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Enfrentamos una generalización del principio de protección en el marco de lo que podría definirse como la era del pangolín.

La era del pangolín

Traducción: Valentín Huarte

El populismo puede no ser la vía regia de la política, pero mantendrá vigencia en la medida en que la «protección» siga siendo el lema de la era del COVID. Por su parte, la izquierda, si no quiere cederle el terreno a la derecha populista, debe desarrollar un programa persuasivo a favor de la protección social.

 
 

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Con la salida de Trump de la Casa Blanca, el reflujo de otros liderazgos populistas de derecha y la derrota electoral de distintos proyectos populistas de izquierda en Europa y en Estados Unidos, la idea de que «el populismo se terminó» parece imponerse en el mundo periodístico y en los sectores políticos centristas de Occidente. En algunos sectores de la centroizquierda, estimulados por la victoria de Joe Biden y por la elección de Keir Starmer como líder del Partido Laborista en el Reino Unido, se empieza a forjar una narrativa «pospopulista». 

De acuerdo con esta perspectiva, las distintas insurgencias de la izquierda, las fuerzas de derecha y los movimientos de protesta que llegaron a ser vistos, durante los años 2010, como la expresión de un «momento populista» común, habrían llegado a su fin. El populismo –independientemente de lo que haya significado para distintas personas– habría sido solo una fugaz anomalía. Ahora la política podría retornar al neoliberalismo y a una supuesta idoneidad característica de los años 1990 y 2000. Sin embargo, las causas subyacentes del momento populista todavía están ahí: la desigualdad creciente, la financierización de la economía y la angustia existencial que genera un mundo signado por todo tipo de amenazas. Lo más probable es que la crisis del COVID-19 termine haciendo que estos temas se vuelvan todavía más apremiantes y que el descontento social se vuelva más visible. 

Aun si el «populismo» –en el sentido general de una política que convoca a que la gente común se oponga a las élites neoliberales– sigue siendo una de las tendencias principales de la política contemporánea, es necesario reconocer los límites de la teoría que lo respalda. El problema principal es el formalismo que ha dominado los debates sobre este fenómeno. Para Ernesto Laclau, el populismo es una lógica discursiva basada en interpelaciones popular-democráticas. Esta teoría permite explicar fenómenos políticos muy distintos que comparten una lógica discursiva común. Pero nos mantiene en la perplejidad a la hora de desarrollar una estrategia coherente, de identificar el bloque social o la alianza de clases a la que deberíamos convocar y de definir el tipo de políticas concretas o de reivindicaciones que podríamos forjar para cimentar este bloque.

 


Es tiempo de ir más allá de la discusión genérica sobre el populismo para prestar atención al contenido de la política populista y a las demandas concretas que emergieron de la contienda prolongada entre el neoliberalismo y el populismo.


 

Es tiempo de ir más allá de la discusión genérica sobre el populismo, que lo concibe como una forma política maleable, para prestar atención al contenido de la política populista, a las demandas concretas que emergieron de la contienda prolongada entre el neoliberalismo y el populismo, y al tipo de imaginario político que los sostiene. Entre estas demandas, la cuestión de la protección en sus múltiples declinaciones políticas –tanto en las progresivas como en las reaccionarias– es fundamental. En sociedades temerosas, impregnadas por la angustia del colapso social y medioambiental, la cuestión de la protección es el suelo sobre el cual se desarrollará en el futuro el populismo antineoliberal y sobre el cual darán batalla sus distintas ramas para determinar cuál es la que realmente representa al pueblo.  

El populismo y la política de la protección

En una época en la que la gente se siente vulnerable frente a toda una serie de peligros que parecen atentar contra sus formas de vida, la cuestión de la protección se plantea como uno de los ejes fundamentales del discurso político. La emergencia del COVID-19 ha estado signada por la prominencia del imaginario de la protección: los equipos de protección personal, las burbujas de protección y toda una serie de protecciones frente al contagio ocupan el centro de la escena. 

