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Máscaras de Tupac Amaru en una movilización durante el gobierno de Velasco en Perú. (Foto: Jesús Ruiz Durand)

La rebelión de Tupac Amaru todavía perdura

Traducción: Valentín Huarte

El 10 de noviembre de 1780 José Gabriel Condorcanqui Noguera, mejor conocido como Tupac Amaru, le tendió una trampa mortal al corregidor español Arriaga. Una multitud estupefacta presenció cómo una autoridad indígena ejecutaba a un español y prometía un mundo más justo. Comenzaba la rebelión de Tupac Amaru.

La tensión se extendió por los Andes en el siglo dieciocho. Las autoridades coloniales aumentaron los impuestos, exigieron más trabajo gratis de la población campesina y privaron a las comunidades indígenas de su autonomía. Se produjeron decenas de revueltas. Sin embargo, ninguna igualó en magnitud, violencia ni impacto a la rebelión de Tupac Amaru de 1780-1783.

El 4 de noviembre de 1780 José Gabriel Condorcanqui Noguera, quien utilizaba cada vez más su nombre incaico Tupac Amaru, se juntó a almorzar con Antonio Arriaga, una autoridad española local. Se encontraron en Yanaoca, una ciudad con una vasta población indígena (quechua) a ochenta kilómetros de Cusco, la antigua capital Inca. Tupac Amaru era el curaca, autoridad étnica que se encargaba de la recolección de los tributos personales y de mantener el orden en tres ciudades cercanas. Como corregidor, Arriaga recibía ingresos fiscales, organizaba la odiada mita de Potosí y vigilaba la región. Se conocían bien y, aunque seguro hablaron de deudas y otros temas desagradables, probablemente compartieron una buena comida y tuvieron una conversación amena junto al resto de los invitados. Emprendieron el retorno juntos, pero Tupac Amaru se separó en medio del camino.

Tupac Amaru y sus aliados se adelantaron rápidamente hacia un lugar oculto por donde pasaba la ruta de Arriaga. Saltaron sobre el corregidor y, luego de mucha confusión y de un intento de escape, lo llevaron encadenado a Tungasuca. Tupac Amaru forzó a Arriaga a pedir dinero y armas a su tesorero y expropió mosquetes, balas, pólvora, oro, plata, mulas y otros bienes. Tupac Amaru invitó a Tungasuca a propietarios locales y a figuras militares y ordenó a los curacas que le envíen a sus indios.

El 9 de noviembre se congregó una gran multitud en Tungasuca. Tupac Amaru y sus representantes habían encarcelado a algunas autoridades españolas, pero ordenaron a los europeos, mestizos e indios que se unieran a sus filas militares. Estaba vestido elegantemente, combinando ropa europea aterciopelada con florituras incas como la túnica, una uncu, y una cadena de oro con el sol inca o Inti. Al día siguiente volvió a reunir una multitud de miles de personas.

Su esposa, Micaela Bastidas, lo acompañó durante estos días dramáticos en los que nadie sabía bien qué estaba sucediendo. Se dice que tomaban las decisiones juntos. En una actuación coreográfica, Tupac Amaru y su séquito llevaron a Arriaga a unos cadalsos construidos apresuradamente. Tupac Amaru afirmó que el rey había abolido la alcabala (impuesto sobre ventas) y acusó a Arriaga de aplicar este y otros aborrecidos impuestos y exigencias sobre los pueblos indígenas. Dijo repetidamente que actuaba en nombre del rey y abolió no solo el impuesto sobre ventas sino también los centros aduaneros, el reparto (venta forzada de bienes) y la mita. Habló en quechua, la lengua de los incas y la de la gran mayoría de la población local. Los verdugos obligaron a Arriaga a que cambie su uniforme militar por un simple hábito franciscano. Antonio Oblitas, esclavo negro de Arriaga, fue quien llevó adelante el ahorcamiento. La multitud estupefacta presenció cómo una autoridad indígena ejecutaba a un español y prometía un mundo más justo.

Había comenzado la rebelión de Tupac Amaru.

