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(Jirapong Manustrong / Getty Images)

Las trampas y las contradicciones de Bitcoin

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Valentín Huarte

El sociólogo y economista Edemilson Paraná fue ferozmente atacado por los anarcocapitalistas en las redes sociales luego de exponer la dimensión oculta del bitcoin. En esta conversación con Jacobin, explica los vínculos entre la criptomoneda y el neoliberalismo de Milton Friedman y Friedrich Hayek, cómo el bolsonarismo utiliza la crisis para perpetuarse en el poder y el nuevo papel económico de China y de EE. UU. en el escenario posmandemia.

Por Hugo Albuquerque

Edemilson Paraná, profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Federal de Ceará (UFC), autor de los libros A Finança Digitalizada: capitalismo financeiro e revolução informacional (Insular, 2016) y Bitcoin: a utopia tecnocrática do dinheiro apolítico (Autonomia Literária, 2020), ambos traducidos al inglés y el último también al español, es uno de los intelectuales brasileños jóvenes más destacados, y se dedica a descifrar el enigma del capitalismo contemporáneo, sobre todo en relación con las nuevas tecnologías, como Bitcoin.

Luego del lanzamiento de su último libro, fue atacado duramente en las redes sociales por militantes anarcocapitalistas. En esta conversación con Hugo Albuquerque de Jacobin Brasil, explica por qué su tesis incomoda tanto a los neoliberales y aborda no solo la problemática de las criptomonedas, sino cómo esta se inserta en el contexto político e ideológico actual de la pandemia del COVID-19, durante el cual el dislocamiento entre economía «real» y ficticia parece crecer todavía más, mientras los banqueros redoblan su apuesta a la economía de la especulación, China avanza cada vez más en la escena mundial y Brasil lucha contra el bolsonarismo. Es un escenario sombrío desde donde se lo mire.

Todos estos asuntos gravitan en torno al eje de lo que realmente le interesa al estudiar el bitcoin, que es justamente considerar a la criptomoneda más conocida del mundo como un hilo conductor para «entender el dinero en general y especialmente la transformación de las formas de dinero en el capitalismo contemporáneo», algo central en lo que Paraná considera como una tarea necesaria –y una esperanza posible– para nuestro tiempo: «mapear de la mejor forma posible la realidad para transformarla».

HA

En tu libro Bitcoin: a utopia tecnocrática do dinheiro apolítico, pones en cuestión a las criptomonedas. Esto te valió el ataque de los anarcocapitalistas en las redes sociales. ¿Qué nos dice esto de la naturaleza del bitcoin y cuál es el motivo por el que estos grupos tienen tanto miedo de esa interpretación de la blockchain y de las tecnologías que derivan de ella?

EP

Fue muy interesante, en un sentido, y a la vez era previsible. Imaginé que esto podía pasar de una forma u otra. Como investigador, lo que me interesa es entender el dinero en general y particularmente la transformación de las formas de dinero en el capitalismo contemporáneo. Entonces, el bitcoin fue un hilo del cual comencé a tirar para enfrentarme a ese ovillo que es el dinero en la economía capitalista mundial, que es tan inestable y que ha atravesado tantas transformaciones semejantes a las del presente. Por lo tanto, está claro que, para mí, la cosa es bastante menos apasionada desde el punto de vista político. Sucede que esta postura no empalma bien con el clima, con el estado de ánimo ni con el movimiento que existe alrededor del bitcoin, de las criptomonedas y de la blockchain.

En primer lugar, porque el estado de ánimo dominante tiende a la especulación. Si vamos a hablar de los intereses materiales que están en juego, hablemos de la serie especulativa que se genera alrededor de todo esto: [la idea de que] ese dinero va a transformar completamente la economía mundial, va a sustituir al dinero mundial, va a sustituir al dólar, a la moneda nacional de los distintos países… Hay mucho alarde, hay todo un discurso construido alrededor de esta idea. Y, además, mucha gente ha ganado mucha plata, haciendo de esto un modelo de negocios, un modo de vida y de supervivencia. Por lo tanto, es natural que las personas se irriten cuando se habla del tema, porque hay muchas cosas en juego. Esta primera oleada especulativa remite al activo en sí mismo: todo el mundo quiere que la ola crezca para que el valor del bitcoin suba y, de esta forma, se pueda ganar más dinero atrayendo a más personas al ambiente del bitcoin –y de las criptomonedas en general– y, al atraer a más gente, atraer más inversiones, más capital y más ganancias, en un ciclo que es bien conocido.