Además, tal como sugirió Chantal Mouffe, la cuestión de la protección se está volviendo cada vez más relevante debido el cambio climático y a la amenaza existencial que representa para el hábitat humano. La adaptación climática requerirá todo tipo de estructuras de protección: desde dunas de defensa en las costas hasta el reforzamiento de los edificios, pasando por el intento de disminuir el impacto de la pérdida de la biodiversidad. La crisis económica que se profundiza también está planteando la necesidad de enmendar las estructuras de protección social para contener la marea de pobreza y desesperación. En la actualidad, para citar un famoso meme de Toy Story, hay «protección por doquier». 

En un sentido, la política siempre consistió en proteger y garantizar las condiciones mínimas de supervivencia de la sociedad. A fin de cuentas, las autoridades de la República de Platón son denominadas «guardianes» y su función consiste en ser los «protectores de la ciudad». De manera similar, Thomas Hobbes creía que la protección era lo que el gobernante le ofrecía a sus súbditos a cambio de su obediencia.

Si este término suena extraño en la actualidad, es porque el neoliberalismo excluyó cualquier elemento discursivo que hiciera referencia a la protección, concebida como una forma política colectivista, paternalista y como un obstáculo a la apertura y al espíritu empresarial. Sin embargo, en tiempos de neoliberalismo tardío y estancamiento prolongado, cuando todas las expectativas de mejoría se debilitan frente al miedo al declassement social, los mecanismos de protección básicos que garantizan la reproducción social y la continuidad de la existencia de la sociedad vuelven a ser prioritarios. 

Enfrentamos una generalización del principio de protección en el marco de lo que podría definirse como la era del pangolín, denominación que remite al instinto defensivo del único mamífero cubierto de escamas que, a su vez, ha sido acusado de ser el origen zoonótico del COVID-19.

 


Enfrentamos una generalización del principio de protección en el marco de lo que podría definirse como la era del pangolín



 

La demanda actual de protección emana de la sensación de exposición engendrada por la globalización neoliberal. La absorción de las economías nacionales por el mercado global ha generado un sentimiento de exposición a las fuerzas invisibles del capital, lo cual dio lugar a una reacción de retroalimentación negativa. El clima político contemporáneo recuerda al instinto de autoprotección de la sociedad que describió Karl Polanyi al comentar la crisis de las sociedades occidentales durante los años 1930. Desde el comercio hasta la salud, desde el medioambiente hasta la cultura, desde los derechos de los trabajadores y las trabajadoras hasta la democracia, muchos de los temas fundamentales de la actualidad pueden ser comprendidos si se los mira a través del lente de la protección. Enfrentando la rapacidad del capitalismo extractivo, cuyo ejemplo más sobresaliente es la acción de las empresas digitales, los ciudadanos y las ciudadanas exigen que se protejan sus formas de vida, sus comunidades y, en última instancia, sus medios de subsistencia.

La manifestación más visible de esta política de la protección se ha observado hasta ahora en la derecha populista. Además de las demandas de protección de la identidad frente a las personas migrantes y a las minorías, la derecha populista ha adoptado una forma de proteccionismo comercial, observable en las guerras comerciales que Trump desplegó no solo contra China, sino también contra México, Canadá y la Unión Europea. Se trata simplemente del signo más visible de un desplazamiento profundo de las representaciones populares. De hecho, el manifiesto electoral de Joe Biden también contiene medidas típicamente proteccionistas, como la promesa de dirigir la inversión estatal hacia la industria nacional y castigar a las empresas que deslocalizan sus centros de trabajo. 

Incluso la Unión Europea, que hasta hace poco se presentaba como la partidaria más entusiasta de la apertura comercial, está cambiando su actitud, tal como ejemplifica la consigna de Emmanuel Macron: «une Europe qui protège» [una Europa que protege]. El culto del mercado global y de las economías orientadas hacia la exportación está cediendo frente a un imaginario diferente, en el cual gana preeminencia la cuestión de la seguridad, estrechamente vinculada con la protección.  

