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Foto: Mario Tama / Getty Images

La izquierda y las elecciones en EE.UU.

Traducción: Valentín Huarte

Las elecciones en Estados Unidos captan la atención del mundo entero. Dentro de la izquierda norteamericana se debate si se debe o no votar al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, para derrotar a Trump.

Estados Unidos sufre una fiebre alimentada a la vez por el coronavirus y por una presidencia inestable. A tres semanas de las elecciones, el presidente Donald Trump todavía tiene chances de ganar el colegio electoral combinando la supresión del derecho a voto siguiendo una lógica racista, la generación de una situación caótica y las decisiones legales preferenciales de juzgados repletos de funcionarios republicanos. Las encuestas sugieren una ligera caída durante las últimas semanas que el episodio de Trump con el COVID-19 no ha revertido. Debe tenerse en cuenta a su vez una base del 40% de la población (concentrada sobre todo en sectores blancos y de edad avanzada) que todavía no ha abandonado a Trump. Por otro lado, el oponente demócrata, Joe Biden, orienta su campaña hacia un retorno al statu quo pre-Trump, lo cual conlleva una clara falta de entusiasmo. Y las dificultades bien reales de votar durante la pandemia conspiran para arrojar una sombra de duda sobre las mejores predicciones de las encuestadoras. Por lo tanto, el proceso electoral está lejos de haber terminado.

El panorama empeora cuando se considera el hecho de que, sea o no derrotado Donald Trump, está claro que EE. UU. se dirige a un invierno brutal mientras la pandemia de COVID-19 avanza sobre cientos de millones de personas que se quedarán en sus hogares desde octubre hasta marzo. Decenas de millones de personas viven en hogares con mala ventilación donde cohabitan múltiples generaciones. Mientras tanto, la economía se enfría después de un  crecimiento de alrededor del 30% durante el verano (luego de caer entre el 31,4 y el 2,5 durante el primer y el segundo trimestre respectivamente). Un paquete de estímulos del Congreso para el período poselectoral (sin importar quién gane) podría tener algún impacto, pero los presupuestos estatales, municipales y escolares sufrirán fuertes recortes en la primavera. La realidad es que, como mínimo, seguiremos enfrentando las condiciones que impone la pandemia durante buena parte del año que viene. Por lo tanto, aun si la fiebre política cesa el 3 de noviembre, nos espera una fiebre social desmoralizante y degradante que durará una buena parte del 2021.

Aun si Biden gana, Trump le deja al país dos “píldoras envenenadas”. En primer lugar, la designación de Amy Comey Barrett en la Corte Suprema cimentará una mayoría conservadora de seis contra tres que durará toda una generación. Este bastión reaccionario en el poder judicial podría provocar una respuesta social de izquierda en la medida en que la corte atenta contra los servicios de salud, la igualdad LGTBIQ, la protección del medioambiente, los derechos laborales y sindicales, el aborto y los derechos de voto. Pero en el corto plazo nos enfrentamos a una serie de derrotas que será difícil quitarnos de encima en el largo plazo. La corte conservadora le brindará además al Partido Demócrata una excusa permanente para limitar cualquier tipo de reforma a lo que “los seis” consideran como constitucional. En segundo lugar, el crecimiento exponencial de un núcleo duro de elementos racistas y neofascistas constituye una amenaza real y actual contra todas las personas de color y contra las organizaciones de izquierda en general. La derrota de Trump implicaría para estas fuerzas un revés temporal (aunque no por ello menos importante y bienvenido), pero acumularían fuerza oponiéndose a la defensa que el gobierno de Biden hará del statu quo y arengando el odio racista y misógino contra la vicepresidenta Kamala Harris.

Con el riesgo de hacer una generalización excesiva, puede decirse que hay cuatro bloques políticos en los Estados Unidos: Un 25%-30% de trumpistas, un menguado 10%-25% de republicanismo “moderado”, un 30-35% de demócratas “moderados” y aproximadamente un 25% de progresistas o socialistas que apoyan a Bernie Sanders. Estos números son un tanto arbitrarios, pero lo que quiero decir es lo siguiente: el trumpismo es más fuerte que el republicanismo moderado (por mucho), pero constituye una minoría al interior de la clase trabajadora. La mayoría de la población norteamericana se inclina hacia la izquierda, pero la tendencia “moderada” tiene más peso que las fuerzas de Bernie. Por lo tanto, todo indica que Trump tuvo éxito al quedarse con el republicanismo, mientras que Biden logró salvar de Bernie a las tendencias dominantes del Partido Demócrata. Si Trump pierde, es probable que haya un ajuste de cuentas en la dirección del Partido Republicano, pero no habrá ninguna transformación en sus bases en el corto plazo. Por el contrario, una victoria de Biden fortalecería temporalmente a la dirección del Partido Demócrata, pero no bastaría para poner fin a la oposición resuelta de la izquierda, que existe tanto dentro como fuera del partido. A pesar de estas tensiones, el sistema bipartidista goza por el momento de suficiente elasticidad como para contener una polarización creciente, lo cual implica que el desafío que podría representar un partido obrero o socialista desde la izquierda, una implosión centrista de tipo macronista o un partido de extrema derecha al estilo alemán, enfrenta obstáculos significativos.

