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Algunas preguntas sobre la experiencia de Podemos

Pablo Pérez Ganfornina, exsecretario de comunicación de Podemos Andalucía y miembro de Anticapitalistas, suma sus reflexiones a esta serie de textos que presentamos desde Jacobin América Latina y que, desde diferentes ángulos y posiciones, buscan construir un balance de la experiencia política reciente en el Estado español.

Serie: Dossier España

En 2005, Mike Davis escribió The Monster at our door («El Monstruo llama a nuestra puerta») centrado en el estudio de la gripe de 1918, la gripe aviar y las plagas en el capitalismo. Hoy, quince años después y tras el estallido de la pandemia del COVID-19, obra cobra total actualidad. Posiblemente estemos viviendo una de las mayores crisis del capital a nivel internacional. Y el monstruo ha entrado en casa sin darnos tiempo siquiera a levantarnos del sofá.

En la última década de políticas neoliberales para reponer los desmanes de su economía de casino, no solo se ha empobrecido y precarizado a millones de personas, sino que además el sistema no ha construido una salida estable a su crisis. Miramos impotentes cómo tenemos menos referentes y poco a poco se desvanecen las energías que, en otro momento, pusieron en marcha importantes procesos políticos. Mientras, emerge una nueva derecha radical en diferentes países, en medio de una crisis mundial que no puede escapar a una situación de emergencia climática y sanitaria sin precedentes.

Las cosas no invitan a ser optimistas. Quizás dentro de poco, cuando tengamos más pruebas de cómo la revolución ganadera y la urbanización del llamado «tercer mundo» bajo el sistema neoliberal transforman la ecología de la gripe (acelerando la evolución de nuevos recombinantes) y condicionan la vida en el planeta, artículos como este tengan escaso interés, porque la principal tarea política sea organizar el colapso. Hasta entonces, en política como en la vida, se afrontan mejor los momentos difíciles haciéndonos las preguntas correctas, las justas, las necesarias para abordar los problemas y clarificarlos. En este artículo nos preguntamos sobre la experiencia de Podemos desde su creación hasta ahora, con el objetivo de ofrecer algunas ideas a futuro de nuevas experiencias alternativas.

¿Por qué surgió Podemos en 2014?

Podemos surgió porque en 2008 estalló una crisis que dejó sin empleo y sin casa a millones de personas. Porque las izquierdas –social-liberal (PSOE) y eurocomunista (IU)– aplicaron la austeridad. Porque la gente se cansó y salió a la calle sin pedir permiso un 15 de mayo de 2011. Porque se rompió el sueño de los años del «capitalismo popular». Porque algunos se atrevieron a plantear la idea de un partido de masas antineoliberal y pluralista, a la izquierda del social-liberalismo. Porque un joven profesor universitario se hizo famoso en televisión con sus intervenciones en algunos debates. Porque una humilde organización de la izquierda alternativa puso todo su capital político y sus recursos militantes al servicio de la idea. Porque la gente quería una alternativa, y hubo una alternativa.

Podemos surge en 2014 para llenar un vacío. Antes no pudo ser porque «España va (iba) bien», como decía el expresidente de la derecha José María Aznar allá por el año 1997. Antes no pudo ser porque «venía el lobo», como repetía la izquierda. Antes no pudo ser porque venimos de una derrota histórica del movimiento obrero a nivel internacional y porque, en particular en el estado español, la losa de la dictadura todavía pesaba mucho, incluso para plantear ciertas cosas (con honrosas excepciones, como Julio Anguita a finales de los 90). Antes no pudo ser porque la gente no quiso. No se dieron las condiciones, no hubo capacidad, o ambas cosas.

