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Revuelta de la razón

Editorial de "Capitalismo en cuarentena", #1 de Jacobin América Latina.

En sus escritos periodísticos de 1842 y 1843, el joven Marx se ocupó fundamentalmente de dos cuestiones: las leyes de censura y los debates en torno a la prohibición de recoger las ramas caídas para utilizarlas como leña, que afectaba a las familias campesinas. En el primer caso, Marx defendió con intransigencia el derecho a la libertad de prensa. El debate sobre el “robo de leña”, por su parte, lo puso en contacto por primera vez con los conflictos sociales que implicaba la propiedad capitalista. Afrontó estos problemas con la sensibilidad de un demócrata radical influenciado por las tradiciones igualitarias que inauguró la Revolución Francesa, es decir, como un jacobino.

La trayectoria intelectual de Marx puede ser comprendida, en cierta forma, como la articulación de dos componentes: la fidelidad al ideario ilustrado de las revoluciones del siglo XVIII y la búsqueda de un agente social capaz de reemprender el camino iniciado en 1789. Por un lado, la denuncia de la distancia entre los ideales igualitarios proclamados por las revoluciones clásicas y los privilegios de la naciente burguesía. Por el otro, la indagación acerca del sujeto social capaz de encabezar un segundo ciclo democratizador y concretar aquellas promesas incumplidas.

Ya en la década de 1870, Engels intuía la presencia de un terreno de lucha abierto por el imaginario democrático moderno: “Los proletarios toman la palabra a la burguesía: la igualdad no debe ser sólo aparente, no debe limitarse al ámbito del Estado, sino que tiene que realizarse también realmente, en el terreno social y económico”. Tomarle la palabra a la burguesía para radicalizar el legado igualitario moderno más allá del poder del capital.

Antes que Marx y Engels, sin embargo, los primeros en tomarle la palabra a la “gran revolución” habían sido los esclavos haitianos encabezados por Toussaint Louverture. Aquellos “jacobinos negros”, como los llamó el historiador trotskista CLR James, recogieron los valores de libertad e igualdad ciudadana para empuñarlos como un arma contra las aspiraciones coloniales de la flamante República Francesa.

No se trata únicamente de una contingencia en la biografía intelectual de Marx, ni de un mero rasgo ideológico de una de las guerras independentistas latinoamericanas: la modernidad es un campo estratégico de disputa. Como lo entendió tempranamente aquel lúcido aristócrata que fue Alexis de Tocqueville, una vez que las personas asienten a la legitimidad de una lógica igualitaria en una dimensión de las relaciones sociales, tenderán a extenderla hacia otros ámbitos. Esa es la dinámica expansiva de la “revolución democrática” moderna. El socialismo surge, entonces, como la convergencia entre aquella tradición y las luchas de un incipiente movimiento obrero, agente social capaz de volver a levantar el ideario ilustrado que la burguesía en el poder había abandonado.

Una de las virtudes que destacó a Marx por sobre el socialismo utópico y las críticas románticas al capitalismo (abundantes en el siglo XIX) fue la construcción de un proyecto de superación de la sociedad burguesa que asimilaba el cambio generado por las grandes transformaciones capitalistas, en lugar de oponerse a ellas. Marx las llamaría, sin ambigüedad, “conquistas de la era capitalista”, según una expresión de El Capital. Se refería fundamentalmente a los grandes cambios que implicaba la industria moderna respecto del trabajo artesanal, al gran desarrollo de la técnica y las fuerzas productivas.

La experiencia histórica del siglo XX invita a pensar con un enfoque equivalente las grandes “conquistas políticas” modernas: la democracia representativa, el sufragio universal, la igualdad jurídica y la ciudadanía política no deben reducirse, tal como propone una tradición persistente al interior de la izquierda marxista, a meras superestructuras del capitalismo. Luego de décadas de hegemonía de corrientes intelectuales que reniegan de la modernidad, recuperar este Marx, que se propuso una apropiación crítica del legado moderno, constituye un elemento fundamental en la reconstrucción de un proyecto socialista para el nuevo siglo.

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Vivimos en una época signada por el fin del ciclo inaugurado por la Revolución de Octubre, al que Eric Hobsbawn se refirió como el “corto siglo XX”. La emergencia de nuevas disputas y sujetos sociales, paradigmáticamente las luchas feministas y ecologistas, se desarrollan en un contexto todavía definido por la onda de choque negativa producida por la derrota histórica del siglo XX y la pérdida de confianza social en una alternativa al capitalismo. Estamos, por ello, todavía en las etapas iniciales de un trabajo de reelaboración teórica y política de largo aliento para volver a situar la perspectiva socialista como el horizonte de las luchas actuales.

 

Jacobin América Latina surge con la aspiración de aportar a este objetivo. Pero surge, al mismo tiempo, en momentos en que la ausencia de un proyecto alternativo se evidencia en todo su dramatismo. El desastre sanitario del COVID-19 disparó una crisis capitalista de carácter histórico como no se veía desde la Gran Depresión de 1930. No se trata de una crisis más, de aquellas que regeneran el equilibrio capitalista sin mayores dificultades, sino de una crisis integral – económica, social, política, ambiental – que pone en tensión al mundo entero, a sus instituciones y sus valores. Si la crisis de 1930 sentó las bases para la consolidación del predominio norteamericano en la segunda posguerra, ¿la crisis actual precede al ascenso chino? ¿Tendremos por delante otro New Deal o un nuevo Bretton Woods? ¿Nos dirigimos, por el contrario, hacia un neoliberalismo autoritario o hacia un capitalismo “con valores asiáticos”?

 

Esta crisis capitalista cuenta con otra particularidad: se desarrolla luego de una serie de explosiones sociales que recorrió el mundo (Chile, Ecuador, Francia, Sudán, Líbano, Puerto Rico, Haití, Argelia, Hong Kong, entre otros países), una ola de radicalización internacional que superó todo lo acontecido en las últimas décadas. Sin embargo, la magnitud del desastre capitalista y de las explosiones de masas contrastan, una vez más, con la debilidad de la izquierda socialista. Las grandes derrotas del siglo XX pesan todavía como una losa sobre las aspiraciones emancipatorias. Tenemos por delante la tarea colectiva de reconstruir una cultura socialista amplia que pueda emerger como referencia alternativa al desastre económico, social y climático al que nos conduce el capitalismo contemporáneo.

 

Con ese objetivo inauguramos estas páginas. Nos consideramos “una fuerza beligerante, polémica”, como escribió Mariátegui con motivo de la fundación de Amauta, al tiempo que apostamos al pluralismo y al debate abierto y libre de dogmatismos. El compromiso con la renovación conceptual del socialismo significa dejar de lado toda “veneración supersticiosa del pasado”. Sólo así, es posible abordar con honestidad los problemas teóricos y políticos de nuestro tiempo y aportar a la construcción de una política emancipatoria para el siglo XXI. “He aquí una misión digna de una generación nueva”.

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Publicado en De Frente, homeCentro5, Ideas, Número 1, Números, Política and Teoría

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