El camino a Cusco

Tupac Amaru llevó sus tropas recién armadas hacia sur. Saquearon fincas y talleres textiles u obrajes (que con frecuencia eran utilizados como cárceles), capturaron autoridades españolas y reclutaron soldados. Tupac Amaru dio grandes discursos en las plazas, llamando a que todo el mundo se uniera a él para luchar contra las injusticias impuestas por los corregidores. Su ideología combinaba la resurrección inca con varias tendencias de tradiciones contestatarias españolas. Buscaba crear un movimiento multiétnico, invitando a que se unieran a él los españoles «buenos», los criollos, los mestizos y los indígenas. Siendo un devoto católico, lo acompañaba siempre un cura. Su ejército fue creciendo rápidamente a medida que se acercaba al área del lago Titicaca. La temporada de lluvias recién comenzaba y el campesinado indígena tenía muchos meses libres antes de la cosecha. Quienes estuvieron presentes describen al noble Tupac Amaru y a su pobre pero motivado ejército como un torbellino que atravesaba los Andes.

Micaela Bastidas se quedó en Tungasuca pero jugó un rol fundamental en la rebelión. Estaba a cargo de la logística, asegurándose de que las tropas contaran con suficientes recursos, especialmente armas improvisadas y comida. Las hojas de coca animaban al ejército. También se comunicaba con otras ciudades y destacamentos rebeldes, buscando incrementar el apoyo a la rebelión, mantener la disciplina y averiguar qué hacían las autoridades en Cusco. También estaba atenta a la marcha de su esposo y lo alertaba sobre los peligros, recordándole la necesidad de atacar Cusco antes de que llegaran refuerzos españoles de Lima o de cualquier otro lugar.

Las autoridades de Cusco vivieron la ejecución de Arriaga como un hecho impactante, aunque creyeron que se trataba de una revuelta local, algo muy común en los Andes del siglo dieciocho. Informaron sobre el acontecimiento a Lima y enviaron las milicias. Sin embargo, las tropas rebeldes triunfaron el 18 de noviembre en la batalla de Sangarará. Los informes hablaban de quinientos muertos, incluyendo veinte europeos; las tropas rebeldes liberaron a veintiocho criollos. La majestuosa iglesia de Sangarará ardió entre las llamas, probablemente iniciadas por la pólvora de las tropas reales. Sin embargo, las autoridades culparon a las tropas rebeldes y comenzaron una campaña efectiva en su contra, acusándolas de herejes que solo querían incendiar las iglesias. El obispo de Cusco, Juan Manuel Moscoso y Peralta, excomulgó a Tupac Amaru.

Siguiendo el consejo de Micaela, Tupac Amaru volvió a Tungasuca a mediados de diciembre. Justo antes del año nuevo, decenas de miles de rebeldes marcharon hacia la capital inca. Ambos bancos tenían espías y centinelas. Las escaramuzas hicieron que la marcha fuese más lenta. Pero los últimos días de diciembre, alrededor de 40 mil rebeldes rodearon la ciudad. La población de Cusco esperaba una confrontación épica y tal vez un largo asedio. Sin embargo, las tropas rebeldes dudaron. Hay quienes piensan que a Tupac Amaru le preocupaba tener que matar a los miles de indios que las autoridades españolas pondrían en la primera línea. Quería entrar como un salvador, no como un invasor. Las autoridades habían organizado bien la ciudad y su ejército hostigó a las tropas rebeldes y sus campamentos. Pelearon en la periferia durante casi una semana, y el 10 de enero de 1781 Tupac Amaru y sus tropas se replegaron hacia el sur.

La ejecución de Tupac Amaru

Existen debates acerca de las causas de este fracaso en la toma de Cusco. Hay quienes argumentan que estuvo en juego un interés humanitario, su deseo de no tener miles de bajas en ambos bandos. También hay quienes piensan que le preocupaba el hecho de que, una vez que las tropas rebeldes tomaran la ciudad, serían vulnerables a un ataque desde Lima. Tal vez se dio cuenta de que no tenía el apoyo que esperaba en la ciudad.

Una semana luego del repliegue de las tropas rebeldes, llegaron más de 15 mil soldados desde Lima. Tenían caballos, armas y provisiones aparentemente ilimitadas. El mando era español pero la mayoría de los soldados de infantería eran mulatos y miembros de las clases bajas de raza mixta de Lima. Se beneficiaron del apoyo del curaca Chinchero, Mateo Pumacahua, que tenía cientos de tropas indígenas bajo su mando. Luego de unos pocos días de descanso, el ejército real persiguió a las tropas rebeldes hacia el sur.

Tupac Amaru coordinó sus tropas mientras Micaela vigilaba la construcción de fortificaciones. Las tropas rebeldes sacaron provecho de la topografía escarpada de la región, lanzando rocas desde las cimas, bloqueando los pasajes y realizando ataques relámpago luego de los cuales se escabullían por las colinas empinadas. El ejército realista se adaptó, manteniendo su caballería en los valles y utilizando estratégicamente tanto sus mosquetes y cañones como sus soldados indígenas. Ambos bandos se adjudicaban la victoria y se quejaban de que el otro se retiraba en lugar de luchar. Las tropas rebeldes pelearon con divisiones internas, dado que un sector criticaba el fracaso de la toma de Cusco. Más importante todavía era el hecho de que en marzo quienes apoyaban a las tropas rebeldes debían volver a sus hogares para la ajetreada temporada de cosecha. Como consecuencia, desertaron cientos –si no miles— de combatientes.

A comienzos de abril, el ejército real guio a las tropas rebeldes hacia una emboscada, matando a cientos de soldados, tomando posesión de sus rústicos cañones y destruyendo sus fortificaciones. El 7 de abril capturaron a Micaela, a dos de sus hijos y a otros miembros de la familia cuando intentaban escapar hacia el sur. Habían esperado demasiado tiempo a Tupac Amaru. El líder rebelde continuó con el plan de escape que había diseñado y llegó a la ciudad de Langui. Dos de sus seguidores lo alentaron a descansar antes de continuar. Se dio cuenta demasiado tarde de que se trataba de una trampa. Lo mantuvieron hasta que dos miembros del ejército llegaron para atarlo, ansiosos por cobrar la recompensa por su captura. Un batallón bien armado llevó a los prisioneros hasta Cusco. Antes de partir, el ejército real mató a cientos y tal vez a miles de rebeldes en el área central.

Las autoridades coloniales realizaron juicios veloces contra los prisioneros. Querían información acerca de quiénes habían apoyado la rebelión, particularmente en las ciudades de Cusco y Lima. La potencia de la rebelión había impactado a las autoridades. Cuando se negó a dar nombres, torturaron a Tupac Amaru con la garrucha y el sistema de poleas para romperle los huesos. El visitador José Antonio de Areche sentenció a muerte a Tupac Amaru, a Micaela Bastidas y a su círculo cercano. También presentó un plan draconiano para liberarse de la población quechua, de la cultura indígena y de la memoria de los incas. Esta visión distópica apuntaba a ponerle fin a la rebelión e imponer una mayor presencia española en los Andes. Fracasó en ambas tareas.

El 18 de mayo, los verdugos escoltaron hasta los patíbulos de la plaza principal de Cusco a los dos líderes rebeldes, a uno de sus hijos (Fernando, el más pequeño, tenía solo trece años y era demasiado joven para la pena de muerte, aunque fue obligado a mirar) y a otras siete personas. Colgaron a los hombres y utilizaron el garrote para asfixiar a Tomasa Tito Condemayta, una líder rebelde curaca. Micaela y José Gabriel fueron los últimos. Los ejecutores le cortaron la lengua a Micaela y luego aplicaron el garrote. No funcionó, motivo por el cual la estrangularon con una soga. Los verdugos cortaron la lengua de Tupac Amaru y ataron sus miembros a cuatro caballos para que lo descuartizaran. De alguna manera esto no bastó para matar al líder rebelde, así que Areche improvisó y ordenó que lo decapitaran. Las autoridades exhibieron sus partes en todo el territorio rebelde.

