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De la portada del libro Viajes. De la Amazonia a las Malvinas(Seix Barral, 2014).

La joven Sarlo

Marxismo, izquierda y política en los largos años sesenta. Una reconstrucción del itinerario intelectual de la joven Beatriz Sarlo Sabajanes.

El tema de este artículo remite a una interrogación sobre los itinerarios intelectuales en la Buenos Aires de las décadas de 1960 y 1970. Mencionar a la Argentina, como suele hacerse en los estudios sociales cuando se estudia fenómenos específicos de la capital federal de ese país del cono sur, sería un exceso. Tal vez haya que decir, en honor a la verdad, que trata de un segmento de la vida intelectual porteña, a lo sumo desplegada en un radio de quinientos metros alrededor de la sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, por entonces situada en el número 400 de la calle Viamonte. Nos encontramos en pleno centro porteño, sitial consagrado desde la “Generación del 37” como el vector del progreso argentino. Quizás no sea esta, entonces, sino una pequeña historia de la Gran Aldea (para regresar al sintagma de Lucio V. López) luego de 1983 confirmada unilateralmente como el centro de la vida intelectual argentina. Sin embargo su interés no reside tanto en esos recorridos parroquianos como en el pensarlos reflexionando sobre los enfoques utilizados para dar cuenta de una experiencia generacional.

El examen reconstruye las orientaciones intelectuales de Beatriz Sarlo Sabajanes, más tarde una reconocida intelectual latinoamericana. Un problema principal para estudiar el primer itinerario de la graduada en Letras Sarlo Sabajanes, durante esas décadas agitadas, consiste en emanciparlo de la autocomprensión grupal elaborada por Oscar Terán (1938-2008) en su obra Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, 1956-1966 (1991). Terán construye un itinerario de la intelectualidad de izquierda en dos tiempos: el primero tras el derrocamiento del peronismo en 1955 con rasgos críticos y plurales; el segundo, tras el “bloqueo tradicionalista” del golpe militar de 1966 generador de una espiral de violencia que yuguló la autonomía relativa de las prácticas culturales precedentes. La idea revolucionaria marxista hizo su contribución a tal lógica violenta. Sarlo honra al libro de Terán como el que toda su fracción intelectual hubiera deseado escribir (Sarlo, 1991-1992). Por razones que no viene al caso analizar aquí, la perspectiva de Terán se generalizó en abordajes posteriores sobre temáticas similares. Lo que constituyó una singular transformación ideológica de “la revolución” a “la democracia” y “la república” se plasmó en un programa de revisión del quehacer intelectual materializado como una reconstrucción historiográfica, asumida con cierta inocencia por las posteriores hornadas de la investigación histórica. La propia Sarlo hizo su aporte al respecto en un volumen de 2004, La batalla de las ideas (1943-1973), donde el héroe cultural o modernizador no es tanto el intelectual de izquierda Oscar Masotta como el ingeniero progresista Jorge Sabato.

Así las cosas, los años sesenta son interrogados con el prisma de la “modernización”, el pasaje de los sesenta a los setenta por la malograda autonomía del “campo intelectual” debido al daño inferido por el golpe militar de 1966 que desencadenó la militarización de la intelectualidad de izquierdas generando un declive violento de las ideas clausurado catastróficamente con la dictadura inaugurada en marzo de 1976. En el plano teórico, se produce el auge, crisis y declive del marxismo como marco organizador del pensamiento y la acción. Aquí intentaré justamente desprenderme del imperio que aquellas concepciones todavía ejercen sobre la investigación, y me interesará mostrar que un caso como el de Sarlo requiere otro tipo de aproximaciones.

Al respecto, más que el concepto de “campo intelectual” prefiero la noción, también vinculable a la obra de Pierre Bourdieu, de “espacios sociales”, compatible con una historia cultural, social y política de la época, y con otros conceptos habilitantes de descripciones más densas tales como las redes y las configuraciones. En una entrevista reciente, Loïc Wacquant ha destacado la rareza e historicidad del concepto de “campo” y la manera en que no es un término que en los propios textos de Bourdieu se encuentre, como ocurre en algunos estudios argentinos (esto lo añado yo), por todas partes. Mientras que la noción de campo intelectual tiene como premisa proyectar retrospectivamente una idea teórica de las fronteras “especificadas” de un quehacer intelectual no sacrificado por la razón política, los espacios sociales de las prácticas intelectuales se encuentran desde el vamos ensamblados con otros espacios dentro de una conjunción social general, heterogénea pero no desestructurada. Y admiten otras nociones configuracionales donde las interrelaciones y contingencias son incorporadas en una comprensión no empirista de la experiencia colectiva (Wacquant, 2017).

Este trabajo tiene desde luego precedentes. Jorgelina Corbatta (1999) retoma, como hacen numerosos otros análisis, los textos de Sarlo del periodo 1982-1986 para reconstruir la revisión del pasado de la propia Sarlo. Que ese cortocircuito no sea visto como un tema de reflexión es un enigma en sí mismo. Pues no se explica solo por la distancia intelectual o moral. Claudio Benzecry (2002) intenta pensar el gesto de vanguardia y élite presente en estos temas también desde los textos de Sarlo, en su caso privilegiando aquellos de los años ochenta y noventa.

La premisa del presente trabajo es que una perspectiva más extensa y menos retrospectiva rinde frutos mejores. Sin embargo, una mirada prolongada posee dificultades propias. La coincidencia de “Sarlo” (la académica influyente, la intelectual famosa, la opinóloga canibalizada por los mass media) con la joven “Sarlo Sabajanes” es notoria en el informado estudio de Analía Gerbaudo sobre sus textos en la revista Los Libros de los tempranos años setenta: “en sus escritos de Los Libros se descubre ya a la crítica que fantasea con armar la agenda teórica y literaria en Argentina y con intervenir en los más espinosos temas de la política y del análisis de medios desde un lenguaje que no vacila en apartarse de los protocolos del campo (Bourdieu 1985), ya sea para apelar al tono militante, ya sea para adoptar un registro que vuelve el discurso asequible a un público expandido” (Gerbaudo, 2017: 189).

Ante tales problemas, retorno a algunas consideraciones de Jorge Panesi sobre el itinerario de la revista Los Libros, en el que se elabora una imagen del lugar de Sarlo en tal recorrido. No sigo el análisis de Panesi en todos sus pormenores. El propósito de la recuperación de su enfoque consiste en desnaturalizar la circularidad con que Corbatta, Benzecry y Gerbaudo –e insisto en que ese gesto participa de una legión de escrituras similares– se aproximan a los temas de sus respectivas reflexiones. Panesi descubre en Los Libros (en la que reconoce varias etapas) un “tironeo entre la ideología [dependentista] y la seducción de los modelos [teóricos]” (2000:24). Como su objeto es claramente Sarlo antes que la publicación periódica, recuerda que en un artículo colectivo del que participa la joven crítica, se señala en la obra de Leopoldo Marechal –haré referencia a ese trabajo en el cuerpo del presente artículo– una “cosmovisión autoritaria e individualista” mientras que el autor “participa de un movimiento político nacional y popular con efectiva significación revolucionaria en una América dependiente” (2000:25). De acuerdo con Panesi, la “vacilación contradictoria” obedece a la búsqueda de una crítica “integradora” del rigor metodológico y la militancia política, que no es sino el “secreto impulsor”. La trayectoria de Los Libros entre 1969 y 1976 refracta esa “tensión”, una marca del origen contornista –por la revista Contorno editada por los hermanos David e Ismael Viñas durante la década de 1950– perceptible en el artículo de Sarlo sobre Eduardo Mallea, de 1970 (2000:45).

De manera sintética, interpreto que Panesi reprocha a Sarlo ser injusta con su propio pasado, en un movimiento habitual de la izquierda posterior a 1983 en la que se denuncia una sustracción democrática en el horizonte revolucionario de los sesenta y setenta. Sin duda que la intelectual argentina tiene pleno derecho a resituar la relación propia con lo real del pasado. Pero ese es solo uno de los enfoques viables, y aquí propongo recorrer otro igualmente practicable. No como juicio histórico sobre un itinerario individual, sino como pregunta sobre una experiencia generacional.

Si hay un método en este análisis, su emblema es el de Oscar Masotta en la “Advertencia” al libro recopilatorio de escritos previos, Conciencia y estructura (1968). En ese breve texto, Masotta regresa sobre los tramos teóricos y políticos en apariencia incompatibles de su recorrido intelectual, básicamente del existencialismo con fragmentos marxistas al estructuralismo de vigorosa impronta lingüística. Masotta descree que se pueda establecer una periodización entre segmentos higiénicamente separados, como si el marxismo y el existencialismo hubieran cedido ante la luz del estructuralismo y el descentramiento subjetivo. Sus textos pueden ser leídos acumulativamente. No se desdice “del marxismo de antaño” ni de su actitud ante la “lucha de clases”. Es cierto que pueden hallarse otras expresiones de Masotta que confiesan haber comprendido lo que antes habían confundido. Por ejemplo, la incongruencia entre fenomenología y marxismo. Con todo, en historia intelectual la lógica no es brújula suficiente.

Tapa del primer número de la revista Punto de Vista.

 

La joven Sarlo Sabajanes, del peronismo al maoísmo

El escenario de este relato es la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Pensada a fines del siglo XIX como academia distinguida donde se formaría la dirigencia política liberal-conservadora, en la década de 1920 –gracias al movimiento de la Reforma Universitaria– deviene en un espacio de inquietudes intelectuales de índole progresista y en la década de 1940 una escuela de instrucción política opositora. Tras el breve idilio de la juventud universitaria porteña con el frondizismo, a fines de los años cincuenta, Filosofía y Letras adquiere estilos vanguardistas tanto teóricos como políticos. No es que dicho escenario fuera relevante en la vida política nacional. De hecho solo tiene desproporcionada importancia en la memoria de sus propios estudiantes e investigadores preocupados por reconocerse a posteriori como protagonistas de un drama significativo. Sin embargo, contenida la megalomanía corporativa, sus detalles auxilian a pensar algunos aspectos de los años sesenta en el ámbito intelectual de las izquierdas universitarias.

Beatriz Ercilia Sarlo Sabajanes nace en marzo de 1942 en el seno de una familia que ella misma describe como “pequeño-burguesa”, hija única de un padre abogado antiperonista y más tarde juez, el doctor Saúl Victoriano Sarlo Sabajanes, y de Leocadia Beatriz del Río. Sus referencias femeninas son sus tías, dedicadas al magisterio. Cursa el bachillerato en el Liceo 9 “Santiago Derqui”. De simpatías peronistas y cristianas, en 1959 se inscribe en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Esa experiencia y la incorporación de una institucionalidad privilegiada de la universidad porteña imprimen una huella indeleble en la joven estudiante. Se dirá, con razón, que la mencionada “huella” es inverificable. Me refiero a los efectos colectivos de una experiencia institucional: “Filosofía y Letras” involucra a sus estudiantes y luego docentes, en una objetividad discursiva mucho más que individual.

Todavía estudiante, la joven Sarlo Sabajanes es docente auxiliar ad honorem desde agosto de 1963 en el Departamento de Lingüística y Literaturas Clásicas. La designación es rentada un año más tarde. Sarlo Sabajanes permanece en el cargo hasta julio de 1968. En 1965 comienza a trabajar en la Editorial Universitaria de Buenos Aires, Eudeba. Después de haberse recibido de profesora, en 1966 defiende su tesis de licenciatura intitulada Juan María Gutiérrez: historiador y crítico de nuestra literatura, con la dirección del profesor Antonio Pagés Larraya. Un año más tarde publica la tesis como libro, sin modificaciones sustantivas, gracias a un subsidio otorgado por el Fondo Nacional de la Artes. Por entonces, siguiendo la huella de Boris Spivakow desde Eudeba, empresa deshabitada tras el golpe de Estado del general Juan Carlos Onganía en junio de 1966, comienza a trabajar como editora en el Centro Editor de América Latina (CEAL) desde febrero de 1967. También dirige para Carlos Pérez Editor la colección “Los porqués” donde aparecen libros sobre el radicalismo de Luis Alberto Romero et al. y sobre el peronismo de Gonzalo Cárdenas et al. El pasaje de las simpatías peronistas y católicas a las marxistas y ateas es muy veloz, como solían ser las mutaciones ideológicas de la época. Sin embargo, hasta los últimos años de los sesenta Sarlo Sabajanes permanece en el ámbito ideológico del peronismo, con estímulos de izquierda y vanguardia estética que la aproximan a la fugaz apuesta por una CGT diferente, la “CGT de los Argentinos” contrastante con el burocratismo cegetista del estilo vandorista.