Para la izquierda socialista, “nuestro” pueblo se concentra entre los trabajadores y las trabajadoras jóvenes (que en su mayoría son personas de color, mujeres, inmigrantes y personas LGTBIQ). La campaña de Bernie ayudó a una buena parte de esta nueva generación a encontrarse entre sí, brindándole un lenguaje para criticar el capitalismo sexista y racista y para esbozar en términos generales un programa político socialista (Green New Deal, Medicare for All, gratuidad de la Educación Superior, derechos reproductivos, sindicalización, salarios de 15 USD la hora, etc.). Organizativamente, Democratic Socialist of America [DSA] pasó de tener aproximadamente 10 000 militantes en 2016 a tener 70 000 en la actualidad.

Por supuesto, la radicalización existía antes de que llegara Bernie. Desde Occuppy Wall Street hasta las manifestaciones masivas por los derechos de las personas migrantes, pasando por las marchas por la cuestión climática, el #MeToo, una importante oleada de huelgas en los sectores de educación y salud y, todavía más impactante, el movimiento Black Lives Matter, los movimientos sociales y la lucha de clases han fortalecido un profundo antagonismo social entre una generación que enfrenta un futuro sombrío y los intentos del sistema de imponer este futuro. Si es verdad que millones de personas vieron a Bernie como el tío socialista (el “tío Bernie”) que les enseñó a nombrar al campo enemigo (“la gente millonaria y multimillonaria”), y otras tantas encontraron un compañerismo inspirador en las diputadas Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, también es cierto que sienten a George Floyd y a Breonna Taylor como su hermano y su hermana asesinados por quienes son capaces de dedicar la vida entera a luchar en pos de la justicia. Es una combinación poderosa, pero todavía no es suficiente.

Por primera vez en muchas generaciones, el movimiento socialista es visible y está creciendo en Estados Unidos. Pero todavía no tenemos la fortaleza suficiente como para conquistar lo que necesitamos. Esto quedó claro con la derrota de Bernie en manos de Biden y el fracaso de las protestas del movimiento Black Lives Matter para desfinanciar de manera significativa a la policía. Evidentemente, hemos sacudido algunas jaulas y los movimientos tienen todavía mucho para dar. Y también podemos contar algunas victorias parciales, tales como el despido o el procesamiento de algunos policías racistas y asesinos, el éxito de los sindicatos docentes al frenar la apertura irresponsable de las escuelas o negociar modelos híbridos, las huelgas en el sector de la salud para conseguir equipamiento de protección personal y condiciones de trabajo más seguras, y el triunfo electoral, modesto pero significativo, de algunas candidaturas de DSA. Pero la gran mayoría de nuestras organizaciones en los movimientos sociales (desde los sindicatos hasta Black Lives Matter, pasando por Dreamers y el #MeToo, hasta DSA), o bien todavía no tienen la confianza suficiente, o bien no consideran ni juzgan que las condiciones para crear instrumentos políticos independientes del sistema bipartidista sean oportunas.

Sin embargo, la cuestión de la relación entre los movimientos sociales, la organización de la clase trabajadora y la representación política ha superado algunas limitaciones y se ha convertido en una cuestión real con fuerzas políticas cuyos números se cuentan entre centenas de miles. Buena parte de las direcciones y de las organizaciones más importantes del país se enfrentan con las implicancias a largo plazo de esta cuestión, aun si todas afrontan en lo inmediato el problema de derrotar a Trump. Por ejemplo, tanto Alicia Garza como Patrice Collurs, del movimiento Black Lives Matter, argumentan a título personal a favor de un voto a Biden como medida defensiva en contra de la incitación de Trump al racismo. Es una discusión con muchas aristas que debería ser abordada con paciencia y camaradería por todo el activismo que hoy comparte los mismos objetivos.

