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Contra el ultraizquierdismo

Traducción: Valentín Huarte

El izquierdismo fue criticado, desde las discusiones «fundacionales» con el anarquismo en la Primera Internacional, por presentar ultimátums a las masas trabajadoras, despreciando sus estados de ánimo o la naturaleza de sus organizaciones.

«Solo la lucha cambia la vida» es un eslogan correcto, pero puede inducir una distorsión de inspiración anarcosindicalista. Porque puede ser la antesala de una conclusión equivocada. Es común que vaya asociado al eslogan «las elecciones no cambian nada». Hay algo de verdad en esta idea, porque las elecciones, cuando son comparadas con las revoluciones, se presentan como un terreno desfavorable.

Pero, si no estamos frente a una situación revolucionaria inminente, las elecciones son muy importantes. Por lo tanto, cuando aquella idea se transforma en dogma, se vuelve ajena a la tradición marxista. No somos indiferentes ni a las elecciones ni a su resultados. Porque las elecciones son, en una situación defensiva, la forma concentrada de la lucha política. Y una orientación marxista se define por la necesidad de elevar todas las luchas populares al nivel de la lucha política, o sea, a responder a la pregunta de quién debe gobernar. Más allá de eso, los resultados electorales inciden en la relación social y política de fuerzas. Por lo tanto, no es verdad que no tengan importancia. Pero esta discusión no es nueva y es interesante conocer sus antecedentes.

El movimiento socialista internacional, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, no se dividió solamente entre tendencias reformistas y revolucionarias. Estos fueron los dos campos programáticos decisivos en el marxismo pero, así como quienes se reivindicaban gradualistas o reformistas se veían acosadas, a izquierda, por el fantasma del centrismo, las corrientes identificadas como radicales o revolucionarias tuvieron que diferenciarse de sus sombras ultraizquierdistas.

Cuando Marx articuló la Primera Internacional, la referencia de una organización socialista era un partido obrero –una organización unificada, una sección, en cada país– todavía muy poco diferenciado de los sindicatos y de las asociaciones de ayuda mutua, las fraternidades y las cooperativas.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, los partidos socialistas europeos, los primeros en conquistar una influencia de masas, comenzaron a convivir con varias tendencias políticas en su interior: el debate de Bernstein sobre la posibilidad de una transición electoral pacífica al socialismo provocó una diferenciación en dos campos principales, de donde surgieron también el centrismo y el ultraizquierdismo.

Estos campos expresaban las experiencias sociopolíticas de distintos sectores: parlamentarios electoralistas, intelectuales nacionalistas exaltados, líderes sindicales burocratizados, funcionarios del aparato de organización de los partidos de la Segunda Internacional y, en el otro extremo, la militancia de base más combativa y activistas estudiantiles más jóvenes. La mayoría de los trabajadores manuales se mantuvo leal a la dirección histórica –en Francia Jaurés, en Alemania Bebel– que arbitraba entre las tendencias reformistas, el centro y la izquierda revolucionaria.

La unidad de este movimiento obrero se mantuvo hasta la victoria de la Revolución de Octubre, salvo en el caso de Rusia, en donde los bolcheviques construyeron una corriente independiente, luego de idas y vueltas en 1912. En la Tercera Internacional, cuando se planteó el debate sobre las veintiuna condiciones para la afiliación de las secciones recién creadas, los ultraizquierdistas atribuyeron los vicios oportunistas, al momento en que estalló la Primera Guerra Mundial, a la existencia legal del movimiento obrero y el reflejo internacionalista a las virtudes de la clandestinidad bolchevique.  Esta conclusión era unilateral y equivocada. Los bolcheviques aprovechaban todos los espacios legales posibles con máxima osadía.