El Juan María Gutiérrez de la joven Sarlo Sabajanes apela a una reconstrucción contextualista e historicista del autor analizado. Describe así su objeto: “estudiaré a Juan María Gutiérrez en su época, determinado históricamente por las situaciones dentro de las que vivió, junto con los otros hombres de su generación” (1967:7). Es que, sostiene la tesista, Gutiérrez “representa en la literatura argentina la primera toma de conciencia, a través de la cual se contempla un proceso, se evalúa una producción, se crea una teoría y se estudian sus antecedentes” (1967:9). El tema es entonces el surgimiento de la crítica literaria rioplatense. La crítica no solo involucra la existencia de una práctica específica incorporada en el quehacer de quienes producen textos literarios. También requiere un “segundo grado” en la “evolución literaria” que está dado por la propia emergencia de la crítica, “cocreadora” de la mencionada evolución. De hecho, reconocida su tarea de fijar límites y establecer jerarquías, la crítica no es solo un aditamento lateral al “hecho literario”. Constituye una dimensión de su propia formación histórica (1967:38). Además de una tradición literaria habilitante de la comparación y la evaluación, la crítica “exige cierto nivel de despreocupación y lejanía, cierto desprendimiento frente a los productos pasibles de ser interpretados y criticados” (1967:40). Se trata de una contemplación imposible en los primeros años independentistas sumidos en, escribe Sarlo Sabajanes, “la acción y el compromiso” con los sucesos políticos. Y demanda también un conjunto de realidades inhallables sino muy rudimentariamente en la década de 1820, tal como puede advertirse en la reseña de una obra representada en Buenos Aires, dentro de una bien genérica “Miscelánea” de un diario local. Para Sarlo Sabajanes dicha opinión revela “una clara interferencia del plano político e ideológico sobre el plano literario, y la valoración de la obra se hace en función de esta interferencia” (1967:44), aunque no esté ausente un ideal neoclásico –activado en un contexto de recepción del romanticismo– que condena los “absurdos góticos” de la obra. Sarlo Sabajanes destaca la distancia con el tipo de crítica “descriptiva” de Gutiérrez, pues en su presente si hay crítica ésta se despliega en la descripción de un primer movimiento que solo alcanza al “fenómeno literario en su totalidad” a través de la interpretación (1967:80). De manera general, la perspectiva historicista de Sarlo Sabajanes no está informada ni por la reciente formulación marxistizante de la crítica de David Viñas en Literatura argentina y realidad política (1964) ni por las nuevas corrientes teóricas vinculadas con el estructuralismo. La cuestión se organiza alrededor de una tradicional interrogación académica esperable en Pagés Larraya.

Los estudios históricos revelan que las transiciones intelectuales de los años sesenta y setenta pueden ser veloces en algunos aspectos y reticentes en otros. Captar esas asincronías y sus amalgamas es un desafío para la noción de “época” a menudo empleada para el periodo.

Entre 1968 y 1970 tiene lugar el momento teoricista de la joven Sarlo Sabajanes, que por cierto no es solo individual. De hecho se verifica en su participación en el Centro de Investigaciones Literarias Adán Buenosayres, una red de investigación ligada a contactos de la Facultad de Filosofía y Letras, el CEAL y ámbitos culturales más amplios del espacio circundante al Instituto Di Tella (por entonces casada con el arquitecto Alberto Sato Kotani, frecuenta ese ambiente de vanguardias estéticas, muy próximo al radio de quinientos metros aquí definido). Adoptar la novela de Leopoldo Marechal como insignia entraña una declaración pública de simpatías peronistas, pero como pronto veremos, de allí no se deduce algo evidente respecto del quehacer intelectual concreto. De acuerdo con uno de sus trabajos significativos, de 1969, participan en el Centro, junto a Sarlo Sabajanes, Hortensia Lemos, Ángel Núñez, Nannina Rivarola y Susana Zanetti. Pero muchas otras jóvenes inquietudes intelectuales ligadas a la literatura y la crítica asisten a las actividades del núcleo, según se desprende de las memorias de Josefina Delgado (2014). Pertrechado con la autoridad conjunta de Algirdas Greimas, Roland Barthes y Tzvetan Todorov, el Centro conjetura en el artículo explícitamente experimental “Pruebas y hazañas de Adán Buenosayres” la productividad de una lectura del libro de Marechal como un cuento folclórico. La transposición se justificaría por la similitud “funcional y actancial”, adecuada porque ambos niveles de la novela “corresponden a la tipología del relato de aventuras y búsqueda” (Centro de Investigaciones, 1969: 89). Solo se requieren, según se afirma, algunos “ajustes de detalles”.

La descripción de las “estructuras internas” y el “desmontaje de estructura” son distinguibles de lo histórico-político. Sin embargo, es una disección arbitraria porque el “hecho literario” debe incorporar de manera totalizante las instancias requeridas para revelar la “realidad colonial” de la Argentina. Al respecto, el resultado del análisis detecta en la obra de Marechal una “ideología reaccionaria” (Centro de Investigaciones, 1969: 138) discernible en una “cosmovisión” autoritaria e individualista donde –en la búsqueda de dios– el mundo y la sociedad son el mal. El propio Centro confiesa haberse sorprendido con las conclusiones porque había considerado a la obra como consustanciada “con lo argentino”. Pero el texto de Marechal convalida, además de la reacción ideológica señalada, una “escenografía” indebida donde el centralismo porteño se hace sinónimo del país.

He recordado antes el análisis de Panesi sobre el ensayo de lectura producido por el Centro de Investigaciones, en el que no está ausente la ironía retrospectiva. Los recuerdos corregidos de Ricardo Piglia (2017), cuatro décadas más tarde, también ironizan sobre la confianza metodológica. Son evaluaciones inadecuadas porque el texto de 1969 reconoce las limitaciones propias del enfoque empleado. Este no logra articular convincentemente las formas “reaccionarias” con las convicciones del autor, el que a juicio del Centro en términos de “contradicción” participa de un movimiento revolucionario latinoamericano “nacional y popular” y, por lo tanto, antitético a las implicancias subyacentes de la novela. Por otra parte, como evoca Jorge Lafforgue, el propio Centro de Investigaciones publica otro artículo en 1970 con el propósito de examinar las dificultades del análisis puramente estructural (Lafforgue, 2005; Centro de Investigaciones, 1970). La convivencia entre programas metodológicos y teóricos disímiles es muy común en la época.