La rebelión es aplastada

Las autoridades españolas creían que esta horrible ejecución marcaría el fin de la rebelión. Pero se equivocaban. Mariano (el hijo mayor de Tupac Amaru y Micaela), junto a Diego Cristóbal (primo de Tupac Amaru) y Andrés Mandigure (un pariente de Micaela) habían logrado evadir la captura y dirigieron una segunda fase de la rebelión. Eran muy jóvenes: 18, 26 y 17 años respectivamente. Llevaron la rebelión hacia el sur, hacia el lago Titicaca y, a diferencia de Tupac Amaru, estaban dispuestos a atacar a españoles, criollos y curas. El ejército real reaccionó con brutalidad y la situación escaló hasta convertirse en una guerra total. No se tomaron prisioneros y se contaron atrocidades en ambos bandos durante la segunda mitad de 1781 y durante 1782. El ejército real enfrentó la escasez de suministros en la gran meseta y en las cimas del sur de los Andes. La infantería de Lima se vio en dificultades por la altura (gran parte de la lucha se desarrolló a 4000 metros), por el frío y por el hambre.

Las tropas rebeldes coordinaron con los Kataristas los levantamientos que convulsionaron Charcas, región que se convirtió en Bolivia. Compartían información con Tupac Katari, que organizó el agotador asedio a La Paz. Había adoptado su nombre en honor a Tupac Amaru y los hermanos Katari que iniciaron la rebelión. Hacia fines de 1781, el ejército real contemplaba con angustia cómo las tropas rebeldes controlaban buena parte del territorio que se extendía desde las minas de Potosí hasta Cusco. La rebelión había entrado en su fase más violenta y poderosa.

Las autoridades españolas estaban divididas y disputaban el rumbo a seguir. Los sectores más moderados reconocían que tenían malas perspectivas y buscaban una negociación con las tropas rebeldes. En cambio, quienes sostenían la línea más dura querían una victoria militar. Al final, prevaleció la línea moderada y se abrieron canales de negociación. Las autoridades rebeldes recordaban, exhaustas, el destino de Tupac Amaru y Micaela Bastida, y también se daban cuenta de que la continuación de la campaña de guerra produciría hambrunas en el altiplano. Aceptaron un armisticio, terminando la segunda fase con negociaciones en lugar de con una batalla.

Sin embargo, durante los meses siguientes, los sectores partidarios de la línea dura entre las autoridades reales conspiraron para romper el armisticio, acusando a las autoridades rebeldes de no cesar en la lucha. En febrero de 1783, las autoridades españolas arrestaron a tres jóvenes líderes junto a otros participantes, imputándoles cargos inventados. Luego del juicio, que otra vez intentó desenmascarar a quienes participaban de la rebelión, Diego Cristóbal y los dos otros líderes fueron ejecutados de una forma todavía más brutal que la del 18 de mayo de 1781. Los verdugos utilizaron tenazas al rojo vivo para arrancar la piel de Diego Cristóbal y luego lo colgaron. Las autoridades locales exhibieron nuevamente las partes de su cuerpo por toda la región. La rebelión había terminado. Más de 100 mil personas habían muerto.

Una memoria de la resistencia

Las autoridades españolas intentaron reprimir la memoria de la rebelión para evitar que se convirtiera en un símbolo de resistencia. Tuvieron éxito en el corto plazo. A pesar de que la prensa inglesa publicó unas cuantas historias acerca de la rebelión, no se convirtió en un tema transatlántico que provocara la maravilla, el miedo y la esperanza, en contraste con lo que sucedió con la revolución haitiana. Las tropas rebeldes de los Andes no solo habían perdido, sino que no habían afectado la economía azucarera y esclavista. Pero el nombre de Tupac Amaru apareció en lugares curiosos. En Haití, el general Jean-Jacques Dessalines llamó a sus fuerzas rebeldes «Ejército de los incas» y, durante las guerras independentistas, las fuerzas patriotas de lo que se convirtió en Uruguay tomaron el nombre de Tupamaros. A comienzos del siglo diecinueve se empezó a escribir sobre la rebelión. El Río de la Plata, que se convirtió en Argentina, consideró nombrar rey a Juan Bautista Tupac Amaru, medio hermano del líder que pasó más de treinta años encarcelado en Ceuta. Sin embargo, las autoridades de las fuerzas patriotas durante la guerra de la independencia de Perú no invocaron la rebelión y Tupac Amaru no se convirtió en un héroe de la república naciente.

