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Augusto de Campos, retrato de José Pelegrini (archivo personal).

Los 90 años del poeta revolucionario brasileño Augusto de Campos

Traducción: Hugo Albuquerque

El poeta revolucionario brasileño Augusto de Campos cumple 90 años este 14 de febrero. Traductor de la obra del ruso Maiakovski al portugués, es uno de los poetas brasileños contemporáneos más creativos e iconoclastas, un hito de la resistencia cultural y política de nuestros tiempos.

El siguiente texto fue publicado en Jacobin Brasil.


La poesía de Augusto de Campos no es solo para leer. Después de todo, el esfuerzo de este poeta por construir un nuevo lenguaje traspasó las fronteras de la lengua. Augusto creó una nueva sintaxis, en la que se subrayan los aspectos visuales y sonoros de la palabra: sus poemas se deben leer, sí, pero también escuchar y sobre todo ver (Ouver, Ouviver). Es necesario experimentar sus poemas, sentir los sentidos que se pueden extraer de ellos.

Poco después de recibir una copia de su libro Colidouescapo, el escritor argentino Julio Cortázar, agradecido, preguntó a Augusto: «¿Este libro es algo que se lee o que se vive?». Efectivamente, en cuanto objetos materiales, los libros de Augusto no son meros libros de poesía: son de fundamental importancia para las artes gráficas del siglo XX.

Gran parte de su obra, en particular los libros Colidouescapo (1971), Poemóbiles (1974), Reduchamp (1976) y Expoemas (1985) fueron adquiridos por museos y galerías para ser exhibidos. Pueden verse (o vivirse), por ejemplo, en el Metropolitan o el Guggenheim de Nueva York, en Maddox Gallery de Londres, entre otros museos del mundo. En los últimos años, numerosas exposiciones y homenajes en Brasil (SESC-SP) y en el exterior –en Buenos Aires, Bruselas, Zurich, Budapest y París, entre otras– han demostrado que Augusto de Campos es el poeta de la contemporaneidad. Su obra sigue siendo actual porque la materia prima de su creación es la Forma, que para él también es creación. Mucho más que lengua es lenguaje (linguaviagem): la forma y el contenido son inseparables.

Por sus innovaciones, la obra de Augusto de Campos fue y sigue siendo traducida en muchos países y en varios idiomas. Las antologías más recientes (todas bilingües) de su poesía son: Linguaviaje (en español, disponible en Argentina, Chile y España), Poétemoins (en Francia) y HANGSZÓKÉPVERSEK (publicada en Hungría), POESIE (en alemán, publicada en Brasil y Suiza). En todos ellos el poeta colaboró ​​activamente ayudando en las edición de sus poemas e incluso recomponiendo algunos él mismo.

Una invitación a “Ouver”

Desde su primer libro, O Rei Menos o Reino (1949), la trayectoria de Augusto ha sido marcada por la experimentación. O Rei ya contenía una canción construida de timbres y disonancias y todo un nuevo léxico traído de su afinidad con la vanguardia cubo-futurista de Vladimir Maiakovski. De hecho, la obra del ruso y de otros vanguardistas solo se volvieron legibles en portugués gracias al esfuerzo de Augusto de Campos y su hermano Haroldo, junto con Décio Pignatari, quienes acercaron al lector brasileño el arte-traducción de la poesía. Y no solo tradujeron de los idiomas más comunes (inglés, francés y español), sino también obras transcritas del latín clásico, provenzal, griego antiguo, alemán, catalán, hebreo y otros. Es decir, Augusto, en cuanto uno de los poetas contemporáneos más radicales, nunca ha abandonado la tradición, y, al contrario, se alimenta de ella como traductor. Si el poeta-inventor nos hizo capaces de OUVER –un juego de palabras que significa “o ver” y debido a la aglutinación suena también como “oír” en portugués–, el traductor-inventor nos enseñó a OUVIVER –“o vivir– un poema.