La política de la protección también se manifiesta en las demandas que apuntan a proteger la soberanía nacional. Mientras que en Europa y en Estados Unidos este discurso es propiedad de la derecha populista, en América Latina ha estado frecuentemente asociado a la izquierda. Dada la larga historia del imperialismo estadounidense en América Latina, la reivindicación de «proteger la soberanía nacional» ha sido un mantra común repetido por dirigentes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Luiz Inácio Lula da Silva, que a su vez se inspiran en la larga lucha de Cuba y de Fidel Castro contra EE. UU. En una época en la cual las empresas transnacionales están ávidas de recursos minerales que abundan en América Latina, como el litio en Bolivia, la soberanía sigue siendo una cuestión crucial para una política democrática. 

De manera similar, al afirmar la preeminencia de las comunidades locales sobre el imperativo de las ganancias del mercado global, los distintos movimientos populistas dan batalla frente al colonialismo digital de las empresas como Amazon, que devastan las economías locales para apropiarse del valor y de las ganancias. Por lo tanto, es la protección, y no la apertura, la que se ha convertido en la idea principal que condensa el espíritu de estos tiempos turbulentos.

¿Quién me protegerá?

La batalla por la hegemonía política en este futuro posneoliberal y el desarrollo del populismo antineoliberal se juegan, entonces, alrededor de la cuestión de la protección. Las distintas políticas de protección –o, podríamos decir, los distintos «proteccionismos»– dominan la escena de la política contemporánea, mientras distintas fuerzas intentan dar respuesta a una demanda que surge de la población. Desde el declarado proteccionismo comercial de Trump hasta los nuevos proteccionismos ecosocialistas que demandan que algunas actividades económicas sean relocalizadas bajo control comunitario, los conflictos políticos contemporáneos se plantean, en general, como «conflictos de protección». La cuestión es cuál de estas políticas de protección prevalecerá. 

 


La batalla por la hegemonía política en un futuro posneoliberal se juega alrededor de la cuestión de la protección.



 

Hay quienes piensan, sobre todo en el campo de la intelligentsia progresista europea, que la demanda de protección es irremediablemente autoritaria y conservadora. Sin embargo, esta sospecha ignora el hecho de que la demanda surge de una experiencia real de fragilidad y exposición engendrada por la globalización neoliberal. La izquierda debe abandonar este esnobismo obtuso y desarrollar un discurso progresivo sobre la protección, centrándose en algunas de sus formas, como la protección social y medioambiental, que son fundamentales para el desarrollo de una agenda ecosocialista. Con este objetivo, debe desarrollar una alternativa al «proteccionismo de las clases propietarias», que apunta meramente a la protección del sistema de relaciones de propiedad existente. Por el contrario, la izquierda debe enfocarse en el «proteccionismo social», que apunta a promover las estructuras básicas de protección de las cuales dependen todas las personas para desarrollar su vida común: servicios públicos, mecanismos de seguridad social, protección del medioambiente y protección de los derechos de las minorías. 

La crisis del coronavirus nos ha hecho conscientes de cuánto dependemos de estas instituciones de protección y de lo estúpido que fue deshacernos de ellas en nombre de un individualismo posesivo, un espíritu empresarial elitista y una apertura comercial egoísta. Es tiempo de sacar las conclusiones de esta lección y hacer de la protección una demanda clave en la lucha del pueblo contra las élites neoliberales. A fin de cuentas, la inseguridad absoluta de la que saca partido la derecha nacionalpopulista solo podrá ser derrotada reforzando la protección social y garantizando que las personas se sientan seguras. Si lo hacen, las tendencias socialistas que hayan sabido extraer las lecciones principales del momento populista serán capaces de construir sociedades que puedan mirar con confianza al futuro y a los otros países.

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