En segundo lugar, hay que considerar el efecto de cierta celebración acrítica de la tecnología, cierta tecnofilia que hay detrás de todo este asunto. Este segundo punto tiene que ver, sobre todo, con la blockchain, que desde mi punto de vista es lo más interesante en todo esto: una tecnología de organización, compilación y distribución descentralizada y colaborativa de la información. Algunas personas en la actualidad, en el ecosistema del bitcoin, ya están diciendo: «no, en realidad, esa cosa de la moneda, del dinero, eso no camina; pero la tecnología, eso sí, es eso lo que está haciendo que el bitcoin tenga tanta proyección en la actualidad, porque utiliza una tecnología interesante y muy promisoria». Cuando se consideran todos estos aspectos en conjunto, cuando se analiza, por un lado, el fervor financiero especulativo más inmediato y, por otro lado, el entusiasmo especulativo con la tecnología, se deja al rey desnudo, se demuestra cuáles son los intereses que están en juego, cuáles son las posibilidades y las imposibilidades, hacia dónde marcha y de dónde viene todo esto. A quien está metido hasta la médula en esta historia definitivamente no le gusta pensar críticamente en el asunto.

Por otro lado, es imposible analizar materialmente esta dinámica sin prestar atención a la retórica política e ideológica y al conjunto de creencias y valores que están detrás de todo esto. Es en este punto donde tocamos lo que parece ser más doloroso para esta gente. Es decir, la crítica de esta cosmovisión anarcocapitalista y ultraliberal del mundo. El bitcoin se basa fundamentalmente en la idea de Milton Friedman según la cual el dinero es neutro y exógeno, y la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario, es decir, se basa en el monetarismo friedmaniano, por un lado, y en la utopía de un dinero sin Estado de Friedrich Hayek, por el otro, una utopía según la cual la moneda debería ser emitida y utilizada de manera privada, de modo que cada quien concurra al mercado con su propia moneda. Es lo mismo que dice sobre la policía. Y esta gente realmente cree en todo esto.

¿Esto significa que el bitcoin y la blockchain se reducen a esto? Definitivamente no. Y es el mismo análisis materialista el que demuestra esto. Pero este conjunto de creencias y valores fueron muy significativos durante la construcción, y siguen siendo importantes para el funcionamiento de la plataforma, dicen algo de lo que es el bitcoin de hecho, de cómo se presenta, etc. Entonces, si prestamos atención, por ejemplo, al paper de Satoshi Nakamoto, esa entidad misteriosa que nadie sabe si es una persona o un grupo de personas, en donde se describe el funcionamiento del bitcoin… Es el paper que inaugura Bitcoin, por decirlo de alguna forma, entre 2008 y 2009. Ahora bien, se trata básicamente de un tratado de economía neoclásica, puesto que es esa la visión del dinero que presenta: toda emisión monetaria es inflacionaria, etc. Demostrar esto, indicar las fragilidades, las limitaciones de esa forma de ver y explicar la economía en general y de pensar el papel de la moneda, fue una de las tareas que me propuse en este libro.

Lo más interesante, como demuestra el título del libro, es que hay un discurso heroico, una utopía: «¡Ahora sí! ¡Por fin vamos a liberarnos de la tiranía del Estado!». Esa fraseología de la «tiranía» está muy presente: «El bitcoin es un instrumento fundamental para liberarnos de la tiranía del Estado, para posibilitar que efectuemos intercambios mercantiles por nuestra propia cuenta, sin intervención de ningún intermediario, de ningún agente externo, de bancos ni Estados». Hay una retórica rebelde que empalma bien con la poscrisis de 2008-2009 en muchos aspectos, pero rebelde en el sentido anarcocapitalista ultraliberal del término. Por lo tanto, someter este discurso, esta ideología y el conjunto de creencias y valores que la sostienen a un análisis más profundo, para evaluar cuáles son los intereses materiales, el modo de funcionamiento, la dinámica, la historia, y confrontar todo esto con la realidad teórica y fáctica de lo que es realmente el dinero en la economía capitalista, el papel que cumple el Estado en su administración, la importancia del dinero como instrumento de poder y las relaciones entre el dinero y la política es algo que puede incomodar a mucha gente. Fue esto lo que despertó la furia, la ira de muchos ancaps que me acosaron en las redes sociales. Pero es normal, es parte del juego.

HA

En una entrevista con el periodista Joemir Beting sobre la crisis internacional de la deuda de comienzos de los años 1980, Fidel Castro argumentaba sobre los principios, principalmente políticos, militares e ideológicos, que estructuraban el sistema del dólar. Eso se convirtió en el libro Os Juros Subversivos. El dólar ya era una moneda «fiduciaria», emitida sin ningún respaldo. Podemos decir, entonces, que detrás de cada dólar hay un soldado estadounidense. ¿Cuál es el soldado que se esconde detrás del bitcoin?

EP

Indudablemente, ninguno. Y este es un elemento fundamental. La visión de Fidel es muy perspicaz y absolutamente verdadera. Veamos, ¿cuál es el respaldo del dólar? Eso abre un debate enorme.  El dinero es una relación social, una relación social atravesada por el poder; eso es lo que define, entre otras cosas, al dinero en tanto tal. El dinero es la intercambiabilidad general de todas las cosas, es el mecanismo abstracto de representación de la riqueza o, mejor, es el mecanismo universal de representación y realización de la riqueza (en el caso de que quisiéramos hablar desde un punto de vista más técnico, es el mecanismo de representación y realización del valor, dado que hay una teoría del valor detrás de esto). Pero el hecho es que el respaldo del dinero, si es que existe, se basa en el poder político y económico del agente que lo sostiene, en su espacio económico, político, social, productivo que es, todavía en gran medida, el Estado nación.

