la idea según la cual, si la libertad debe ser preservada, es esencial que se sostenga un sistema basado en la propiedad privada de los recursos económicos.

Sin embargo, cualquier repaso del archivo histórico muestra que los capitalistas fueron los principales patrocinadores de algunos de los regímenes más autoritarios que existieron, desde el Tercer Reich de Hitler hasta el apartheid en Sudáfrica, pasando por las juntas militares en América Latina. Aun si se considera la definición escueta de «democracia» como un conjunto de procedimientos para alternar equipos de gobierno a través de métodos formalmente pacíficos, lo cierto es que no existe ningún vínculo necesario entre el capitalismo y este marco político. Su coexistencia es posible, pero en ningún sentido es inevitable. 

En un momento en el que las fuerzas de la derecha autoritaria están asomando nuevamente sus cabezas, incluso en las democracias capitalistas más antiguas y estables, es vital evaluar el lugar que ocupan los capitalistas frente a la democracia. Las clases capitalistas no son irreductiblemente hostiles a la democracia, pero tampoco son sus fieles partidarias. En cambio, sus intereses políticos, como los de las otras clases, emanan de su localización estructural específica en las relaciones de clase y de las circunstancias concretas de la lucha de clases. 

Debemos empezar por identificar claramente los intereses de clase distintivos de los capitalistas. Dado que los capitalistas son un grupo que constituye un tipo distintivo de clase, es importante evitar el uso de categorías que parecen accesibles pero que, de hecho, son realmente imprecisas a la hora de describirlo, como por ejemplo, «los ricos». Los capitalistas no son «los ricos», ni «el 1%», ni las «élites corporativas». Son un grupo de agentes que ocupan un lugar específico en relaciones antagónicas de extracción de plusvalor. Una parte considerable de los rasgos típicos de la política en las sociedades capitalistas avanzadas surge del comportamiento político distintivo de este grupo.

Todas las grandes democracias capitalistas están lejos de ser ejemplos perfectos de «elitismo competitivo» o de «democracia formal». Contienen distorsiones significativas —colegios electorales, escrutinio mayoritario uninominal, supermayorías— que abren una brecha entre la representación y la distribución real de las opiniones políticas de una sociedad. Con todo, las observaciones que siguen aplicarían igualmente al sistema representativo más perfectamente organizado.

¿Cómo dominan los capitalistas?

Los capitalistas difieren de todas las clases dominantes anteriores en función de la forma en la que normalmente extraen plusvalor de los productores directos. Los capitalistas se apropian de aquello que producen los trabajadores en virtud de sus derechos de posesión sobre los principales medios de producción de la sociedad, derechos que reclaman con apoyo de la ley. Por el contrario, los capitalistas en general no extraen plusvalor de los productores a través del uso directo de medios políticos (como las amenazas o el uso efectivo de la violencia, o el forzamiento de la producción de plusvalor por medio de la autoridad estatal). En cambio, los capitalistas extraen plusvalor en el proceso de producción luego del intercambio formalmente libre de dinero por capacidad de trabajar. 

La relación de clase fundamental que define a la sociedad capitalista es, por lo tanto, una relación económica, no una directamente política. Dado que la posición social de los capitalistas depende de la conservación de esta relación económica, mantienen una relación particular con la autoridad política (o el Estado) en general.

La consecuencia más importante de la posición que ocupan los capitalistas en las relaciones de explotación es que sus intereses de clase fundamentales no los obligan a controlar directamente el gobierno. 

Esto tiene dos consecuencias políticas importantes: en primer lugar, la explotación capitalista es compatible con la alternancia de los equipos de gobierno en el Estado; en segundo lugar, los individuos que conforman estos equipos no tienen que ser necesariamente capitalistas. En efecto, tal como argumentan muchas teorías del Estado capitalista, los no capitalistas muchas veces tienen un mejor desempeño como gestores políticos del capitalismo que los mismos capitalistas.

En otras palabras, el sistema económico capitalista es compatible con la democracia formal o electoral. Por supuesto, el capitalismo también es compatible con formas políticas distintas de la democracia liberal. Esto se observa en los múltiples ejemplos de situaciones en las que la economía capitalista convive con el autoritarismo político. Pero lo que es realmente distintivo del capitalismo es que es compatible con la democracia electoral formal. Ninguna otra clase que se haya beneficiado de la apropiación de plusvalor en la historia toleró un sistema político que le garantiza derechos de sufragio a una parte considerable de los productores directos. El hecho de que los capitalistas toleren en muchos casos estos sistemas es resultado de unos intereses de clase sumamente específicos.

Los intereses políticos específicos de los capitalistas

Además de esta compatibilidad general, existe otra conexión específica entre los intereses de clase de los capitalistas y la democracia liberal. Esta conexión surge del tipo particular de relaciones «intraclase» características del capitalismo. Dado que los capitalistas se apropian del plustrabajo a través de la propiedad privada e individual de los principales medios de producción, deben realizar ese plusvalor por medio de la venta de productos en el mercado. En consecuencia, los capitalistas compiten unos con otros por su participación en el mercado. Además, los capitalistas intentan ingresar en las nuevas líneas de producción en las cuales se desarrolla la competencia. 