¿Y ahora? Vuelve a haber una crisis y, por lo que parece, será más dura que la anterior. Pero resulta difícil imaginar que desde la izquierda podamos canalizar la rabia que vendrá. Una sociedad hastiada, cansada y golpeada por una década de políticas de austeridad no volverá a confiar en la política así como así, ni a ilusionarse con fuegos de artificio. Y es que no parece que la experiencia del gobierno de coalición (PSOE y Unidas Podemos), a ojos de millones de personas la izquierda realmente existente, esté siendo un revulsivo en la conciencia de clase y la organización popular. Más bien al contrario: vemos cómo Podemos, por su parte, ha pasado de ser un dinamizador a un disciplinador de la lucha política y cómo la coalición histórica se ha convertido, por la vía de los hechos, en un tapón a la politización de la sociedad «porque viene el lobo». Otra vez Unidad de España, otra vez compromiso histórico, otra vez correlación de fuerzas, otra vez quédate en casa, otra vez no te metas en política, otra vez la misma historia. Decía la cúpula de Podemos, con Iglesias a la cabeza, aquello de «nacimos para gobernar». Podríamos añadir: «no para que nos gobiernen».

¿Envejeció Podemos?

A nuestro entender, así es. De hecho, lo llamativo es la velocidad con que lo ha hecho.  Como afirmaba Manolo Garí en un recomendable artículo reciente, «Podemos envejeció rápidamente hasta la decrepitud porque acabó aceptando el marco discursivo y los límites de la Constitución Española de 1978, de la economía de mercado y de la Unión Europea como único horizonte posible». Sin duda, esto supone una derrota del proyecto original de Podemos y una derrota para la izquierda que lo impulsó.

En este punto, la pregunta pertinente es ¿por qué se envejece? Quizás la razón más poderosa sea aquella que en otros muchos momentos hemos repetido al analizar experiencias históricas: porque cuando no se avanza, se retrocede. Y cuando hablamos de avanzar, no hablamos de saltar por encima de los procesos sociales. Evidentemente, hay momentos en los que en poco tiempo se llega muy lejos, mientras que existen otros en los que pasan muchos años y apenas nos movemos nada. El espacio-tiempo entre el 15M y Podemos en el estado español fue un claro ejemplo de lo que estamos hablando. Sea como sea, en todos los momentos hay que hacer política. Sin embargo, pensamos, para avanzar debe mantenerse una dirección y una voluntad ante las dificultades y las estrategias de los diferentes actores. Por el contrario, Podemos ha renunciado a la idea de ser alternativa. Y lo peor es que no lo hizo por error, sino de manera consciente. La estrategia acababa en llegar al gobierno en nombre de una presunta «Guerra de Posiciones», lo que por momentos resulta más insultante todavía.

Ante quienes defienden que gobernar con el PSOE es ser pragmáticos para conseguir victorias para las clases populares en el contexto actual, hay quienes decimos que más bien todo lo contrario. Ojalá nos equivoquemos. No hay una sola experiencia histórica de cogobierno con la socialdemocracia o social-liberalismo por parte de «la izquierda» en minoría que haya dado lugar a un proceso de transformación; ni siquiera de mejora de la correlación de fuerzas. En nuestra opinión, si hay alguna opción de que un gobierno liderado por el PSOE haga políticas que mejoren de manera sustantiva la vida de la mayoría social, es ofreciendo una alternativa firme e independiente desde fuera de ese gobierno. Un competidor es lo único que hace virar la política social liberal y hacer concesiones. El ejemplo más reciente (que seguro no está libre de debate sobre límites y contradicciones) es la experiencia de la Geringonça del Bloco de Esquerda y PCP con el PS en Portugal. Apoyo desde fuera del gobierno a cambio de políticas concretas (paralización de las privatizaciones, derechos laborales y salariales, pensiones, vivienda, protección social, impuestos…).

Pero volvamos al caso español y al PSOE. Resulta llamativo cómo durante estos años se ha hablado mucho de la entrevista que un famoso periodista de investigación, Jordi Évole, realizara a Pedro Sánchez cuando este ya no era el líder del PSOE (tras el golpe interno que sufrió por parte del «ala más dura» del partido). Siempre que se hace referencia a esa conversación se afirma, y con razón, que era el PSOE y las élites de este país quienes rechazaron a Podemos tras las elecciones de 2015 y 2016. El propio Pedro Sánchez «reconocía», en prime time, que había recibido presiones para no pactar con Podemos.