Entonces, cuando Fidel dice eso, quiere decir, me parece, que el dinero está atravesado, como la vida social en general, por la coerción y por el consentimiento. Es evidente que no es una mera imposición militar que se efectúa por medio de la violencia, a pesar de que también es esto en alguna medida. Y, considerando todo esto, recordemos que la denominada constitución del monopolio legítimo de la violencia física –para usar los términos de Max Weber–, desde el punto de vista del Estado moderno, presupone la constitución del monopolio de la violencia monetaria, es decir, la posibilidad de tener el monopolio sobre el instrumento que funciona como medio de cambio, reserva de valor y unidad de cuenta, para hablar de las tres funciones del dinero que aparecen en cualquier manual de economía.

Ahora bien, este es un elemento fundamental, aunque no se trate de una imposición lineal, directa, sin mediaciones. Es que esa «imposición» está basada también en el poder ideológico, en el soft power, como se dice en la jerga de las relaciones internacionales. Hay una infraestructura ideológica, transnacional y económica que es el poder sobre el cual se apoya el dinero. Pero es evidente que, en última instancia, el poder material y la violencia son utilizados para hacer prevalecer una forma de dinero en detrimento de otras. Entonces, si prestamos atención, por ejemplo, al período que va de la posguerra a esta parte, a la constitución de toda la infraestructura global del sistema monetario y financiero internacional, sustentado por los Estados Unidos, primero en el denominado patrón dólar-oro, después en el dólar flexible, se observa una forma determinada de gobernar la economía mundial, un sistema de gobierno, de instituciones internacionales y una cierta predominancia de aquel hegemón.

En el caso de la hegemonía de los Estados Unidos en la economía mundial, esto se refleja, evidentemente, en el poder estadounidense, que tiene bases militares esparcidas por todo el planeta, y que en cualquier momento puede utilizar la violencia física y militar para hacer valer sus intereses. Pensemos, por ejemplo, en la relación entre el dólar y el petróleo: existe la necesidad de mantener la intercambiabilidad continua entre el dólar y las principales commodities que se utilizan en la economía mundial, siendo el petróleo una de las más, o tal vez la más significativa de todas. Es evidente que cuando se examina qué es el dinero, cómo funciona en la economía mundial, se presentan todas estas cuestiones, y sobre todo las que refieren al poder político y al poder monetario-financiero, a la potencia y a la importancia que tiene una determinada economía.

Si hay un Estado que tiene el mayor PIB del planeta, que es el mayor consumidor y el mayor productor de mercancías del mundo, es evidente que esto es un estímulo fundamental para que la forma dinero de ese Estado nación sea utilizada como referencia. Antes el patrón era la libra esterlina, pero cuando Inglaterra dejó de ser hegemónica, la referencia pasó a ser el dólar de los Estados Unidos.

Así como en toda hegemonía hay un elemento ideológico, hay una ideología del dinero, y el dinero se apoya en esa ideología. Entonces el propio dinero se apoya en una ideología, en un conjunto de mecanismos que son una mezcla de coerción y consentimiento, amparados en el poder económico material directo de un Estado nación o de un conjunto de Estados (como en el caso del euro). Evidentemente, hay un poder político que sostiene al dinero, un poder que debe ser comprendido también como un poder militar. Y hay que decir que estas cosas no son tan fáciles de separar en términos analíticos: el poder económico es también militar, está vinculado al poder político que, a su vez, tiende a reunirse con el poder ideológico, tal como puede apreciarse a lo largo de la historia del capitalismo.

Si consideramos toda esta historia y examinamos el dinero y su respaldo económico, político e ideológico, percibimos que definitivamente no se trata de un «respaldo» en términos de una cosa física o de una mercancía, no es ese «metalismo» lo que está en juego. Es interesante hablar del metalismo que hay detrás del bitcoin, una inversión lógica muy interesante, típica de la teoría económica completamente superada que suelen adoptar los bitcoiners. La pregunta, entonces, es: «Está bien, pero, ¿qué hay detrás del bitcoin? ¿Qué lo sostiene?» Te voy a decir qué lo sostiene: el bitcoin se sustenta en una demanda fundamentalmente especulativa y no transaccional, porque nadie usa, salvo raras excepciones, con algún ejemplo aquí o allá… Nadie usa de manera generalizada bitcoins para tomar un café en la esquina, para comprar en un almacén, para cobrar un salario, para pagar las cuentas. Nadie hace eso. Por lo tanto, la demanda de bitcoin no es transaccional, es una demanda especulativa. Es un activo especulativo, altamente volátil, de alto riesgo, y las personas lo utilizan como una forma de invertir en un escenario económico marcado por la financierización generalizada.