Estos dos procesos —competencia al interior de las ramas de producción y entrada en las nuevas— implican que los intereses económicos específicos están sumamente diferenciados, en contraste a lo que sucedía con otras clases dominantes en la historia, aun si también tienen un interés de clase común. Por ejemplo, los intereses de las empresas petroleras, de los productores de celdas fotovoltaicas y de los fabricantes de molinos de viento difieren unos de otros. La guerra hobbesiana que se desata entre estos capitalistas diferentes hace que todos estén interesados en el mantenimiento de un orden legal impersonal. A su vez, preservar este orden requiere la alternancia entre distintos equipos de gobierno que entran y salen del Estado.

Para decirlo en términos sencillos, los capitalistas no solo tienden a tolerar la democracia electoral, sino que tienen un interés positivo en ella.

Los límites de la tolerancia capitalista a la democracia 

La tolerancia de los capitalistas a la democracia electoral tiene dos límites bien definidos: uno deriva de la lucha de clases y el otro de las condiciones estructurales de las economías capitalistas. 

Consideremos el primero de estos límites. Durante períodos de crecimiento económico, es probable que los capitalistas acepten el surgimiento de organizaciones de la clase obrera que presionan a favor de una redistribución del plusvalor social hacia el lado de los salarios. Sin embargo, esta actitud está estrictamente condicionada. Los únicos ejemplos de capitalistas que toleran movimientos obreros masivos y organizados y partidos políticos, se dieron cuando estos partidos, o bien moderaron, o bien se deshicieron completamente del objetivo de superar la propiedad privada a través de la toma y la utilización del poder del Estado. 

Para decirlo de otra forma, no hay ejemplos históricos de clases capitalistas que, ni siquiera durante un breve período de tiempo, hayan tolerado partidos de la clase obrera de carácter masivo que apuntan a la abolición de las relaciones de propiedad capitalistas por medio de la toma del poder del Estado. En aquellos casos en que los partidos obreros de masas se desarrollaron al interior del capitalismo, se vieron obligados a abandonar o disimular sus objetivos socialistas: vale tanto para la socialdemocracia escandinava como para el comunismo italiano. 

Esto tiene una consecuencia crucial para los socialistas. Cuando un movimiento obrero autoconsciente que lucha por el socialismo parece estar cerca de lograr una victoria en cualquier parte del mundo, los capitalistas rápidamente abandonan cualquier remanente de compromiso democrático y recurren a medidas de emergencia. Como resultado, ninguna transición al socialismo se desarrollará nunca sin la represión del enemigo de clase capitalista. Esto no puede ocurrir en el marco de la democracia electoral. 

En otras palabras, la institución del socialismo democrático, en términos estrictamente electorales, no puede ser democrática. Pero, a su vez, debe ser mucho más democrática en términos participativos

El segundo límite deriva de los rasgos estructurales de la economía capitalista. Los capitalistas, tal como sugerí antes, pueden tolerar la movilización de los trabajadores a favor de concesiones materiales en un contexto de crecimiento económico. Bajo estas circunstancias, los capitalistas son capaces de compartir las ganancias de una torta que se expande con una clase trabajadora que moderó sus demandas políticas. Sin embargo, cuando el crecimiento reduce su ritmo, la competencia entre el capital y el trabajo por la torta empieza a tomar el carácter de un juego de suma cero. Al mismo tiempo, se endurece el conflicto entre los mismos capitalistas. 

En este contexto, emergen las estrategias del tipo «el ganador se lleva todo», en las cuales los capitalistas se vuelven cada vez más reacios a compartir las exiguas ganancias del crecimiento. 

Además, cuando el crecimiento reduce su ritmo, los capitalistas abandonan su estrategia de invertir en medios de producción e intentan utilizar los medios políticos para incrementar su participación en la distribución del plusvalor. Esta estrategia alternativa puede tomar formas distintas, desde el desarrollo de poderes policiales para desalojar residentes que no pagan el alquiler hasta el uso de la ley para defender los intereses del capital financiero en contra de los deudores, o para garantizar el control monopólico de los derechos de propiedad intelectual. 

Estos rasgos —la distribución de suma cero, tanto entre las clases como al interior de la clase capitalista— dañan profundamente el mecanismo democrático liberal, que requiere «tolerancia» y voluntad para aceptar la legitimidad de los resultados aleatorios de las elecciones.

¿Qué significa todo esto?

De las clases que se apropiaron de plusvalor a lo largo de la historia, los capitalistas son la única que tolera la democracia electoral, a pesar de que esta le garantiza un amplio derecho de sufragio a una porción significativa de la clase explotada. Dada su peculiar posición en las relaciones de extracción de plusvalor, los capitalistas pueden tolerar, tanto la alternancia entre distintos equipos de gobierno, como la presencia de agentes no capitalistas en el Estado. Sin embargo, su tolerancia de la democracia electoral es estrictamente limitada y está condicionada. 

No hay ningún caso histórico de capitalistas que toleren el resultado de elecciones capaces de poner en riesgo las relaciones de propiedad capitalistas. Además, a medida que la economía mundial se estanca y los índices de inversión en infraestructura y equipamiento disminuyen en términos generales, empieza a emerger un juego de suma cero, tanto entre los capitalistas mismos como entre los capitalistas y los productores. 

Independientemente de todas las otras cosas que implican el resurgimiento del socialismo democrático y la crisis capitalista, lo cierto es que no auguran un buen futuro para el elitismo competitivo. Saber si esto conducirá a la institución de una democracia socialista que logre superar el capitalismo es una cuestión completamente diferente. 

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Publicado en Artículos, Historia, homeIzq and Política

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