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Imagen: VientoSUR

¿Defendieron los bolcheviques la revolución socialista en 1917?

Traducción: VientoSUR

En contra del consenso historiográfico, Eric Blanc pone bajo una nueva luz las posiciones de los bolcheviques sobre el poder estatal y la revolución socialista desde abril a octubre de 1917, enfatizando los elementos de continuidad en la estrategia bolchevique tradicionalmente disminuidos.

Afrontar el pasado con seriedad sigue siendo un instrumento indispensable para responder seriamente ante el presente. Sin embargo, cien años después de la revolución rusa, mucho de lo que sabemos de 1917 y del partido bolchevique nos sigue resultando poco claro debido a los mitos acumulados e ideas preconcebidas. Entre ellas, la afirmación de que V. I. Lenin replanteó de forma radical la política bolchevique en abril de 1917 convenciendo al partido de luchar por el socialismo en vez de por una revolución democrático-burguesa.

Curiosamente, esta consideración de cómo Lenin “rearmó” a los bolcheviques es uno de los pocos puntos de acuerdo compartidos por igual por trotskistas, estalinistas y liberales. Según la influyente obra polémica de Trotsky de 1924, Lecciones de Octubre, los bolcheviques bajo la dirección de Joseph Stalin y Lev Kámenev había caído en un un menchevismo de facto, antes de que Lenin rearmara el partido en abril para luchar por la revolución socialista. Puesto que no consideraban que Rusia estuviera preparada para esta tarea, argumentaba Trotsky, los “viejos bolcheviques” “adoptaron la posición de completar la revolución democrática por medio de una presión sobre el Gobierno provisional”. La mayoría de historiadores académicos han compartido igualmente este punto de vista.

El análisis estalinista estándar era sorprendentemente parecido, aunque hacía menos énfasis que Trotsky en el alcance de la ruptura estratégica y absolvía a Stalin de responsabilidad por las vacilaciones del partido antes de abril. El clásico estalinista Curso breve sobre la historia del bolchevismo, por ejemplo, condenaba la posición “semi-menchevique” de líderes del partido como Kámenev en marzo y afirmaba que “el Partido […] necesitaba una nueva orientación para marchar con paso audaz y seguro por el nuevo camino. […] las célebres Tesis de Abril de Lenin […] trazaron al Partido y al proletariado la línea revolucionaria clara del paso de la revolución burguesa a la revolución socialista”.

Por desgracia, el consenso historiográfico es objetivamente inexacto y ha distorsionado nuestra comprensión del bolchevismo en 1917. En este artículo, trato de mirar con un nueva óptica las posiciones del bolchevismo sobre el poder estatal y la revolución socialista de abril a octubre. Basándome en mi investigación de fuentes primarias rusas, letonas y alemanas, muestro que las pruebas disponibles no confirman la explicación estándar del rearme, que ha oscurecido un debate y una evolución política mucho más enrevesados. Veremos que mientras que los bolcheviques basaron su política, a lo largo de todo el año, en la inminencia de la revolución socialista internacional, su orientación dentro de Rusia era significativamente menos ambiciosa socialmente. Y en varias cuestiones clave –incluido el liderazgo de clase del futuro régimen soviético–, los bolcheviques en su conjunto sostuvieron un enfoque de final abierto hasta octubre. Hubo ciertamente una importante evolución política en el partido hacia la revolución socialista en el transcurso de 1917, pero fue desigual, prolongado y constituyó principalmente una respuesta a los desarrollos vividos en la lucha de clases.

Es importante comprender bien esta historia no sólo por exactitud histórica sino porque nos ayuda a entender mejor la naturaleza real del partido bolchevique, cuyo ejemplo continúa inspirando a la política marxista de hoy día. La explicación del “rearme” ha sobredimensionado problemáticamente la capacidad de Lenin de determinar la política bolchevique, minimizando así la evolución colectiva y por medio de debates de la organización, a través de la experiencia acumulada y de las contribuciones de sus cuadros. Además, simplificando en exceso la naturaleza de los debates de 1917, la historiografía actual ha minimizado las dificultades inherentes y los desafíos inherentes que presenta la aplicación de políticas socialistas efectivas en la dinámica necesariamente impredecible de la lucha de clases. Contrariamente a la impresión que sugiere la interpretación del rearme, la teoría revolucionaria era (y es) una base necesaria pero no suficiente para avanzar con éxito hacia una ruptura anticapitalista.

A diferencia de la mayoría de investigaciones sobre este tema, el foco no estará aquí puesto en los textos de Lenin. Éstos son sin duda importantes y se presentará su contenido, pero es difícil identificar el enfoque de Lenin (fluido en sí mismo, tanto táctica como estratégicamente) con el de la dirección o las bases bolchevique en 1917. Nos surge un cuadro político distinto cuando ampliamos nuestras fuentes, incluyendo a otros líderes bolcheviques, a instituciones del partido locales y regionales, discursos públicos y panfletos repartidos entre las masas. Igualmente, expandiendo nuestra atención analítica fuera de Petrogrado e incluyendo las periferias del Imperio Ruso y las provincias nos hacemos una mejor idea de lo que podríamos llamar el “terreno de juego” del bolchevismo, i. e., las posiciones políticas centrales y generalmente compartidas por los cuadros bolcheviques a todos los niveles y por ellos proyectadas hacia el pueblo trabajador a lo largo del Imperio.

Nuestra discusión comenzará trazando el significado que daban los bolcheviques a la demanda de poder soviético y a la complejo y amplia gama de formas con las que describían el proceso revolucionario que se desarrollaba en Rusia. De aquí pasaremos a una cuestión en la que había un claro consenso entre los bolcheviques: la revolución socialista mundial se estaba acercando rápidamente. La sección siguiente demostrará que los bolcheviques estaban también de acuerdo en que aunque el control obrero era necesario y urgente, la producción capitalista no debía ser abolida antes de que Occidente fuera socialista. Pero, en el punto más inmediato relacionado con la revolución socialista –i. e., la composición política del futuro gobierno revolucionario– el enfoque bolchevique hegemónico fue un álgebra durante la mayor parte del año. Puesto que en gran medida esta cuestión dependía de si otras corrientes socialistas acabarían rompiendo finalmente con la burguesía, no sorprende que la composición precisa del gobierno soviético en términos de clase/partido fuera difícil de predecir hasta octubre. Concluimos con una panorámica de los famosos sucesos de Petrogrado a finales del año, tras los que los bolcheviques acabaron finalmente formando un gobierno dirigido por el proletariado, debido a la obstinada negativa de los socialistas moderados de apoyar el poder soviético.

El significado del poder soviético

Gran parte de la confusión en torno al impacto de la intervención de Lenin entre los bolcheviques en abril es que se ha asumido que los debates internos giraban en torno a si apoyar decisivamente al Gobierno provisional burgués o avanzar hacia un régimen soviético de y para el pueblo trabajador. En realidad, como ha mostrado Lars Lih en numerosos artículos, no hubo ningún debate sustancial sobre esta cuestión, puesto que la dirección bolchevique ya había defendido abiertamente en marzo de 1917 que un gobierno soviético sustituyera al Gobierno provisional. La evolución política del partido en abril fue así menos rupturista de lo que normalmente se ha afirmado.

Gran parte de las bases documentales de la narrativa del “rearme” provienen de declaraciones mencheviques en abril en el momento de la llegada de Lenin. Pero es necesario tomarlas cum grano salis, puesto que los mencheviques exageraban constantemente el extremismo de sus rivales y siempre trataban de describir a los bolcheviques como marionetas en manos de Lenin. La otra gran fuente para esta explicación estándar proviene de la cuestionable literatura de memorias de bolcheviques de los años 20, escritas después de que fuera ya políticamente conveniente para todas las alas del partido enfatizar el “genio” del liderazgo de Lenin y afirmar que los bolcheviques habían luchado por la revolución socialista de abril en adelante. Una imagen distinta surge cuando examinamos a lo que los bolcheviques dijeron y escribieron realmente en 1917. Como afirmaba Kalinin, auto-denominado “viejo bolchevique” en la conferencia bolchevique pan-rusa del 24-29 de abril:

“Leed simplemente el primer documento tras la revolución, el manifiesto de nuestro partido, y veréis que el cuadro que nos hicimos de la revolución y nuestra táctica en modo alguno difieren de las tesis del camarada Lenin. Por supuesto, el cuadro trazado por el camarada Lenin está completamente elaborado, pero su método de razonamiento es el de un viejo bolchevique, que puede afrontar las peculiaridades de esta revolución. Como “conservador”, afirmo que nuestro método es completamente apropiado también para la presente situación, y no veo desacuerdos significativos entre nosotros y el camarada Lenin”.