A lo largo de cuatro o cinco décadas hemos asistido a un proceso masivo de desregulación, liberalización, integración de mercados, avance de todas las formas de interconexión y comunicación, privatización… En fin, hemos asistido a un proceso de financierización y neoliberalización de las economías. Ese escenario abre la posibilidad para que surjan las innovaciones financieras más diversas, y el bitcoin es una de ellas, tal vez una de las más interesantes. Entonces, por un lado, el bitcoin está sustentado en la demanda especulativa y, por otro lado, cumple una función social al interior de la economía capitalista mundial. Cumple la función de facilitar prácticas como la evasión impositiva, de crear nuevas formas de paraísos fiscales, de ocultar información, todo lo cual nos lleva hacia la economía criminal.

Vale notar que uno de los booms del bitcoin ocurrió justamente en relación con la llegada de Silk Road, un mercado paralelo y sombrío de la deep web en el que se intercambiaban las cosas más bizarras, desde sustancias ilícitas hasta personas, órganos, todo según el gusto anarcocapitalista de acuerdo con el cual debe haber libertad para comprar y vender absolutamente todo, porque la autorregulación del mercado llevará, necesariamente, al mejor resultado, en términos utilitarios, para todo el mundo. Silk Road, para hacerse una idea, terminó siendo desmontada por el FBI.

Ese dislocamiento brutal entre la dimensión ficticia y real de la economía, que ocurrió en las últimas cuatro o cinco décadas, exige que se desarrollen todavía más innovaciones financieras, más instrumentos y espacios de especulación y evasión. ¿Qué es el capitalismo? El capitalismo es un conjunto de contradicciones que giran locamente alrededor de sí mismas y se mueven de un lado a otro. Creo que la aparición de una cosa como el bitcoin es parte de esa danza loca de contradicciones del capitalismo y, especialmente en este período, una danza que se volvió más fatal, más intensa, más agitada.

HA

La gente empezó a entusiasmarse con Bitcoin hace varios años, tanto que el precio de la moneda aumentó exponencialmente, aunque luego se revirtieron las expectativas y el debate pareció menguar. Ahora volvió a valorizarse y las bolsas de todo el mundo explotaron. ¿Cómo se explica esta subida actual del bitcoin? ¿Tiene relación con las altas tasas que se observan en las bolsas de todo el mundo en este momento trágico?

EP

Se observa un patrón argumentativo curioso entre los defensores del bitcoin: si el bitcoin sube de precio, dicen: «es una señal, lo estamos viendo, es un hecho; está subiendo la cotización, las personas empiezan a comprarlo; si lo están comprando, es una señal de que está triunfando como una forma de dinero y de que, por lo tanto, el gran futuro previsto se está cumpliendo».  Esto se dice cada vez que se observan estos picos, como sucedió en 2011, 2013 y 2017, y como sucede de nuevo ahora, que alcanzó una cotización cercana a los 25 000 dólares, después de los 5 000 que había alcanzado en 2019, cuando yo estaba terminando el libro. ¡Vaya montaña rusa! Es como si hubieses salido con el dinero justo para comprar pan y, al llegar a la panadería, el dinero te alcanzara para comprar todo el local. Pero al momento de hacer la transacción ya no te alcanza ni para comprar el pan del comienzo.

Sin embargo, cuando el valor del bitcoin cae, el argumento es distinto, aunque comparte el mismo entusiasmo: «se está estabilizando, lo estamos viendo y, el hecho de que se esté estabilizando es señal de que ahora será incorporado al mainstream». Entonces es imposible refutar la viabilidad del bitcoin como forma de dinero. Si sube, el argumento es que se convertirá en una forma de dinero que suprimirá a todas las demás; si cae, es el mismo argumento.

Lo mismo vale para la regulación. Cuando un gobierno aplica algún tipo de regulación prohibitiva, como sucedió en China cuando se produjo el crackdown luego de que se impidieran las Initial Coin Offer, las Icos, es decir, los intercambios operados en su territorio, haciendo que caiga todo el sistema de las criptomonedas y el del bitcoin, lo cual fue un recordatorio de que, hasta 2017, China era la mayor sede de minado de bitcoins del mundo… Cuando se aplica una restricción, decía, una regulación prohibitiva, como la de China, dicen: «el negocio se está poniendo serio, lo estamos viendo, es tan amenazador para los Estados y tan increíble que necesitan luchar contra él, pero eso no hace más que postergar lo inevitable, porque es una batalla ignominiosa contra la libertad, contra los mercados, contra la voluntad general. Los Estados no pueden contra esto y caerán, es solo una cuestión de tiempo». Pero si se aplica una regulación menos prohibitiva, más permisiva, que controla y organiza el ambiente, dicen: «se está convirtiendo en mainstream, lo estamos viendo, ahora se incorporará a la economía en su totalidad y será parte del sistema económico; es una señal de éxito».