Pero lo cierto es que la época en que los marxistas estaban todos en un mismo partido se cerró, de forma paradójica, con la victoria de la primera revolución socialista en 1917. La lucha de los movimientos obreros confirmó que, a pesar de que el proletariado era comparativamente la menos heterogénea de las clases de la sociedad moderna, sufría también diferenciaciones internas objetivas y subjetivas que impedían que fuese representada políticamente en un solo partido. La clase trabajadora padece con los preconceptos machistas, racistas y homofóbicos. Se divide entre trabajadores productivos y de servicios, trabajadores manuales e intelectuales, trabajadores vinculados a las grandes empresas y trabajadores vinculados a los pequeños comercios, trabajadores que habitan en grandes ciudades y trabajadores dispersos en el interior, educados y analfabetos: son muchas las diferencias objetivas. Las diferencias políticas e ideológicas que surgen de esto no son menores y traducen distintas presiones sociales.

La fracción bolchevique no se enfrentó solamente a las adaptaciones oportunistas. Sobrevivió a su vez resistiendo a las presiones ultraizquierdistas. En respuesta a las polémicas que precedieron al Segundo Congreso de la Tercera Internacional, cuando una parte de las secciones europeas recientemente creadas sufría fuertes presiones ultraizquierdistas, Lenin escribió en su clásico Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo:

En 1908, los bolcheviques ‘de izquierda’ fueron expulsados de nuestro partido por su empeño en no querer comprender la necesidad de participar en un ‘Parlamento’ ultrarreaccionario. (…) Se apoyaban, sobre todo, en la feliz experiencia del boicot de 1905. Cuando el Zar anunció en agosto de 1905 la convocatoria a un ‘Parlamento consultivo’, los bolcheviques, en contra de todos los partidos de oposición y de los mencheviques, declararon el boicot a ese Parlamento, que fue barrido, en efecto, por la revolución de octubre de 1905. Entonces, el boicot fue justo, no porque esté bien abstenerse en general de participar en los parlamentos reaccionarios, sino porque se tuvo en cuenta con acierto la situación objetiva, que conducía a la rápida transformación de las huelgas de masas en huelga política; después, en huelga revolucionaria y, luego, en insurrección. (…) Pero trasladar ciegamente, por simple imitación, sin espíritu crítico, esta experiencia a otras condiciones, a otra situación, es el mayor de los errores. (…) Hoy, cuando se echa una mirada retrospectiva a este período histórico (…) se comprende con singular claridad que los bolcheviques no habrían podido conservar (y no digo ya afianzar, desarrollar y fortalecer) el firme núcleo del partido (…) durante el período de 1908-1914 si no hubieran defendido (…) la combinación obligatoria de las formas legales de lucha con las formas ilegales, la participación obligatoria en un Parlamento ultrarreaccionario.

El ultimatismo fue, según la valoración leninista, la expresión «químicamente pura» del voluntarismo. El izquierdismo fue criticado, desde las discusiones «fundacionales» con las tendencias anarquistas en la Primera Internacional, por presentar ultimátums a las masas obreras, despreciando sus estados de ánimo y la naturaleza de sus organizaciones. En la tradición marxista existieron, a grandes rasgos, tres formas clásicas de tácticas ultraizquierdistas:

(a) Se manifestó como una proclamación de acciones que las masas no estaban dispuestas a realizar, como por ejemplo, los boicots electorales; ocupaciones de fábricas y predios públicos; mantenimiento de huelgas «cueste lo que cueste»; el más común e indefectible llamado a la huelga general; el sustitucionismo asumió también una forma militarista, la intimidación armada a las clases dominantes mediante la acción ejemplar de comandos justicieros.

(b) Se tradujo en consignas radicales, como la clásica discusión sobre los índices de aumento salariales –¿10% o 50%? – o la polémica, también recurrente, sobre el valor de los salarios mínimos y los pisos salariales; o con el infalible «abajo el gobierno», que las masas todavía no comprendían, o porque no sentían confianza en sí mismas, o porque su experiencia era insuficiente;

(c) Asumió la forma de un ultimatismo a las organizaciones: abandonar los sindicatos con direcciones moderadas, sin importar si la mayoría del movimiento las reconocía o no. El elemento común a todas estas tácticas ultras fue el desprecio por el proceso de aprendizaje sindical y parlamentario de las masas.