Sobre la confesión de Sánchez, que no sorprendió a muchos, lo interesante no es lo que dijo. Sino por qué lo dijo. Y ahí, el pragmatismo que reina no es el de aquellos que ambicionaban llegar al gobierno fuera como fuera. Sánchez habló, aquella noche, en nombre de la pragmática del poder. Sus declaraciones se dieron como consecuencia de una crisis fuerte del PSOE, precisamente, ante el surgimiento de un competidor fuerte a su izquierda. Fue el ventrílocuo perfecto de aquel partido –que constituye, probablemente, el pilar fundamental del Régimen político emanado desde el fin de la dictadura– justamente por su capacidad para limitar y reorientar las aspiraciones de las clases populares.

Sin duda, aquella entrevista y aquellos meses significaron un punto de inflexión en la estrategia que, finalmente, el PSOE y el régimen acabaron adoptando para su recomposición. La «podemización» de Sánchez–PSOE permitió abrir una puerta al reencuentro. Expliquémonos. En Febrero de 2012, mientras se celebraba en Sevilla el 38º Congreso del PSOE tras su derrota electoral ante el PP de Mariano Rajoy, Josep Borrell (histórico dirigente del partido) dijo en una entrevista para La Tuerka (Programa de Pablo Iglesias) que el problema que tenía su partido era que «los hijos se habían peleado con los padres».

No hacía un año de la irrupción del 15M en las calles y el PSOE ya discutía sobre cómo recomponer la herida abierta. Con el surgimiento de Podemos, esa distancia fraternal se iba a acrecentar en muchas familias de la clase trabajadora y de sectores populares. Es cierto que en política (como en la vida) las relaciones no son sencillas y suele la lucha inestable en búsqueda de cierto reequilibrio suele subyacer de manera permanente. En cualquier caso, desde nuestra perspectiva, lo que Sánchez inició en la famosa entrevista –y que posteriormente fue objeto de preocupación principal en la resolución de la crisis del PSOE– fue una ofensiva por recuperar el terreno perdido, por lograr el ansiado reencuentro de aquellos que un día se separaron.

En este sentido, a la luz de la experiencia, el 15M permitió la apertura de un espacio político impugnador del sistema con un lugar propio, al margen de los partidos del régimen. Esperemos que el gobierno de coalición no esté ayudando a cerrar esa puerta, a achicar el espacio de la alternativa y a acortar la distancia entre lo viejo y lo nuevo por décadas en el conjunto del estado.

Por otro lado, sería simplista reducir la lucha por la hegemonía a una partida de cartas entre líderes y partidos. Quienes no creemos en el principio populista de «la autonomía de lo político» (en el sentido en que lo definieron los planteamientos de Laclau y Mouffe, por cierto, con notable influencia en Podemos, fundamentalmente a través de Iñigo Errejón), debemos ir más allá.

Hacerse viejo en política no responde a las leyes de la biología. Como decía Salvador Allende, «hay jóvenes viejos y viejos jóvenes». Quizás, y duele decirlo, hoy Podemos se ubica entre los primeros. Y conforme más envejece, más rejuvenece al PSOE. La pregunta es: ¿por qué envejeció tan rápido?

Porque seguimos viviendo una derrota histórica. Porque después de más de una década de políticas de ajuste, con una nueva crisis incluso peor que la anterior, una sociedad sin victorias tiende a elegir las derrotas. Porque hay terreno social y político abonado para el  posibilismo. Porque «dentro de lo malo, lo menos malo», porque «todo no puede ser malo». Y esto último no es menor. Para pensar la alternativa no podemos quedarnos en la crítica. Hay que ofrecer un proyecto. Porque vivimos en la sociedad del éxito, sobre el cual también Podemos aglutinó a un sector que sueña con los principios culturales del neoliberalismo y quiere ganar (o cuanto menos, no seguir perdiendo). Pablo Iglesias, nos guste más o menos, representa el éxito para de millones de personas. Debemos reconocer esa circunstancia. Quería llegar al gobierno, y lo consiguió. Y sí: otra vez, «el fin, justifica los medios».