Ahora bien, en este momento, el argumento es «habrá una crisis, pero los Estados están atravesando una que es peor todavía y están haciendo lo que siempre hacen: emitir más dinero». En el imaginario de los defensores del bitcoin, la emisión monetaria es siempre inflacionaria y, por lo tanto, dicen: «el bitcoin está creciendo a causa de las prácticas irresponsables como el quantitative easing», refiriéndose a los gobiernos que están ayudando a la gente, es decir, siendo gobiernos. Porque suponen que al emitir moneda, se corroe el poder económico de los individuos por medio de la inflación, que es una forma de populismo monetario, de tiranía del Estado. Por este motivo, las personas necesariamente comenzarán a comprar bitcoins, y es por eso que el bitcoin está subiendo. Ese es el argumento.

El bitcoin, en este imaginario, es igual al oro. En este punto cabe preguntarnos un poco más sobre el «metalismo monetario» que hay en la retórica de los bitcoiners, que es algo interesantísimo. Basta comparar esta subida del precio del bitcoin con las tasas de inflación, que están bajísimas. Estamos viviendo, en la economía real, un escenario deflacionario en muchos lugares. La cosa es que, entonces sí, estamos frente a una separación, tal vez sin paralelo en la historia, entre la economía real (producción, consumo y empleo) y la economía ficticia. Y me gusta hacer esta distinción entre financiero y ficticio, porque lo financiero puede tener que ver con la actividad productiva, en la medida en que se financian actividades productivas. Pero lo ficticio, para hablar con claridad, es el circuito que vive de la valorización constante de sí mismo, sin un vínculo directo con la economía real, a no ser un vínculo más bien secundario y parasitario, por decirlo de alguna forma.

Ahora bien, esa separación sin paralelo sucede en un momento en el cual, mientras las economías agonizan en todo el mundo, las bolsas están subiendo. Para darnos una idea de lo primero, veamos el caso de Brasil: altos índices de desempleo, de desocupación de la fuerza de trabajo, merma de la actividad económica, PIB en caída, lo cual empalma con la proyección de un crecimiento negativo para este año en muchos otros países, como en los de la Unión Europea y Estados Unidos. Las bolsas están subiendo y la élite sigue enriqueciéndose. Entonces hay grandes cantidades de dinero que se juegan en las manos del mercado privado, del sistema financiero privado, que no retornan, como ha ocurrido otras veces antes de una crisis, que no retornan bajo la forma de inversiones productivas que alcanzan a la economía real. Esa montaña de dinero acumulado en unas pocas manos del sector financiero desembocará en nuevos instrumentos especulativos, en inflación –esta vez sí de activos y no en inflación monetaria–, en el aumento del precio de las acciones, del precio de los instrumentos financieros más diversos y, evidentemente, del propio bitcoin.

El bitcoin refleja el movimiento de los activos especulativos de riesgo en el mercado. Está claro que hay un escenario de incertidumbre, en el cual muchos analistas recomiendan diversificar al máximo las opciones de inversión. Por lo tanto, el bitcoin se convirtió más bien en uno de esos fines de las estrategias de diversificación de inversiones, pero lo cierto es que eso no tiene que ver con la dinámica monetaria en sí misma, sino que tiene que ver con la dinámica especulativa típica del modo de funcionamiento del mercado financiero actual al cual el bitcoin se acopla.

Los Estados tienen programas enormes de inyección de liquidez, y es una inyección que ingresa, sobre todo, por medio de estos actores que se sientan sobre montañas de dinero. Este es el caso de Brasil. Es una especie de trampa de la liquidez, para retomar una expresión de Keynes. Veamos, ¿qué sucede en Brasil? Se liberó un paquete de más de un billón de reales para beneficio del sistema financiero privado, de agentes que se sientan en montañas de dinero –con la complicidad, en este caso, de los bancos públicos, que ahora tienen una dirección política determinada– y no quieren prestar nada a los pequeños comercios, a las empresas que atraviesan una situación difícil en este momento de la pandemia, en el marco de esta peculiar combinación entre crisis económica y crisis sanitaria.

HA

¿Y qué van a hacer con este dinero? 

EP

Van a apostar a marcar un nuevo récord del índice Bovespa, es eso lo que van a hacer. Van a reunir una suma enorme de dinero para una nueva ronda de centralización y concentración de capital. Las empresas más pequeñas van a quebrar, y esa montaña de dinero que está en la mano de unos pocos va a arrasar el mercado en su totalidad, produciendo otra ronda de oligopolización en una economía, como la brasileña, que está bastante oligopolizada.

HA

Aprovechando este asunto de la hipercapitalización del mercado financiero brasileño en la actualidad, podemos decir que se está observando un fenómeno semejante en Estados Unidos y en Europa. Pero mientras Occidente está en crisis, con enormes dificultades para lidiar con la pandemia de COVID-19 y con sus efectos socioeconómicos, China creció y mostró una enorme capacidad de respuesta. ¿Estamos asistiendo a un cambio en el equilibrio de poder en el mundo?