La “nota introductoria” antepuesta por Sarlo Sabajanes a los Ensayos estructuralistas (1971) que contienen textos de Barthes, Todorov y Gillo Dorfles, provee la ocasión para modular una descripción exterior del estructuralismo en dos planos. El primero en cierta jerga, debida a la “extrema especificidad de su lenguaje” que trasunta la propuesta de leer y desmontar textos. Pero hacia el final de la introducción, y a propósito del escrito de Dorfles en torno a la estética, lo valora como la “exposición concisa” de un enfoque que más allá del discurso literario aborda “las cuestiones más importantes de un arte y una tecnología definidos dentro del contexto de la civilización del consumo” (1971:7). En el comentario final se afirma el contextualismo de la mirada de Sarlo Sabajanes, concepción compatible pero no sin rebordes, con el formalismo al que tiende la crítica estructuralista.

La labor principal de Sarlo Sabajanes luego de su graduación es como editora, sin desmedro, como he señalado, de continuar tareas docentes hasta 1968 (entre mediados de 1967 y 1968 es auxiliar de investigación en el Instituto de Literatura Argentina, siempre de la UBA). En CEAL selecciona textos para una docena de pequeños libros publicados durante el siguiente quindenio, varios de los cuales están dedicados a la poesía rioplatense del siglo XIX. En ellos se observa en Sarlo Sabajanes el ingreso vertiginoso de la preocupación política, en los primeros años setenta ligada al maoísmo del Partido Comunista Revolucionario, en el que milita con su pareja el también graduado de Letras Carlos W. Altamirano (n. 1939). Es todavía peronista cuando comienza a publicar en la revista Los Libros (con el subtítulo inicial, en 1969, de “Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo”) dirigida por Héctor Schmucler, aunque la afirmación de identidades ideológicas en este momento enrarece más que esclarece las cosas. Su parisino modelo es la revista parisina La Quinzaine Littéraire. El propósito de la publicación es brindar un panorama de la producción intelectual argentina y luego latinoamericana. Retornado de Francia donde ha estudiado con Barthes, Schmucler trae consigo la idea de una actualización teórica sobre la cultura intelectual local con un énfasis en la “alta divulgación” de las novedades de la semiología, el estructuralismo y el psicoanálisis, pero no solo ellos. En tiempos de dictadura militar, es un espacio de renovación donde coexisten socialistas y populistas. El marxismo es un patrimonio compartido pero hay varios marxismos en el ambiente. La experiencia que comienza a transitar en Los Libros es esencial en la formación marxista y teórica de Sarlo Sabajanes. La significación de la revista es duradera, a tal punto que cuando imagine más tarde Punto de Vista, su “espacio de experiencia” será el de la revista de Schmucler que pronto, con la colaboración de Altamirano y Piglia, es conducida por el núcleo intelectual maoísta.

El pasaje de una revista cultural a una publicación política identificada con el maoísmo no es inmediato. Se produce a lo largo de 1971 y 1972, momento que es también el del tránsito del peronismo al comunismo sinoísta. La politización no elimina la impronta vanguardista. Más bien la conjuga con una apuesta por una revolución en una línea distinta a la ofrecida por la proliferante Juventud Peronista y Montoneros. Por ejemplo, en abril de 1973 Sarlo Sabajanes publica un extenso ensayo sobre la televisión y las elecciones que contiene abundantes referencias a la semiología televisiva. Los elementos principales del artículo habían sido poco antes expresados por Sarlo Sabajanes en una encuesta organizada por Lafforgue en la revista Latinoamericana (n° 2, 1973, “Literatura y crítica: una encrucijada. Una encuesta”), en la que la joven crítica es convocada a ofrecer su parecer sobre el estado de la literatura y su análisis en la Argentina. La respuesta enfatiza el relieve otorgado al estudio de los medios masivos de comunicación para mostrar la manipulación ideológica promovida por las “clases dominantes”. Gerbaudo (2017) ha documentado las preocupaciones críticas de Sarlo en Los Libros. La propia Sarlo se despreocupó de pensarse como partícipe de una experiencia colectiva en esa época al sintetizarla, en términos de la figura estalinista de la “autocrítica”, en su simpatía por la ejecución por parte de Montoneros del ex dictador general Pedro Eugenio Aramburu (Sarlo, 2003).

Una metamorfosis político-intelectual

Mientras tanto, la trayectoria intelectual de Sarlo Sabajanes sigue vectores heterodoxos como ocurre a menudo en ese periodo. En lugar de la preponderancia de hiperteorizantes sistemas imaginados por la historia de las ideas, aquí se impone la noción del “abigarramiento” propuesta por el marxista boliviano René Zavaleta Mercado: describir las confluencias según sus realidades prácticas en desmedro de un inexistente platonismo de las Ideas.

Como se verá luego, hasta mediados de 1975 el PCR preserva una distancia estratégica y organizativa respecto de toda variante peronista y de la lucha armada en los términos guevaristas. El artículo de Sarlo Sabajanes en Los Libros de 1974 sobre Juan José Hernández Arregui es una adecuada entrada para observar sus concepciones ideológicas. La autora considera en su análisis los tres primeros libros de Hernández Arregui posteriores a 1955: Imperialismo y cultura (1957), La formación de la conciencia nacional (1960) y ¿Qué es el ser nacional? (1963).

El examen crítico realizado por Sarlo Sabajanes sobre Hernández Arregui como escritor del “peronismo de izquierda” comparte con él los convencimientos de una oposición entre nación e imperialismo. El reproche al intelectual peronista es metodológico: rechaza el “mecanicismo” de su enfoque, el cual según Sarlo Sabajanes opera una traslación de tipo psicologista (patrimonio teórico en el revisionismo nacionalista) de las adhesiones ideológicas en los literatos funcionales a las clases dominantes. En cambio, lo que debe indagarse es el modo en que la “oligarquía” se procura sus “intelectuales orgánicos”. Ello requiere considerar los modos de “organización de la cultura” (Gramsci). Más allá del interés particularmente intenso que como maoísta Sarlo Sabajanes atribuye a las cuestiones relativas al campesinado y la clase terrateniente, lo decisivo es la subordinación política del proletariado a la dirección de la burguesía nacional, problema que conduce al peronismo del autor. Aunque no solo eso. Sarlo Sabajanes atribuye a la operación Hernández Arregui, en un párrafo final adversativo, al drenaje de la pequeña burguesía intelectual hacia las filas del movimiento peronista.