Esta es la forma de la experiencia poética que Augusto de Campos nos invita a vivir en sus traducciones: un juego creativo, análogo al fútbol-arte, ​​que regatea no solo la semántica de idiomas y palabras del diccionario, sino que también traduce el lenguaje, redibuja e inyecta el nuevo signo en el torrente sanguíneo de la lengua portuguesa («el nuevo nuevo», como escribió el poeta en su libro Balanço da bossa e outras bossas [2005]). Augusto de Campos, una figura rara en el “Welt Literatur”, traduce lo intraducible.

Pocas veces en la historia de la poesía los poetas han mantenido la coherencia entre acto y palabra. Augusto, por su dominio de las artes gráficas y de la tecnología en la composición de sus poemas, es uno de ellos. Desde las composiciones de Letraset, en los años 50, hasta las incursiones actuales en las redes sociales, pasando por los móviles que componen los libros de objetos, o incluso la holografía, su dominio del lenguaje, la versificación y la tecnología sigue deslumbrando. Quizás en el siglo XX ningún poeta haya llegado tan lejos, al menos en lo que concierne la llamada poesía concreta, o lo que también se llama Concretismo.

Uno de sus poemas más recientes, “Os contemporâneos não sabem ler“, es una advertencia al estado de pequeñez en el que se encuentran muchos poetas, jóvenes y viejos, y que abandonan el arte del verso. Por supuesto, muchos escriben poesía y cuentan historias, pero pocos escriben versos. Algunos incluso sostienen que ni siquiera es necesario trabajar el verso, estudiar, conocer el ritmo y la métrica para crear imágenes y palabras que ya no nacen muertas.

Siguiendo los pasos de Maiakovski

Augusto siempre afirmó la grandeza de Maiakovski y lo difícil que es hacer un poema que sea políticamente consecuente. Como el gran poeta de la Revolución, la poesía de Augusto va mucho más allá del discurso político: inventa nuevas formas de versificación, composición tipográfica o añade nuevos elementos al poema (cartel, sonido, movimiento: ver los Popcretos, de los años 50 o lo último en Instagram, como Lula Livre). Si en la tradición amorosa la composición de un poema encierra la complejidad de la construcción del verso (melopeia, fanopeia y logopeia, señaladas por Pound como herramientas del gran poeta), en la tradición política la invención estética separa al poeta del igualdad de los discursos.

Augusto traza los caminos de la invención como lector, traductor y poeta. Es coherente con su proyecto poético, a diferencia de muchos poetas que al envejecerse se volvieron reaccionarios, como el brasileño Ferreira Gullar. Al fin de cuentas, el poeta se mueve entre dos tradiciones: el amor (los trovadores, Dante, Donne, Joyce) y la política (en este caso, se podría decir la libertad: la actitud progresista y humanista de la que el arte y la poesía pueden alertarnos, cuya máxima expresión es Maiakovski). Un poeta como Augusto nunca sería parte de una Academia Brasileña de Letras, ni de ninguna academia. Es el teórico de la poesía más crítico y refinado, sin ser académico.

Augusto de Campos abrazó el caso en defensa de la ex-presidenta Dilma Rousseff durante el período previo al golpe legal-parlamentario de 2016. Además, ha sido firme en su denuncia de la farsa jurídica que fue la condena de Lula. Usó sus redes sociales para advertir sobre lo que ahora ha demostrado ser el mayor embrollo legal de la actualidad brasileña.

Llamado recluso por quienes no lo conocen, el poeta se niega, por ejemplo, a colaborar con la prensa que ayudó a empujar a Brasil al pozo de ineficiencia, crisis de identidad y retraso que provocó el Golpe de 2016. No concede entrevistas a estos periódicos y televisiones que, ahora, en un profundo estado de mea culpa, ven sus derechos restringidos en la ola neoconservadora que azota al mundo y avanza con sus tonos fascistas en Brasil (ayudado por hordas neopentecostales que tienen mayoría simple en el Congreso).

Pero sucedió algo bueno y necesario: la polarización. Ahora la cortina de humo se ha disipado. El enemigo está delante, al lado, detrás. Ahora es posible saber con quién caminar. Y el camino, ya dijo un poeta, se hace caminando. La lucha no serán solo palabras.

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