Con lo anterior, no hablamos solo de la base social y electoral de Podemos, hablamos también del sector activista y militante. Cuando uno viene de jugar en tercera regional, sabe lo que es volver a los campos de albero. Sin embargo, cuando directamente empieza disputando en la primera división de los grandes clubes, entre focos, prensa, estadios repletos y todo un entorno hablando de tu equipo, hay horizontes que son realmente inimaginables. Y esto que digo nos condiciona a todos. Si la izquierda alternativa militante no es capaz de comprender los sentimientos y frustraciones de los compañeros más cercanos, estaremos perdidos.

Un poco más allá, se hace necesario un balance y también una autocrítica. Hace unas pocas semanas leía un texto de Ernest Mandel sobre el pensamiento de Spinoza. Las ideas del filósofo holandés sobre la concepción del Estado, la condición de ciudadanía, las revoluciones políticas y la libertad burguesa me hicieron reflexionar sobre el marco de coordenadas dominantes en el espacio de Podemos.

En vías de extraer lecciones útiles para otras experiencias, creo que desde las posiciones más rupturistas nos equivocamos con la cantidad de energías que destinamos a discutir cuestiones democráticas. Desequilibramos la balanza poniendo menos huevos en la cesta de la ideología. Por demasiados momentos –permítaseme el símil futbolístico de nuevo–, en lugar de atacar el espacio, fuimos a correr detrás de la pelota. Justo donde nos querían quienes controlaban el partido. Quizás, dada la arquitectura que había desarrollado el propio proceso (por el modelo organizativo con tan poco poder en las bases militantes, su carácter hipercentralista y plebiscitario, etc.), no habrían cambiado grandes cosas. Pero sí habríamos podido articular de manera más sólida nuestro propio espacio, para poder ahora aguantar de mejor manera lo que acertadamente anticipamos (giro posibilista y gobernista en lo político).

En otras palabras, si para Mandel con Spinoza nos encontramos en el «límite exterior de la libertad burguesa, cuando en su máxima coherencia comienza a dejar atrás a la propia burguesía y al capitalismo», hoy podemos decir que el discurso de Podemos, salvo momentos muy concretos, apenas rebasó esa frontera. Y esta es una cuestión importante a tener en cuenta para comprender algunas de las dificultades con que las posiciones anticapitalistas y rupturistas pueden encontrarse hoy ante el cambio de ciclo, después de haber tenido una notable influencia en la experiencia de Podemos desde su creación.

¿Volver a intentarlo? 

Buscaremos responder a esa pregunta desde diferentes puntos de vista. En primer lugar, diremos que ninguna experiencia se repite. No obstante, si volver atrás fuera posible y nos encontráramos a finales de 2013 e inicios de 2014, estoy convencido que, sin ninguna duda, lo volveríamos a intentar. Más como una obligación que como una opción. Y es que si bien el movimiento de los indignados, el 15M, supuso un enorme revulsivo para la relación entre política y sociedad en el estado español, en 2013 la situación política estaba estancada y el movimiento popular mostraba los límites propios de la ausencia de una expresión política o electoral. En este sentido, las razones que explicarían una hipotética repetición de la experiencia van más allá de la relación íntima entre el 15M y Podemos. La idea original de Podemos no respondía solo a la situación política y social sino también a la propia necesidad del movimiento. Por eso, y mientras los objetivos políticos sigan intactos, no quedaría más remedio que volver a intentarlo.

Otra cuestión es traer la posibilidad de reeditar algo así en el presente o en un futuro cercano. Aquí queremos ser muy claros y directos: volver a intentarlo hoy no es posible. Gastamos esa bala. No hay condiciones sociales, políticas e incluso –me atrevería a decir– emocionales para osar pensar en algo parecido. Y, por si alguien tiene alguna duda, no: tampoco se puede refundar el proyecto, dado el desarrollo de los acontecimientos internos (proceso de depuración progresiva de toda disidencia, liquidación de cualquier espacio de democracia interna, autonomización y burocratización de la cúpula dirigente, etc.) y políticos, siendo fundamentalmente estos último los que han hecho retroceder al movimiento popular a posiciones no solo pre-15M, sino incluso anteriores, sumando la derrota política y cultural de una década.