Y esto nos lleva a los Socialistas Democráticos de América (DSA). En 2019, la mayoría de la delegación del congreso nacional de DSA votó a favor de la resolución “Bernie o nada” (Bernie or bust), lo cual significaba que DSA apoyaría a Bernie en las primarias pero se negaría a apoyar a cualquier otra candidatura demócrata para la presidencia. A lo largo de 2019 y durante la primera parte de 2020, siempre que hubo esperanzas en que Bernie podría ganar, esta resolución sirvió para mantener unida a la gran mayoría de DSA. Ahora hay un debate acerca de lo que DSA debería o no debería hacer para ayudar a derrotar a Trump y para unirse con otras fuerzas progresistas para evitar que se robe la elección.

Por supuesto, hay quienes desde una posición democrática socialista no ven ningún problema en defender el voto a Biden, de la misma forma que defenderían el voto a favor de Clinton o de Obama, y probablemente a favor del 99% de las candidaturas demócratas en general. Sin embargo, están también quienes desde una posición de izquierda socialista han argumentado recientemente que la combinación de las circunstancias del COVID-19, el ascenso de la violencia racista de extrema derecha y el giro abierto de Trump hacia el autoritarismo, constituyen una situación novedosa que debería llevar a que el socialismo dirija sus campañas contra Trump y a favor de un voto defensivo a Biden. Tal como escribió el socialista revolucionario Dan La Botz, “no quiero permitirle a Trump que se apresure a declarar que ganó las elecciones si no lo hizo. Votar por Biden ciertamente no representa de ninguna forma un compromiso de mi parte con el Partido Demócrata ni con sus futuras candidaturas. Pero esta vez votaré por Biden.”

Y una declaración firmada por parte de la dirección de DSA argumentó: “A pesar de que nuestra organización ciertamente no puede determinar el resultado por sí misma, hay un movimiento de izquierda o progresista más general que podría hacerlo. Más allá de las elecciones, es bastante plausible que la movilización de masas en las calles y la desobediencia civil en las salas del poder pueda producir o impedir un vuelco autoritario. Con el objetivo de hacer todo lo que podemos para garantizar que Trump pierda, uniéndonos con otras organizaciones de la izquierda, de la gente de color, de quienes se organizan por la justicia económica y racial, quienes firmamos abajo y formamos parte de Democratic Socialists of America, nos comprometemos ofrecer nuestro tiempo para hacer llamados, enviar mensajes de texto, golpear puertas y cualquier otra forma de organización para derrotar a Trump durante las próximas cuatro semanas.”

Muy poca gente en este bando piensa que el de Biden será un gobierno “progresista”, pero el peligro de una segunda presidencia de Trump que pase de la cantidad a la calidad en el terreno de la reacción política excede en mucho a los peligros de cooptación y de confusión política que se siguen del hecho de que el movimiento socialista vote por un político capitalista.

Hay camaradas que ven esto como una traición a los principios socialistas y una violación al espíritu de la resolución “Bernie o nada” de 2019. Tal como argumentó Andy Sernatinger, “el documento es un llamamiento público de una fracción de la dirección a la membresía de DSA para que haga campaña por Joe Biden (sin siquiera mencionar su nombre), que incluye una lista de firmantes y sus títulos en DSA. Y esto es una estupidez”. Dejando de lado su conclusión política, tiene un punto al argumentar que la dirección nacional de DSA debería haber intentado organizar una consulta nacional acerca de la situación. Por supuesto, la crisis de COVID-19 y la incapacidad del activismo local para reunirse en persona vuelven complicada cualquier deliberación democrática seria, pero es una buena lección para tener en mente en el caso de que se den futuros cambios bruscos en la escena política.

A fin de cuentas, la militancia y las tendencias socialistas deberán encontrar los modos de organización local que les permitan explotar al máximo sus capacidades a medida que la tensión crece en todas partes. Bien puede ser que el socialismo no sea todavía lo suficientemente fuerte como para desarrollar un frente único coordinado a nivel nacional que ayude a dirigir la resistencia social de las bases, pero podemos unir fuerzas a nivel local y aprender junto a otras organizaciones. Sin importar el resultado que arrojen estos debates durante las próximas semanas, las acciones de unidad hablarán más fuerte que las palabras cuando Trump intente robarse las elecciones en noviembre. Y este tipo de unidad será también necesaria para el movimiento socialista, incluso en el momento de debatir nuestras diferencias, durante los años difíciles que nos esperan.

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