EP

Estos debates sobre, digamos, la decadencia de la hegemonía estadounidense, se vienen desarrollando desde la década de 1970. Sucedió algo parecido en la década de 1980 con [el crecimiento de] Japón y Alemania, y lo que pudo observarse en muchos de esos momentos clave, al menos desde la posguerra a esta parte, es que en realidad se trató de una reconfiguración, de una rearticulación de la hegemonía estadounidense.

Hoy está claro que la crisis de 2008 no produjo una catástrofe equiparable a la crisis de 1929 porque, como fruto de la experiencia histórica, de la comprensión de la dinámica económica y de otra serie de cosas, se adoptaron una serie de medidas que no fueron adoptadas en aquel momento. Lo que sucedió desde 2008 a esta parte fue que, en vez de aprovechar la crisis para reconfigurar el sistema monetario-financiero internacional, la dinámica del comercio internacional, etc., se redobló la apuesta por un modelo económico y de regulación que había fracasado. Doce años después de la crisis está quedando claro que hay que pagar las cuentas.

Ya antes de la crisis sanitaria y epidemiológica del coronavirus estaba claro que la economía mundial entraría, sin dilación, en otra crisis. Esto ya había sido previsto por un conjunto de analistas de las posiciones más diversas del espectro teórico-político. Entonces, se plantea una duda, que es la siguiente: ¿será que, de hecho, estamos pasando por un proceso de reconfiguración más profundo que un mero reajuste sistémico?

Yo siempre fui bastante escéptico en relación a esta hipótesis, pero ahora, dada la evidencia que se está acumulando en todos lados, no parece algo tan ilógico. Uno de los elementos es, sin duda, el ascenso de China. Ya superó a Estados Unidos en poder de compra, pero se sabe que todavía no lo hizo en niveles absolutos, y, si se observan los dos países en el caso de esta crisis, la diferencia aparece con claridad. Hay una divergencia en el tratamiento de la situación. La disciplina, la organización, la eficiencia, la claridad con la que China gestionó todo el proceso, sea desde el punto de vista macroeconómico, sea desde el epidemiológico, es claramente superior. El nivel de coordinación chino es muy superior, y no queda ninguna duda de que China sale fortalecida de este proceso y Estados Unidos sale debilitado. Ahora bien, ¿qué significa el fortalecimiento chino, por un lado, y el debilitamiento estadounidense, por el otro? ¿Significa que China superará inevitablemente a Estados Unidos? Bueno, yo creo que nadie tiene la bola de cristal para afirmar algo así, pero lo que sí puede decirse es que se intensificará el conflicto entre Estados Unidos y China, y esto ya está bastante claro.

Este es un punto de llegada y, también, un punto de partida del análisis, porque hay evidencia bastante significativa de que está sucediendo algo más profundo. Veamos: la economía china y la economía estadounidense están profundamente integradas; China y EE. UU. son socios comerciales. Hasta 2010 se hablaba de una cooperación competitiva, o de una competencia cooperativa. Podemos decir que esto fue así hasta 2015, 2016… Básicamente, hasta el gobierno de Donald Trump. Y con Trump la cosa comienza a cambiar. Comienza a cambiar porque algunos conflictos empiezan a volverse inevitables.

Uno de los ejemplos es que Estados Unidos, durante los últimos años, comenzó a hacer uso de su «privilegio exorbitante» –lo que mencionaste, el hecho de que su moneda nacional sea el dinero mundial– como instrumento de guerra. El sistema de pagos controlado por Estados Unidos (Swift y otros mecanismos análogos) y, especialmente, el dólar, están siendo utilizados para sofocar a sus adversarios geopolíticos como Venezuela, Irán, etc. Las sanciones estadounidenses están pasando fundamentalmente por el sistema monetario-financiero internacional, sobre el cual siguen teniendo el control.

China y Rusia miran todo esto y dicen: «¡Epa! ¡Esto no huele bien!» Recordemos que hasta hace poco, China era la mayor detentora de bonos del Tesoro estadounidense. Este escenario de cooperación, que fue fundamental para el ascenso chino, parece estar recomponiéndose y reconfigurándose. Y esto indica una serie de conflictos: veamos, por ejemplo, el mar de la China Meridional, que ha sido señalado como uno de los espacios en donde la posibilidad de un conflicto, accidental o no, es más apremiante.

China resolvió proyectar su poder político y económico por el mundo con la denominada Nueva Ruta de la Seda. Necesita exportar capital e influencia y, al exportar capital, exporta influencia política, en una tentativa de integrar a otros actores a su alrededor. La presencia china en África, en América Latina, la guerra tecnológica alrededor de Huawei y del 5G, todo eso apunta a un escenario de conflicto en un momento en el que, hasta cierto punto, China se está fortaleciendo y Estados Unidos se está debilitando, aunque no será fácil para China.