Frente a lo que normalmente se afirma, ni Lenin ni la tendencia bolchevique en 1917 identificaban poder soviético como tal con poder obrero. Los soviets (consejos) representaban un segmento de la población mucho mayor que el de la clase obrera. Como Lenin señaló en abril: “en estos soviets sucede que son los campesinos, los soldados, es decir, la pequeña burguesía, quienes predominan “. Igualmente, Karl Rádek explicaba en septiembre que la “transformación del Soviet de diputados obreros [de 1905] en el Soviet de obreros y soldados [de febrero de 1917], significó pues la transformación de un órgano de lucha del proletariado en un órgano de la democracia revolucionaria, en un órgano pues con una mayoría predominante –e incluso proporcionalmente artificial– pequeño-burguesa”. Para junio de 1917, estaban representados aproximadamente 37 millones de personas –solo 7 millones menos que los votantes a las elecciones a la Asamblea Constituyente en noviembre–. La característica definitoria en términos de clase de los soviets no era que fueran una organización obrera, sino que era una institución explícita y conscientemente no-burgués.

Lenin, rechazando la afirmación de que estaba tratando de “saltarse” la etapa democrático-burguesa, Lenin enfatizaba en abril que no llamaba a un “gobierno obrero”, sino a un régimen soviético de obreros, trabajadores del campo, soldados y campesinos. Aunque Lenin personalmente veía el poder soviético como la concreción del “estado-comuna”, como un “paso hacia el socialismo” y como la “más alta forma de democracia”, para la mayoría de obreros y bolcheviques a lo largo de 1917 la demanda de “todo el poder a los soviets” significaba el establecimiento de un gobierno sin la burguesía. Esta era ciertamente una perspectiva muy radical; pero era una perspectiva radical que había sido defendida por los bolcheviques y otros marxistas revolucionarios desde 1905. En 1917, la particular visión de Lenin sobre el poder soviético estuvo llamativamente ausente no sólo de la agitación de masas de los bolcheviques, sino también de los escritos de la mayoría de los cuadros de otros partidos.

Muchos bolcheviques continuaron por lo general después de abril contemplando la lucha por el poder soviético como parte de la revolución democrática. Hablando del soviet de Moscú en aquel verano, un líder bolchevique afirmaba: “cuando hablamos de transferir el poder a los soviets esto no significa que el poder pase al proletariado, porque los soviets están compuestos de obreros, soldados y campesinos; no significa que estemos experimentando ahora una revolución socialista, puesto que la presente revolución es democrático-burguesa”.

Sin entender el significado real que los bolcheviques y el pueblo trabajador le daban al poder soviético, es difícil comprender las posiciones del partido y los debates a lo largo del año. Consideremos, por ejemplo, la resolución sobre el poder soviético aprobada en abril por la conferencia bolchevique. Según la explicación del “rearme”, esta conferencia concretó su llamamiento a la revolución socialista en la demanda de un régimen soviético. En realidad, la conferencia declaró que cualquier institución representativa mayoritaria podía servir como vehículo del nuevo poder revolucionario. Llamaba, así al partido a orientarse hacia “la segunda fase de la revolución –que debe transferir al poder estatal a los soviets u otras instituciones que expresen directamente la voluntad de la mayoría del pueblo (órganos de auto-gobierno, la Asamblea Constituyente, etc.)–”.

En otras palabras, los soviets y una Asamblea Constituyente actuarían como instrumentos de lo que en 1917 se llamaba “democracia” o “democracia revolucionaria”, i. e., la mayoría obrero-campesina. Los bolcheviques, incluyendo a Lenin y Trotsky, hicieron una campaña sistemática para dar el poder a los soviets y a una Asamblea Constituyente hasta la Revolución de Octubre. Las diferencias significativas entre los enfoques de los bolcheviques antes y después de abril no fueron que la demanda de una Asamblea Constituyente fuera descartada o minimizada, sino que el poder soviético fue considerado con menos frecuencia un paso provisional hacia la segunda. Sin embargo, la relación precisa entre ambas instituciones quedó sin definir, puesto que esto dependería claramente de la composición político-electoral de ambos. En una carta interna dirigida a los líderes bolcheviques en la víspera de la insurrección de octubre, Lenin insistía en que “una vez que el poder esté en manos de los Soviets, la Asamblea Constituyente está asegurada y su éxito está asegurado”. Los bolcheviques, decía, “lo dijeron mil veces. Nadie trató nunca de negarlo. Todos han admitido este “tipo combinado” [de Estado]”. Que después de 1917 tanto los bolcheviques y los socialistas moderados contrapusieran democracia a dictadura (proletaria), y contrapusieran repúblicas democráticas a repúblicas soviéticas, no nos obliga a pasar por alto cómo era utilizados estos conceptos el primer año de la revolución.

Dad la mencionada naturaleza de la demanda de poder soviético, se comprende que solo hubiera un comité bolchevique importante en primavera opuesto al llamamiento de Lenin a reemplazar el Gobierno provisional con un régimen soviético. E incluso esta excepción confirma la regla, puesto que esta oposición vino de Kíev, donde el comité del POSDR estaba encabezado por antiguos miembros de la corriente “menchevique-partidista”de G. V. Plejánov. Dirigido por Georgi Piatakov, el comité de Kíev había afirmado continuamente en febrero y marzo que la perspectiva estratégica del proletariado debía limitarse a presionar al gobierno burgués para que cediere a sus exigencias; a diferencia de la dirección bolchevique de Petrogrado, el comité de Kíev no planteaba que los obreros y campesinos tomaran el poder para lograr la revolución democrática. Significativamente, la oposición del comité contra las Tesis de abril –”la mayor oposición abierta a las ideas de Lenin en el país”, como señala un reciente estudio ucraniano– tenía más como premisa la estrategia del menchevismo de izquierda, que el “viejo bolchevismo”.

Según el comité de Kíev, puesto que Rusia no estaba preparada para una revolución socialista, el proletariado debía pues limitarse a forzar a que la burguesía en el poder cediera a sus exigencias democráticas y económicas. Al igual que los mencheviques, los líderes de Kíev vinculaban el derrocamiento del Gobierno provisional con la revolución socialista: “la derrota del gobierno, la revolución socialista, es imposible porque no se dan los requisitos económicos para ello”. Pero esta oposición interna duró poco. En el encuentro regional de los bolcheviques en Kíev, del 15 al 17 de abril, tras un extenso debate sobre las Tesis de abril, la gran mayoría de participantes rechazó la línea de sus líderes locales; inclinándose ante el sentimiento popular, Piatakov y el resto de la dirección de Kíev renunció a su oposición a luchar por el poder soviético.

Abril marcó para el bolchevismo un momento de evolución política más que una ruptura estratégica. Aunque la oposición política sustancial, como la de Kíev, no era muy común, los debates de abril representaron un importante papel a nivel de todo el Imperio a la hora de dar coherencia política a los bolcheviques y acabar con las vacilaciones de principios de año. Después de la conferencia de abril, aumentaron los ataques duros al Gobierno provisional. Los militantes bolcheviques locales a lo largo del Imperio empezaron por primera vez a poner sistemáticamente en primer plano el llamamiento a un régimen soviético, que a partir de entonces fue caracterizado cada vez con menos frecuencia como un poder transitorio. La necesidad de diferenciarse claramente de los socialistas conciliadores se convirtió también en algo ampliamente aceptado.

Cuánto de esta evolución se deba al impacto de Lenin o a los rápidos cambios del contexto político es algo difícil de determinar con precisión. En marzo, el Gobierno provisional no había anunciado todavía ninguna medida importante que se opusiera abiertamente a las exigencias populares de cambio. Las primeras vacilaciones bolcheviques reflejaban por lo general una adaptación a la euforia post-febrero, y este estado de ánimo no duró en Rusia más de un mes. Abril estuvo marcado por una masiva protesta de los trabajadores en respuesta a la revelación de que el gobierno planeaba continuar la guerra “hasta la victoria”. La consigna, que pronto sería bien conocida, de “Todo el poder a los soviets” fue planteada por primera vez por los manifestantes de las movilizaciones de abril. Y mientras que la dirección soviética en un principio había luchado en la práctica por empujar hacia delante al Gobierno provisional, desde principios de abril en adelante se centró cada vez más en apoyar al Gobierno provisional y amortiguar la combatividad popular, una orientación que culminaría con la entrada de los socialistas moderados en el Gobierno provisional a principios de mayo. En medio de un estallido proletario sin precedentes contra el Gobierno provisional y un brusco giro a la derecha de los socialistas-revolucionario (SR) y los mencheviques, no es sorprendente que muchos bolcheviques de todo el Imperio adoptaran una posición más combativa e independiente. Y como la convocatoria de la Asamblea Constituyente continuaba siendo aplazada por el gobierno hacia un horizonte indefinido, la autoridad y permanencia de los soviets se vio correspondientemente reforzada a ojos de los obreros. En particular, dada la ausencia de cualquier parlamento nacional, los soviets se convirtieron en la expresión democrática dominante del pueblo trabajador, en la que depositaban cada vez más su participación y sus esperanzas.