El ultraizquierdismo busca la consistencia en un programa. Se caracteriza por una perspectiva sustitucionista: le plantea a los trabajadores y a la juventud proyectos, reivindicaciones y acciones con los cuales estos, en su mayoría, no se identifican, anticipándose a la experiencia del grueso de la clase. Algunas veces, apoyándose sobre sectores más radicalizados, están dispuestos a realizar acciones ejemplares para amedrentar a sus enemigos e incentivar a sus aliados.

El obrerismo de las tendencias «ultras» –sean marxistas o anarquistas– tendió a ser inversamente proporcional a su implantación real en los medios obreros que fue, históricamente, raquítica. Tuvo en su raíz una apreciación sobrevalorada de las relaciones de fuerza políticas y sociales. Las políticas ultras subestiman las fuerzas reaccionarias y los obstáculos a la movilización y a la organización de los trabajadores, comenzando por la falta de confianza del pueblo en sí mismo. Su afán voluntarista requiere de una identidad fuerte y de una gran cohesión interna.

El sectarismo infectó tanto a las corrientes ultras como a las reformistas. Las corrientes moderadas fueron, con frecuencia, mucho más frentistas con los que estaban políticamente a su derecha y furiosamente sectarias con quienes luchaban a su izquierda.

Una delimitación política clara y una demarcación ideológica firme no bastan para decir que una organización es una secta. No son sectarios quienes dicen lo que piensan, aun si critican a otros. Lo contrario del sectarismo no es el tacto ni la diplomacia, sino la disposición de intervenir en la realidad y aprender de esa intervención. Sectarios son los que sacrifican la posibilidad de que las luchas avancen, privilegiando otros desacuerdos, confesando su impotencia. En los años treinta, Trotsky definió el sectarismo en los siguientes términos:

Para el marxista, la discusión es un arma importante, pero funcional, de la lucha de clases. Para el sectario, la discusión es un fin en sí mismo. Sin embargo, cuanto más discute, menos comprende las tareas verdaderas. Es como un hombre que sacia su sed con agua salada: cuanto más bebe, más aumenta su sed. De ahí su irritación constante. ¿Quién puso la sal en su vaso? Los «capituladores» del Secretariado Internacional, claro esta. Para el sectario, todo aquél que trata de explicarle que la participación activa en el movimiento obrero exige el estudio permanente de la situación objetiva en lugar de los consejos altaneros pronunciados desde la tribuna profesoral sectaria, es un enemigo. En lugar de dedicarse a analizar la reali­dad, el sectario se dedica a las intrigas, rumores e histeria.

Basta que exista una pequeña audiencia para las posiciones izquierdistas – cuando hay poca disposición de lucha, o la experiencia de los trabajadores con el capitalismo es insuficiente– para agigantar las debilidades de las pequeñas organizaciones, y estimular las degeneraciones peligrosas: una superconcentración de poder en unos pocos, o incluso en un único dirigente, que considera que es necesario disminuir, humillar y destruir políticamente a los otros como rivales; la demonización de la polémica de opiniones dificulta la convivencia con la diferencia y fortalece una homogeneidad artificial, que deja de ser construida en torno a ideas y pasa a ser celebrada en torno a los líderes.

Las organizaciones que no encuentran un camino de construcción en la clase trabajadora pueden tomar la forma de sectas, bajo la doble presión de la adversidad y del aparatismo, teniendo al frente a un jefe que se cree «infalible como el Papa». Muchas veces se refugian con frecuencia en el propagandismo estéril, y demuestran ser indefensas frente a las presiones «lúmpenes» de los medios bohemios. Sin embargo, el hecho de que sean frágiles no las hace inofensivas.

Fuente:  Forum, 26/08/2020

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Publicado en Artículos, Estrategia, Historia, homeCentro5 and Ideas

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