Un ensayo escrito con Carlos Altamirano en 1974, situado en el contexto del retorno del peronismo al poder, provee una oportunidad para redefinir el horizonte histórico de la cultura. Perón todavía vive y la represión semi-clandestina aún no ha sido plenamente desencadenada. Para ambos autores ese horizonte es el de una lucha de clases “atravesada por contradicciones homólogas a las del todo social” (Altamirano y Sarlo Sabajanes, 1974:18). Si bien se reivindican las especificidades inherentes a las “mediaciones”, recurren a la frase de La ideología alemana según la cual la ideología imperante en una sociedad es la de sus clases dominantes.

La dificultad es asignada a su resolución simplificadora por el populismo que halla en el Estado nacionalista una respuesta inadecuada al problema. Respecto de la “cultura”, mencionan las “propiedades específicas” de ese “campo”, por la cual la ideología dominante no se constituye en “reflejo puntual”. Tal especificidad no oculta sin embargo el “carácter de clase” de toda propuesta estética. Otra vez Gramsci provee el mandato de visibilizar las operaciones de “organización de la cultura” que reordenan la dicotomía entre nación y oligarquía/imperialismo. La “dependencia” desde un punto de vista “marxista-leninista” regula la “dimensión central” de la cultura. Sin embargo, la interpretación es diferenciada del análisis de impronta peronista, por ejemplo en los trabajos de Eduardo Romano, donde la dependencia cultural obedece a una importación de ideas. Altamirano y Sarlo Sabajanes amonestan así una traslación mecánica de los enfoques “fanonianos” desarrollados para situaciones coloniales. De acuerdo con esa simplificación, sería incomprensible el fenómeno cultural del Facundo sarmientino o las facetas integradoras de la dominación oligárquica del periodo 1880-1910, como la ley 1420 de educación primaria gratuita y obligatoria. Por lo tanto el argumento revisionista-nacionalista de Romano es insuficiente: la oligarquía no solo importa valores y nociones. Los reformula en función de los “problemas políticos y sociales” enfrentados en su dominación.

El texto transita un tanto abruptamente hacia el verdadero debate con el análisis “populista” de la cultura, a propósito de las interpretaciones provistas por Eduardo Romano y colaboradores sobre la “cultura popular” durante el primer peronismo (Romano y otros, 1973). En una línea conceptual que entiende el marxismo como una teoría de las clases sociales, Sarlo Sabajanes y Altamirano reconocen las novedades señaladas en los trabajos reunidos alrededor de Romano y Jorge B. Rivera, por ejemplo respecto del cine y el teatro, pero rechazan que no se incorpore un análisis del componente de clase del Estado que los estimula. Ese déficit crea la ilusión de que tales hechos novedosos corresponden sin rebordes con la “verdadera cultura popular”, cuando en realidad están compuestos por rasgos debidos a horizontes culturales más limitados y consagrados como nacionales en razón de su inscripción en un dispositivo estatal. Un “análisis de clase” revelaría, en cambio, que expresan los compromisos asumidos por el Estado peronista, el predominio de una dirección burguesa y la operación concreta de una organización cultural en la cual la conciliación de clases redunda en el fortalecimiento del dominio burgués.

Hacia el final del artículo, Altamirano y Sarlo Sabajanes sintetizan lo argumentado en una tarea futura: “el análisis marxista de la formación cultural, las ideologías y estéticas que pusieron en circulación diversos proyectos culturales de las clases dominantes y su organización material, así como las formas subalternas de cultura generada por las clases dominadas” (1974:24). Y concluyen sosteniendo que esas investigaciones deben articularse gramscianamente con un proyecto revolucionario, esto es, con un “espíritu de escisión” de las masas populares. Me interesa subrayar que, incluso admitiendo la politización de la publicación observable en este artículo, el proyecto intelectual persevera entres sus pliegues.

Se ha enfatizado, no sin razón, el compromiso de Sarlo Sabajanes con Los Libros. Pero no es su único anclaje de publicación. Como tantos y tantas de su generación, interviene en diversos ámbitos, no todos los cuales poseen una definición política precisa. En tiempos efervescentes, la precisión ideológica suele ceder a las alianzas contingentes hacia un horizonte de transformación compartido. En ese orden de cosas, Sarlo Sabajanes también publica en la más populista revista Crisis. Una de sus reseñas, dedicada a la novela de Ernesto Sábato Abaddón el Exterminador, es reveladora del abigarramiento de temporalidades en una trayectoria intelectual. Más allá de los gestos académicos como el señalamiento de que Sábato “no leyó bien a Sartre”, es interesante que caído el encantamiento por la teoría estructural aplicada a Adán Buenosayres, los juicios críticos persisten intactos: el análisis general conduce a caracterizar la novela como “reaccionaria” y “de derecha” puesto que procura hacer una “literatura metafísica” (aunque no teológica, como en Marechal). Sábato, al apelar a valores trascendentes, conduce a “disolver las especificidades de lo cultural o caer en el error simétrico de afirmar su autonomía absoluta[, lo que] sirve a los fines de escamotear que el de la cultura es un campo en disputa” (1974:53).

Mientras tanto en el orden político los acontecimientos evolucionan vertiginosamente. Tras el fallecimiento del presidente Perón el primero de julio de 1974, el entero escenario se reconfigura. El PCR adopta en 1975 la política de apoyar a un gobierno de Isabel Martínez de Perón cuya caída se prevé inminente. Altamirano y Sarlo Sabajanes se pliegan disciplinadamente a ese giro táctico. En el momento y sobre todo más tarde, dicha defensa del gobierno es vista como un despropósito. En el contexto es objeto de debate y argumentación. Piglia se aleja del comité de redacción de Los Libros en 1975 justamente por adoptar otra posición. Todos hablan el lenguaje del anti-imperialismo: mientras para Piglia el derrocamiento de Isabel Perón favorece al imperialismo estadounidense, para Altamirano y Sarlo Sabajanes, como antes habría sucedido con el “frente antilopezrreguista”, el mismo es del interés de los imperialismos norteamericano y soviético.

Con la irrupción dictatorial de 1976 la juventud, no solo para Sarlo Sabajanes, comienza a concluir. Es que se clausura, además de tantas cosas, la época de la “juventud política”. No es que, desde luego, luego no se encuentren jóvenes interviniendo en la vida cultural y política. Los y las hay en 1983, en 2001, en 2008, en 2021. Pero ya no es una juventud política. Son jóvenes en política.