Desde finales de abril en adelante, los bolcheviques repartieron por toda Rusia panfleto tras panfleto, pronunciaron discurso tras discurso, reafirmando siempre el mismo mensaje: para satisfacer las demandas del pueblo, los obreros y sus aliados deben romper con la burguesía y tomar todo el poder en sus manos. En otras palabras, defender y profundizar la revolución requiere lucha de clases, no colaboración de clases. “Nuestro programa es la lucha contra la burguesía”, explicaban un militante de base bolchevique. En junio, los agitadores bolcheviques armenios en el ejército declararon que la única forma de cumplir con las demandas de las masas era “derrocar el Gobierno provisional y crear un verdadero gobierno del pueblo”.

A lo largo de 1917 eran casi siempre los socialistas moderados (y los liberales), más que los bolcheviques, los que planteaban las únicas opciones del desarrollo ruso como una disyuntiva entre democracia capitalista o socialismo. El argumento de los mencheviques, repetido incesantemente por todo el Imperio, era el siguiente: el socialismo es inviable porque los campesinos son mayoría y porque los obreros tienen un grado de organización y conciencia insuficientes. Por ello, es necesario un largo período de gobierno democrático burgués y de desarrollo capitalista, en el que el proletariado pueda educarse y organizarse lo suficiente como para alcanzar su objetivo final. Mientras tanto, los socialistas no deben promover un gobierno no-burgués, pues eso espantaría a los liberales y prepararía el terreno a la contrarrevolución.

En vez de atender a los verdaderos argumentos de Lenin o de los bolcheviques, los polemistas mencheviques acusaban generalmente al líder bolchevique o a su corriente de plantear la aventura claramente utópica de una revolución socialista inmediata. Al regreso de Lenin en abril, el periódico menchevique de Petrogrado Rabochaia Gazeta ridiculizaba las promesas de “completa e inmediata liberación económica” hechas por los “leninistas”. El título de la polémica antibolchevique del 9 de abril del periódico habla por sí mismo: “El resurgimiento del anarquismo y el maximalismo”.

En respuesta a tales afirmaciones, el líder bolchevique letón Pēteris Stučka planteó que establecer una dicotomía tan rígida entre revolución burguesa y socialista era esencial para justificar después el rechazo a la demanda de poder soviético. En este sentido, Trotsky señaló igualmente que los mencheviques habían invocado en febrero la naturaleza burguesa de la revolución para justificar su rechazo a tomar el poder; luego en mayo, habían afirmado lo mismo para justificar su participación en la coalición gubernamental. Concluía Trotsky que estas invocaciones eran medidas “puramente prácticas” para “preservar los privilegios de la burguesía, y asignarle un rol en el gobierno que no merece de acuerdo con el alineamiento de los grupos políticos en el país”.

Los bolcheviques y otros radicales rechazaban por lo general a entrar en este debate en el marco analítico de los socialistas moderados. Los cuadros bolcheviques rechazaban repetidamente las acusaciones de que estaban tratando de “introducir el socialismo” como un mero muñeco de paja que desviaba la atención de la alternativa política real: colaboración o ruptura con la burguesía. En vez de argumentar en favor de la revolución socialista, insistían que aunque es socialismo tenía que ser realizado internacionalmente, en Rusia era posible y necesario romper con los capitalistas nacionales e imperialistas. Afirmaban que incluso si uno creía que la revolución era burguesa por su naturaleza no se seguía de ahí la implantación de un gobierno burgués. Un régimen tal no solo sería incapaz de alcanzar los objetivos democrático-burgueses centrales (reforma agraria, Asamblea Constituyente, etc.), sino que sería también democrático necesariamente antidemocráticos, pues la mayoría del pueblo en Rusia eran campesino u obreros.

Razones de espacio nos impiden obviamente explicar la forma específica que adoptó la Revolución de Octubre en cada ciudad y región del imperio. Pero a pesar de todas las diferencias políticas y tácticas que imponían los contextos locales, había un contenido común subyacente común en la lucha de finales de 1917 por el poder soviético en toda la Rusia imperial. El objetivo común era una clara ruptura política con la burguesía par aplicar las urgentes demandas del pueblo. Inmediatamente después del asalto de Octubre, por ejemplo, la declaración del comité bolchevique de Bakú afirmaba lo siguiente en favor del poder soviético: “O revolución o contrarrevolución. O el poder de la burguesía o el poder de los soviets […] ¡Abajo el gobierno de coalición burgués! ¡Viva la gran revolución rusa! ¡Vivan el heroico proletariado y la guarnición de Petersburgo! ¡Viva el poder de los Soviets de diputados de obreros, soldados y campesinos!”/

La Revolución de Octubre rompió con la burguesía nacional e internacional y llevó a cabo las aspiraciones centrales por las que el pueblo trabajador había luchado durante todo el año, incluyendo la salida de Rusia de la I Guerra Mundial, la entrega de tierra a los campesinos, el control obrero de la producción y la elección de una Asamblea Constituyente. A diferencia de los socialistas moderados, los bolcheviques mantuvieron y pusieron en práctica el inveterado compromiso del marxismo ortodoxo con la hegemonía proletaria. Pero, como mostrarán las siguientes secciones, es difícil afirmar que los bolcheviques identificaran, de abril en adelante, la implantación de un régimen soviético con la revolución socialista.

Categorizando la revolución

Habitualmente se ha pasado por alto que en 1917 no había una clara definición marxista clara de la revolución socialista. Tampoco había un acuerdo general sobre dónde estaba exactamente la frontera entre una revolución democrática y una socialista, ni entre una sociedad capitalista ni una socialista. Estas ambigüedades conceptuales –que tienen su raíz en las dificultades de categorizar procesos socio-económicos extremadamente fluidos e híbridos– son en gran parte la historia de 1917. Una manifestación de la nebulosidad teórica reinante era que tanto en la conferencia de abril de los bolcheviques como en el VI Congreso (del 26 de julio al 3 de agosto de 1917) se decidió posponer la espinosa cuestión de actualizar el programa del partido.

La marxistas de aquella época estaban generalmente de acuerdo en que había al menos dos elementos centrales en una revolución socialista. La primera se refería a los medios de producción: tendrían que tener lugar algunas incursiones significativas en la propiedad capitalista, que condujeran a la socialización completa de la producción. Pero cuánto control y/o propiedad debiera ser tomada inmediatamente era algo que quedaba por definir. El hecho de que desde 1905 la concepción de revolución democrática articulada por Karl Kautsky y otros socialdemócratas revolucionarios hubiera proyectado la nacionalización de algunas de las industrias principales enturbiaba aún más las aguas teóricas.

La segunda connotación se relacionaba con la clase social y el gobierno: a diferencia de una revolución democrática, una revolución socialista sería exclusivamente (o acaso principalmente) acción de la clase obrera urbana y rural, que culminaría en la toma del poder del Estado. Gran parte de la incertidumbre que existe para categorizar la revolución en Rusia giraba en torno a la expectativa de que sería también producto de una clase no proletaria (el campesinado) y que no resultaría en un gobierno exclusivamente de clase obrera.

A la vista de estas zonas grises conceptuales, no sorprende que las posiciones políticas y los debates de los bolcheviques se centraran generalmente en cuestiones concretas, políticas y económicas. En estos debates, se invocaban diferentes categorías para describir la revolución, pero no eran el punto de partida analítico. En otras palabras, la evolución de la meta-categorización bolchevique de la revolución tendía a reflejar de forma confusa posiciones y debates políticos muchos más sustanciales.