El interés por la rebelión de Tupac Amaru creció durante los siglos diecinueve y veinte. Se convirtió en un símbolo para algunos sectores de la izquierda, y mucha gente en Cusco y en otros lugares celebraba sus aniversarios. Sin embargo, no era un héroe nacional y su historia no era muy conocida, en parte porque fue excluida de los manuales escolares peruanos. En 1965, el poeta peruano Antonio Cisneros contrastó el relativo olvido que pesa sobre su figura con el gran reconocimiento del que gozan muchos héroes nacionales de ascendencia europea. Lo hizo en los versos de su poema «Tupac Amaru relegado»:

Hay libertadores
de grandes patillas sobre el rostro,
que vieron regresar muertos y heridos
después de los combates. Pronto su nombre
fue histórico, y las patillas
creciendo entre sus viejos uniformes
los anunciaban como padres de la patria.
Otros, sin tanta fortuna, han ocupado
dos páginas de texto
con los cuatro caballos y su muerte.

 

Este relativo olvido cambió con la presidencia de izquierda de Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), que convirtió a Tupac Amaru en el símbolo de su gobierno. Así como Fidel Castro dijo que la Revolución cubana venía a terminar la guerra iniciada en 1898, Velasco prometió que su gobierno le daría a los campesinos y campesinas (eran los términos que se utilizaban en aquel período) la dignidad y las oportunidades que Tupac Amaru les había prometido. La imagen del líder rebelde, renovada por artistas con talento, apareció en pancartas, afiches, billetes, monedas, estampillas y publicaciones. Sin embargo, su esposa Micaela no gozó del mismo reconocimiento. De hecho, siguió siendo representada falsamente como una mujer delgada y blanca, no la mujer andina con probable ascendencia afroperuana que realmente fue.

La fama de Tupac Amaru fue más allá de Perú. Un grupo guerrillero uruguayo adoptó su nombre: los Tupamaros. No serían los últimos guerrilleros en hacerlo. Un giro imprevisible en los acontecimientos llevó a que su nombre se presente frente a una audiencia global. En 1972, Afeni Shakur, miembro de las Panteras Negras, cambió el nombre de su hijo de Lesane Parish Crooks a Tupac Amaru Shakur, en honor al revolucionario peruano.

«Seré millones»

En el medio siglo que transcurrió desde el gobierno de Velasco, Tupac Amaru ha florecido como un símbolo en Perú y más allá. Tenemos muchos Tupac: el más común es el musculoso revolucionario con cola de caballo popularizado durante el siglo veinte, pero también hay homenajes artísticos que representan un Tupac ultrarrevolucionario y un Tupac gay con labios pintados. Incómodos con la idea de un héroe revolucionario andino (los prefieren moderados y de ascendencia europea), los sectores conservadores han empezado a cuestionar la legitimidad y la relevancia de Tupac Amaru. Argumentan que, en realidad, fue un miembro de las élites o que actuó simplemente en beneficio propio.

Tupac Amaru y Micaela Bastidas se han convertido en símbolos potentes de los pueblos andinos. Sus imágenes alegran las pancartas y los afiches de muchos movimientos políticos, desde el norte de Argentina y Chile hasta Ecuador, pasando por Perú. Las organizaciones que exigen derechos para los pueblos quechuas, que se movilizan contra la minería que daña a las comunidades indígenas y que cuestionan las prácticas coloniales, invocan casi siempre a la pareja revolucionaria. En Bolivia, el movimiento katarista –en honor a Tupac Katari, quien a su vez adoptó su nombre en homenaje a Tupac Amaru– potenció la victoria aplastante de Luis Arce el 18 de octubre de 2020, que marcó el retorno de la democracia. Puede decirse con certeza que el intento de las autoridades españolas de borrar la memoria de la rebelión de Tupac Amaru y de evitar que se convirtiera en un ícono subversivo ha fracasado.

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