Del marxismo a una historia cultural de la literatura

En la Argentina el derrotero intelectual y político de Sarlo –ya no Sarlo Sabajanes, aunque esta denominación es abandonada desde el sexto número de Punto de Vista, en junio de 1979– sigue un curso afín a la vía teórica pluralizante que comienza a poner en cuestión al monismo dialéctico atribuido al marxismo. Sarlo recuerda de este modo la misma orientación antidialéctica, ya no vía Michel Foucault (como en Terán), sino vía el kantismo del filósofo italiano Lucio Colletti:

 

Nosotros en la dictadura en lugar de reafirmarnos en un marxismo puro y duro tuvimos la oportunidad de revisar qué estábamos pensando. (…) Aunque no éramos terroristas en sentido técnico, sí estábamos en un partido en el que la violencia revolucionaria era un elemento absolutamente inevitable de su concepción política. Y eso lo empezamos a revisar muy rápido. Jorge Dotti viene de Italia y trae un libro de Lucio Colletti, Marxismo y Hegel, que leemos Altamirano y yo y donde hay una crítica muy fuerte a la matriz hegeliana del marxismo (Mercader y García, 2012).

El proceso intelectual en Sarlo (y Altamirano) revela, no obstante, numerosas continuidades con vectores teóricos perceptibles durante los primeros setenta. Esa complejidad se observa en la historia intelectual latinoamericana: como en el sociólogo brasileño Fernando Henrique Cardoso o en el historiador althusseriano Ernesto Laclau, hasta principios de la década de 1980,  a medida que se percibe la proximidad de lo que pronto  se denomina la “transición democrática”, se trata de reformar la comprensión del marxismo antes que abandonarlo.

Todavía a mediados de 1977, cuando se gesta la revista Punto de Vista, el diario personal de Ricardo Piglia transfigurado en Emilio Renzi, recuerda –nuevamente: hay un editado fundamental en ese recuerdo– una “nueva discusión” con Altamirano y Sarlo Sabajanes, sobre el realismo estético lukácsiano: “la literatura [según Altamirano y Sarlo Sabajanes] es una forma de ideología y, por lo tanto, refleja. Apaguen el proyector, digo yo” (Piglia, 2017: 40). Numerosos textos de Sarlo Sabajanes anteriores a 1977 revelan otra cosa que la adhesión a ese realismo tal vez aún vigente en términos filosóficos: antes que en un sentido unidireccional, los textos incorporados a este trabajo avanzan en múltiples posibilidades. Hay en la experiencia de la joven Sarlo Sabajanes innumerables vectores del tiempo que las ideas de “época” y “tragedia” unifican con violencia retrospectiva. No solo se verifica la coexistencia de discursividades heterogéneas y hasta contradictorias. También, como plantea Diego Peller (2016) a propósito de la periodización del recorrido de Oscar Masotta (retomando indicaciones masottianas ya mencionadas), es problemático segmentar y tornar sucesivos los momentos de una trayectoria cuando todo sugiere la convivencia de registros y convencimientos heterogéneos entre sí. Tampoco hay una segmentación de Sarlos, ni siquiera en su “juventud”, que habilite una secuencia de tramos sucesivos y relativamente bien delimitados. Al respecto, sugiero recuperar la noción de “individualidades” de Wilhelm von Humboldt para reconocer las posibilidades múltiples en una experiencia social única. La individualidad en historia rescata los posibles, los caminos truncos o abandonados, las continuidades matizadas u obstinadas, los olvidos y recuerdos encubridores. En términos metódicos, esto involucra revisar los juicios retrospectivos que esperan la llegada a la lucidez posterior a 1983 para, en cambio, restituir el abigarramiento de eventualidades inherentes a situaciones de extraordinaria contingencia como las vigentes entre 1966 y 1983.

La “Introducción” que Altamirano y Sarlo firman en el pequeño volumen intitulado Literatura y sociedad (1977) constituye un hito en el pasaje hacia una nueva proyección intelectual. Impreso en mayo de 1977, la confección de la introducción, así como la tarea de selección, se desarrolla presumiblemente durante el primer año de la dictadura. La contratapa del volumen sintetiza el propósito del trabajo, común a los estudios literarios y las ciencias sociales: “¿Cómo dirigirse hacia el fenómeno literario a partir de sus raíces hundidas en lo social? ¿De qué manera una consideración social e histórica de los productos culturales contribuye a iluminar su significación? ¿Cuáles son los instrumentos y puntos de vista que pueden incorporarse a un estudio sociológico de las obras, los autores, la formación del gusto, el público, la difusión y el consumo de la literatura?”.

El artefacto que manifiesta esas modificaciones es desde 1978 la revista cultural Punto de Vista, cuyos pormenores han sido bien estudiados en una amplia bibliografía y no es imprescindible reponer aquí. Basta con subrayar que sus inicios, todavía bajo la égida ideológica del maoísmo con el financiamiento del grupo político Vanguardia Comunista, son pronto violentados por el secuestro y asesinato de la cúpula de esa agrupación. Con coraje, la publicación persistió, mientras en sus artículos declina la idea de “lucha de clases” como organizador de la vida social, y en ella de la cultura (Sarlo, 1979). No por ello se abandona la explicación sociológica. Se adopta una orientación que llamaré weberiana por su disgregación de una ya inverosímil “totalidad”, donde una yuxtaposición de Bourdieu y Hoggart habilita el desasimiento gradual de Gramsci y la definición, al menos en Sarlo, de un programa de historia de la cultura. Sin embargo, como veremos enseguida, la alusión marxista sobrevive durante todavía un lustro. La “sociología literaria” encuentra en el concepto de “campo intelectual” un núcleo decisivo. No solo habilita el terreno para una aproximación sofisticada. También se destaca del marxismo sin abandonarlo completamente (Altamirano y Sarlo, 1980; 1983). En un nuevo volumen, Literatura/sociedad, Sarlo y Altamirano (1983:84) argumentan contra la transferencia acrítica de conceptos de las sociedades europeas a aquellas como las latinoamericanas en las que no se han desarrollado “sistemas liberal-políticos estables”, pero ocurre que “la extensión de las relaciones capitalistas ha generado un campo intelectual con sus instituciones, sus actores y sus actividades diferenciadas”.