Está también la cuestión rusa, precipitada por Europa en el caso de Ucrania, y en el marco de la cual una de las respuestas es marcar posición aquí, en Venezuela.

En fin, una hegemonía en decadencia tiende a ser un proceso extremadamente destructivo y doloroso. Vimos cómo se desarrollaron dos guerras mundiales a partir de un proceso similar. No fue poca cosa. Viviremos tiempos muy duros y es lamentable que Brasil esté en la posición en la que está con Bolsonaro y toda esa locura. Es difícil vislumbrar una salida a este problema que no implique más conflictos.

HA

Actualmente, en Brasil estamos asistiendo a un crimen aparentemente perfecto, pues en marzo el gobierno estaba cercado, pero Bolsonaro sobrevivió al descalabro de la pandemia y a la mala gestión sanitaria que hizo su gobierno, consiguió librarse de Moro y, a su vez, tiene una agenda ultraliberal que camina ahora en sus propios términos, con el apoyo y la tolerancia del Centrão. ¿Cómo se hace para revertir esto en términos políticos? ¿Es posible? 

EP

Es una pregunta importante y, al mismo tiempo, difícil, sobre todo por un motivo: hoy es virtualmente imposible que surja cualquier alternativa política robusta y sólida a Bolsonaro. Ese es el problema real. Casi todas las posibilidades de salida en este escenario fueron fulminadas. Consideremos, desde el punto de vista del espectro político, una de las cosas que señalé en mi análisis sobre los problemas que plantea el frente amplio: ¿qué es ese frente amplio construido por el «programa mínimo» del financierismo salvaje, que en realidad no es mínimo en ningún sentido, es máximo, dado que apunta a saquear el Estado en su totalidad? ¿Por qué ese programa se impone de manera tan clara en todo el campo político? Por una razón muy sencilla: porque el campo político está básicamente destrozado.

Veamos lo que quedó del PSDB. Consideremos ahora aquella recomposición de fuerzas de hace un tiempo, que estaba caracterizada por la antigua oposición, que jugó con el caos y ahora cosecha su propia destrucción. Todo el mundo se burló de la frase de Dilma: «no creo que aquel que vaya a ganar o aquel que vaya a perder, ni aquel que gane ni aquel que pierda, vaya a ganar o a perder. Todo el mundo va a perder». Pero lo cierto es que tenía razón: a esta altura, casi nadie está ganando con esta historia.

Entonces la política brasileña hoy está atrapada entre los financieros, por un lado, y los milicos, por el otro, porque eso es lo que quedó de la destrucción del campo político brasileño a lo largo de esa larga marcha de descomposición política e institucional de la que venimos, al menos desde 2015 a esta parte, o, en el caso de que se quiera ir un poco más atrás, desde 2013.

Ese es el primer punto: ¿cuál es una alternativa políticamente viable hoy? ¿Es Dória? ¿O es Huck? No hay más líderes. ¿Ciro? Difícil, teniendo en cuenta toda su desorientación y sus arrebatos. ¿Es Lula? Está muy frágil, está debilitado. ¿Y el PT? Es un problema político, un juego, una suma curiosa que nadie consigue resolver por su propia cuenta, pero lo cierto es que tampoco hay condiciones para que se construya una alianza política amplia que sea capaz de recomponer la dinámica política brasileña. Entonces estamos en ese impase, en esa anulación mutua de fuerzas en donde lo que queda, lo digo de nuevo, es un campo político atrapado entre el financierismo, la agenda liberal financiera de saqueo del Estado, por un lado, y los militares que, como dicen algunos, empuñan las armas cada vez que la situación amenaza con avanzar en una dirección «indeseable» desde su punto de vista, por decirlo de alguna forma.

Como dice Ricardo Salles, esta agenda económica está pasando como una estampida. La pandemia dificultó un poco el proceso, hasta cierto punto, con todo el asunto del auxilio que el gobierno tuvo que conceder a regañadientes, pero esto no alteró ni recompuso la dinámica. Mucha gente dice «¡sí, Bolsonaro va a caer!». Lo mismo se decía antes sobre Michel Temer: va a caer, va a caer… y no cayó. Porque ese es el escenario que está planteado ahora. No hay motivos para que caiga Bolsonaro. ¿Qué viene después de Bolsonaro? ¿Quién es capaz de entregar, desde el punto de vista de esa anulación mutua de fuerzas del campo político, lo que él les está «entregando» a esos dos sectores, a los militares y al mercado financiero? ¿Quién pondrá tan pronto a un Guedes a dirigir la economía? ¿Vamos a hacer un frente amplio? Bien, hacer un frente amplio es lidiar con ese problema fundamental. Se trata de las condiciones materiales para la posibilidad de un frente amplio, porque este discurso está girando en torno a propuestas idealistas, como si fuese cuestión de voluntad política, de buena o mala disposición de uno u otro lado, del egoísmo de este o de aquel. «Vamos a juntar a Marina, al PT, a Ciro, a Fernando Henrique, a todo el mundo»… No, deben darse condiciones objetivas para producir un frente amplio de este tipo, ¿dónde quedará el empresariado? ¿En qué medida el empresariado lo apoyará? Veamos lo que hace Guedes con el paquete de liquidez para los bancos…