En febrero y marzo, la revolución había sido descrita principalmente como democrática o democrático-burguesa. Tales designaciones continuaron después de abril. Un ejemplo, entre los muchos que podría citarse, es el de un bolchevique que, a finales de julio, en el principal soviet de Letonia declaró que puesto que el levantamiento en toda Rusia estaba teniendo lugar en una era en la que el sistema capitalista mundial estaba listo para ser derrocado, “en estas circunstancias, la revolución rusa no tiene el carácter de lo que llamamos una revolución burguesa; es algo más bien distinto: una revolución democrática”. Otros dirigentes bolcheviques siguieron usando este término durante el verano. Incluso después de la Revolución de Octubre, pueden encontrarse numerosos ejemplos de cuadros bolcheviques afirmando que la revolución en curso era democrática, más que socialista.

Por su parte, Lenin afirmaba en abril que el “defecto principal” en el razonamiento de los socialistas en relación con las “tareas del proletariado revolucionario” era que planteaban la cuestión “de una manera demasiado general, como el problema de la transición al socialismo”. En vez de eso, él argumentaba centrándose en “pasos y medidas concretas” y afirmaba que con la instauración del poder soviético comenzaría un nuevo período social “de transición”. Esta concepción de que Rusia estaba experimentando un proceso histórico excepcional con posibilidades para la transformación social radical aún por determinar era ampliamente compartido entre los cuadros bolcheviques. Durante el debate de abril y a lo largo del año, varios bolcheviques hicieron referencia al influyente argumento de Kautsky de 1906 de que la revolución rusa era un proyecto único, situado en el límite mismo entre la revolución democrática y socialista. En este contexto, hay que mencionar que Trotsky había afirmado en 1906 que “El asunto, por supuesto, no es cómo llamar a nuestra revolución –si es burguesa o socialista–; el asunto real es establecer su dirección actual analizando las fuerzas involucradas” y que “cualquiera que sea la bandera política con la que el proletariado ha llegado al poder, será obligado a tomar el camino de la política socialista”.

A partir del verano en adelante, los bolcheviques describían cada vez más la revolución sencillamente por las fuerzas de clase involucradas: i. e., obreros y campesinos (incluyendo a los soldados). La declaración que anunciaba el derrocamiento del Gobierno provisional en Petrogrado concluía típicamente: “¡Viva la revolución de obreros, soldados y campesinos!”. Fórmulas análogas eran la norma por todo el Imperio.

En el discurso bolchevique hasta (y habitualmente después de) octubre, las referencias a la revolución socialista estaban casi siempre relacionadas con el próximo levantamiento en Occidente y/o con la revolución mundial. Era muy poco común categorizar la toma del poder por parte del pueblo trabajador como una revolución socialista (y estuvo completamente ausente de las discusiones de abril y de las resoluciones en Petrogrado y en otros lugares). De hecho, los máximos líderes bolcheviques –incluyendo a Lenin– rechazaron explícitamente las afirmaciones de que estuvieran haciendo un llamamiento a la revolución socialista dentro de Rusia.

Tuvo lugar una excepción parcial, inmediatamente después de las Jornadas de julio, cuando un ala de la dirección bolchevique abandonó la consigna de “Todo el poder a los soviets”, al haber quedado convencido por el argumento de Lenin de que los SR y mencheviques habían capitulado irrevocablemente ante la contrarrevolución y que los soviets existentes ya no podían convertirse en órganos del poder revolucionario. En la Conferencia de la ciudad de Petrogrado y, de nuevo, en el VI Congreso del partido, Stalin describió la próxima revolución rusa como una revolución socialista, el primer uso explícito del término por un líder bolchevique en 1917 que he encontrado. Pero otros cuadros como V. Volodarsky rechazaron duramente esta innovación: “La revolución es una transición a la revolución socialista, pero no es la revolución socialista, en la que perdemos nuestros aliados y luchamos solos. Entre nosotros y la Europa occidental hay una gran diferencia. Nosotros tenemos algo más que una revolución burguesa, pero no es una revolución socialista”. Otros cuadros insistían de igual modo en que la afirmación de Stalin marcaba una ruptura con la posición más modesta adoptada por la Conferencia de abril. El futuro miembro de la Oposición de izquierda, Y. A. Preobrazhenski, insistía contra Stalin que la transformación socialista exitosa en Rusia necesitaba el poder obrero en Occidente y rechazaba la contraposición de Stalin entre revolución burguesa y socialista. Afirmaba que este método no era dialéctico y tenía más que ver con el menchevismo que con el bolchevismo. Al final, el VI Congreso resolvió de forma abierta que los hechos estaban llevando a “un aumento de los elementos de la revolución proletaria”. Además (por razones que discutiré más abajo) incluso esta fórmula de compromiso, y la línea del VI Congreso a la que estaba vinculada, fue ignorada por los comités del partido.

En prácticamente todas las resoluciones internas, literatura, agitación de los bolcheviques hasta la Revolución de Octubre –y aprobada por el Segundo Congreso pan-ruso de Soviets del 26-26 de octubre– las referencias a la revolución socialista sólo se refieren al proceso internacional. Es cierto que el ensayo de Lenin ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? –publicado en la revista teórica del partido ocho días antes del comienzo de la Revolución de Octubre– describe de pasada el próximo levantamiento en Rusia como una revolución socialista. Pero, en particular, antes de los dramáticos hechos del 25-26 de octubre, hay pocas pruebas que sugieran que esta fuera una concepción ampliamente compartida entre el partido bolchevique o entre los obreros que les apoyaban. Por citar a David Mandel: “Octubre fue antes que nada un acto de defensa de los logros reales y prometidos de Febrero en unas condiciones en las que la sociedad se había dividido en dos campos irreconciliablemente hostiles. Y aunque Octubre sea visto como lo que abre el camino al socialismo, todas las medidas que se tomaron en octubre y en los meses siguientes fueron vistos como algo que completaba la revolución democrática o como acciones fundamentalmente defensivas dirigidas a preservar la revolución en las nuevas circunstancias”. Aunque varios cuadros bolcheviques de alto rango empezaron a identificar explícitamente la revolución rusa como socialista tras la insurrección de octubre –particularmente en los debates acerca de la incorporación de SR y mencheviques al gobierno, la firma de una paz separada con Alemania o en torno a la Asamblea Constituyente–, sólo a principios de 1918 se convirtió esta fórmula en la usada de forma general en el partido y en el gobierno.

La revolución socialista internacional y el control obrero

Uno de los factores clave para categorizar la revolución era que en 1917 todos los bolcheviques y marxistas internacionalistas consideraban la revolución socialista, primero y ante todo, como un fenómeno a nivel mundial. Así, la revolución rusa podía ser considerada como la chispa para y un elemento constituyente de la revolución socialista internacional, incluso en el caso de que el proceso en la propia Rusia fuera considerado principal o exclusivamente democrático. Esta ha sido, ciertamente, la posición hegemónica entre los bolcheviques y los socialistas revolucionarios del Imperio al menos desde 1914 en adelante. Defendiendo este enfoque en la Conferencia de abril, Bagdatev afirmaba que aplicar por completo el programa mínimo del partido era “lógicamente imposible” sin la revolución socialista en Europa Occidental que desencadenaría la conquista soviética del poder en Rusia. Igualmente, el líder bolchevique letón Fricis Roziņš escribía en julio: “La paz y la libertad solo pueden alcanzarse con la revolución proletaria. La revolución burguesa en Rusia debe iniciar la revolución proletaria en todos los países capitalistas. De la comprensión teórica de esto se siguen todas las actividades prácticas [de los internacionalistas]”.

Ex imposible exagerar la importancia del hecho de que la revolución rusa estallara en el contexto de la I Guerra Mundial. Por una parte, la catástrofe de la guerra llevó a todos los marxistas a nivel internacional a predecir con seguridad explosiones socialistas inminentes en Occidente (y en 1917 esto se veía como una cuestión de meses, no años). Además, como una lucha consecuente por la paz enfrentaría a Rusia con el imperialismo extranjero, el punto de vista de la mayoría de los radicales a lo largo de todo el año era que una revolución triunfante en Rusia sería aplastada por los poderes extranjeros si no conseguía propagarse a otros países.

Como afirmaba Lenin en abril: “estamos ahora atados a todos los demás países, y no podemos soltarnos; o el proletariado en su totalidad se libera o lo aplastarán”. El más señalado de los bolcheviques que respondía a los mencheviques en la discusión sobre la ausencia de condiciones objetivas para el socialismo en Rusia insistía en la actualidad de la revolución. Stučka declaraba que la revolución en Rusia sólo sería exitosa cuando el proletariado “ondeara la bandera roja” en Occidente, porque de otro modo el gobierno soviético caería bajo los golpes del capitalismo global.

