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Beth Harmon se enfrenta al rival soviético Vasily Borgov en el episodio final de The Queen's Gambit. (Phil Bray / Netflix)

«Gambito de dama» derrumba los clichés anticomunistas hollywoodenses

«Gambito de dama» de Netflix muestra un mundo de la Guerra Fría completamente alejado de los clichés hollywoodenses, en los que amantes de la libertad suelen enfrentarse a villanos totalitarios rusos. Los malos de esta serie no son los jugadores de ajedrez soviéticos, sino los patéticos reaccionarios de los suburbios estadounidenses de la posguerra.  

En la que quizá sea la escena más inolvidable de la miniserie de Netflix, Gambito de dama, la prodigiosa ajedrecista Beth Harmon se niega a firmar una declaración anticomunista.

Cuando llegamos a esta escena, Beth se ha ganado la oportunidad de participar en el Campeonato Mundial de Ajedrez en la Unión Soviética, tras convertirse en la jugadora mejor clasificada de Estados Unidos. A pesar de su condición de campeona nacional, no puede costear el pasaje a Moscú. Así que una organización llamada Christian Crusade [Cruzada Cristiana] se ofrece a pagar su vuelo. Pero hay una trampa: a cambio de la financiación, los representantes de la organización exigen que Beth haga una declaración pública contra la “propagación del comunismo”.

Según dicen, el hecho de que la expansión del comunismo también implique la expansión del ateísmo es simplemente una cuestión “marxista-leninista de facto”. Después de hacer una rápida inspección de la declaración, Beth, sin vacilar, rechaza la oferta. Si poder viajar implica tener que adjuntar su nombre a semejante “tontería”, prefiere no aceptar el dinero.

Esta escena es tan memorable, en parte, porque resume todo lo que hace de Beth una protagonista tan atractiva: ofrece al espectador una imagen instantánea de su confianza, integridad y franqueza. Además, se presta a ser leída como una declaración explícita de la política de la serie: sorprendentemente crítica tanto con el anticomunismo de la Guerra Fría como con el capitalismo estadounidense realmente existente.

La vida en el capitalismo real

La vida de Beth en los Estados Unidos de los años 1950 y 1960 no se parece en absoluto a la clásica imagen hollywoodiense de la utopía fordista y de la familia nuclear tradicional. El padre biológico de Beth se niega a reconocer su relación con su madre, una matemática muy dotada, porque no quiere poner en peligro su propio idilio familiar burgués. Su madre, aquejada de una enfermedad mental, acaba suicidándose, dejando a Beth huérfana.

Si la adopción de Beth en su temprana adolescencia aporta un mínimo de estabilidad a su vida, su nuevo hogar no es un entorno mucho más cariñoso que el orfanato en el que vivía. El padre adoptivo de Beth desprecia y trata con condescendencia a su deprimida esposa, una aspirante a pianista de concierto convertida en ama de casa. Mientras tanto, ella y Beth sólo parecen acercarse a algo parecido a la felicidad genuina cuando se emborrachan juntas en hoteles, sin hombres.

Además del padre adoptivo de Beth, prácticamente todos los demás personajes de la serie que llevan una vida “normal” de clase media salen mal parados. El propietario del almacén en la pequeña ciudad donde vive Beth prefiere tirar a basura las revistas de ajedrez que sobran antes que dárselas a ella. Sus parejas románticas proyectan sobre ella la imagen de la mujer de sus sueños, sin abrirse a sus traumas o a su historia personal. Sus compañeros de colegio la excluyen de sus grupos por su vestimenta, un marcador de clase social.

Las únicas personas con las que Beth conecta de verdad en la serie son su madre adoptiva, el conserje del orfanato que le enseña a jugar al ajedrez, un huérfano negro que, más adelante, se involucra en la organización radical de los derechos civiles, y la gente bohemia que lleva una vida alejada de los clichés sociales; en resumen, personas que existen en los márgenes de la sociedad (capitalista).

El paraíso del ajedrez soviético

Sin embargo, lo que resulta especialmente interesante de Gambito de dama es la forma en que rompe con las representaciones estereotipadas de las relaciones de la Guerra Fría. Bien vestidos y educados, los soviéticos ajedristas son amables sin importar si ganan o pierden. No sufren complejos frente a Estados Unidos, ni se sienten obligados a afirmar su superioridad sobre sus oponentes mediante la propaganda. En la sociedad soviética, los jubilados pasan horas y horas en los parques jugando al ajedrez. Incluso un deporte individual como el ajedrez se trata como un esfuerzo de equipo, ya que la comunidad es considerada sumamente importante.

En cambio, en Estados Unidos, la solidaridad es un concepto extraño. Todo puede ser adquirido, pero no por todos. Los que no tienen interés en el ajedrez pero tienen dinero, pueden comprar juegos de ajedrez; otros no. Muchos de los símbolos clásicos de la superioridad del modo de vida estadounidense –como las películas de Elvis Presley en los autocines– no son accesibles para personas de circunstancias como las de Beth. Sin embargo, el alcohol barato, las pastillas y los cigarrillos están al alcance de todos los que buscan distraerse de la realidad.

Si se compara la vida en la Unión Soviética con la de Estados Unidos, la descripción del anticomunismo estadounidense en Gambito de dama resulta aún más grotesca. Un movimiento encabezado por fundamentalistas reaccionarios que se ven a sí mismos como portadores de la palabra de Dios, su función básica es erradicar la conciencia de clase estadounidense y la solidaridad internacional de la clase trabajadora.

La nostalgia reaccionaria ya no es lo que era

Es importante que no perdamos la perspectiva cuando se trata de la dimensión política de cualquier drama televisivo, especialmente uno de Netflix: una plataforma de streaming cuyos dueños multimillonarios también promueven hagiografías de capitalistas ricos y poderosos. Sin embargo, es notable la franqueza con la que Gambito de dama contradice la narrativa estándar de la Guerra Fría en la que el Occidente capitalista “libre” debe enfrentarse al villano del Oriente comunista “totalitario”.

En el mundo de Gambito de dama, el único “villano” al que Beth debe enfrentarse son las realidades sociales que le impiden desarrollar todo su potencial. Y estas realidades son un producto del sistema capitalista aparentemente libre. En última instancia, Beth sólo puede triunfar sobre estos obstáculos actuando en solidaridad con los demás. Esta es una lección que aprende en gran medida de sus “oponentes” de ajedrez en la Unión Soviética, una sociedad que aprecia el valor de la solidaridad mucho más que la sociedad estadounidense.

Independientemente de que los espectadores de Gambito de dama aprendan la misma lección que Beth, una cosa es segura: la inmensa popularidad de la serie sugiere que la narrativa de la Guerra Fría ya no goza de la hegemonía de antaño. Desde una perspectiva anticapitalista, esto ya es algo digno de celebración.

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Publicado en Artículos, Cultura, Estados Unidos, homeIzq, Política, Rusia and Sociedad

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