Press "Enter" to skip to content
La gente celebra mientras espera los resultados oficiales del referéndum para una nueva constitución, el 25 de octubre de 2020 en Santiago, Chile. (Marcelo Hernandez / Getty Images)

Daniel Jadue: disputa electoral sin electoralismos

Dentro de la izquierda existe un extenso debate teórico que opone estrategias electorales y de masas. Pero más interesantes son las experiencias reales que esquivan esa dicotomía entre lo institucional y la militancia de base.

Serie: Dossier Chile

Cuando se plantea que debemos superar la dicotomía entre lo electoral y la política de masas –de construcción de espacios de autonomía de los sectores obreros o populares–, lo primero que se piensa es lo que Luis Corvalán explicaba como la diferencia entre un vértice institucional y el desarrollo de la política comunista en las masas como una fractura a ser superada. Esa diferencia y esa distancia deben ponerse en entredicho, eso es obvio: pero, como diría György Lukács a propósito del marxismo, para la ortodoxia todo se trata del método. 

Existe un tono riesgoso en nuestras izquierdas, particularmente en Chile, que consiste en trabajar esta fractura como el avance progresivo de dos polos de desarrollo «totalmente» autónomos. Por un lado, lo institucional-parlamentario y, por otro, las formas de poder desde abajo y organismos de democracia directa. En una entrevista con el autor trotskista francés Henry Weber, Nicos Poulantzas planteaba que estas tareas eran complementarias en el sentido político más profundo: la complementariedad estratégica de lo electoral y lo no-electoral, de las «bases» y lo «parlamentario» consiste, de hecho, en plantear que ambos fenómenos pertenecen por igual al campo de la lucha de clases; que ambos están inscritos en el camino de las disputas por el poder estatal. Las luchas populares —escribió Poulantzas poco antes de su muerte— se inscriben en la materialidad institucional del Estado, aunque no se agotan ahí. Se trata, entonces, de leer cómo al mismo tiempo las luchas se dirigen al Estado como «demandas» y concitan un momento de autonomía que no puede ser subsumido en la materialidad estatal y sus respuestas.

Con todo, esta definición política nos ayuda a entender algo fundamental en el Chile actual: que los resultados electorales son, también, la materialización de la lucha de clases y de las disputas multiformes por la hegemonía. La lectura de la burguesía chilena, tendiente a imponer conceptos de la ciencia política que le son inútiles a las luchas populares (incluidos motes que a veces nos vemos obligados a usar por cuestiones de popularización: élite, clase política, estallido social, etc.), viene ahora a proponer la noción de polarización desligada de los fenómenos de antagonismo social que se plasmaron en la revuelta y posterior insurrección de octubre. 

Chile no estaría polarizado porque una gran mayoría habría optado por la misma opción de voto. Sabemos que no es así. La minoría, constitucionalmente pinochetista, es geopolíticamente ubicable en los sectores dominantes y el ejército. «Polarización», de hecho, es lo que muestra el resultado de las elecciones: pero una polarización que se deshace del binomio de significación horizontal izquierda/derecha para ingresar en el torrente de significación vertical entre la clase trabajadora y los dueños del gran capital distribuidos en el espacio geográfico chileno.

Desde luego, esto es una obviedad. Sin embargo, interesa llamar la atención acerca de cómo una obsesión analítica en el campo político refleja ansiedades y carencias de la estrategia de la izquierda chilena antineoliberal. La necesidad de salir del debate sobre votar o no votar, la obsesión con superar una «falsa dicotomía», la proliferación de memes sobre «yo no voto… me organizo» versus «yo voto y me organizo», no termina de asumir que lo realmente necesario es una política electoral que obtenga resultados desde y a partir de la lucha de masas.

Se trata de asumir que no es posible avanzar en lo electoral meramente desde los vértices institucionales, como diría Corvalán, desligados de las organizaciones territoriales, sindicales, estudiantiles, feministas, etc., es decir, caídos en la trampa burocrática. Como entendió Marx en su Kritik des Hegelschen Staatrechst, lo que llamamos burocratización no es nada más que el quiebre, propio del capitalismo, entre sociedad política burguesa y sociedad civil, entre economía y política, etc.

Lo que digo también se podría leer a la inversa: la lucha electoral tiene efectos de rebote en la lucha popular. Así como hay burocratismo, hay también formas de aislacionismo y retraimiento político en el campo popular que evitan la construcción de un «andamiaje virtuoso» como el que produjo el ciclo que va de octubre 2019 a octubre 2020 en Chile. Desde luego, la burocratización induce y produce un tipo de captura difícil de desarmar, mientras que el aislacionismo ultraizquierdista todavía puede reivindicar para sí el hecho de no ser coaptado. No es el punto. Más bien se trata de entender lo que Althusser llamaba autonomía relativa: la lucha de clases nunca existe en estado puro, «nunca llega su hora solitaria», como si se pudiese presentar en persona. Siempre aparece sobredeterminada por fenómenos que son relativamente autónomos.

Lo importante aquí es el valor de lo «relativo» que acompaña a la definición de autónomo. Esto quiere decir: lo electoral, por ejemplo, está en el mismo nivel, en el mismo campo de situación, que lo no-electoral. El economicismo socialdemócrata, que se enquista en el aparato institucional para producir reformas, y el militarismo ultrista, que considera que la fidelidad a las ideas propias es un principio irrestricto y sin excepciones, parten del mismo presupuesto idealista que reduce la política a una esencia única.

***

Para ejemplificar un poco todo esto, podemos recordar de dónde proviene la experiencia de Daniel Jadue y su llegada al municipio de Recoleta. El centro cultural «La Chimba» en el que Jadue y el PC de Recoleta impulsaron preuniversitarios populares y formas de educación barrial (incluyendo talleres de marxismo, historia y gestión para militantes de izquierda, charlas sobre temas jurídicos durante las coyunturas de 2006 y 2011, apoyo a los estudiantes secundarios de Recoleta que se tomaban liceos, etc.) fue una experiencia única que permitió al candidato comunista instalarse como un referente de probidad y política popular en las bases recoletanas. Fue la conexión de ese ejercicio de la política de bases con la disputa electoral lo que hizo a Jadue un candidato potente. Esa conexión, sin embargo, nunca fue externa. Y prosigue con una experiencia de gobierno local que se instituye como proliferación de formas de participación, deliberación popular y construcción de poder local en varios niveles. 

Desde luego, la dicotomía que señalamos no se puede superar con teoría. Es preciso, eso sí, antes que todo, romper con la concepción electoralista de lo electoral, que considera que el vértice institucional avanza, por un lado, mientras que aquellos que pueden hacer un trabajo más «de base» hacen lo suyo en otro lugar. Esta desconexión está en la base del espíritu burocrático de una parte de la izquierda chilena, con sus diputados jacobinos y sus esperanzas en revueltas y formas de sublevación de las que están privados de participar. No se trata, entonces, solo de insistir en «conectar» ambas experiencias de desarrollo, la electoral y la callejera.

Se trata de enunciar la verdad metodológica que está en juego: que la lucha de clases es un mismo proceso, por más que se estratifique y se diferencie. Una política electoral justa –en el sentido de su justeza estratégica– debe entonces, por fuerza, ser el resultado de una experiencia política que parta desde este principio, que es el de una política proletaria.

Cierre

Archivado como

Publicado en Artículos, Chile, Dossier Chile, Elecciones, homeIzq and Política

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre