Dejemos algo en claro: si la Policía Federal no hubiese querido que la movilización de la extrema derecha tomara el Capitolio, no la hubiese dejado atravesar la puerta. Durante el verano pasado, la Policía y la Guardia Nacional reprimió la manifestación pacífica de Black Lives Matter en el momento en que se acercó demasiado a los edificios federales. Innumerables personas, entre las cuales me cuento, resultaron heridas.
La violencia de hoy, incitada por el presidente Trump, en el marco de la cual hubo disparos efectuados con armas de fuego y manifestantes posando para las fotos sobre el estrado de la Cámara de Representantes, nunca se hubiese producido sin el consentimiento de la Policía Federal. Las autoridades ofrecieron una resistencia mínima a la movilización, enviada por el presidente para impedir el escrutinio de los votos electorales. Con pocas excepciones, la respuesta ha consistido simplemente en dejar que la movilización de la extrema derecha avance, esperando a ver qué sucede en lugar de prevenir la violencia y la confiscación de la propiedad federal. En este marco, se produjo simultáneamente el saqueo del Capitolio de Kansas por parte de fieles trumpistas.
La vorágine de hoy ha dejado al desnudo al Estado de EE. UU. No vivimos en una democracia verdadera, y no es coincidencia si el aparato represivo de este Estado no adopta distintas posiciones frente a las movilizaciones, dependiendo de si son convocadas por la izquierda o por la derecha. Reprime brutalmente a quienes amenazan a las clases dominantes y consiente a quienes no lo hacen. Si la nueva mayoría demócrata quisiera, podría transformar este acontecimiento en un punto de inflexión de la política estadounidense, un momento en el cual el liberalismo se diera cuenta de que su pasividad solo llevará a una escalada de violencia, y que este es el momento de frenar la amenaza de la derecha purgando el aparato de seguridad de los elementos que simpatizan con la extrema derecha, expulsando a los miembros republicanos del Congreso que incitaron a la violencia y poniendo manos a la obra para democratizar la vida política y económica del país.
Sin embargo, no podemos esperar que el mismo Estado represivo que permitió esta debacle la solucione. Debemos resistir con firmeza a las campañas para incrementar el presupuesto y los poderes de la policía en nombre del combate contra el extremismo, considerando que la policía está del lado de las manifestaciones de la extrema derecha e incluso posa para las selfies junto a sus participantes.
El Senado logrará reunirse de nuevo, Joe Biden será confirmado como presidente y el edificio saqueado del Capitolio será despejado. Pero lo que permanecerá es el conocimiento entre las autoridades electas de que no están a salvo de la violencia de la extrema derecha, y de que una multitud de manifestantes suficientemente motivada podría verse habilitada a atentar contra su seguridad encontrando una resistencia mínima por parte del Estado. Y, a menos que se tomen acciones drásticas, esto no augura nada bueno para nuestro pueblo.
Fieles trumpistas toman el Capitolio
Traducción: Valentín Huarte
Las bandas de extrema derecha que se apoderaron del Capitolio nunca habrían podido pasar por la puerta principal si la Policía Federal no se los hubiera permitido.