En ese mismo año aparece la colección de estudios de Sarlo y Altamirano Ensayos argentinos. En él se encuentran planteadas algunas de las cuestiones que atarearán a los autores en los decenios siguientes. En términos teórico-historiográficos, el texto principal es el escrito de 1980 sobre el “campo intelectual” que detecta el inicio de su formación porteña hacia 1910 (Altamirano y Sarlo, 1980b). El uso por Sarlo del concepto es crucial para replantear el esquema interpretativo de Contorno y romper lanzas con el análisis de Viñas, cuyas definiciones sociológicas son ahora demasiado aproximativas para ser esclarecedoras.

Desde 1984 Sarlo reinicia su periplo académico interrumpido en 1968 (dicta un curso de Estilística en 1971 en Trelew, en el Instituto de Estudios Superiores de la Universidad Nacional del Sur), al ser nombrada profesora titular de Literatura Argentina II en la UBA. En 1986 ingresa como Investigadora Independiente al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Autónoma pero vinculada con la investigación, Punto de Vista se constituye, dentro de una red de publicaciones e individuos, en un ámbito de revisión de la intelectualidad y la política de izquierdas. Finalmente, una Sarlo socialdemócrata ha comprendido que política y violencia son antónimos. Su mestizaje es impensable. Anulado el proyecto de una izquierda revolucionaria desde entonces desestimada por arcaica e ignorante del cambio epocal, el objeto de la crítica esencial es el populismo y su ingenuidad hacia una cultura popular cuyas condiciones de emergencia ignora porque no las investiga en la exacta medida en que las presupone.

Como para buena parte de su franja generacional, en Sarlo el horizonte previo a 1976 comienza a ser vislumbrado como una “pasión ideológica” en que fue capturada como buena parte de su generación. En un texto de 1985 sobre la relación entre política e intelectuales, propone la fórmula que ya no habría de abandonarla: ni mímesis ni escisión (Sarlo, 1985), el tránsito precario de la crítica sin certidumbres ante cualquier intento de totalizar lo no totalizable sin tampoco soñar una secesión de lo político. Casi imperceptiblemente, paso a paso, texto a texto, la pregunta por el tipo de sociedad transita hasta el más importante libro de Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930 (1988), hacia la incógnita de qué “modernidad” emerge en la experiencia argentina.

Conclusiones

Las páginas precedentes pueden ser sintetizadas del siguiente modo: el recorrido intelectual de izquierda revolucionaria en el ámbito cultural organizado alrededor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, las revistas político-intelectuales como Pasado y Presente, Los Libros y Crisis, las librerías y cines, junto a otros ámbitos del activismo de la época, constituyen una configuración en movimiento que carece de un sentido histórico previsible. Las adhesiones ideológicas, políticas, teóricas y estéticas no son completamente unívocas ni inmodificables. Tampoco se contraen en una unidad compacta de ideas precisas (sin por eso suponer que en otros espacios sí prosperan cohesiones conceptuales). Por el contrario, las transiciones entre convencimientos son aceleradas. Es preciso esperar hasta después de la “transición democrática” de los años 1980 para detectar una especificidad del “campo intelectual” que no es sino un corolario de la derrota del proyecto revolucionario.

Durante los años aquí visitados, las prácticas intelectuales están interrelacionadas con diversos espacios sociales entre los que se cuentan la política institucional, las redes intelectuales, los vínculos amicales, familiares y amorosos, la lucha de clases, las estrategias revolucionarias de grupos minoritarios, las peripecias del peronismo, entre otros. La reducción de esta época a La Violencia es desencaminada.

Para dar cuenta de las trayectorias particulares se requiere una reconstrucción, en el seno de un periodo de potencialidad revolucionaria finalmente derrotada, de las redes personales y grupales en las que se comprometen, los textos y artefactos culturales producidos, desplegando una multiplicidad de vectores que no conducen armónicamente hacia el futuro que sabemos les cabe en los tardíos años setenta argentinos. Más tarde, la idea de una invasión del mesianismo revolucionario y la violencia cubre retroactivamente el horizonte de las ideas y de las acciones. Eso se logra con textos e interpretaciones, que como dije deben mucho al esfuerzo del segmento generacional del que participa como una más Beatriz Sarlo.

Una de las innovaciones significativas es conceptual: se trata del concepto de “campo intelectual”. Lo esencial del mismo, desplazado en el uso argentino respecto del carácter crítico con que lo desarrolla Bourdieu para París, es que sitúa la representación de la historia intelectual en un ámbito autonomizado (porque no radicalmente autónomo), atento a las interferencias políticas y sociales circundantes. Entonces, no es que la actividad intelectual sea ajena a la política, sino que el contacto es conceptualizado como incidencia potencialmente inapropiada e invasiva. Son los sectores dominados los que apelan a razones exteriores al discurso legitimado. La sinergia entre intelectuales e ideas de vanguardia (circa 1955-1970), es sucedida por la destrucción del campo intelectual en detrimento de la acción con arreglos a fines ideológicos más o menos terroristas. A propósito del citado libro de Terán, Sarlo destaca que sus reconstrucciones “rodeaban críticamente el lugar común de una cultura esclavizada por la política, planteando más bien, los diferentes debates sobre la función de los intelectuales, donde se muestra que la cuestión mereció realmente ese nombre porque quienes la planteaban estaban animados por una voluntad de alterar las relaciones entre cultura y política y no por una vocación ciega de subordinación, que pudo haber sido su consecuencia al final de la década” (1991-1992:38). Este trabajo ha intentado mostrar otro panorama del periodo para los esfuerzos de la propia Sarlo que luego decide retratarlo de acuerdo a sus nuevas creencias y deseos.

Existe una veta de felicidad en algunos relatos sobre los años sesenta y setenta, incluso si están lejos de constituir inocentes apologías de una época difícil. Ricardo Piglia intitula al segundo volumen de sus Diarios correspondientes a los tardíos años sesenta y el principio de los setenta, Los años felices. A pesar de la imborrable médula trágica que recorre su Nuestros años sesentas, también la prosa historiadora de Terán delata una nostalgia por las cosas buenas de los tiempos excesivos. No es por azar que el historiador de divulgación argentino Felipe Pigna incurra en un lapsus calami en la bibliografía de un volumen de su serie Los mitos de la historia argentina y rebautice la obra de Terán como Nuestros años felices. Nada de eso se observa en las páginas de Sarlo. Ni siquiera cede a su distancia en las crónicas de viajes sesentistas (Sarlo, 2014). Sabemos que tardíamente no desea volver sobre sus propios textos de aquellos años (Sarlo, 2007, palabras preliminares). Las escasas líneas dedicadas por Carlos Altamirano en sus memorias de lectura, Estaciones, sugieren un desinterés por simbolizar una experiencia grupal y personal (Altamirano, 2019).