Muy contrariamente a su defensa posterior del “socialismo en un solo país”, Stalin afirmaba igualmente en 1917 que “[L]a revolución rusa no es algo aislado. Está íntimamente ligada al movimiento revolucionario de Occidente. ¡[…] sólo en alianza con los obreros de Occidente, sólo sacudiendo las bases del capitalismo en Occidente se puede contar con el triunfo de la revolución en Rusia!”. Como Trotsky, afirmaba explícitamente que sin el apoyo de las revoluciones en otros países, no solo la revolución socialista, sino incluso la misma supervivencia de la revolución rusa sería imposible.

La centralidad de la inminente conflagración anticapitalista mundial era un aspecto omnipresente de la agitación y propaganda bolchevique en 1917. Una y otra vez, la prensa del partido insistía en que el destino de la revolución rusa dependía de la lucha de clases internacional. La literatura del partido se concentraba y destacaba cualquier ejemplo de levantamiento en la lucha obrera y anti-bélica que hubiera en otros países. Esta apuesta por la revolución mundial fue afirmada la antes, durante y después de la Revolución de Octubre. Lenin señaló después que ni un solo bolchevique hubiera creído en 1917 que un régimen soviético en Rusia pudiera haber sobrevivido tres años sin que al revolución se hubiera propagado a otros países: “cuando comenzamos nuestra obra contábamos exclusivamente con la revolución mundial”.

Esta posición constituía una de las diferencias estratégicas centrales entre los socialistas moderados y radicales de todo el Imperio. Mientras que los bolcheviques y sus aliados basaban la apuesta de su impulso por la toma del poder en la capacidad de los obreros de otros países para hacer lo mismo, los moderados justificaban su conciliación afirmando que la revolución occidental no estaba en el orden del día y que por tanto sería temerario fundamentar un proyecto político en Rusia en la expectativa de su desencadenamiento en otros países. La revolución era a sus ojos principalmente un proceso que tenía lugar en cada nación por separado y donde todas las condiciones estuvieran “maduras” antes de que la revolución socialista fuera posible.

Visto en retrospectiva, puede parecer como si los moderados hubieran estado en lo cierto en lo que respecta a la supervivencia del capitalismo fuera de Rusia. Pero tal análisis oculta el hecho de que hubo una revolución internacional después de 1917 y que su derrota se debió en buena medida al colaboracionismo de clase de los socialistas conciliadores en Rusia y en el extranjero. Como tal, el escepticismo de los socialistas moderados acerca de un levantamiento anticapitalista mundial, lejos de ser un análisis neutral, fue una intervención política y en buena medida una profecía autocumplida.

Como con la revolución internacional, hubo también un consenso general entre los bolcheviques hasta octubre, al menos en lo relacionado con el control obrero y la expropiación de la propiedad capitalista. Dicho sencillamente, los bolcheviques estaban a favor del primero, pero no del segundo (hasta la revolución en Occidente). Incluso los “pasos hacia el socialismo” de Lenin en abril no incluían la expropiación parcial o total de la industria capitalista. Lenin planteaba que “no podemos sostener que el socialismo debe ser implantado, eso sería el mayor de los disparates. […] La mayoría de la población de Rusia está formada por campesinos, por pequeños agricultores que no pueden tener idea de lo que es el socialismo”. Bagdatev estaba de acuerdo con las propuestas de Lenin como tal, pero afirmaba que estas estaban completamente dentro del marco del programa mínimo del partido.

De igual modo, el movimiento de comités de fábrica en favor por el control obrero no aspiraba a socializar la industria capitalista. El objetivo no era disputar la propiedad burguesa o la administración del centro de trabajo. La palabra rusa kontrol se traduce mejor como supervisión o revisión. El control obrero fue durante la mayor parte de 1917 una medida principalmente defensiva que consistía en vigilar las acciones de los empresarios. El objetivo era asegurarse de que los jefes respetaran los derechos de los trabajadores y, sobre todo, de que no desorganizaran ni sabotearan la producción. En el estudio clásico de S. A. Smith, se observa que “la política de control obrero de la producción era primero y antes que nada un intento de los comités de fábrica de frenar la marea de caos industrial”. Los anarquistas y SR maximalistas llamaban a la toma inmediata de la industria y a la total gestión proletaria de las fábricas, pero esta posición era generalmente rechazada por los comités (también por los bolcheviques) a lo largo de 1917. El control obrero era análogo a la estructura gubernamental de “doble poder” planteada por los mencheviques: aunque no buscaban todo el poder para ellos, los obreros exigían tener una autoridad parcial para forzar a la burguesía a ir en la buena dirección.

El esfuerzo de los bolcheviques por adoptar un acercamiento positivo hacia los comités de fábrica y el control obrero no vino de Lenin, sino de los obreros y de militantes del movimiento obrero. Como señaló el líder obrero bolchevique Vladímir Miliutin en el VI Congreso, el partido había “tomado prestadas” las demandas de control obrero “de la experiencia de actividad propia llevada a cabo sobre el terreno”. Igual que en el movimiento obrero en general, la posición hegemónica entre los bolcheviques era que la posibilidad de que el control obrero (en conjunción con el control del Estado soviético) fuera ampliado hasta la total propiedad y gestión de la industria dependía en la expansión a nivel internacional de la revolución. Un líder bolchevique explicaba a la Conferencia de junio del comité de fábrica que “nadie sabe cómo acabará la revolución: por lo menos, con la privación de una parte de los derechos del capital; como mucho, ¿quién puede decir que de una revolución rusa no surgirá una revolución mundial?”. Sin embargo, estaba claro para todo el mundo que incluso el relativamente limitado control obrero que prevaleció hasta octubre apuntaba en una dirección diferente al normal funcionamiento del capitalismo.

Aunque los empresarios habían aceptado a regañadientes el control obrero en primavera, desde principios de septiembre en adelante, desplegaron una agresiva campaña contra los comités de fábrica con el objetivo de reconquistar el control total de sus empresas. En un contexto marcado por la rápida dislocación de la industria y una ofensiva capitalista contra los comités, los centros de trabajo de todo el Imperio fueron los espacios de duras batallas por la autoridad hasta otoño. Ciertamente, la intransigencia mutua de obreros y jefes llevaron la lucha en el centro de trabajo más allá y más rápido incluso de lo que muchos bolcheviques, incluido Lenin, habían deseado.

La Revolución de Octubre implantó el control obrero, pero no nacionalizó la industria. Ciertamente, Lenin y la dirección bolchevique trataron de llegar a algún tipo de acuerdo con los dueños de la industria durante meses después de octubre. Sin embargo, como Trotsky había predicho en 1906, tras liderar a los obreros al poder, los bolcheviques se vieron obligados a ir mucho más allá de lo que habían planeado en un principio. El sabotaje económico y la resistencia política de los capitalistas, una brutal ola de expropiaciones obreras y la dinámica de la guerra civil arrastraron al partido a las nacionalizaciones de la principales industrias en la segunda mitad de 1918. Aunque no parecía haber otra opción viable en aquel contexto, esta ola de nacionalizaciones soviéticas agravó el colapso catastrófico de la producción y representó un papel central en el aumento masivo de una burocracia de Estado privilegiada/54.

El liderazgo de clase del poder soviético

Aunque había poco descuerdo entre los bolcheviques en 1917 respecto a la revolución mundial y el control obrero, la cuestión del liderazgo de clase/partido en el gobierno soviético fue mucho más discutido. Y fue finalmente esta cuestión la decisiva para el transcurso de la revolución y para la política práctica del partido. Aunque mis anteriores análisis se han solapado en aspectos importantes con el trabajo pionero de Lars Lih, en mi opinión su énfasis en la continuidad del bolchevismo en 1917 le ha llevado a minimizar la importancia de este debate.

Desde 1905, los bolcheviques habían insistido en la necesidad de un gobierno soviético de obreros y campesinos, sin especificar qué clase (y su partido correspondiente) debía ser hegemónico en tal poder. Lo crucial que hay que tener en cuenta en la consigna bolchevique de una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” es que se refería al contenido de clase general de un poder estatal revolucionario, sin especificar el peso de la clase obrera y de sus representantes políticos en ese gobierno. Es crucial saber que esto significaba que la estrategia bolchevique podía ser concretada en varias direcciones diferentes. Por el contrario, Trotsky afirmaba que el proletariado debía ser la fuerza hegemónica en cualquier gobierno capaz de liderar la revolución democrática a la victoria. Trotsky afirmaba con razón que su posición en esta cuestión –”¿[a] quién pertenece la hegemonía en el gobierno y, a través de él, en el país?”– era uno de los pilares fundamentales de la estrategia de revolución permanente.

