Las publicaciones con audiencias minúsculas tienen debilidad por los pronunciamientos majestuosos. Una apertura grandilocuente, algunos clichés acerca de «resucitar el discurso intelectual», seguidos número a número de la misma mierda de siempre. La confianza de estos colegas es hasta cierto punto admirable, pero sus inclinaciones no dejan de indicar un punto patológico.
Sus delirios surgen de un justificado sentimiento de impotencia. El intelectual público, que nació y se desarrolló a lo largo del siglo veinte, dejó sin dudas un legado ambivalente. Aunque estaban los que se oponían a la injusticia y a todo provincianismo –defendiendo a Dreyfus y la universalidad de los derechos, tomando partido en contra del fascismo, del estalinismo y del imperialismo–, no estaban solos. También estaban los que cedían a la seducción del nacionalismo. Estos pensadores anhelaban restaurar una integridad social perdida, renovarla mediante la catástrofe, y millones de personas sufrieron sus traiciones. Más difícil de comprender es el rol que los autoproclamados internacionalistas tuvieron en la perpetuación de las ilusiones del comunismo oficial. Por todo eso, la muerte del intelectual tal vez sea merecida.
Con todo, fundamos Jacobin bajo la premisa de que existe todavía una audiencia receptiva al comentario crítico. Un sondeo de los medios políticos actuales nos permite identificar dos tipos de publicaciones. Unas son las esotéricas, sitios de ofuscación deliberada, totalmente desconectados de la realidad, y encuentran su complemento en revistitas que tratan a sus lectores como imbéciles. Si sumamos sus pretensiones populares, su prosa de anuario escolar y sus informes siempre optimistas sobre el desarrollo de los movimientos de masas, el resultado es bastante desorientador.
Por nuestra parte, aspiramos a evitar ambas trampas. El compromiso verdadero no excluye el entretenimiento. Descartar frases e ideas obsoletas no implica abandonar el pensamiento. Levantar nuestra voz de descontento contra las argucias del capitalismo tardío no significa que no podamos lidiar con la cultura a nivel estético y político. El análisis sobrio del presente y la crítica de la izquierda no implica adaptarse al statu quo.
Jacobin no es el órgano de ninguna organización política ni se encuentra atada a una ideología única. Sin embargo, nuestros colaboradores responden en líneas generales a valores y a una sensibilidad comunes:
- Defendemos la modernidad y el proyecto inacabado de la Ilustración.
- Reivindicamos las cualidades libertarias del ideal socialista.
- Somos internacionalistas y epicúreos.
Más allá de eso, no tenemos ninguna posición editorial. Cada escritor y escritora habla en nombre propio. Mi único deseo es que podamos estar a la altura de estos modestos objetivos y evitar la barbarie absoluta.
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