Y, por ahora, ese es el frente amplio real y silencioso que está planteado. Tiene un programa, un conjunto de condiciones y fuerzas materiales que lo sustentan, y en torno a él gravitan los agentes políticos que siguen disputando esa tensión, su apoyo, etc. Basta mirar cuál es en la actualidad el principal foro de debate de la élite política del país: son los encuentros realizados por una gran agencia de inversiones brasileña, en el marco de los cuales esta gente se junta eventualmente. Nadie le hablará a la nación, nadie más le habla al país. Solo le hablan al mercado financiero, que es lo que les interesa y lo que les importa. ¿Quién cambiará esto? ¿Quién romperá con este tipo de cosas? Esa es la cuestión. Lo que está imposibilitando objetivamente la reconfiguración del campo político brasileño, y la transformación de la situación en la que nos estamos introduciendo, es justamente la aplicación de un programa que garantice, al menos para empezar a hablar, el apoyo político que queda todavía. ¿A dónde vamos? El frente amplio que están intentando construir mantiene el mismo programa que, en realidad, imposibilita materialmente la propia posibilidad de un frente amplio, ¿se entiende? Ese es el frente amplio «por la negativa» que describí antes.

Casi todo el mundo está de acuerdo en privatizar las instalaciones sanitarias, en mantener –una vez que salgamos de la situación pandémica, una vez que volvamos a la «normalidad»– la enmienda constitucional que le pone un techo al gasto público, en recortar el Estado social tanto como se pueda. Ese es el programa hegemónico que está planteado. Todo el mundo está codeándose para saber quién es el preferido de ese programa. Entonces, aparece el STF hablando de la necesidad de apoyar la actividad económica, y todo ese discurso del PIB contra el confinamiento, etc. Y parece que hay un malestar generalizado y nadie quiere hablar de eso, porque hablar de eso es llegar a una conclusión un poco trágica y, definitivamente, nadie quiere hablar de una conclusión trágica en medio de tanta tragedia. Pero hay que decirlo con claridad para poder enfrentar la situación, y lo cierto es que esta solo puede ser enfrentada si se ataca de hecho lo que hay en ella de fundamental. Hay que dar por tierra con todo ese programa, y eso solo puede lograrlo la movilización popular. ¿Con qué nos encontramos entonces? ¿Con un Bolsonaro alrededor del 30%, del 40%? Es un impase.

HA

¿Es posible tener alguna esperanza en este momento?

EP

Creo que hay que mapear la realidad de la mejor forma posible para transformarla. Es necesario comprender el campo de fuerzas y lo que está en juego, y movilizarse para realizar esa transformación. Creo que las izquierdas cederán al conformismo; falta radicalidad en la crítica y en las propuestas y, especialmente, audacia en la movilización política. Eso es lo que hay que atacar. Y hacer eso es encontrar otras formas de movilizarse, de organizarse, de construir la disputa política y social. Hay un espacio, efectivamente, para la radicalización, pero esta no surgirá de la nada. Debe ser activada por las fuerzas políticas que están buscando eso.

Es evidente que estamos en un escenario en el que las fuerzas políticas progresistas, de izquierda, están en general muy debilitadas, pero es posible. Dado el grado de inestabilidad y la descomposición del terreno, el impacto que puede tener una fuerza política estructurada y bien organizada es considerable. Entonces las malas noticias pueden ser también buenas noticias. Nuestro poder de intervención también puede ser importante en un escenario de descomposición si la gente sabe interpretar y entender la lucha contra la situación de una manera más efectiva. Creo que la derecha hizo esto durante el último período. El bitcoin, la blockchain, son ejemplos de esto, tal como me planteo demostrar. Tuvieron la capacidad de invención y la osadía de pensar una forma alternativa de organizar la sociedad y la economía en base a un conjunto de valores e intentaron ponerla en práctica. Creo que es hora de que la izquierda ensanche el horizonte de su imaginación política, de que repiense el rol de la tecnología y la dinámica económica en general para articular de nuevo un programa político, una utopía y nuevas formas de organización. Esa necesidad no es abstracta, es práctica y urgente, es una necesidad a la cual debemos dedicarle lo mejor de nuestra inteligencia y de nuestras acciones.

Sobre el entrevistador

Hugo Albuquerque es editor de Jacobin Brasil y de Autonomía Literaria, abogado y director del Instituto de Humanidad, Derechos y Democracia – IHUDD.

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Publicado en Brasil, Economía, Entrevistas, homeCentro5 and Política

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