Desde 1905 en adelante, los bolcheviques plantearon en diferentes momentos distintos proyectos concretos de gobierno para la revolución democrática. Se suele pasar por alto que a veces estos incluían el respaldo a una forma de hegemonía estatal proletaria prácticamente idéntica a la de Trotsky. En otras ocasiones, sin embargo, los bolcheviques planteaban que el partido obrero podría actuar como un socio en pie de igualdad (o incluso en minoría) en un gobierno con los revolucionarios “pequeño-burgueses” (p. ej., con los SR o los trudoviques).

Los bolcheviques mantuvieron durante la mayor parte de 1917 este enfoque con final abierto en relación a si el liderazgo bolchevique (proletario) sería necesario para la victoria de la revolución democrática o si los socialistas moderados (pequeño-burgueses), mencheviques y SR, serían forzados a romper con la burguesía. Los debates de abril no llevaron a la tendencia bolchevique a adoptar la inveterada opinión de Trotsky de que un régimen obrero y campesino plausible necesitaba la hegemonía proletaria en el Estado. Sobre esta cuestión, el mensaje central de la Conferencia de abril era que podría y debía formarse un gobierno soviético interclasista, por medio de la promoción sin compromisos de la “línea proletaria” (i. e. con una ruptura con la burguesía) en los soviets. Aunque algunas formulaciones de las resoluciones de abril escritas por Lenin apuntaban vagamente en dirección a un liderazgo estatal proletario como el siguiente paso necesario, el concreto liderazgo político de clase del futuro gobierno soviético se dejaba normalmente sin especificar.

Por debajo de las ambigüedades de las resoluciones de abril estaba el hecho de que se había articulado durante la conferencia se había articulado una amplia gama de opiniones diferentes. La posición de Lenin difería sustancialmente de la articulada más claramente por Kámenev. Según Lenin, era ahora anacrónico hablar sólo de “dictadura revolucionaria del proletariado y el campesinado”, puesto que esta dictadura había sido inesperadamente realizada en un soviet, cuyos líderes pequeño-burgueses habían cedido el poder a la gran burguesía. Concluía que “ahora debemos hacer frente a una tarea nueva y diferente: producir una división dentro de esta dictadura”, entre los elementos «proletarios» y los elementos “pequeño-burgueses” (mencheviques de derecha y líderes SR) dedicados a apoyar a la burguesía. A partir de este análisis, planteaba Lenin que los principales aliados de los obreros en la lucha de clase y en el futuro poder estatal serían los campesinos pobres y los trabajadores agrícolas, en vez del campesinado en su conjunto.

Esta posición apuntaba en dirección a la hegemonía proletaria en el gobierno revolucionario, una forma de poder que Lenin tendía a describir a lo largo de 1917 como un gobierno de obreros y campesinos pobres. La caracterización de Lenin de la instauración del poder soviético como un “paso hacia el socialismo” tenía igualmente fuertes connotaciones de hegemonía obrera. No sorprende del todo que varios bolcheviques y la gran mayoría de mencheviques vieran la posición del Lenin como algo equivalente a la revolución socialista. Pero es crucial señalar que Lenin rechazaba esta etiqueta y afirmaba que era “plenamente posible” todavía que la pequeña-burguesía y sus representantes in toto rompieran con la burguesía y tomaran el poder del Estado junto con el proletariado. Concluía que “si esto es todavía posible, entonces hay un, y sólo un camino hacia ello: que los elementos proletarios comunistas se separen inmediata, resuelta e irrevocablemente de los elementos pequeñoburgueses”.

Los críticos de Lenin en el partido normalmente tenían más esperanza en la capacidad de la pequeña-burguesía en su conjunto y sus representantes políticos de romper con los capitalistas. Kámenev declaró que “es inevitable un choque de la burguesía con toda la democracia revolucionaria”. Dada esta inminente división de los capitalistas era pues necesario “basar toda nuestra táctica en no romper el bloque” entre el proletariado y la pequeña-burguesía. En la Conferencia de abril, Bagdatev afirmaba que la esencia de los desacuerdos de los críticos con Lenin en el partido era que ellos no pensaban que ganar al Soviet a las posiciones de los bolcheviques fuera una condición para que éste asumiera el poder/62.

A lo largo del año, el rasgo definitorio de los bolcheviques moderados era que ellos fueron los que se orientaron más sistemáticamente a ganarse a los SR y a los mencheviques para formar un amplio gobierno socialista pluripartidista. Había buenas razones para ello. Puesto que la clase obrera era una minoría en Rusia, un gobierno soviético políticamente amplio parecía ofrecer las mejores perspectivas para fundamentar la alianza obrero-campesina y una base social sólida y mayoritaria contra la burguesía. Los bolcheviques carecían de un fuerte apoyo rural y la diferenciación de clase en el campo (excepto en Letonia) era menos acentuada de lo que Lenin creía en abril. El enfoque de los bolcheviques moderados, en otras palabras, se diferenciaba considerablemente del de los mencheviques y no debería ser calificado a la ligera de doctrinarismo o reformismo.

Estas diferentes expectativas entre los bolcheviques coexistieron bastante después de abril. Dadas las ambigüedades de las discusiones del partido en abril y el hecho de que el propio Lenin no negaba la potencia de una ruptura de los mencheviques y SR con los liberales, los bolcheviques continuaron mayoritariamente concibiendo y agitando en favor del poder soviético en un marco estratégico abierto a todas las posibilidades sobre su potencial liderazgo de clase. Ni las discusiones internas posteriores a abril ni la prensa del partido indican que los bolcheviques estuvieran orientados específicamente a instaurar el poder soviético por medio primero de la conquista de la mayoría de su partido. Dado el dominio de los socialistas moderados en los soviets, la consigna “Todo el poder a los soviets” significaba, en concreto, la creación de un gobierno SR-menchevique. La agitación bolchevique en favor de ello no era una treta táctica para desenmascarar a su rivales, sino un serio esfuerzo por formar un poder no-capitalista amplio que cumpliera las demandas del pueblo.

La posición bolchevique tras abril no era que los SR y mencheviques fueran incapaces de romper con la burguesía sino que podían y debían hacerlo inmediatamente. En su llamamiento de julio a los socialistas moderados a que “tomaran el poder en sus manos”, el bolchevique de Bakú Stepan Shaumian concluía con la siguiente pregunta: “¿escucharán los partidos socialistas dominantes la voz imperativa de la vida o continuarán en su estúpida incomprensión de los intereses de la revolución?”. La agitación bolchevique por el poder soviético, explicaba, daba expresión al “deseo del proletariado revolucionario de arrancar a los partidos pequeño-burgueses social-Revolucionario y menchevique de la influencia de [los líderes liberales] Miliukov y Guchkov y de sus servil subordinación al imperialismo aliado y ruso”.

Stalin, hablando en el VI Congreso, explicó el significado consensual que le daban los bolcheviques a su famosa consigna: “Nuestra consigna ¡Todo el Poder a los Soviets! significa, precisamente, crear un frente único revolucionario. Pero los mencheviques y los eseristas, temerosos de apartarse de la burguesía, nos han vuelto la espalda”. El enfoque bolchevique dominante era que solo el tiempo diría si los socialistas moderados rompían definitivamente. Trotsky, en cambio, afirmaba en junio que “[j]unto a la inevitable caída del presente gobierno vendrá la caída de los actuales líderes del soviet de delegados obreros y campesinos. La actual minoría del soviet tiene ahora la posibilidad de preservar la autoridad del soviet como representante de la revolución, y asegurar la continuación de sus funciones como poder central”.