Hoy podemos retornar sobre los primeros textos de Sarlo Sabajanes y sus contextos con otro talante que el de la ajenidad radical para reconocer su distancia histórica y restituirles su historicidad. Esa historicidad sacrificada por una revisión incompleta del pasado, pues la contención progresista y anti-revolucionaria resuelve en una nueva fórmula un dilema difícil, a saber, el de cómo recrear prácticas de una intelectualidad de izquierdas en tiempos que ya no son los del siglo XX sino solo en lo que concierne a la persistencia de la dominación capitalista.

En ese mundo, que es el nuestro, regresar a los tiempos de otras experiencias revolucionarias con renovadas perspectivas puede ser un aporte para refundar una praxis intelectual que sepa incorporar productivamente su pasado, en lo que tenga aún de relevante y en lo que merezca ser simbolizado pero no olvidado.

Volver sobre su obra juvenil, atisbar el fantasma de Beatriz Sarlo Sabajanes, a pesar de las autocríticas demasiado unívocas, es también un reconocimiento de que nadie es soberana de la historia en que transita y actúa (sea en el activismo intelectual, en la vida académica o en los escenarios mediáticos). ¿Pudo haber otras derivas de la multiplicidad de vectores más o menos interconectados, abigarrados, de los años sesenta y setenta? En las investigaciones académicas se suelen destacar las limitaciones de los razonamientos contrafácticos. Pero plantearlos hace vibrar los mundos posibles que no fueron. Ya no lo serán. Quedan en el purgatorio de las meditaciones viables, no meramente antojadizas. Porque todo lo que es, puede ser de otro modo. Ahora y en el pasado.

 

Referencias

Salvo indicación expresa, la ciudad de publicación es siempre Buenos Aires.

Bibliografía de Beatriz Sarlo

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1974b. “A medio siglo de la muerte de Kafka: el acusado”, en Crisis, vol. 2, nº 20, diciembre.
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1976. “Saer, Tizón, Conti. Tres novelas argentinas”, en Los Libros, nº 44, enero-febrero.
1979. “Raymond Williams y Richard Hoggart: sobre cultura y sociedad [entrevistas]”, en Punto de Vista, año 2, nº 6.
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1982. Martin Eisen (seud.). “Misère de la culture argentine”, en Les Temps Modernes, n° 420-421.
1983. “Literatura y política”, en Punto de Vista, año 6, nº 19.
1984. “La izquierda ante la cultura: del dogmatismo al populismo”, en Punto de Vista, año 7, nº 20.
1985. “Intelectuales. ¿Escisión o mimesis?”, en Punto de Vista, año 7, nº 25.
1991-1992. “Un examen de ideas”, en La Ciudad Futura, nº 30-31, diciembre de 1991-febrero de 1992.
2003. La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu, Siglo XXI.
2004. La batalla de las ideas (1943-1973), Ariel.
2007. Escritos sobre literatura argentina, Siglo XXI.
2014. Viajes. De la Amazonia a las Malvinas, Seix Barral.

En colaboración con Carlos Altamirano

1974. “Acerca de política y cultura en la Argentina”, en Los Libros, año 4, nº 33, enero-febrero.
1979. Wáshington Victorini (seud. B. Sarlo y C. Altamirano) “Martínez Estrada: de la crítica a ‘Martín Fierro’ al ensayo sobre el ser nacional”, en Punto de Vista, año 1, nº 4.
1980a. Conceptos de sociología literaria, CEAL.
1980b. “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, en Hispamérica, año 9, nº 25/26.
1983a. Literatura/sociedad, Hachette.
1983b. Ensayos argentinos: de Sarmiento a la vanguardia, CEAL.

Volúmenes editados/organizados

1967. La segunda generación romántica: la poesía, CEAL
1967. Selección de poemas [Ricardo Gutiérrez], CEAL.
1969. Martín Fierro: (1924-1927). Carlos Pérez.
1968. Evaristo Carriego y otros poetas [Selección], CEAL.
1968. Carlos Guido y Spano, en Enciclopedia de la literatura argentina; 6, CEAL.
1968. Poesías [R. Obligado, C. Guido Spano] [Selección], CEAL.
1971. Antología de la crítica del siglo XIX [Taine, Brunetière, De Sanctis], CEAL.
1971. Ensayos políticos [Lester, Depestre], CEAL.
1971. Ensayos estructuralistas [Barthes, Todorov, Dorfles], CEAL.
1976. El cuento argentino contemporáneo, CEAL.
1977. Ciudad y utopía, CEAL.
1977. Literatura y sociedad [Lukács, Goldmann, Escarpit, Hauser, Levin, Daiches, Bourdieu] [ed. con C. Altamirano], CEAL.
1979. El cuento argentino [Quiroga, Borges, Cortázar y otros; antología], CEAL.
1979. Martín Fierro [ed. con María Teresa Gramuglio], en Capítulo. La historia de la literatura argentina; 24, CEAL.
1979. La literatura de Mayo y otras páginas críticas [J. M. Gutiérrez], CEAL.
1980. Crítica literaria. Romanticismo y positivismo. Hippolyte Taine, Francesco De Sanctis, Georg Brandes, Ferdinand Brunetière, en Biblioteca básica universal; 100, CEAL.
1980. Los últimos románticos, en Capítulo. La historia de la literatura argentina; 31, CEAL.
1981. El mundo de Roland Barthes, CEAL.

Publicaciones como integrante del Centro de Investigaciones Literarias Adán Buenosayres

1969. “Pruebas y hazañas de Adán Buenosayres”, en Jorge Lafforgue, ed., La nueva novela latinoamericana, II, Buenos Aires, 1972, pp. 89-139.
1970. “Una experiencia metodológica: hacia Adán Buenosayres”, en Revista de Literaturas Modernas, Mendoza, n° 9, pp. 65-76.

Otra bibliografía

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Benzecry, Claudio (2002). “Beatriz Sarlo and Theories of Popular Culture”, en Journal of Latin American Cultural Studies, Vol. 11, N° 1.
Corbatta, Jorgelina (1999). “Lo que va de ayer a hoy. Releyendo a Beatriz Sarlo”, en Chasqui. Revista de Literatura Latinoamericana, Vol. 28, n° 2.
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