Dicho esto, en tercer lugar, y aunque por la extensión y objetivo de este artículo no podamos reflexionar en profundidad sobre otras cuestiones importantes, merece la pena al menos plantear algunos temas sobre los que debemos trabajar más y mejor en un futuro –esperemos– no muy lejano.

Por un lado, cómo articular la diversidad. Como apuntaba también Manolo Garí en el artículo que mencionábamos anteriormente, «Podemos nació como un partido sumamente abierto a la incorporación de corrientes diversas de la izquierda social y política, lo que pronto se plasmó en la incorporación de sectores en ruptura con IU, incapaz de salir de su crisis interna». Sin embargo, aquí la experiencia deja un «manual de instrucciones» de lo que no hay que hacer para que esa diversidad cuaje en un sentido positivo y fortalezca el proyecto común.

Desde luego, se trata de un manual escrito con algunos errores y precedentes históricos del movimiento obrero, pero que cobran menos sentido aún en una sociedad más compleja y plural como la que hoy tenemos: sin democracia, sin normas claras, sin garantías, sin pluralidad real y sin debate, es imposible articular un sujeto político de las dimensiones que estamos hablando. Sin duda, no en todos los momentos fue así; pero lo bueno se terminó demasiado pronto. El modo de hacer las cosas está más cerca de la campaña de las europeas de mayo 2014 y las municipales de mayo de 2015 (por la elaboración de los diferentes programas, la elección de las candidaturas, el modelo de campaña que rompía con los marcos clásicos de la política profesional…) que de la maquinaria de guerra electoral ideada por Iglesias, Errejón y su equipo de cara a las primeras elecciones generales de diciembre de 2015.

Por otro lado, aunque estrechamente relacionado con lo anterior, debemos abordar el papel de los liderazgos. La democracia es lenta. O, al menos, más lenta que la palabra del líder. No obstante, en torno a la discusión sobre la mayor o menor eficacia política, diremos que depende de para qué objetivos. Desde luego, parece claro que el equipo dirigente de Podemos, en buena medida, se creyó su propia hipótesis de la victoria relámpago. Y lo jugó todo a una carta.

Pero además, pasados los años, también queda claro que en ningún momento estuvo sobre la mesa la construcción de un partido de masas que diera un salto cualitativo en la autoorganización popular respecto a la situación en la que nos encontramos. Más bien, los pasos que se dieron fueron dirigidos a cooptar una parte de los cuadros del movimiento o bien a enseñarles la puerta de salida, así como también a invisibilizar otras posiciones existentes dentro del Partido (los cofundadores Teresa Rodríguez y Miguel Urbán, junto al Alcalde de Cádiz, José María González «Kichi», por su pertenencia al sector de Anticapitalistas, fueron de los primeros…).

Como bien apunta Garí, «el objetivo específico de Pablo Iglesias era constituirse como el líder indiscutido con total autonomía, sin explicitar un proyecto […] Para ello no dudó en radicalizar o moderar su discurso a conveniencia. Jamás planteó un proyecto de sociedad, un programa de gobierno o una estrategia a seguir, ni se consideraron las condiciones y medidas para hacer frente a los ataques del capital». Aquí la receta alternativa sigue otros caminos (portavocías plurales y corales, rotación, límite de mandatos, etc.), asumiendo que los liderazgos existen y que no se trata de negarlos, sino más bien de ordenarlos. O, como los medios de producción: deben ser puestos bajo control social…

En definitiva, aunque hace mucho que Podemos ha dejado de marcar la agenda política, y aunque su valoración cae progresivamente, fue imprescindible intentarlo. Ahora nos queda aprender, y volver con más fuerzas y saberes. Porque, como decía Miguel Romero «Moro» (dirigente histórico de la LCR en el estado Español y fundador de la Revista Viento Sur), entender la diferencia entre una derrota y un fracaso es fundamental para construir un proyecto revolucionario. «La derrota puede ser, y es frecuentemente, la conclusión de una lucha necesaria; la tarea entonces es cómo continuar. El fracaso llega cuando se considera que la lucha fue un error o que ya no tiene sentido; la consecuencia general es la desmoralización o el abandono». Continuemos el combate.

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