La primera ruptura en los enfoques bolcheviques sobre el poder soviético no vino en abril, sino tras las Jornadas de julio. Tras la sangrienta represión de obreros por parte Gobierno de coalición y la posterior ofensiva anti-radical, Lenin declaró que los SR y los mencheviques habían “traicionado la causa de la revolución” y que ya no era posible empujar pacíficamente a los Soviets existente a que tomaran el poder porque estos (según él) habían cedido toda su autoridad a la dictadura burguesa. El partido debía abandonar la consigna de “Todo el poder a los soviets” y orientarse hacia una insurrección proletaria armada contra el régimen contrarrevolucionario y militarista. Afirmaba que, a diferencia del periodo anterior, ahora era absolutamente neesario para una ruptura con la burguesía que las masas dieran “la espalda a los partidos eserista y menchevique […] Es precisamente el proletariado revolucionario el que, después de la experiencia de julio de 1917, tiene que hacerse cargo independientemente del poder estatal” Esto no significaba que Lenin hubiera abandonado el objetivo de crear un régimen soviético mayoritario que representara a los obreros y a la gran masa de campesinos; pero, en su opinión, el camino hacia ello pasaba ahora necesariamente por la inmediata asunción del poder por parte de obreros armados.

La dura insistencia de Lenin en que el avance de la revolución necesitaba un gobierno dirigido por el proletariado era nueva, como nueva era su opinión de que el poder debía ser tomado al margen de los soviets existentes y de sus mayorías SR-mencheviques. Algunos cuadros bolcheviques radicales en Petrogrado apoyaron esta posición, que coincidía con una fuerte sensación de aislamiento del proletariado militante de los socialistas moderados después de las Jornadas de julio. Pero, en su conjunto, esta línea fue mucho más discutida en la dirección y bases bolcheviques que las Tesis de abril.

Puesto que Lenin había pasado a la clandestinidad, el principal defensor de la nueva línea en el VI Congreso de finales de julio y principios de septiembre fue Stalin, que fue incluso más allá del propio Lenin afirmando que Rusia estaba ahora preparada para una revolución socialista incluso antes de que ésta hubiera estallado en Occidente. Pero los principales líderes bolcheviques discutieron duramente el llamamiento a una toma del poder proletaria independientemente de los soviets, así como la descripción de la revolución como socialista. En su opinión, abandonando la lucha por transformar los soviets en órganos de poder, el partido corría el riesgo de aislar el partido y la clase obrera. Insistían en que era prematuro renunciar a los soviets existentes y a la alianza con las masas pequeña-burguesas que estas instituciones representaban.

Este revelador debate ha sido pasado por alto por la historiografía puesto que contradice el equívoco dominante acerca de la demanda de poder soviético. En el VI Congreso, fueron los moderados socialistas los que más sistemáticamente exigieron “Todo el poder a los soviets” contra la línea de los defensores de la revolución socialista (y/o tomar el poder independientemente de los soviets). Al final, el VI Congreso abandonó la consigna de “Todo el poder a los soviets” y aprobó una serie de resoluciones de compromiso orientadas en favor de la posición de Lenin mientras que a la vez reafirmaban gran parte del enfoque anterior del partido.

Es muy útil examinar la reacción del partido en su conjunto a la nueva línea planteada por Lenin y (de modo más suave) por el VI Congreso. El llamamiento a abandonar la lucha por “Todo el poder a los soviets” fue básicamente ignorado a todos los niveles; según todos los testimonios, los comités bolcheviques siguieron usando esta consigna y luchando por que los socialistas moderados rompieran con los liberales. Así fue no solo en las principales ciudades de provincia y de las fronteras, sino también en Moscú y Petrogrado. Observa Acton: “A nivel local había un rechazo general a aplicar un cambio de política que fuera contrario a los sentimientos de las masas». «El resultado fue el de suavizar lo que podría haber sido un duro golpe a la imagen del partido como campeón de un gobierno basado en los soviets”.

La derrota de Kornílov a manos de una amplia resistencia pluripartidista a finales de agosto cambió radicalmente la situación política. A diferencia de en lo que Lenin había venido insistiendo en el mes anterior, la lucha anti-Kornílov había demostrado que los soviets existentes no estaban obsoletos y que los SR y los mencheviques no se habían subordinado definitivamente a la burguesía contrarrevolucionaria. Después de esta victoria unida a muchos de todo el espectro político les parecía que la dirección soviético podía romper definitivamente con los liberales. Desde su guarida en Finlandia, Lenin hizo otro giro político brusco y pasó a apoyar el llamamiento de la dirección bolcheviques a las direcciones SR y menchevique para formar un gobierno soviético. Puesto que su objetivo inmediato seguía siendo “la dictadura del proletariado revolucionario”, Lenin opinaba personalmente que los bolcheviques no deberían participar en ese gobierno SR-menchevique. Pero las propuestas que hizo el Comité Central bolchevique (en el que ahora estaba Trotsky) a la dirección ejecutiva soviética el 31 de agosto y después en la Conferencia Democrática del 14-22 de septiembre no excluían esta posibilidad.

Con este espíritu, los líderes bolcheviques de la Duma municipal de Petrogrado declararon el 1 de septiembre: “Dejad simplemente que la auténtica democracia revolucionaria gestione por sí misma el gran Petrogrado revolucionario y también nosotros ocuparemos nuestro lugar en sus filas para trabajar intensa y desinteresadamente en beneficio de la capital mundial de la revolución”. El editorial de la dirección dos semanas después expresaba algo similar: “¿Queréis un frente unido con los bolcheviques? Romped entonces con el gobierno de Kérenski, apoyad a los soviets en su lucha por el poder y habrá unidad”. Si se hubiera aceptado este compromiso, el resultado podría haber sido un régimen parecido al que proyectaban Kámenev y otros de una dictadura democrática de obreros y campesinos. Pero las direcciones SR-menchevique –a pesar del fuerte crecimiento de las alas anti-conciliadores en ambos partidos– formaron un gobierno más con los liberales.

Sólo días después de que la dirección bolchevique hiciera su propuesta de compromiso a los socialistas moderados, entró en la ecuación política un nuevo cambio decisivo: los bolcheviques ganaron por primera vez el liderazgo de los soviets de Petrogrado y Moscú. Ahora que los bolcheviques eran la mayor fuerza en estas instituciones, la demanda de poder soviético cobró un contenido político completamente nuevo. Un gobierno soviético significaba probablemente a partir de ahora un gobierno dirigido por los bolcheviques; en términos del análisis de clase bolchevique, sería un régimen en el que el proletariado sería la fuerza hegemónica.

Si los socialistas moderados hubieran aceptado la legitimidad de un régimen soviético liderado por los bolcheviques, su amplia base social habría representado a la inmensa mayoría de la población. La mayoría de la gente continuaba contemplando el poder soviético como un régimen pluripartidista que representara a obreros, campesinos, soldados, la intelligentsia de izquierda y sus representantes políticos. Pero la continua oposición de los SR y los mencheviques al poder soviético revivió el fantasma de que un gobierno soviético dirigido por los bolcheviques tendría como base principal (o exclusivamente) a la clase obrera. Las alas izquierdas de los SR y los mencheviques continuaron creciendo, pero no estaba claro dónde recaerían al final sus alianzas políticas. En este contexto, la asunción del poder por los soviets sin el acuerdo de las otras corrientes socialistas llevaba consigo el peligro potencial del aislamiento proletario y la guerra civil.

En un contexto tal, las exhortaciones de Lenin –hechas de septiembre en adelante– a que la dirección bolchevique organizara inmediatamente una insurrección armada para derrocar al Gobierno provisional fueron al principio frontalmente rechazadas por el resto del Comité Central bolchevique. Semanas después de la negativa de los socialistas moderados a su propuesta de compromiso, los cuadros bolcheviques continuaron sin embargo negociando y planteando iniciativas para buscar un modo de formar pacíficamente un gobierno pluripartidista del pueblo trabajador acordado con las otras corrientes socialistas. Esta posición no solo era el resultado del deseo de los líderes bolcheviques de asegurar una base social lo más amplia posible para la ruptura antiburguesa, sino también de la creciente presión desde abajo en favor de la unidad de la «democracia revolucionaria». En un contexto así, el éxito político de los bolcheviques necesitaba que desafiaran a los moderados por la unidad.

Pero para el 10 de octubre, el estancamiento de las negociaciones con los moderados, unido a las nuevas iniciativas del gobierno de Kérenski para restaurar el orden, llevó a la mayoría del Comité Central a aceptar finalmente el argumento de Lenin sobre la necesidad de una insurrección armada. El partido tendría que avanzar hacia la instauración de un régimen soviético a pesar de la incertidumbre del apoyo de otras corrientes socialistas y/o de sus bases. Como Lenin, la mayoría del partido confiaba en que tras asumir el poder, serían capaces después de ganarse a las amplias masas de campesinos, una dinámica que era vista con esperanza por la creciente colaboración entre bolcheviques y SR.

Esto no significaba, sin embargo, que la dirección bolchevique estuviera de acuerdo con el inoportuno énfasis de Lenin de que el partido organizara una insurrección semanas antes del próximo Segundo Congreso pan-ruso de Soviets. Los bolcheviques trataron por el contrario, bajo el liderazgo de Trotsky, de promover el derrocamiento del gobierno por medio de un enfoque más cauto y defensivo que vinculara las acciones armadas a la legitimidad del Soviet, a sus instituciones y a su Segundo Congreso. A la postre, fue este último método el que prevaleció, aunque parece que Lenin tuvo un importante papel en darle a estas maniobras militares un carácter más ofensivo horas antes de que el Segundo Congreso se inaugurar el 25 de octubre.

Como es bien conocido, una minoría de dos personas en el Comité Central bolchevique, Kámenev y Zinóviev, votaron en contra de la resolución del 10 de octubre y empezaron a hacer campaña en contra de la insurrección armada en la prensa no-bolchevique. La esencia de su argumento –que era compartido por muchos cuadros bolcheviques de todo el Imperio– era que el proletariado y su partido eran aún demasiado débiles y estaban demasiado aislado como para que pudiera tener éxito una insurrección armada. Señalando la importancia de la próxima Asamblea Constituyente, afirmaban que el tiempo corría ahora en favor de los obreros puesto que (entre otras cosas) en el futuro “la posición de los partidos pequeño-burgueses […] no será la misma que ahora”. La presión desde abajo “les presionará aún más a ellos y les forzará a aliarse con el partido proletario frente a los terratenientes y los capitalistas representados por el partido kadete”.

En cierto sentido, la oposición de Kámenev y Zinóviev a una insurrección armada inmediata no difería de lo que había sido dominante entre los bolcheviques antes del 10 de octubre. Como demuestran los meses de debate anteriores, no había una respuesta obvia a la cuestión de si y cuándo deberían ser abandonados los intentos de llegar a un acuerdo con los socialistas moderados. Además, en las circunstancias concretas de octubre de 1917 había una significativa tensión entre la insistencia de principio del partido bolchevique en la hegemonía proletaria en la lucha por el poder soviético y el deseo compartido por obreros y militantes por igual de instaurar un régimen del pueblo trabajador con una amplia base. Lenin, Trotsky y el Comité Central bolchevique no habían abandonado este último objetivo, pero su realización práctica se basaba ahora más en una apuesta por desarrollos futuros que en una certeza política.

Quizá la principal crítica que se pueda dirigir contra Kámenev y Zinóviev es que no consiguieron producir el giro político cuando las condiciones lo exigían. Aunque señalaban dilemas políticos y peligros reales, su oposición inicial a la insurrección no puede ser reducida a una simple diferencia de táctica. Su tendencia a considerar una alianza con los socialistas moderados como una condición necesaria para un gobierno soviético amenazaba con subordinar a los bolcheviques a fuerzas políticas que a su vez estaban subordinadas al capital. En este sentido, Trotsky no andaba desencaminado cuando afirmaba que la oposición minoritaria en la dirección reflejaba “la presión ejercida sobre el partido por la opinión pública burguesa en un momento en que se cernía un peligro mortal sobre las cabezas de la sociedad burguesa”. Sin embargo, este punto no debería ser exagerado puesto que a pesar de su oposición inicial a la organización de una insurrección armada, Kámenev y Zinóviev acabaron en puestos clave durante la fundación del nuevo régimen soviético –Kámenev fue elegido presidente del Comité Ejecutivo Central del Soviet y Zinóviev escribió muchos artículos bolcheviques de referencia el 25 de octubre y luego fue editor de Izvestia, el periódico de la dirección del Soviet–. Que la insurrección de octubre fuera en realidad tan defensiva, tan vinculada a la legalidad soviética, significaba que las esperanzas de los bolcheviques moderados en llegar a un acuerdo con amplios sectores de los SR y los mencheviques aún no estaban perdidas.

Aunque el ala Kámenev-Zinóviev se apoyaba en importantes aspecto estratégicos en el “viejo bolchevismo” no tiene sentido reducir esta tradición a las vacilaciones de ambos. Para mediados de octubre los otros líderes bolcheviques habían quedado convencidos de que la formación de un gobierno soviético dirigido por el proletariado era necesario y posible, a pesar de la oposición de los SR y mencheviques y del riesgo de guerra civil que conllevaba. Como hemos visto, la algebraica posición del partido sobre el poder soviético podía ser desarrollada en dos direcciones diferentes. E incluso si el bolchevismo no hubiera tenido una estrategia con ese final abierto, el partido hubiera estado igualmente sujeto a intensas presiones políticas externas y hubiera tenido que afrontar el desafío de apostar por el mejor momento y por los mejores medios en el asalto al poder.

Los bolcheviques fueron la principal fuerza en las acciones armadas que derrocaron al Gobierno provisional el 25 de octubre, pero nadie sabía de antemano si tendrían una mayoría absoluta o solo una mayorías simple en el Segundo Congreso pan-ruso de Soviets. Resultó que la inmensa mayoría de los delegados apoyaron darle todo el poder a los soviets, aunque los bolcheviques tuvieran algo menos de la mayoría absoluta (300 de 667 delegados). Si lo hubieran querido, las corrientes no-bolcheviques podrían haber ejercido una influencia considerable en el Congreso (que fue presidido por Kámenev) y en el nuevo gobierno. Aunque Lenin había defendido un gobierno exclusivamente bolchevique, los delegados bolcheviques aceptaron unánimemente la propuesta que hizo Mártov en la sesión inaugural de formar un amplio poder socialista pluripartidista. Pero la potencia para crear algún tipo de régimen soviético amplio fue pronto frustrada por la salida de los moderados y el rechazo de cualquier otra corriente política de participar en el recién formado gobierno.

El deseo de los bolcheviques de evitar el aislamiento del proletariado se expresó sin embargo, entre otras cosas, en la inmediata implantación del nuevo gobierno del programa agrario eserista y de su incorporación al gobierno como socios en minoría unas semanas después. A nivel local y regional, el recién formado gobierno soviético incluía un gama aún más amplia de tendencias políticas, marxistas no rusos, SR maximalistas, anarquistas y nacionalistas revolucionarios. Sólo en el transcurso de 1918 fueron destruidas estas alianzas bajo las tempestades de la intervención extranjera, la guerra civil y el colapso económico.

Conclusión

Se podría decir muchas más cosas acerca las posiciones de los bolcheviques sobre la revolución socialista en 1917, pero espero que esta discusión haya bastado para aclarar las principales líneas de desarrollo. Octubre puede ser descrito como una revolución socialista en tanto que instauró un poder estatal dirigido por el proletariado que implantó el control obrero de la economía y que promovió el derrocamiento internacional del capitalismo. Pero no es históricamente válido afirmar que la corriente bolchevique desde abril de 1917 en adelante viera este objetivo como la necesaria siguiente etapa ni que identificaran el establecimiento de tal gobierno con la revolución socialista.

Al final, las tensiones y ambigüedades en la estrategia bolchevique reflejaban las reales contradicciones sociales y políticas de la lucha por la hegemonía de la clase obrera en una sociedad atrasada, devastada por la guerra y principalmente campesina. El curso de los acontecimientos ha confirmado en gran medida el énfasis del “viejo bolchevismo” en la necesidad de una alianza obrero-campesina y en la centralidad de las demandas democráticas. Al mismo tiempo, la experiencia de 1917 confirma igualmente el argumento de Trotsky de que el éxito de esta revolución democrática necesitaba del liderazgo proletario en el gobierno. Acontecimientos similares confirman su afirmación de que el régimen resultante tendría que atacar los fundamentos de las relaciones de propiedad capitalistas.

Puesto que el socialismo no podía ser realizado solo en los confines de Rusia, la única vía para resolver las contradicciones inherentes que afrontaba el nuevo gobierno soviético era expandir al extranjero los gobiernos obreros. Y sobre la inminencia y la necesidad de revolución mundial, las perspectivas de todos los bolcheviques coincidían plenamente. El axioma de que la revolución rusa sería derrotada si permanecía aislada se confirmó, aunque su derrota tomara la inesperada forma de la degeneración estalinista. Dicho brevemente: la teoría de la revolución permanente de Trotsky fue confirmada por la experiencia de la revolución rusa, aunque no se pueda decir lo mismo de su explicación polémica de cómo Lenin “rearmó” a los bolcheviques.

 

[El autor agradece a John Riddell, Todd Chretien, Lars Lih y Charlie Post sus comentarios a este artículo.]


 

Obras citadas

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